sábado, 31 de diciembre de 2016

Oración de fin y principio de año

Padre Tomás del Valle-Reyes

Señor, Dios, dueño del tiempo y de la eternidad,
tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro.
Al terminar este año quiero darte gracias
por todo aquello que recibí de TI.
Gracias por la vida y el amor, por las flores, el aire y el sol,
por la alegría y el dolor, por cuanto fue posible y por lo que no pudo ser.
Te ofrezco cuanto hice en este año, el trabajo que pude realizar
y las cosas que pasaron por mis manos y lo que con ellas pude construir.
Te presento a las personas que a lo largo de estos meses amé,
las amistades nuevas y los antiguos amores,
los más cercanos a mí y los que estén más lejos,
los que me dieron su mano y aquellos a los que pude ayudar,
con los que compartí la vida, el trabajo, el dolor y la alegría.
Pero también, Señor hoy quiero pedirte perdón,
perdón por el tiempo perdido, por el dinero mal gastado,
por la palabra inútil y el amor desperdiciado.
Perdón por las obras vacías y por el trabajo mal hecho,
y perdón por vivir sin entusiasmo.
También por la oración que poco a poco fui aplazando
y que hasta ahora vengo a presentarte.
Por todos mis olvidos, descuidos y silencios nuevamente te pido perdón.
En pocas horas iniciaremos un nuevo año
y detengo mi vida ante el nuevo calendario aún sin estrenar
y te presento estos días que sólo Tú sabes si llegaré a vivirlos.
Hoy te pido para mí y los míos la paz y la alegría,
la fuerza y la prudencia, la claridad y la sabiduría.
Quiero vivir cada día con optimismo y bondad
llevando a todas partes un corazón lleno de comprensión y paz.
Cierra Tú mis oídos a toda falsedad
y mis labios a palabras mentirosas, egoístas, mordaces o hirientes.
Abre en cambio mi ser a todo lo que es bueno:
que mi espíritu se llene sólo de bendiciones y las derrame a mi paso.

El cuadro del hijo

Un hombre rico y su hijo único tenían gran pasión por el arte. Tenían los mejores pintores en su colección; desde Rafael hasta Picasso. Un día, desgraciadamente, el hijo tuvo que ir a la guerra.
A los pocos meses, el padre recibió la noticia de que su hijo murió en la batalla mientras rescataba a otro soldado.
Un mes más tarde, alguien tocó a la puerta. Un joven con un gran paquete en sus manos dijo al padre:
- Señor, usted no me conoce, pero yo soy el soldado por quien su hijo dio la vida. Él me estaba llevando a un lugar seguro cuando una bala le atravesó el pecho, y murió al instante. Hablaba muy a menudo de usted y de su amor por el arte.
El muchacho extendió los brazos para entregar el paquete:
- Yo sé que esto no es mucho. No soy un gran artista, pero creo que a su hijo le hubiera gustado que usted recibiera esto.
El padre abrió el paquete. Era un retrato de su hijo, pintado por el joven soldado. Contempló con admiración la manera en que el soldado había captado la personalidad de su hijo en la pintura. El padre estaba tan atraído por la expresión de los ojos de su hijo que los suyos propios se arrasaron de lágrimas. Se lo agradeció al joven y ofreció pagarle por el cuadro.
- Oh no, señor, yo nunca podría pagarle lo que su hijo hizo por mí. Es un regalo.
El padre colgó el retrato en la repisa de su chimenea. Cada vez que los visitantes e invitados llegaban a su casa, les mostraba el retrato de su hijo antes de mostrar su famosa galería.
El hombre murió unos meses más tarde y se anunció una subasta con todas sus pinturas. Mucha gente importante e influyente acudió, con expectativas de hacerse con un famoso cuadro de la colección. Sobre la plataforma estaba el retrato del hijo.
El subastador golpeó su mazo para dar inicio a la subasta.
- Empezaremos la puja con este retrato del hijo, ¿quién ofrece por este retrato?
Hubo un gran silencio. Entonces una voz del fondo de la habitación grito:
- Queremos ver las pinturas famosas, olvídese de esa.
Sin embargo el subastador insistió:
- ¿Alguien ofrece algo por esta pintura? ¿100, 200 dólares?
- No venimos por esa pintura, gritó otro con enojo, sino por los Van Goghs, los Rembrandts. Vamos a las ofertas de verdad.
Pero aun así el subastador continuó con su labor:
- El hijo, el hijo, ¿quién se lleva el cuadro del hijo?
Finalmente una voz se oyó desde atrás: Era el viejo jardinero de la familia:
- Ofrezco 10 dólares”. Siendo pobre, era lo único que podía ofrecer.
- Tenemos 10 dólares, ¿quién da 20?, gritó el subastador”.
La multitud se estaba enfadando. No querían el cuadro del hijo. Querían los que representaban una valiosa inversión para sus propias colecciones. El subastador golpeó por fin el mazo:
- Va una, van dos, ¡VENDIDA por 10 dólares!
- Ya era hora. Empecemos con la colección, gritó uno.
El subastador soltó su mazo y dijo:
- Lo siento mucho, damas y caballeros, pero la subasta llegó a su final.
- Pero, ¿y las pinturas?, dijeron los interesados.
- Lo siento, contestó el subastador. Cuando me llamaron para conducir esta subasta, se me reveló un secreto estipulado en el testamento del dueño. Yo no tenía permitido revelar esta clausula hasta este momento. Solamente la pintura del hijo sería subastada. Porque aquel que la aceptara heredaría absolutamente todas las posesiones de este hombre, incluyendo las famosas pinturas. El hombre que aceptó quedarse con “el hijo” se queda con todo.

