sábado, 6 de junio de 2020

A Dios le gusta sorprender

A nuestro Dios le encantan los disfraces.
Se disfraza de aliento, de soplo, de brisa suave o viento huracanado.
De zarza ardiendo o nube opaca o luminosa.
De pan, de vino. De humano.
¡Dios es todo un furtivo! Lo suyo es sorprender.
No hacer nada como si estuviera previsto,
venir cuando no se le espera,
aparecer donde aparentemente nada tiene que hacer,
utilizar unas ropas con las que no le conocíamos,
deslizarse entre las páginas de una agenda apretada
en la que parece que no hay sitio para nadie,
dejarse oír en esa llamada de teléfono enervante,
sonreír al trasluz de esos ojos tan tristes,
pedir ayuda...
¡Ya lo creo que a Dios le gusta sorprender!
Al fin, el amor no es sino la capacidad cotidiana de dar sorpresas:
Cuando no hay sorpresas, el amor corre peligro de apagarse.
Al Señor le encanta sorprendernos.
No para cazarnos, sino para reavivar nuestra fe vacilante,
para despertar nuestra esperanza, para disfrutar de nuestro asombro.
No lo olvides: a Dios le encanta sorprender.
Si te pones a su alcance. Si te dejas sorprender.
Si, de hecho, ya andas sorprendido por las mil y una sorpresas
que te asaltan en tu vivir cotidiano...
Seguro: ¡Dios está cerca de ti!

El abad y los tres enigmas


Érase una vez un viejo monasterio, situado en el centro de un enorme y frondoso bosque, en el que vivían muchos frailes. Cada fraile tenía una misión diferente. Así había un fraile portero, otro médico, otro cocinero, otro bibliotecario, otro pastor, otro jardinero, otro hortelano, otro maestro, otro boticario. Es decir, había un fraile para cada oficio y todos llevaban una vida monástica entregada al estudio y a la oración. Como en todos los monasterios, el fraile que más mandaba era el abad.
Se cuenta que había llegado a oídos del señor obispo de aquella región que el abad del monasterio era un poco tonto y no estaba a la altura de su cargo. Para comprobar las habladurías de la gente le hizo llamar y le dio un año de plazo para que resolviera los tres enigmas siguientes:
1.º) Si yo quisiera dar la vuelta al mundo, ¿cuánto tardaría?
2.º) Si yo quisiera venderme, ¿cuánto valdría?
3.º) ¿Qué cosa estoy yo pensando que no es verdad?
El abad regresó al monasterio y se sentó en su despacho a pensar y pensar, y pensó tanto que por las orejas le salía humo. Se pasaba todo el día pensando, pero no se le ocurría nada; pensar sólo le daba un fuerte dolor de cabeza. Hasta entró en la biblioteca del monasterio por primera vez en su vida para buscar y rebuscar en los libros las soluciones y las respuestas que necesitaba.
Pasaba el tiempo sin que el abad resolviera los enigmas que le había planteado el señor obispo. Cuando ya quedaban pocos días para que se cumpliera el año de plazo salió a pasear por el bosque y se sentó desesperado debajo de un árbol. Un joven y humilde fraile pastor que estaba cuidando las ovejas del monasterio le oyó lamentarse y le preguntó qué le ocurría.
El abad le contó la entrevista con el señor obispo y los tres enigmas que le había planteado para probar sus conocimientos.
El frailecillo le dijo que no se preocupara más porque él sabría cómo contestar al señor obispo. Así que, el mismo día que se terminaba el año de plazo, se presentó el joven fraile ante el señor obispo disfrazado con el hábito del abad y la cabeza cubierta con la capucha para que el obispo no pudiera reconocerlo. Después de recibirlo, el señor obispo quiso saber las respuestas a sus enigmas y volvió a plantear al falso abad la primera pregunta:
- Si yo quisiera dar la vuelta al mundo... ¿cuánto tardaría?
- Si su ilustrísima caminara tan deprisa como el sol -contestó rápidamente el frailecillo- sólo tardaría veinticuatro horas.
El obispo, después de pensarlo un rato, quedó satisfecho con la respuesta, así que pasó a la segunda pregunta.
- Si yo quisiera venderme... ¿cuánto valdría?
El frailecillo respondió sin dudarlo:
- Quince monedas de plata.
Cuando el obispo oyó esta respuesta preguntó:
- ¿Por qué quince monedas?
- Porque a Jesucristo lo vendieron por treinta monedas de plata y es lógico pensar que su ilustrísima valga sólo la mitad.
Le iban convenciendo al señor obispo las respuestas de aquel abad y empezaba a pensar que no era tan tonto como le habían dicho. Entonces realizó la tercera y última pregunta:
- ¿Qué cosa estoy yo pensando que no es verdad?
- Su ilustrísima piensa que yo soy el abad del monasterio cuando en realidad sólo soy el fraile que cuida de las ovejas.
Entonces el obispo, dándose cuenta de la inteligencia de aquel joven fraile, decidió que el frailecillo ocupara el cargo de abad y que el abad se encargara de las ovejas.

miércoles, 3 de junio de 2020

Señor, dame valentía

Señor, dame la valentía de arriesgar la vida por ti,
el gozo desbordante de gastarme en tu servicio.
Dame, Señor, alas para volar
y pies para caminar al paso de los hombres.
Entrega, Señor, entrega para “dar la vida”
desde la vida, la de cada día.
Infúndenos, Señor, el deseo de darnos y entregarnos,
de dejar la vida en el servicio a los débiles.
Señor, haznos constructores de tu vida,
propagadores de tu reino,
ayúdanos a poner la tienda en medio de los hombres
para llevarles el tesoro de tu amor que salva.
Haznos, Señor, dóciles a tu Espíritu
para ser conducidos a dar la vida desde la cruz,
desde la vida que brota cuando el grano muere en el surco

¿Cucharita, taza o cubo?


