sábado, 30 de diciembre de 2017

Oración por la familia

Dios y Padre santo, autor del universo,
que creaste al hombre y a la mujer a tu imagen,
Tú bendices y multiplicas el amor de nuestras familias.
Te pedimos humildemente por todas las familias,
especialmente por las que sufren.
Descienda, Señor, sobre ellas tu bendición y la fuerza de tu Espíritu.
Que en la alegría te alabemos, Señor, y en la tristeza te busquemos;
en el trabajo encontremos el gozo de tu ayuda
y en la necesidad sintamos cercano tu consuelo.
Que la Comunión contigo, Señor, transforme nuestra vida
y nuestras familias den buen testimonio
de esperanza, fe y solidaridad con los pobres.

El anillo de boda

El anillo de boda es uno de los símbolos que se entregan los esposos, durante la ceremonia de la boda, como signo de amor y fidelidad. Por eso también se denomina “alianza”.
Parece ser que la primera constancia del uso de anillos se encuentra en Egipto, en el año 2700 a.C. En ese tiempo, los enlaces entre los matrimonios egipcios se sellaban entregando unos anillos que, por su forma circular, personificaban la eternidad: una línea sin fin del amor que se habían prometido. Los anillos se realizaban habitualmente de tela, renovándose cada año las promesas de amor y los anillos que las simbolizaban. También se fabricaban en otros materiales, siendo frecuente el uso del oro en las clases sociales más altas.
Se cree que este signo se entremezcló con otro que proviene de la antigua Roma, donde era costumbre “sellar” las cartas y los documentos (cuando alguien adoptaba un hijo, le entregaba el anillo con el sello familiar), y las esposas sellaban las arcas y los cajones de las provisiones, a fin de controlar los posibles robos en las despensas.
Por esta razón, en la celebración del “contrato” del matrimonio, se hacían entrega del anillo con el sello, quedando así la esposa como responsable del ajuar y las despensas familiares.
Posteriormente, los cristianos adoptaron esta entrega como símbolo de su compromiso matrimonial, usándolo habitualmente en el dedo anular desde que San Isidoro dijo que en dicho dedo existía una vena que llegaba hasta el corazón.
Pero hay una antigua leyenda que cuenta, de forma más romántica, el motivo por el que el anillo se utiliza en el cuarto dedo de la mano.
Los pulgares representan a los padres. Los índices representan a los hermanos y amigos. El dedo corazón representa a uno mismo. El dedo anular representa a la pareja. El dedo meñique representa a los hijos.
 Junta tus manos por la punta de los dedos y une los dedos medios, doblándolos para que queden nudillo con nudillo. Entonces prueba a separar cada pareja de dedos “enfrentados”.
Al intentar separar de forma paralela los pulgares (que representan a tus padres) se abren fácilmente. Eso es porque tus padres no están destinados a vivir contigo hasta el día de tu muerte. Únelos de nuevo.
Ahora intenta separar igual los dedos índices (representan a tus hermanos y amigos). Notarás que también se abren porque ellos van por caminos diferentes al tuyo, como casarse y tener hijos. Vuelve a unirlos.
Si intentas separar de la misma forma los dedos meñiques (que representan a tus hijos) también se abren, porque tus hijos crecen y cuando ya no te necesitan se van.
Finalmente, trata de separar tus dedos anulares (el cuarto dedo, que representa a tu pareja) y te sorprenderás al ver que simplemente no puedes separarlos. Eso se debe a que una pareja está destinada a permanecer unida hasta el último día de sus vidas y por eso el anillo se usa en ese dedo.

jueves, 28 de diciembre de 2017

Himno Liturgia de las Horas

Oye, ansioso y turbado, el rey tirano
que ha nacido en Belén el Rey de reyes,
el que viene a cambiar todas las leyes
y a remover el corazón humano.
Con la nueva, exclamó loco de saña:
«Si este pequeño vive, soy depuesto.
Ministro, empuña el sable, vete presto.
Las cunas con la sangre riega y baña.»
¿Qué aprovecha delito tan extraño?
¿De qué sirven a Herodes sus maldades?
Ejemplo son de tantas crueldades
en que el hombre se ciega haciendo daño.
Jesús, tú que escapaste de su espada,
ayuda a quienes hoy huir no pueden,
no dejes que los hombres hoy se queden
hundidos en violencia despiadada.
Sabes, Señor, que Herodes todavía
reina de los hombres en el corazón;
convierte, Cristo, esta violencia mía
en pacífica siembra de tu amor. Amén.