martes, 27 de diciembre de 2016

Hoy quisiera ser pastor

J. Leoz 


Hoy quisiera ser pastor, Señor.
Ser el primero en llegarme hasta Ti, Señor y bendecir tu Nombre
Arrodillarme con lo todo lo que soy, pienso y tengo
y postrarme, sabedor, de que mi corazón
a veces anda demasiado perdido en las montañas del mundo.
HOY QUISIERA SER PASTOR, SEÑOR
Y, en medio de la noche fría, que fueran mis palabras calor en tu regazo.
Que en la oscuridad y silencio de tu Nacimiento, fuese mi FE
lámpara que iluminase las sombras y los rostros de este establo
¿ME DEJAS SER PASTOR, SEÑOR?
No tengo más riqueza que la vida que Dios me ha dado
Ni más dulce, que la alegría de tu alumbramiento
Ni más apoyo, que el saber que Tú has venido a nuestro lado
HOY QUISIERA SER PASTOR, SEÑOR
Por ello mismo, he dejado los valles de mi comodidad
Porque, la noticia que tus Ángeles me han dado,
ha superado la importancia de todo lo que yo estaba haciendo
¡DÉJAME SER PASTOR, EN ESTAS HORAS, MI SEÑOR!
Me ha costado esfuerzo llegar hasta Belén
Me he perdido por otros senderos
con los que el maligno me tentaba para alejarme de tu sendero.
Pero lo importante, Señor, es que he tocado tus divinas sienes;
que he alcanzado ese rincón del amor y de ternura
que, los tiempos antiguos, nos anunciaron
y los cuales reyes, patriarcas y profetas soñaron… y desearon vivir.
¡QUIERO SER PASTOR, SEÑOR!
Y cuidarte en esta Noche Santa como quien sabe,
que de su rebaño, eres el más bello Cordero
que, entre maderas nació.
¡DEJAME, TE LO RUEGO, SER UN PASTOR!
Y, dame, Tú Señor, lo que es tu gran tesoro y secreto:
AMOR Y SOLO AMOR DE DIOS

