viernes, 1 de junio de 2018

La Biblia y el teléfono móvil


¿Te imaginas que pasaría si tratáramos la Biblia de la misma forma que tratamos nuestro teléfono móvil? 

¿Y si siempre cargáramos nuestra Biblia en la cartera, en el maletín o en el bolsillo del traje?
¿Y si le echáramos una ojeada varias veces al día?
¿Y si nos volviéramos a buscarla cuando nos la olvidamos en casa o en la oficina?
¿Y si la usáramos para enviar mensajes a nuestros amigos?
¿Y si la tratásemos como si no pudiéramos vivir sin ella?
¿Y si la regaláramos a los chicos, para su seguridad, y para estar comunicados con ellos?
¿Y si la lleváramos cuando viajamos, en caso de necesitarla como auxilio y ayuda?
¿Y si echáramos mano de ella en casos de emergencia?
Al contrario del teléfono móvil, la Biblia no se queda sin cobertura ni sin batería.
Nos podemos conectar con ella en cualquier lugar.
No tenemos que preocuparnos por la falta de saldo porque Jesús ya pagó la cuenta, y los créditos no tienen fin.
Y lo mejor de todo: no se corta la comunicación, y la carga de batería es para toda la vida.
“Buscad al Señor mientras se deja encontrar, invocadlo mientras está cerca”. (Is 55:6)

TELEFONOS DE EMERGENCIA:
Cuando estés triste, marca Juan 14.*
Cuando las personas hablen de ti, marca Salmo 27.*
Cuando estés nervioso, marca Salmo 51.*
Cuando estés preocupado, marca Mateo 6:19,34.*
Cuando estés en peligro, marca Salmo 91.
Cuando Dios parece estar lejos, marca Salmo 63.*
Cuando tu fe necesita ser fortalecida, marca Hebreos 11.*
Cuando estés solitario y con miedo, marca Salmo 23.*
Cuando estés duro y crítico, marca 1 Corintios: 13.*
Para saber el secreto de la felicidad, marca Colonenses 3:12-17.
Cuando te sientas triste y solo, marca Romanos 8:31-39.
Cuando desees paz y descanso, marca Mateo 11:25-30.
Cuando el mundo parece más grande que Dios, marca Salmo 90.

jueves, 31 de mayo de 2018

Te saludo, Virgen María

          Florentino Ulibarri

Yo te saludo, María, porque el Señor está contigo;
en tu casa, en tu calle, en tu pueblo, en tu abrazo, en tu seno.
Yo te saludo, María, porque te turbaste
–¿quién no lo haría ante tal noticia?–;
mas enseguida recobraste paz y ánimo
y creíste a un enviado cualquiera.
Yo te saludo, María, porque preguntaste lo que no entendías
–aunque fuera mensaje divino–,
y no diste un sí ingenuo ni un sí ciego,
sino que tuviste diálogo y palabra propia.
Yo te saludo, María, porque concebiste
y diste a luz un hijo, Jesús, la vida;
y nos enseñaste cuánta vida hay que gestar y cuidar
si queremos hacer a Dios presente en esta tierra.
Yo te saludo, María, porque te dejaste guiar por el Espíritu
y permaneciste a su sombra,
tanto en tormenta como en bonanza,
dejando a Dios ser Dios, sin renunciar a ser tú misma.
Yo te saludo, María,
porque abriste nuevos horizontes a nuestras vidas;
fuiste a cuidar a tu prima,
compartiste con ella la buena noticia.
Yo te saludo, María, por ser alegre y agradecida
y reconocer que Dios nos mima,
aunque nuestra historia sea pequeña
y nos olvidemos de sus promesas.
Yo te saludo, María.
¡Hermana peregrina de los pobres de Yahvé,
camina con nosotros llévanos junto a los otros
y mantén nuestra fe!

