sábado, 31 de julio de 2021

A San Ignacio de Loyola

Señor, que yo viva para ti y no para mi.
Que todo lo que haga sea sólo
para buscar tu servicio y alabanza 
y no los míos propios.
Señor, que todo mi ser se oriente hacia ti,
que no me separe de tu voluntad
ni en mi consciencia, ni en mi inconsciencia.
Oriéntame tan sólo a ti.
Atráeme completamente.

Los dos Esclavos

Una vez el sultán iba cabalgando por las calles de Estambul, rodeado de cortesanos y soldados. Todos los habitantes de la ciudad habían salido de sus casas para verle. Al pasar, todo el mundo le hacía una reverencia. Todos menos un derviche harapiento (miembro de un grupo religioso musulmán sufí).
El sultán detuvo la procesión e hizo que trajeran al derviche ante él. Exigió saber por qué no se había inclinado como los demás.
El derviche contestó:
– Que toda esa gente se incline ante ti significa que todos ellos anhelan lo que tú tienes: dinero, poder, posición social. Gracias a Dios esas cosas ya no significan nada para mí. Así pues, ¿por qué habría de inclinarme ante ti, si soy dueño de dos esclavos que para ti son tus señores?
La muchedumbre contuvo la respiración y el sultán se puso blanco de cólera.
– ¡¿Qué quieres decir con eso?! ¡Yo soy el Sultán indiscutible de todas estas tierras, todo está bajo mis dominios y todos responden ante mi!– gritó.
– Mis dos esclavos, que para ti son los señores que dominan tu vida, son la ira y la codicia.
Dándose cuenta de que lo que había escuchado era cierto, el sultán se inclinó ante el derviche.

viernes, 30 de julio de 2021

¿Cerrado por vacaciones?

Pues resulta que Dios no cierra por vacaciones.
Menos mal.
Y es que, aunque, ahora estemos en verano y cambiemos de actividad,
de ritmo, y toque frenar y quizás descansar,
las cosas de Dios no se interrumpen.

Sigue la fe, y el amor.
Sigue el Reino, y la paz, el perdón, y la Vida.
Y así tiene que ser...

Una dulce lección de paciencia

Para reflexionar... ¿Tendrás paciencia para leerlo...?

Cuentan que un taxista de Nueva York llegó a la dirección y tocó el claxon. Después de esperar unos minutos volvió a tocar el claxon. Como esa iba a ser la última carrera de su turno, pensó en marcharse, pero en su lugar, estacionó el automóvil y caminó hacia la puerta y llamó...
- "Un minuto", respondió una frágil voz de anciana.
El taxista oyó algo que se arrastraba detrás de la puerta.
Después de una larga pausa, la puerta se abrió. Una pequeña mujer de unos 90 años estaba de pie ante el taxista. Llevaba un vestido estampado y un sombrero con un pequeño velo, como alguien sacado de las películas de los años 40. A su lado había una pequeña maleta. El apartamento parecía que estaba deshabitado hace años. Los muebles estaban cubiertos con sábanas. No había relojes en las paredes, ningún chisme ni utensilio en los mostradores. En el rincón había una caja de cartón llena de fotos y cristalería.
- ¿Sería tan amable de llevarme la maleta al coche?, dijo.
El taxista llevó la maleta al taxi y regresó para ayudar a la anciana. Ella se agarró a su brazo y lentamente caminaron hacia la acera.
La anciana no paraba de agradecer la amabilidad del taxista.
- No es nada, le dijo, solo intento tratar a mis clientes del modo en que me gustaría que trataran a mi madre.
- Oh, usted es un buen muchacho, dijo ella.
Cuando se metieron en el taxi, ella le dio una dirección y entonces le preguntó al taxista:
- ¿Le importaría llevarme por el centro?
- No es el camino más corto, respondió rápidamente el taxista.
- Oh, no me importa, dijo ella, no tengo ninguna prisa. Voy de camino a una Residencia.
El taxista miró por el retrovisor. Los ojos de la anciana brillaban.
- No me queda familia ninguna, prosiguió con una suave voz, el médico dice que no me queda mucho tiempo.
El taxista alargó la mano y paró el taxímetro.
- ¿Qué ruta quiere que tome?, preguntó.
Durante las siguientes dos horas, dieron vueltas por la ciudad. Ella le enseñó al taxista el edificio donde años atrás había trabajado de ascensorista.
Pasaron por el barrio donde ella y su esposo habían vivido de recién casados. La anciana le hizo parar frente a un almacén de muebles que una vez había sido un salón de baile en el que ella había bailado de joven.
Algunas veces, la anciana le pedía que aminorara la marcha enfrente de algún edificio o esquina en concreto y se sentaba mirando fijamente en la oscuridad sin decir nada.
Cuando el primer esbozo de los rayos de sol aparecían por el horizonte, ella dijo de repente:
- Estoy cansada. Vámonos ya.
El taxista condujo en silencio hacia la dirección que ella le había dado. Era un edificio bajo, como un pequeño sanatorio, con un camino que pasaba por debajo de un pórtico.
Dos camilleros salieron tan pronto como paramos. Eran solícitos y resueltos, observando cada movimiento de ella. Debían de haber estado esperándola. El taxista abrió el maletero y llevó la maletita hasta la puerta. La mujer ya estaba sentada en una silla de ruedas.
- ¿Qué le debo?, preguntó buscando en el monedero.
- Nada, dijo el taxista.
- Por favor, tiene que ganarse la vida, respondió ella.
- No se preocupe, hay más clientes, respondió el taxista.
Casi sin pensar, el taxista se inclinó y le dio un abrazo. Ella se abrazó a él fuertemente.
- Usted ha dado a una vieja un pequeño momento de alegría, dijo ella. Gracias.
El taxista caminó hacia la tenue luz del atardecer... Detrás de él se cerró una puerta. Fue el sonido del cierre de una vida.
El taxista no recogió ningún cliente más en aquel turno. Condujo sin dirección alguna sumido en sus pensamientos. Durante el resto de aquel día, apenas pudo hablar. ¿Qué hubiera ocurrido si a aquella señora le hubiese tocado un taxista impaciente por terminar el turno? ¿Qué hubiera ocurrido si él se hubiera negado a hacer la carrera o si solo hubiese tocado el claxon una vez y se hubiera marchado?
Entonces pensó que no había hecho nada más importante que aquello en su vida.