La pelea de los hijos del labrador

Los hijos de un labrador estaban peleados. Éste, a pesar de sus muchas recomendaciones, no conseguía con sus argumentos hacerles cambiar de actitud. Decidió que había que conseguirlo con la práctica. Les exhortó a que le trajeran un haz de varas. Cuando hicieron lo ordenado, les entregó primero las varas juntas y mandó que las partieran. Aunque se esforzaron no pudieron; a continuación, desató el haz y les dio las varas una a una. Al poderlas romper así fácilmente dijo:
- «Pues bien, hijos, también vosotros, si conseguís tener armonía seréis invencibles ante vuestros enemigos, pero si os peleáis, seréis una presa fácil.»
La fábula muestra que tan superior en fuerza es la concordia como fácil de vencer es la discordia.
Entre los antiguos había un hombre muy viejo que tenía muchos hijos. Cuando iba a terminar ya su vida les pidió que le trajesen, si la había, una gavilla de finos juncos. Uno de ellos se la trajo: «Intentad, hijos, con toda vuestra fuerza, romper los juncos así entrelazados unos con otros.» Pero ellos no podían. «Intentadlo ahora de uno en uno» a medida que los rompían con toda facilidad, les dijo:
- «Hijos míos, de igual manera si convivís todos unos con otros, nadie podrá haceros daño, por mucha fuerza que tenga. En cambio, si cada uno toma una decisión al margen del otro, os pasará lo mismo que a cada uno de los juncos.»
La hermandad es el mayor bien de los hombres: incluso a los humildes los eleva a las alturas.

lunes, 26 de diciembre de 2016

Estoy aquí, junto a ti

Estoy aquí, junto a ti;
he nacido en la pobreza y en la humildad,
he venido en la sencillez, y estoy aquí para quedarme contigo.
¿Ya sabes qué lugar de tu corazón me vas a regalar?
Hace tiempo que camino a tu lado y voy dentro de ti,
pero en esta Navidad vengo a quedarme en tu vida.
¿Por qué me tienes aquí, oculto, algo escondido?
Soy la meta de tus caminos. Lloro tus lágrimas. Soy tu alegría.
Estoy contigo cuando te sientes perdido. He sufrido tu miedo.
Mi amor se ha hecho tu prisionero. Estoy en tu necesidad, en tus caídas.
Al nacer abracé todos tus días y tus noches.
Me he metido en la aventura de tu vida, me he hecho tu hermano.
Estoy aquí. ¡Ya es Navidad! Y la Navidad permanece para siempre.

El anciano ingenioso

El sultán sale una mañana rodeado de su fastuosa corte. A poco de salir encuentran a un campesino, que planta afanoso una palmera. El sultán se detiene al verlo y le pregunta asombrado.
— 0h, cheikk (anciano)!, plantas esta palmera y no sabes quiénes comerán su fruto... muchos años necesita para que madure, y tu vida se acerca a su término.
El anciano lo mira bondadosamente y luego le contesta:
— ¡Oh, sultán! Plantaron otros y comimos nosotros; plantemos nosotros para que otros coman.
El sultán se admira de tan grande generosidad y le entrega cien monedas de plata, que el anciano toma haciendo una reverencia, y luego dice:
— ¿Has visto, ¡oh, rey!, cuán pronto ha dado fruto la palmera?
Más y más asombrado, el sultán, al ver cómo tiene sabia salida para todo un hombre del campo, le entrega otras cien monedas.
El ingenioso viejo las besa y luego contesta prontamente:
— ¡Oh, sultán!, lo más extraordinario de todo es que generalmente una palmera sólo da fruto una vez al año y la mía me ha dado dos en menos de una hora.
Maravillado está el sultán con esta nueva salida, ríe y exclama dirigiéndose a sus acompañantes:
— ¡Vamos..., vamos pronto! Si estamos aquí un poco más de tiempo este buen hombre se quedará con mi bolsa a fuerza de ingenio.