La ratonera del granjero

Un ratón mirando por un agujero de la pared, ve al granjero y su esposa abrir un paquete. Quedo aterrorizado al ver que era una trampa para ratones!
Fue corriendo al patio a advertirles a todos.
- ¡Hay una ratonera en casa, hay una ratonera!
La gallina que estaba cacareando y escarbando le dice:
- Disculpe señor ratón yo entiendo que es un gran problema para usted, pero no me afectaa en nada a mí.
Entonces fue hasta el cordero y le dice lo mismo:
- Disculpe señor ratón pero no creo que puede hacer algo más que pedir por usted en mis oraciones.
El ratón se dirigió a la vaca y ella le dijo:
- ¿Pero acaso estoy yo en peligro? ¡Pienso que no!, dijo la vaca.
El ratón volvió a la casa, preocupado y abatido por tener que afrontar él solo la ratonera del granjero. Aquella noche se oyó un gran barullo como el ruido de una ratonera atrapando a su víctima. La mujer corrió a ver que había atrapado. En la oscuridad  no vio que la ratonera había atrapado la cola de una serpiente venenosa. La serpiente mordió a la mujer.
El granjero tuvo que llevarla inmediatamente al hospital, ella volvió con fiebre alta. El granjero para aliviarla le preparó una nutritiva sopa; agarró el cuchillo y fue a matar la gallina. Como la mujer no mejoraba, los amigos y vecinos fueron a visitarlos. El granjero mató al cordero para prepararles comida.
La mujer no mejoró y murió. El esposo vendió la vaca al matadero para cubrir los gastos del funeral.
La próxima vez que alguien te cuente su problema y creas que no te afecta porque no es tu problema y no le prestas atención, piénsalo dos veces. El mundo no anda mal por la maldad de los malos sino por la apatía de los buenos... Así que cuando alguien necesite de ti porque tiene problemas tiéndele la mano y dale una palabra de aliento.

martes, 29 de mayo de 2018

Envíanos locos

           L. J. Lebret

¡Oh Dios! Envíanos locos,
de los que se comprometen a fondo,
de los que se olvidan de sí mismos,
de los que aman con algo más que con palabras,
de los que entregan su vida de verdad y hasta el fin.
Danos locos, chiflados, apasionados,
hombres y mujeres capaces de dar el salto hacia la inseguridad,
hacia la incertidumbre sorprendente de la pobreza;
danos locos, que acepten diluirse en la masa
sin pretensiones de erigirse un escabel,
que no utilicen su superioridad en su provecho.
Danos locos, locos del presente,
enamorados de una forma de vida sencilla,
liberadores eficientes de toda esclavitud,
amantes de la paz, puros de conciencia,
resueltos a nunca traicionar,
capaces de aceptar cualquier tarea,
de acudir donde sea, libres y obedientes,
espontáneos y tenaces, dulces y fuertes.
Danos locos, Señor, danos locos.

El pozo de las lágrimas del desierto

       Paulo Coelho

En cuanto llegó a Marrakech, el misionero decidió que todas las mañanas daría un paseo por el desierto que comenzaba tras los límites de la ciudad. En su primera caminata, vio a un hombre tumbado sobre la arena, con la mano acariciando el suelo y el oído pegado a tierra.
"Es un loco", pensó.
Pero la escena se repitió todos los días, por lo que, pasado un mes, intrigado por aquella conducta extraña, decidió dirigirse a él. Con mucha dificultad, ya que aún no hablaba árabe con fluidez, se arrodilló a su lado y le preguntó:
- ¿Qué es lo que usted está haciendo?
- Hago compañía al desierto, y lo consuelo por su soledad y sus lágrimas.
- No sabía que el desierto fuese capaz de llorar.
- Llora todos los días, porque sueña con volverse útil para el hombre y transformarse en un inmenso jardín, donde se puedan cultivar las flores y toda clase de plantas y cereales.
- Pues dígale al desierto que él cumple bien su misión -comentó el misionero-. Cada vez que camino por aquí, comprendo mejor la verdadera dimensión del ser humano, pues su espacio abierto me permite ver lo pequeños que somos ante Dios.
El misionero dejó al hombre y volvió a sus quehaceres diarios.
Cual no fue su sorpresa al encontrarlo a la mañana siguiente en el mismo lugar y en la misma posición.
- ¿Ya transmitió al desierto todo lo que le dije? -preguntó.
El hombre asintió con un movimiento de cabeza.
- ¿Y aun así continúa llorando?
- Puedo escuchar cada uno de sus sollozos. Ahora él llora porque pasó miles de años pensando que era completamente inútil, desperdició todo ese tiempo blasfemando contra Dios y su destino.
- Pues explíquele que, a pesar de que el ser humano tiene una vida mucho más corta, también pasa muchos de sus días pensando que es inútil. Y, al igual que el desierto, se culpa por el tiempo que perdió.
- No sé si el desierto me escuchará -dijo el hombre- El ya está acostumbrado al dolor, y no consigue ver las cosas de otra manera.
- Entonces vamos a hacer lo que yo siempre hago cuando siento que las personas han perdido la esperanza. Vamos a rezar.
Ambos se arrodillaron y rezaron; uno se giró en dirección a la Meca porque era musulmán, el otro juntó las manos en plegaria porque era cristiano. Cada uno rezó a su Dios, que siempre fue el mismo Dios, aunque las personas insistieran en llamarlo con nombres diferentes.
Al día siguiente, cuando el misionero retornó de su caminata matinal, el hombre ya no estaba allí. En el lugar donde acostumbraba a abrazar la arena, el suelo parecía mojado, ya que había nacido una pequeña fuente. En los meses siguientes, esta fuente creció y los habitantes de la ciudad construyeron un pozo en torno a ella.
Los beduinos llaman al lugar "Pozo de las Lágrimas del Desierto". Dicen que todo aquel que beba su agua conseguirá transformar el motivo de su sufrimiento en la razón de su alegría, y terminará encontrando su verdadero destino.

