sábado, 17 de diciembre de 2016

Quien desespera, es porque no espera

En Adviento, quien desespera,
es porque no espera ni quiere esperar en nada ni en nadie.
En Adviento, quien no espera,
es porque –tal vez- sólo espera en sí mismo.
En Adviento, quien aguarda,
es porque sabe que lo bueno está por llegar.
En Adviento, quien confía,
es porque intuye que Alguien está por llegar.
¿Qué tienes Adviento que truecas la noche en día
y transformas la soledad de vértigo en compañía?
¿Qué tienes Adviento que nos empujas
y nos animas contra toda desesperanza?
¿Qué tienes Adviento que nos despiertas del letargo de la monotonía?
¿Qué tienes Adviento que levantas nuestra vista hacia el horizonte?
Tienes la luz que iluminará la noche más estrellada de la Navidad
Posees el despertador que espabila la fe dormida o amordazada
Tienes, más allá de la Navidad, la llegada de Aquel
que de una vez por todas vendrá hasta nosotros
Escondes, en ti mismo, la fuerza que nos invita a pensar
en un Dios que viene al encuentro del hombre.
¿Qué nos das, Adviento, para que en ese dar,
siempre siembres un poco de paz y de sosiego?
¿Qué secreto te traes entre manos, Adviento,
para que se nos vayan desvelando tantos misterios?
¿Qué grandeza nos descubres, Adviento, para que el corazón
vuelva del rencor al amor y el hombre de la violencia a la paz?
Regalas la capacidad de asombrarnos ante un mundo que nos adormece
Presentas, entre otras cosas, la caricia de Dios
que hace que desparezca la parte más negativa del ser humano.
Gracias, Adviento, porque haces de nuestra mente un pensamiento para Dios.
Gracias, Adviento, porque nos invitas a volvernos sobre nosotros mismos.
Gracias, Adviento, porque cuentas con nosotros como vigilantes de un gran amigo.
Gracias, Adviento, porque aun siendo hijos de Dios,
sabemos que tenemos mil defectos que dejar en el camino,

para poder entrar con libertad, sin dificultades y con amor en Belén.

Una casa en el cielo

Un hombre rico soñó que moría e iba al cielo. San Pedro le daba una vuelta por una calle muy hermosa en la que todas las casas eran auténticos palacios.
- "Esa", le dijo San Pedro, es la casa de uno de tus criados".
- "Si mi criado tiene una casa tan magnífica, me muero de ganas por ver mi futura mansión", exclamó el hombre rico.
Llegaron a una calle estrecha y de casas pequeñitas.
- "Tú vivirás en esa cabaña", le dijo San Pedro.
- "¿Yo, cómo voy a vivir en esa choza?", dijo indignado y furioso.
- "Esto es lo único que te podemos ofrecer. Tienes que comprender que aquí construimos las casas con los materiales que nos envían desde la tierra", le explicó San Pedro.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

¡Ven ya, Señor!

¡Ya, Señor! ¿Para cuándo esperas? ¡Ahora!
Ven pronto, ven, que el mundo gira a ciegas
ignorando el amor que lo sustenta.
Ven pronto, ven, Señor, que hoy entre hermanos 
se tienden trampas y se esconden lazos.
Ven, que la libertad está entre rejas
del miedo que unos a otros se profesan.
Ven, ven, no dejes ahora de escucharnos 
cuando tanto camino está cerrado
¡Ya, Señor! ¿Para cuándo esperas? ¡Ahora!
¿No has de ser la alegría de los pobres, 
de los que en ti su confianza ponen?
¿No has de ser para el triste y afligido 
consuelo en su pesar, luz en su grito?
¿Quién pondrá paz en nuestros corazones
 si tu ternura y compasión se esconden?
¿Quién colmará este hambre de infinito
si a colmarlo no vienes por ti mismo?
¡Ya, Señor! ¿Para cuándo esperas? Ahora

Dilo Hoy

La historia cuenta que un chico llamado Hugo nació enfermo. Con 17 años, poco podía hacer por si solo y vivía bajo el cuidado de su madre.
Cierto día sintió la necesidad de salir a pasear solo. Al pasar por una tienda de música, se fijó en una chica y quedó impactado por su belleza, con la mirada fija en ella abrió la puerta y entró.
Ella lo miró y le dijo sonriente:
- "¿Te puedo ayudar en algo?"
Hugo se quedó sin palabras, atónito ante tanta belleza. Sólo sentía amor hacia ella. Sin saber qué decir, preguntó los precios de los CD y compró uno al azar.
La chica le sonrió mientras le envolvía el CD. Hugo lo tomó y salió corriendo.
Desde ese momento, ni un solo día dejó de visitar el negocio y, con la excusa de comprar un CD, lo que quería era ver a esa chica por la que sentía un profundo amor.
Ella siempre se los envolvía sonriente y él se los llevaba a su casa y los guardaba en su habitación. Su deseo era invitarla a salir pero su timidez se lo impedía y aunque cada día lo intentaba no pudo hacerlo.
Su mamá se enteró de lo que ocurría e intentó animarlo, así que al siguiente día, Hugo se armó de coraje y se dirigió a ella. Como todos los días compro otra vez un CD y, como siempre, ella se lo envolvió.
El tomó el CD y mientras ella estaba ocupada, dejó su número de teléfono rápidamente anotado en el mostrador y salió corriendo de la tienda.
Pasaron varios días, Hugo no volvió, por lo que la chica llamó al teléfono que le había dejado. La mamá de Hugo contestó. Cuando ella preguntó por Hugo, la madre llorando desconsolada, le dijo que su hijo había muerto.
Días más tarde; la mamá entró al cuarto de su hijo y comenzó a ordenar sus cosas, para su sorpresa vio que había cantidades de CD envueltos, ninguno estaba abierto. Le causó curiosidad verlos de esa manera y comenzó a revisarlos. Al abrir el primero notó que junto al CD, había un pequeño papel que decía: "Hola, eres muy guapo, ¿quieres salir conmigo?" Sofía.
Con gran emoción, la madre abrió los demás y siempre encontró la misma nota con las mismas palabras.