domingo, 25 de diciembre de 2016

Navidad es renacer

La Navidad es cercanía: rompe con lo que te separa de los demás
La Navidad es amor: ¡bríndate generosamente!
La Navidad es oración: si estás frío con Dios, háblale
La Navidad es canto: si estás desafinado, entónate
La Navidad es perdón: si estás enojado, reconcíliate
La Navidad es adoración: si eres soberbio, arrodíllate
La Navidad es dulzura: si estás amargado, dulcifica tu persona
La Navidad es cielo: si vives en un infierno, coge la escalera de Jesús
La Navidad es paz: si eres violento, busca las armas de la fraternidad
La Navidad es compartir: si eres tacaño, despréndete de algo
La Navidad es confiar: si eres desconfiado, da otra oportunidad
La Navidad es alegría: si estás triste, busca razones para la sonrisa
La Navidad es esperanza: si estás derrotado, levántate: Dios te quiere
La Navidad es regalos: si no los tienes, aprende a conquistarlos
La Navidad es silencio: si estás afónico, serénate un poco
La Navidad es Dios: si vives lejos de El, aún estás a tiempo para volver
La Navidad es Jesús: si no lo ves, búscalo dentro de ti
La Navidad es María: si te parece pobre, enriquécela con tu cariño
La Navidad es José: si no eres responsable, mírale de cerca
La Navidad es Angel: si no tienes alas, supérate a ti mismo
La Navidad es anuncio: si estás sordo, abre tus oídos a la Buena Noticia
La Navidad es verdad: si vives en la falsedad, recupera la transparencia.

Mensaje de Dios al hombre

Querido hombre:
Con gozo y alegría te comunico que ha llegado el tiempo, se ha cumplido la espera anunciada desde antiguo, ¡y ésta es la noticia!: os envío a mi Hijo.
Alegraos todos, poneos de fiesta porque hoy el cielo y la tierra se unen.
Decidlo a todos; anunciadlo por todos los rincones; pregonadlo allí donde hay desesperación y miedo: mi Hijo ha puesto su morada y ha establecido para siempre su domicilio en la ciudad de los hombres.
Lleva un mensaje de paz y de alegría. Lleva en su corazón todo lo mejor de mi corazón de Dios. Lleva en sus labios la palabra que los afligidos esperaban. Lleva en sus manos la bendición y la ayuda que muchas manos de hombres esperaban. Lleva en su mirada la profundidad del rostro de Dios.
Hombres, abrid los ojos, levantad la mirada: con vosotros está. ¡Reconoced al que ha salido del cielo para abrir las puertas cerradas! Desde ahora todo lo mejor ya es posible en la tierra. Desde ahora la tierra ya es también la “casa de Dios”, porque en ella habita mi Hijo, al que os envío.
No tembléis, hombres, ante esta presencia. Alegraos.
El Hijo que os envío es Salvador. Su presencia es sencilla. Ya podéis mirar a Dios, queridos hombres, sin miedo a morir. Ya podéis entablar un nuevo diálogo conmigo, según Él os enseñe.
Hombres, sabedlo, toda mi imaginación de Dios, todo mi amor reiterado desde antiguo… está concentrado en este Hijo, el recién nacido de Belén.
Vosotros, los sencillos, los que esperáis todo porque el corazón no está agostado por las cosas, sed los primeros en ir a Él y en reconocerlo… y cantad y proclamad: “Grande es el Dios de nuestros padres.”
Querido hombre, desde ahora, cuando quieras saber algo de mí no tienes más que ir a Él. Desde ahora, cuando el peso de tus cadenas te sea insoportable… no tienes más que ir a Él. Yo soy así. Yo, Dios, hago las cosas así: en la fragilidad de este Niño está todo mi poder de Dios. Creedlo. En este Niño recién nacido está la salvación y la Palabra final de Dios. Abrid, hombres, vuestros ojos; abrid vuestros oídos; abrid vuestro corazón; abrid vuestra esperanza… Abríos a esta novedad, hombres de todos los pueblos del mundo.
Este es el mensaje en esta noche. Está permitida la alegría. Está permitido soñar. Está permitido creer en la paz para los hombres… Está permitido creer que lo imposible será posible. Está permitido dar gracias y cantar… Hombres, en esta noche os está permitido mirar al sol en medio de la noche.
Yo, Dios, os comunico esto para que lo reconozcáis y caminéis como hombres razonables. Yo, Dios, os hablo estas cosa para que lo reconozcáis en la sencillez de un pesebre y en la soledad y silencio de esta noche. El grande, el que esperaron los profetas, el anunciado desde antiguo está ya entre vosotros. ¡Paz a los hombres que aman el nombre de Dios!.
Yo, Dios, os lo digo y lo hago. Yo, Dios, os lo anuncio.