viernes, 7 de abril de 2017

A la Virgen de los Dolores

Junto a la cruz de su Hijo la Madre llorando se ve,
el dolor la ha crucificado, el amor la tiene en pie.
Quédate de pie, de pie junto a Jesús, que tu Hijo sigue en la cruz.
Cruz del lecho de los enfermos, de los niños sin un hogar,
cruz del extranjero en su patria, del que sufre en soledad.
Cruz de la injusticia y miseria de los marginados de hoy;
cruz de tantas falsas promesas y de la desesperación.
Cruz del abandono de amigos, del olvido y de la traición;
cruz de la amenaza y del miedo, la tortura y la prisión.
Cruz de los que sin esperanza sufren sin saber para qué;
cruz de los enfermos del alma, de los que perdieron la fe.
Padre de todo consuelo, Dios de infinita misericordia y bondad,
que nos diste a María como Madre y Modelo de cristiano,
acrecienta nuestra fe, fortalece nuestra esperanza
y enciende nuestra caridad, de tal modo que seamos signo
del gran amor que tienes para con todos.
Tú conoces mejor que nadie nuestros sufrimientos y dolores,
te pedimos que si es tu voluntad nos libres de ellos.
Pero, sobre todo, queremos pedirte que ni ellos, ni nada, ni nadie

puedan separarnos jamás de tu amor, ni quitarnos las ganas de vivir.

La Anciana Mendiga

En la época de Buda vivió una anciana. Esta mujer observaba cómo reyes, príncipes y demás personas hacían ofrendas a Buda y sus discípulos, y nada le habría gustado más que poder hacer ella lo mismo. Así pues, salió a mendigar, y después de un día entero sólo había conseguido una monedita.
Fue al vendedor de aceite para comprarle un poco, pero el hombre le dijo que con tan poco dinero no podía comprar nada. Sin embargo, al saber que quería el aceite para ofrecérselo a Buda, se compadeció de ella y le dio lo que quería.
La anciana fue con el aceite al monasterio y allí encendió una lamparilla, que depositó delante de Buda mientras le expresaba este deseo:
– No puedo ofrecerte nada más que esta minúscula lámpara. Pero, por la gracia de esta ofrenda, suplico ser bendecida con la lámpara de la sabiduría. Que yo pueda liberar a todos los seres de sus tinieblas. Pueda purificar todas sus oscuridades y conducirlos a la iluminación.
A lo largo de la noche se agotó el aceite de todas las demás lamparillas, pero la de la anciana mendiga aún seguía ardiendo al amanecer cuando llegó el discípulo de Buda para retirarlas. Al ver que aquella todavía estaba encendida, llena de aceite y con una mecha nueva, pensó: ‘No hay motivo para que esta lámpara permanezca encendida durante el día’, y trató de apagarla de un soplo. Pero la lámpara continuó encendida. Trató de apagarla con los dedos, pero siguió brillando. Trató de extinguirla con su túnica, pero aun así siguió ardiendo.
Buda, que había estado contemplando la escena, le dijo:
– ¿Quieres apagar esa lámpara? No podrás. No podrías ni siquiera moverla, y mucho menos apagarla. Si derramaras toda el agua del océano sobre ella, no se apagaría. El agua de todos los ríos y lagos del mundo no bastaría para extinguirla.
– ¿Por qué no?
– Porque esta lámpara fue ofrecida con devoción y pureza de mente y corazón. Y esa motivación la ha hecho enormemente beneficiosa.

Es nuestra motivación, ya sea buena o mala, la que determina el fruto de nuestros actos. Shantideva dijo: "Toda la dicha que hay en este mundo, toda proviene de desear que los demás sean felices; Y todo el sufrimiento que hay en este mundo, todo proviene de desear ser feliz yo”

jueves, 6 de abril de 2017

Levántate y anda

José Mª Rodríguez Olaizola, sj
Levántate y anda, cuando no encuentres horizonte,
porque siempre hay un camino que recorrer,
y no hay razón para dejar de intentarlo.
Levántate y anda, aunque te rodeen las sombras.
La luz se abre paso por resquicios insospechados,
y al iluminar la realidad la llena de posibilidades.
Levántate y anda, aunque te opriman las vendas.
Puedes quitarte muchos estorbos que te impiden avanzar,
y avanzarás más liviano, más libre, más alegre.
Levántate y anda, aunque te sientas sin fuerzas.
Es Dios el que te impulsa, quien te lleva de la mano,
quien te llena de espíritu.
Deja atrás las sombras y tumbas, los silencios y miedos,
las parálisis y vendas que te aíslan y entristecen.
Deja atrás las pequeñas muertes que adulteran la vida.
Vamos, Lázaro, levántate y anda.

La caravana de la libertad


Una larga caravana de camellos avanzaba por el desierto hasta que llegó a un oasis y los hombres decidieron pasar allí la noche. Conductores y camellos estaban cansados y con ganas de dormir, pero cuando llegó el momento de atar a los animales, se dieron cuenta de que faltaba un poste. Todos los camellos estaban debidamente atados excepto uno. Nadie quería pasar la noche en vela vigilando al animal pero, a la vez, tampoco querían perder el camello.