Durante una visita a un Instituto Psiquiátrico, le pregunté al Director, qué criterio se usaba para definir si un paciente debería o no ser internado.
- Bueno -dijo el director- hacemos la prueba siguiente: Llenamos una bañera, luego le ofrecemos una cucharita, una taza y un cubo y le pedimos que vacíe la bañera. En función de cómo vacíe la bañera, sabemos si hay que internarlo o no y con qué tratamiento empezar...
- Ah, entiendo -dije- una persona normal, usaría el cubo porque es más grande que la cucharita y la taza.
- No -dijo el director- una persona normal quitaría el tapón.... Usted qué prefiere: ¿una habitación con o sin vista al jardín?

¡Estoy seguro que has pensado en el cubo... ¡¡Madre mía!! ¡¡Con qué clase de amigos me estoy juntando!!... ¡Jajaja!
¡Mi habitación da al jardín! ¿y la tuya?



lunes, 1 de junio de 2020

Lucero de la mañana


Lucero de la mañana, norte que muestra el camino,
cuando turba de continuo nuestro mar la tramontana.
Quien tanta grandeza explica sin alas puede volar,
porque no podrá alabar a la que es más santa y rica.
Sois pastora de tal suerte, que aseguráis los rebaños
de mortandades y daños, dando al lobo cruda muerte.
Dais vida a quien se os aplica, y en los cielos y en la tierra
libráis las almas de guerra, como poderosa y rica.
Si vuestro ejemplo tomasen las pastoras y pastores,
yo fío que de dolores para siempre se librasen.
Tanto Dios se os comunica, que sin fin os alabamos,
y más cuando os contemplamos en el mundo la más rica. Amén.

¿Águila o gallina?


Era una vez un campesino, que se fue al monte próximo y capturó una cría de águila. Llegó a casa y la juntó con las gallinas del gallinero. Pasado un tiempo, se adaptó perfectamente a la vida de las gallinas. Un naturalista visitó al campesino y, tras observar al águila discutieron:
- “Es y será una águila” sostenía el naturalista.
El campesino, por el contrario, insistía:
- “Se ha convertido en gallina”.
Varias veces colocó el naturalista al águila sobre su brazo animándola a que se atreviera a volar. Pero ella se negaba.
Después de varias pruebas, una mañana se dirigieron a la montaña. El naturalista tomó al águila y la puso sobre su brazo. Ella miró alrededor, abrió sus fuertes alas y voló, voló hasta confundirse con el azul del cielo.

“Muchos de nosotros pensamos, vivimos como gallinas. Pero somos águilas. Abramos las alas y volemos”

domingo, 31 de mayo de 2020

La hora del Espíritu

¡El mundo brilla de alegría!
¡Se renueva la faz de la tierra!
¡Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo!
Ésta es la hora en que rompe el Espíritu
el techo de la tierra,
y una lengua de fuego innumerable
purifica, renueva, enciende, alegra
las entrañas del mundo.
Ésta es la fuerza que pone en pie a la Iglesia
en medio de las plazas,
y levanta testigos en el pueblo
para hablar con palabras como espadas
delante de los jueces.
Llama profunda que escrutas e iluminas
el corazón del hombre:
restablece la fe con tu noticia,
y el amor ponga en vela la esperanza
hasta que el Señor vuelva.

Aprender a rezar


Sucedió en Canadá, hace muchos años. Un sacerdote, en un largo viaje a caballo por un extenso bosque, llegó hasta un claro y se paró a descansar. Unos hombres ennegrecidos, vestidos con harapos, apilaban leña para hacer carbón. Saltó del caballo y se acercó: Lo recibieron con alegría.
– ¿Son ustedes católicos?
– Si, lo somos -contestó uno de ellos.
– ¿Y rezan aquí, en medio de este bosque?
– Rezamos por la mañana e incluso durante el día, en el trabajo.
El sacerdote le pidió que rezara el padrenuestro y el avemaría. Pero no sabía.
– ¿Estás bautizado?
– Sí. Me bautizó un padre que hace muchos años pasó por mi cabaña. Solamente tuvo tiempo de explicarme algo sobre Jesús, sobre María la Virgen y el bautismo. Después me recomendó que me confesara y recibiera la comunión, cuando encontrarse otro padre. Usted es el primero.
– Pero, ¿cómo rezas?
– Todos los días cuando me levantó, digo: ‘Aquí estoy, Señor. Tu carbonero despertó. Te quiero mucho y quisiera llevarte vivo en mi corazón’. Después me voy a trabajar. Durante el día repito que lo amo y no quiero perderlo. No sé decir otra cosa…
El sacerdote quedó admirado de la profundidad de aquella sencilla oración, que no se encuentra en los libros, pero que estaba en el corazón de aquellos hombres y les había ayudado a mantener viva la fe.

La fe es gratuita y por eso mismo se expresa en la oración. Fe es esperar de Dios aquello que él quiere darnos; no debemos empeñarnos en querer ser nosotros mismos la medida del proyecto de Dios. Es esperar de Dios, no de nosotros mismos ni de nuestras obras