Estamos condicionados a pensar que nuestras vidas giran alrededor de grandes momentos. Pero los grandes momentos muchas veces nos pillan desprevenidos y por sorpresa, envueltos maravillosamente en lo que otras personas considerarían un momento sin importancia.

domingo, 25 de julio de 2021

Himno al Apóstol Santiago

Al celebrar tu fiesta, santo Apóstol peregrino,
guíanos por el camino al Pórtico de la gloria.
Camino de Compostela, va un romero caminando
y es el camino de estrellas polvareda de sus pasos.
En el pecho las vieiras, y alto bordón en la mano,
sembrando por la vereda las canciones y los salmos.
    LLÉVALE, ROMERICO, LLÉVALE A SANTIAGO,
    LLÉVALE, ROMERICO, LLÉVALE UN ABRAZO.
Llegó al corazón de España por el monte y por el llano:
en los anchos horizontes cielo y tierra se abrazaron.
Sube hasta el monte del Gozo y allí, de hinojos postrado,
las altas torres de ensueño casi toca con las manos.
    LLÉVALE, ROMERICO, LLÉVALE A SANTIAGO,
    LLÉVALE, ROMERICO, LLÉVALE UN ABRAZO.
Romeros, sólo romeros, dile que peregrinamos
con la mirada en el cielo desde la aurora al ocaso.
Camino de Compostela, todos los hombres, hermanos,
construyendo un mundo nuevo en el amor cimentado.
    LLÉVALE, ROMERICO, LLÉVALE A SANTIAGO,
    LLÉVALE, ROMERICO, LLÉVALE UN ABRAZO.
Ven, Santiago, con nosotros, que tu bordón es un báculo,
el cayado del pastor para guiar el rebaño.
¡Santo apóstol peregrino, llévanos tú de la mano
para ir contigo hasta Cristo, Santiago el Mayor, Santiago!
    LLÉVALE, ROMERICO, LLÉVALE A SANTIAGO,
    LLÉVALE, ROMERICO, LLÉVALE UN ABRAZO.

Le pedí a Dios...

Le pedí a Dios que me quitara mi orgullo.
Y Dios dijo: No.
Me dijo que no era algo que él tuviera que quitarme, sino que yo tenía que entregar.
Le pedí a Dios que me concediera paciencia.
Y Dios dijo: No.
Me dijo que la paciencia es fruto de la adversidad; no se concede, se conquista.
Le pedí a Dios que me diera felicidad.
Y Dios dijo: No.
Me dijo que él da bendiciones; la felicidad depende de mí.
Le pedí a Dios que me evitara el dolor.
Y Dios dijo: No.
Me dijo que el dolor y el sufrimiento me apartan de las preocupaciones mundanas y me acercan más a él.
Le pedí a Dios que me hiciese crecer mi espíritu.
Y Dios dijo: No.
Me dijo que debo crecer personalmente, pero que él me podaría de vez en cuando.
Le pregunté a Dios si me amaba.
Y Dios dijo que sí.
Me dijo que debo abrir mis ojos para contemplar la creación y al agradecer encontraré su amor.
Le pedí a Dios que me ayudara a amar a otros como él me ama.
Y Dios dijo: "Por fin estás empezando a entender"