Después de mucho pensar, uno de los hombres tuvo una buena idea. Fue hasta el camello, cogió las riendas y realizó todos los movimientos como si atara el animal a un poste imaginario. Después, el camello se sentó, convencido de que estaba fuertemente sujeto y todos se fueron a descansar.

A la mañana siguiente, desataron a los camellos y los prepararon para continuar el viaje. Había uno, sin embargo, que no quería ponerse en pie. Los conductores tiraron de él, pero el animal no quería moverse. Finalmente, uno de los hombres entendió el porqué de la obstinación del camello. Se puso de pie delante del poste de amarre imaginario y realizó todos los movimientos con que normalmente desataba la cuerda para soltar al animal. Inmediatamente después, el camello se puso en pie sin la menor vacilación, creyendo que estaba libre.



Aunque el camello había estado libre todo el tiempo, se dejó convencer de que estaba atado. Lo mismo ocurre con la mente humana; también es potencialmente libre, pero mucha gente se deja convencer de que está atada por sus problemas mentales y las aparentemente opresivas responsabilidades. Tú eres realmente libre, igual que el camello sin atar, a pesar de que los condicionamientos y los prejuicios te hacen creer que estás firmemente sujeto. Te comparas con los demás, al igual que lo hacía el camello y automáticamente crees que estás limitado. Debes entender que eres realmente libre. Todo lo que tienes que hacer es desatarte, dejar ir los problemas mentales, el poste imaginario de tu cautiverio. Todo lo que debes hacer es cambiar de actitud.


martes, 4 de abril de 2017

Gracias por el don de la vida

Padre Nuestro:
Gracias por el don de la vida, de la salud y de la inteligencia.
Gracias por el regalo de la vida que pones en nuestras manos.
Gracias por la libertad de amar y por la alegría de hacer el bien.
Gracias por el don de la fe y de la esperanza que se apoya en Ti.
Padre: enséñanos a vivir el don de cada día, sin otros planes que los tuyos.
Enséñanos a descubrir tu voluntad que se manifiesta
en los acontecimientos de cada día, en las necesidades y en las personas...
Enséñanos a discernir las señales de tu presencia
en medio de nosotros, los signos de nuestro tiempo.
Enséñanos a leer e interpretar el hoy de la historia,
de nuestra propia historia, como historia de salvación.
Padre: llévanos a cada de nosotros,
a realizar tu voluntad en el hoy histórico que nos permites vivir.