No esperes demasiado para decirle a ese alguien especial lo que sientes en tu corazón. Hoy tienes la oportunidad de pedirle a Jesús que sea el Señor de tu vida, que perdone tus pecados y que venga a morar dentro de ti. Díselo hoy. Mañana puede ser muy tarde.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Cambia de felicidad

"¿A quién se parece esta generación?… pero los hechos dan razón a la sabiduría de Dios” Mt 11,16-19

¡Para qué pides!... Si no tienes fe en ti mismo... en la vida... ¡ni en Dios!
¿Para qué felicidad y maravillas?
Si tienes el mundo, que es un libro de sabiduría... ¡Y no sabes leerlo!
¿Para qué quieres estrellas... Si te falta la luz?
¿Para qué pides felicidad…. Si no te conviertes a ellas, si regateas la fe,
si no le das lugar a Dios, si lo reduces el espacio de tu corazón?
¿Si andas el camino y los acontecimientos, con las antenas cerradas?
Para qué decir: Señor... dame la felicidad... ¿si no estás dispuesto a ser feliz...?
Es Adviento, dejemos que Dios nos envíe, con Jesús, un poco de felicidad.
Y que, la Navidad, sea una razón para dejar que, el corazón, baile, disfrute
y pueda ser una gruta donde Dios nazca de verdad.
¿Lo intentamos? ¡Vamos a ello!

Martín, el zapatero

Martín era un humilde zapatero de un pequeño pueblo de montaña. Vivía solo. Hacía años que había enviudado y sus hijos habían marchado a la ciudad en busca de trabajo.
Martín, cada noche, antes de ir a dormir leía un trozo de los evangelios frente al fuego del hogar. Aquella noche se despertó sobresaltado. Había oído claramente una voz que le decía. ‘Martín, mañana Dios vendrá a verte’. Se levantó, pero no había nadie en la casa, ni fuera, claro está, a esas horas de la fría noche...
Se levantó muy temprano, barrió y adecentó su taller de zapatería. Dios debía encontrarlo todo perfecto. Y se puso a trabajar delante de la ventana, para ver quién pasaba por la calle. Al cabo de un rato vio pasar un vagabundo vestido de harapos y descalzo. Compadecido, se levantó inmediatamente, lo hizo entrar en su casa para que se calentara un rato junto al fuego. Le dio una taza de leche caliente y le preparó un paquete con pan, queso y fruta, para el camino y le regaló unos zapatos.
Llevaba otro rato trabajando cuando vio pasar a una joven viuda con su pequeño, muertos de frío. También los hizo pasar. Como ya era mediodía, los sentó a la mesa y sacó el puchero de la sopa excelente que había preparado por si Dios se quería quedar a comer. Además fue a buscar un abrigo de su mujer y otro de unos de sus hijos y se los dio para que no pasaran más frío.
Pasó la tarde y Martín se entristeció, porque Dios no aparecía. Sonó la campana de la puerta y se giró alegre creyendo que era Dios. La puerta se abrió con algo de violencia y entró dando tumbos el borracho del pueblo.

– ¡Sólo faltaba este! Mira, que si ahora llega Dios...–se dijo el zapatero.
– Tengo sed –exclamó el borracho.
Y Martín acomodándolo en la mesa le sacó una jarra de agua y puso delante de él un plato con la sopa del mediodía.
Cuando el borracho se marchó ya era muy de noche. Martín estaba muy triste. Dios no había venido. Se sentó ante el fuego del hogar. Tomó los evangelios, como era su costumbre cada día, y los abrió al azar. Y leyó:
– “Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y me vestiste... Cada vez que lo hiciste con uno de mis pequeños, a mí me lo hiciste...”
Se le iluminó el rostro al pobre zapatero. ¡Claro que Dios le había visitado! ¡No una vez, sino tres veces! Y Martín, aquella noche, se durmió pensando que era el hombre más feliz del mundo...
El Adviento es la esperanza de la venida de Dios que de muchas formas nos visita.