viernes, 22 de diciembre de 2023

Vamos a ver

        (Gloria Fuertes)

Vamos a ver si es cierto que le amamos,
vamos a mirarnos por dentro un poco.
¡Hay cosas colgadas que a él le lastiman
freguemos el suelo y abramos las puertas!
Borremos los nombres de la lista negra,
pongamos a los enemigos encima de la cómoda,
invitémosles a sopa.
Toquemos las flautas de los tontos, de los sencillos.
Que Dios se encuentre a gusto si baja.

El Viejo Guarda

Simeón, el anciano guarda, estaba sentado a la ventana. Miraba caer la nieve y pensaba en el tiempo pasado. Tenía veinte años y había pasado más de sesenta cuidando las puertas de Belén. Les abría por la mañana con los primeros rayos del sol. Y por la noche con los últimos rayos las volvía a cerrar. ¡Había visto tanta gente entrar y salir del pueblo! Con el tiempo, había aprendido distinguir las intenciones de cada uno: buenas o malas. Ahora sus fuerzas le abandonaban y le costaba levantar la gran llave. En cuanto a la puerta, era tan pesada que el anciano Simeón no podía abrirla. Un guarda joven había tomado su puesto. Simeón era sólo era responsable de una pequeña puerta al Este del pueblo. Jamás en su vida la había visto abierta. Sin embargo, se la llamaba “la Puerta Alta”. Cuando comenzó su carrera de guardián, su predecesor le confió la llave, y le había recomendado cuidar que no se oxidase. Y le añadió que un día sería necesario abrir la Puerta Alta. Cuando llegue el momento, lo sabrás con certeza”.
Todo el tiempo de su servicio Simeón había cuidado la llave.
¿Cuándo llegará el momento de abrir la Puerta Alta? Sumido en estos pensamientos el anciano se levantó lentamente de su silla. Fue hacia el armario y sacó a la llave. Después volvió a sentarse en la ventana, mirando caer la nieve silenciosa. Simeón frotaba la nieve con la punta del manto de lana. Era una llave de hierro, pero ahora relucía como una llave de plata. Simeón volvió a pensar en las palabras de su predecesor. “Un día, habrá que abrir la Puerta Alta. Cuando llegue el momento, lo sabrás”.
Cada vez que pensaba en esto, el anciano se preguntaba si, por descuido, no habría dejado pasar la gran ocasión y se habría dormido en el momento oportuno.
En ese instante, le pareció que el cielo se aclaraba al Este, como si las nubes de nieve se abriesen en esa dirección. La luz se intensificaba y tomó forma de una puerta alta toda dorada.
Y la puerta se abrió, y un niño pasó por el umbral, miró a su alrededor y luego con su manita hizo un gesto en dirección al viejo guarda. El niño comenzó a descender hacia la Tierra, por un camino que no era visible. Siempre miraba de nuevo a Simeón que observaba la escena estupefacto. De repente el anciano gritó:
-- “¡La Puerta Alta! El niño se dirige hacia la Puerta Alta, mientras que yo me quedo al calor mirando boquiabierto”.
Se levantó con sus viejas piernas lo más rápido posible. Envuelto en su manto de lana, salió por la nieve hacia la muralla del Este del pueblo. En el camino no se cruzó con nadie. Por el mal por el tiempo que hacía, la gente se quedaba en sus casas. El anciano no veía ya la puerta de oro en el cielo, pero hacia el Este veía todo el tiempo un resplandor.
Llegó por fin a la Puerta Alta. Introdujo la llave que había cuidado tanto, y se abrió con facilidad sin ningún ruido. El niño estaba en el umbral. Tendió su mano a Simeón:
-- “Gracias por haber escuchado la llamada y haberme abierto la puerta”, le dijo; “mira, yo he dejado también una puerta abierta, es para ti”.
El viejo guarda levantó sus ojos y vio en el cielo la puerta de oro. Estaba abierta, y era muy grande: un camino luminoso conducía hasta ella. Simeón, radiante de alegría, se dirigió hacia la puerta del cielo. El niño le siguió con la mirada hasta que desapareció.
Pasados unos días, todo el mundo se preguntaba donde estaría el viejo guarda. Salieron en su busca, pero nadie lo encontró.
Unos extranjeros habían llegado al pueblo: un hombre, una mujer joven, y un burro, que el guarda estaba seguro de no haberlos visto pasar. ¿Por dónde habrán entrado?
Asombrado, el joven guarda fue a controlar la Puerta Alta: ¡Estaba completamente abierta y la llave estaba dentro de la cerradura! ¡El viejo Simeón ha debido perder la cabeza! Ha abierto la puerta y se ha ido, murmuró. Cerró la puerta y se llevó la llave.
Jamás se dudó que aquél que debía entrar por la Puerta Alta estaba ya en el pueblo.