El adivino



Alexander Nikoalevich

Hubo una vez un campesino pobre y muy astuto apodado Escarabajo, que quería adquirir fama de adivino.
Un día robó una sábana a una mujer, la escondió en un montón de paja y se empezó a alabar diciendo que estaba en su poder el adivinarlo todo. La mujer lo oyó y vino a él pidiéndole que adivinase dónde estaba su sábana. El campesino le preguntó:
- ¿Y qué me darás por mi trabajo?
- Un kilo de harina y una libra de manteca.
- Está bien.
Se puso a hacer como que meditaba, y luego le indicó el sitio donde estaba escondida la sábana.
Dos o tres días después desapareció un caballo que pertenecía a uno de los más ricos propietarios del pueblo. Era Escarabajo quien lo había robado y conducido al bosque, donde lo había atado a un árbol.
El señor mandó llamar al adivino, y éste, imitando los gestos y procedimientos de un verdadero mago, le dijo:
- Envía tus criados al bosque; allí está tu caballo atado a un árbol.
Fueron al bosque, encontraron el caballo, y el contento propietario dio al campesino cien rublos. Desde entonces creció su fama, extendiéndose por todo el país.
Por desgracia, ocurrió que al zar se le perdió su anillo nupcial, y por más que lo buscaron por todas partes no lo pudieron encontrar.
Entonces el zar mandó llamar al adivino, dando orden de que lo trajesen a su palacio lo más pronto posible. Los mensajeros, llegados al pueblo, cogieron al campesino, lo sentaron en un coche y lo llevaron a la capital. Escarabajo, temblando de miedo, pensaba así: «Ha llegado la hora de mi perdición. ¿Cómo podré adivinar dónde está el anillo? Se encolerizará el zar y me expulsarán del país o mandará que me maten.»
Lo llevaron ante el zar, y éste le dijo:
- ¡Hola, amigo! Si adivinas dónde se halla mi anillo te recompensaré bien; pero si no haré que te corten la cabeza.
Y ordenó que lo encerrasen en una habitación separada, diciendo a sus servidores:
- Que le dejen solo para que medite toda la noche y me dé la contestación mañana temprano.
Lo llevaron a una habitación y lo dejaron allí solo. El campesino se sentó en una silla y pensó para sus adentros: «¿Qué contestación daré al zar? Será mejor que espere la llegada de la noche y me escape; apenas los gallos canten tres veces huiré de aquí.»
El anillo del zar había sido robado por tres servidores de palacio; el uno era lacayo, el otro cocinero y el tercero cochero. Hablaron los tres entre sí, diciendo:
- ¿Qué haremos? Si este adivino sabe que somos nosotros los que hemos robado el anillo, nos condenarán a muerte. Lo mejor será ir a escuchar a la puerta de su habitación; si no dice nada, tampoco lo diremos nosotros; pero si nos reconoce por ladrones, no hay más remedio que rogarle que no nos denuncie al zar.
Así lo acordaron, y el lacayo se fue a escuchar a la puerta. De pronto se oyó por primera vez el canto del gallo, y el campesino exclamó:
- ¡Gracias a Dios! Ya está uno; hay que esperar a los otros dos.
Al lacayo se le paralizó el corazón de miedo. Acudió a sus compañeros, diciéndoles:
- ¡Oh amigos, me ha reconocido! Apenas me acerqué a la puerta, exclamó: «Ya está uno; hay que esperar a los otros dos.»
- Espera, ahora iré yo -dijo el cochero; y se fue a escuchar a la puerta.
En aquel momento los gallos cantaron por segunda vez, y el campesino dijo:
- ¡Gracias a Dios! Ya están dos; hay que esperar sólo al tercero.
El cochero llegó junto a sus compañeros y les dijo:
- ¡Oh amigos, también me ha reconocido!
Entonces el cocinero les propuso:
- Si me reconoce también, iremos todos, nos echaremos a sus pies y le rogaremos que no nos denuncie y no cause nuestra perdición.
Los tres se dirigieron hacia la habitación, y el cocinero se acercó a la puerta para escuchar. De pronto cantaron los gallos por tercera vez, y el campesino, persignándose, exclamó:
- ¡Gracias a Dios! ¡Ya están los tres!
Y se lanzó hacia la puerta con la intención de huir del palacio; pero los ladrones salieron a su encuentro y se echaron a sus plantas, suplicándole:
- Nuestras vidas están en tus manos. No nos denuncies al zar. Aquí tienes el anillo.
- Bueno; por esta vez os perdono -contestó el adivino.
Tomó el anillo, levantó una plancha del suelo y lo escondió debajo.
Por la mañana el zar, despertándose, hizo venir al adivino y le preguntó:
- ¿Has pensado bastante?
- Sí, y ya sé dónde se halla el anillo. Se te ha caído, y rodando se ha metido debajo de esta plancha.
Quitaron la plancha y sacaron de allí el anillo. El zar recompensó generosamente a nuestro adivino, ordenó que le diesen de comer y beber y se fue a dar una vuelta por el jardín.
Cuando el zar paseaba por una vereda, vio un escarabajo, lo cogió y volvió a palacio.
- Oye -dijo a Escarabajo-: si eres adivino, tienes que adivinar qué es lo que tengo encerrado en mi puño.
El campesino se asustó y murmuró entre dientes:
- Escarabajo, ahora sí que estás cogido por la mano poderosa del zar.
-¡Es verdad! ¡Has acertado! -exclamó el zar.
Y dándole aún más dinero lo dejó irse a su casa colmado de honores.

domingo, 2 de abril de 2017

Tú eres vida para nuestras muertes

Tú también lloras la muerte de un amigo,
también te duelen las dificultades de la vida.
Dices que si tuviéramos fe nada nos sería imposible,
pero la muerte no la podemos entender,
nos sobrepasa, nos separa de los nuestros.
Queremos creer que detrás de toda situación dolorosa hay vida,
que nos encontraremos después, en la casa del Padre,
que somos finitos y, por tanto,
debemos ir separándonos unos de otros
y que Tú nos ayudarás a superar el dolor de la distancia.
Contigo la vida es mucho más llevadera.
Tú cercanía saca lo mejor de unos y otros,
pone en circulación el cariño que nos facilita la vida,
que nos hace poder con lo casi imposible.
Tú, Señor, eres bálsamo para nuestras heridas,
resurrección para nuestras muertes,
salud para nuestras enfermedades,
consuelo para nuestros desamores,
aceptación para nuestros fracasos.
Tú nos enseñas a ser amigos, compañeros,
a humanizar y consolar.
Pon palabras en nuestra boca para compartir alegrías y penas,
para expresar el amor contigo y como Tú.

¿Qué hay al otro lado?



Antes de salir de la habitación, un paciente le preguntó al médico:
- Doctor, tengo miedo a morir. Dígame qué hay al otro lado.
El médico le dijo que no lo sabía.
- Usted, un hombre cristiano, ¿no sabe lo que hay al otro lado?
El médico tenía el pomo de la puerta en la mano, al otro lado de la puerta se oían los gemidos y patadas de un perro. Cuando abrió la puerta de un salto se plantó en medio de la habitación dando brincos de alegría al ver al doctor.
Éste se dirigió al paciente y le dijo:
- ¿Ha observado a mi perro? Nunca ha estado en esta habitación. Lo único que sabía era que su dueño estaba dentro y cuando la puerta se abrió entró sin miedo.
Yo no sé qué hay al otro lado de la muerte, sí sé una cosa. Sé que mi dueño está ahí, al otro lado de la puerta, y eso me basta.