domingo, 27 de mayo de 2018

Gozamos en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo

           Mari Patxi Ayerra

Saber que tenemos un Padre que nos quiere,
que camina siempre la vida a nuestro lado,
que tiene para cada uno un sueño especial
y que nos envuelve con su amor,
nos hace vivir gozosos como hijos suyos.
Conocer la vida de Jesús, tomar como pista el Evangelio,
intentar vivir a su manera, dejarnos impulsar para hacer Reino,
comprender a través suyo cuanto nos ama el Padre
y qué es lo que nos hace hermanos bienaventurados,
nos hace vivir el gozo de seguir a Dios hecho persona.
Dejarnos habitar por Ti, Señor,
experimentar que Tú eres nuestra fuerza y nuestro impulso,
saber que nunca estamos solos, pues Tú nos acompañas siempre,
y sentir que nos descansas, dinamizas, sosiegas e ilusionas,
nos hace vivir con el gozo de tu Espíritu en los adentros.
Tú, Padre, nos haces hermanos de todos los hombres,
Tú Jesús, con tu vida nos enseñas cómo vivir la nuestra,
y Tú, Espíritu Santo, envuelves nuestra historia personal
y nos haces sentir personas habitadas y gozosas,
en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu. Amén

La alegría de compartir

           Bruno Ferrero

Cierto día un campesino golpeó con fuerza la puerta de un convento. Cuando el hermano portero abrió, él le extendió un magnífico racimo de uvas.
-Querido hermano portero, estas son las mejores producidas por mi viñedo. Y vengo aquí para regalarlas.
- ¡Gracias! Las llevaré inmediatamente al abad, que se alegrará con este ofrecimiento.
- ¡No! Yo las he traído para ti.
- ¿Para mí? El hermano se sonrojó porque consideraba que no merecía tan bello presente de la naturaleza.
 -¡Sí! –insistió el campesino– porque siempre que llamé a esta puerta tú me abriste. Cuando necesité ayuda porque la sequía había destruido mi cosecha, tú me dabas todos los días un pedazo de pan y un vaso de vino. Yo quiero que este racimo de uvas te traiga un poco del amor del sol, de la belleza de la lluvia y del milagro de Dios, que lo hizo crecer tan hermoso.
El hermano portero colocó el racimo frente a él y pasó la mañana entera admirándolo: era realmente precioso y por eso decidió entregar el regalo al Abad, que siempre lo había estimulado con palabras de sabiduría.
El Abad se puso muy contento con las uvas, pero se acordó de que había en el convento un hermano enfermo y pensó:
“Le daré el racimo. Quizá puede aportar alguna alegría a su vida”.
Y así lo hizo. Pero las uvas no permanecieron mucho tiempo en la habitación del hermano enfermo, porque éste reflexionó:
“El hermano cocinero ha cuidado de mí durante tanto tiempo, alimentándome con lo mejor que tenía. Estoy seguro de que se alegrará con esto”.
Cuando el hermano cocinero apareció a la hora del almuerzo, trayendo su comida, él le entregó las uvas.
-Son para ti -dijo el hermano enfermo– como siempre estás en contacto con los productos que la naturaleza nos ofrece, sabrás qué hacer con esta obra de Dios.
El hermano cocinero quedó deslumbrado con la belleza del racimo, e hizo que su ayudante observase la perfección de las uvas. Tan perfectas –pensó él– que nadie mejor que el hermano sacristán para apreciarlas; como él era el responsable de la custodia del Santísimo Sacramento, y muchos monjes lo consideraban un hombre santo, sería capaz de valorar mejor aquella maravilla de la naturaleza.
El sacristán, a su vez, obsequió las uvas al novicio más joven, para que éste pudiera entender que la obra de Dios está en los pequeños detalles de la Creación. Cuando el novicio las recibió, su corazón se inundó de la Gloria del Señor, porque nunca había visto un racimo tan bello. En ese momento se acordó de la primera vez que había llegado al monasterio y de la persona que le había abierto la puerta: había sido ese gesto el que le había permitido estar hoy en aquella comunidad de personas que sabían valorar los milagros.
Así, poco antes de caer la noche, llevó el racimo de uvas al hermano portero.
Come y aprovecha –le dijo. Porque pasas la mayor parte del tiempo aquí solo y estas uvas te harán muy feliz.
El hermano portero comprendió que aquel presente le había sido realmente destinado, saboreó cada una de las uvas de aquel racimo y durmió feliz.