miércoles, 20 de diciembre de 2023

Canto de Adviento “¡Oh…!”

¡Cielos, lloved vuestra justicia! ¡Ábrete, tierra!
¡Haz germinar al Salvador!
Oh Señor, Pastor de la casa de Israel,
que conduces a tu pueblo,
ven a rescatarnos por el poder de tu brazo.
Ven pronto, Señor. ¡Ven, Salvador!
Oh Sabiduría, salida de la boca del Padre,
anunciada por profetas,
ven a enseñarnos el camino de la salvación.
Ven pronto, Señor. ¡Ven, Salvador!
Oh Hijo de David, estandarte de los pueblos y los reyes,
a quien clama el mundo entero,
ven a libertarnos, Señor, no tardes ya.
Ven pronto, Señor. ¡Ven, Salvador!
Oh Llave de David y Cetro de la casa de Israel,
tú que reinas sobre el mundo,
ven a libertar a los que en tinieblas te esperan.
Ven pronto, Señor. ¡Ven, Salvador!
Oh Sol naciente, esplendor de la luz eterna y sol de justicia,
ven a iluminar a los que yacen en sombras de muerte.
Ven pronto, Señor. ¡Ven, Salvador!
Oh Rey de las naciones y Piedra angular de la Iglesia,
tú que unes a los pueblos,
ven a libertar a los hombres que has creado.
Ven pronto, Señor. ¡Ven, Salvador!
Oh Emmanuel, nuestro rey, salvador de las naciones,
esperanza de los pueblos,
ven a libertarnos, Señor, no tardes ya.
Ven pronto, Señor. ¡Ven, Salvador!

CANTO de Lucién Deiss:




La sopa de la Mendiga

En el pueblo ninguno era más pobre que Rebeca, pues sólo poseía los vestidos que llevaba. Y esto era muy poco. La blusa y la falda estaban desgarradas, las medias y las sandalias llenas de agujeros. Todos los habitantes del pueblo la conocían y Rebeca conocía a cada uno de ellos.
Cuando tenía hambre sabía dónde golpear y tenía la costumbre de dormir afuera. Aún en invierno sabía dónde encontrar un refugio. ¡Qué vida tan mísera! Sin embargo, Rebeca llevaba esta vida desde hace muchos años y no sentía envidia, ni la necesidad de cambiar lo que fuese.
A un campesino que un día se había apiadado de su suerte, ella le había respondido:
-- “Tú suerte por un lado es más penosa que la mía, en todo caso yo no la conozco”. Y como el campesino la miraba sorprendido, le explicó: Todos vosotros habéis sido mendigados por mi alguna vez, en cambio yo no he sido mendigada jamás por nadie”.
Le puso bajo su brazo la hogaza de pan que le había dado y se fue con una sonrisa maliciosa.
Poco después de esto, sobrevino una gran escasez en el país. La gente no tenía casi con que alimentarse. Cuando llegaba Rebeca, su presencia era molesta y se le cedía de mala gana los restos de comida. Tenía que golpear en muchas puertas para saciar su hambre. Un día recibió un poco de sopa caliente que llenaba la mitad del cuenco. ¡Qué suerte! Se había sentado al borde del camino para comerla, cuando vio unos viajeros que venían hacia donde ella estaba. Un hombre, una mujer y un pequeño asno. Eran María y José que caminaban hacia Belén. ¡Que sombría era la cara del hombre! ¡Y la de la mujer estaba pálida y hundida! A Rebeca le dio pena y les habló así:
-- “¡Eh buenas gentes! ¿Por qué estáis tan tristes? ¿Qué es lo que os pasa?
José miraba a Rebeca sin decir una palabra con los ojos fijos en el cuenco, parecían medir la sopa. María respondió dulcemente:
-- “Estamos al límite de nuestras fuerzas. La marcha resulta penosa cuando no se ha comido.”
-- “¿Por qué no compran comida?” preguntó la mendiga.
-- “¡Ya no nos queda dinero!” respondió María
-- “¿Y por qué no mendigan?, quiso saber Rebeca. María respondió confusa:
-- “Ya lo hemos intentado, pero nadie no ha dado nada”.
La mendiga asintió con la cabeza:
-- “¡Así es! Estos momentos son duros, la gente no tiene nada ni para ellos”. “Mirad la poca sopa que he recibido”.
Y les mostró su cuenco a medio llenar. De repente a Rebeca la pasó un pensamiento que todavía nunca le había venido:
“Decidme”, les preguntó, “¿Tienen un recipiente?”
Sí, María y José habían traído uno. La mendiga dijo con voz decidida:
-- “Entonces, venid, compartamos mi sopa y las penas”.
José le alargó su cuenco. Rebeca vertió lo necesario para ella. Después en un arrebato de generosidad, vertió un poco más todavía. Ella tenía su cuenco de forma que ni María ni José se dieran cuenta que estaba vacío.
Al mirar a los forasteros comer su sopa, la mendiga sintió una alegría que jamás había sentido hasta ahora. Por un instante, se olvidó de su propia hambre.
En unos momentos, María y José habían terminado su sopa y reemprendían el camino. Rebeca los siguió largo tiempo con la mirada. ¿No le había revelado ese lado de su suerte humana que ella no conocía? Ella, la mendiga Rebeca, había sido mendigada por primera vez en su vida. Finalmente se inclinó para recoger su cuenco y ¡estaba lleno hasta el borde! Lleno de una rica sopa caliente, a su gusto, una sopa que sació su hambre completamente.

lunes, 18 de diciembre de 2023

María, Madre de la esperanza

En la fiesta de la Virgen de la Esperanza

Papa Francisco Ecclesia in Europa, 125

María, Madre de la esperanza, ¡camina con nosotros!
Enséñanos a proclamar al Dios vivo;
ayúdanos a dar testimonio de Jesús, el único Salvador;
haznos serviciales con el prójimo, acogedores de los pobres,
artífices de justicia, constructores apasionados de un mundo más justo;
intercede por nosotros que actuamos en la historia
convencidos de que el designio del Padre se cumplirá.
Aurora de un mundo nuevo,
¡muéstrate, Madre de la esperanza y vela por nosotros!
Vela por la Iglesia en Europa:
que sea trasparencia del Evangelio;
que sea auténtico lugar de comunión;
que viva su misión de anunciar, celebrar y servir
el Evangelio de la esperanza para la paz y la alegría de todos.
Reina de la Paz, ¡protege la humanidad del tercer milenio!
Vela por todos los cristianos:
que prosigan confiados por la vía de la unidad, como fermento
para la concordia del Continente.
Vela por los jóvenes, esperanza del mañana:
que respondan generosamente a la llamada de Jesús;
Vela por los responsables de las naciones:
que se empeñen en construir una casa común,
en la que se respeten la dignidad y los derechos de todos.
María, ¡danos a Jesús! ¡Haz que lo sigamos y amemos!
Él es la esperanza de la Iglesia, de Europa y de la humanidad.
Él vive con nosotros, entre nosotros, en su Iglesia.
Contigo decimos «Ven, Señor Jesús» (Ap 22,20):
Que la esperanza de la gloria infundida por Él en nuestros corazones
dé frutos de justicia y de paz!

Pesebre de amor

- Hace tiempo que un viajero en uno de sus viajes por el mundo, llegó a una tierra en la que le llamó la atención la belleza de sus arroyos que cruzaban los campos y los sembrados. Habiendo caminado ya un rato, se encontró con las casas del pueblo, sencillas, coloridas y con las puertas abiertas de par en par. No podía creerlo... él venía de un lugar muy distinto. Se fue acercando, pero su sorpresa fue mayor cuando tres niños, hermanitos, salieron a recibirlo y lo invitaron a pasar, los padres de los niños invitaron al viajero a quedarse con ellos unos días.
- El viajero aprendió muchas cosas, por ejemplo, a hornear el pan, trabajar la tierra, ordeñar las vacas, pero había una de las cosas que hacían de la cual no podía descubrir el significado, cada día y algunos días en varias ocasiones el papá, la mamá y los hermanos se acercaban a una mesita donde habían colocado las figuras de María y José, un burrito y una vaca. Despacito dejaban una ramita entre María y José.
- Con el correr de los días el colchoncito de pajitas iba aumentando y se hacía más mullido. Cuando le llegó al viajero el momento de partir, la familia le entregó un pan calentito y frutas para el camino, lo abrazaron y lo despidieron. Ya se iba cuando dándose vuelta les dijo:
- Una cosa quisiera llevarme de este hermoso momento.
- Por supuesto, le contestaron. ¿Qué más podemos darte para el camino?
- ¿Por qué iban dejando esas ramitas a los pies de María y José?, preguntó el viajero.
Ellos sonrieron y el niño más pequeño respondió:
- Cada vez que hacemos algo con amor, buscamos una ramita y la llevamos al pesebre. Y así vamos preparando la cuna para que cuando llegue el niño Jesús, María tenga un lugar para recostarlo. Si amamos poco, el colchón va a ser un colchón delgado y por lo mismo frío. Pero si amamos mucho, Jesús va a estar más cómodo y calentito.
El viajero parecía comprenderlo todo. Sintió ganas de quedarse con esa familia hasta Nochebuena, pero una voz dentro de él lo invitó a llevar por otros pueblos lo que había conocido, tanto de nuevas labores, como de los corazones sencillos y tan llenos de amor, como los de esa familia.

domingo, 17 de diciembre de 2023

Himno de Adviento



Ya muy cercano, Emmanuel, hoy te presiente Israel,
que en triste exilio vive ahora y redención de ti implora.
Ven ya, del cielo resplandor, Sabiduría del Señor,
pues con tu luz, que el mundo ansía, nos llegará nueva alegría.
Llegando estás, Dios y Señor, del Sinaí legislador,
que la ley santa promulgaste y tu poder allí mostraste.
Ven, Vara santa de Jesé, contigo el pueblo a lo que fue
volver espera, pues aún gime bajo el cruel yugo que lo oprime.
Ven, Llave de David, que al fin el cielo abriste al hombre ruin
que hoy puede andar libre su vía, con la esperanza del gran día.
Aurora tú eres que, al nacer, nos trae nuevo amanecer,
y, con tu luz, viva esperanza el corazón del hombre alcanza.
Rey de la gloria, tu poder al enemigo ha de vencer,
y, al ayudar nuestra flaqueza, se manifiesta tu grandeza. Amén.

La esperanza

El rabino Hugo Grynn fue llevado a Auschwitz con su familia cuando era un niño. Una noche fría de invierno el padre de Hugo reunió a la familia en un barracón. Era la primera noche de la fiesta de Hanukkah, fiesta judía de las luces. Hugo contemplaba con horror cómo su padre cogió la última libra de manteca y la convertía con una tira de sus harapos en una vela.
-- Papá, no, gritaba el niño. Esa manteca es el último alimento que nos queda. ¿Cómo vamos a vivir?
El padre cogió una cerilla y encendió la vela y le dijo a su hijo:
-- Hijo mío, podemos vivir muchos días sin comida. No podemos vivir un minuto sin esperanza. Esta luz representa la esperanza. Nunca dejes que se apague ni aquí ni en ninguna parte.