El orfebre

Una vez hubo un grupo de mujeres estudiando el libro de Malaquías en el Antiguo Testamento. Mientras estudiaban el capítulo tres se encontraron con el tercer versillo, que dice: “Se sentará como un refinador y purificador de plata”. Este versillo desconcertó a las mujeres y se preguntaron qué significaba esta afirmación acerca del carácter y la naturaleza de Dios. Una de las mujeres se ofreció a averiguar acerca del proceso de refinamiento de la plata y contarlo al grupo.
Esa semana la mujer llamó a un orfebre y pidió una cita para observarlo trabajar. No mencionó nada acerca de los motivos de su interés más allá de su curiosidad acerca del proceso de refinamiento de la plata. Mientras miraba al orfebre, éste sostenía una pieza de plata sobre el fuego y la dejaba calentar. Explicó que en el refinamiento de la plata, uno necesitaba sostener la plata en medio del fuego donde las llamas son más calientes como para hacer desaparecer todas las impurezas.
La mujer pensó en Dios sosteniéndonos en un punto tan caliente –luego pensó nuevamente en el versillo, que él se sienta como un refinador y purificador de la plata.
Le preguntó al orfebre si era cierto que él tenía que sentarse allí delante del fuego todo el tiempo que la plata era refinada.
El hombre le respondió que “Sí”, y explicó que no sólo se tenía que sentar allí sosteniendo la plata sino que además tenía que mantener su mirada sobre la plata todo el tiempo que estaba en el fuego. Si dejaba la plata en el fuego un momento demasiado largo, se dañaba.
La mujer se quedó en silencio. Luego le preguntó al orfebre:
- “¿Cómo sabes cuando la plata está completamente refinada?”
Él le sonrió y contestó:
- “Ah, eso es fácil. Cuando veo mi imagen en ella”.
Si hoy sientes el calor del fuego de este mundo, sólo recuerda que Dios tiene puestos sus ojos en ti.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

El ladrón del Portal

Pedro Pablo Sacristán
Era ya noche en Judea, contaba un
niño pastor
cuando al pasar junto a un pueblo un bebé me sonrió.
No fue una sonrisa hueca, ni fue un gesto juguetón.
Tampoco mostraba queja aunque muy pobre nació.
Fue una sonrisa perfecta que… ¡estaba llena de Amor!
Pero al verlo tan humilde, durmiendo sobre un cajón,
me llegué a sentir muy triste. Y tan gran pena me dio
que, aprovechando un despiste, lo tomé como un ladrón
para llevarlo conmigo y poder darle algo mejor.
Cuando, al momento siguiente, su madre ya no lo vio
fue a buscarlo entre la gente, mas tampoco lo encontró.
Preocupada por su suerte casi moría de dolor
Y llorando dulcemente entre lágrimas cantó:
“¿Quién apagó las estrellas llevándose su color?
¿Quién nos ha dejado a oscuras robando a quien hizo el sol?
¿Quién prefiere andar perdido y no tener Salvador?
¿Quién se ha llevado a mi Niño? ¿Quién ha robado al Señor?”
Viendo que allí lo querían tan bien como lo haría yo,
aunque el miedo me vencía, tuve que hacer confesión:
“Yo me lo llevé un ratito, lo guardé en mi corazón,
para decirle bajito: Niño, te quiero un montón.”
La madre, con gran alivio, sonriendo respondió:
“Para hacer eso, cariño, no hay que secuestrar a Dios;
basta con que lo compartas con cuanta más gente, mejor.
Y que, allá donde tú vayas, hagas bien y des amor.”
Yo, que aún era pequeño, aprendí bien la lección.
Y desde entonces recuerdo que ese Niño, que era Dios,
No solo me amó primero, sino que me hizo mejor.

martes, 26 de diciembre de 2017

La pequeña Estrella de Navidad

Pedro Pablo Sacristán

De entre todas las estrellas que brillan en el cielo, siempre había existido una más brillante y bella que las demás. Todos los planetas y estrellas del cielo la contemplaban con admiración, y se preguntaban cuál sería la importante misión que debía cumplir. Y lo mismo hacía la estrella, consciente de su incomparable belleza.
Las dudas se acabaron cuando un grupo de ángeles fue a buscar a la gran estrella:
- Corre. Ha llegado tu momento, el Señor te llama para encargarte una importante misión.
Y ella acudió tan rápido como pudo para enterarse de que debía indicar el lugar en que ocurriría el suceso más importante de la historia.
La estrella se llenó de orgullo, se vistió con sus mejores brillos, y se dispuso a seguir a los ángeles que le indicarían el lugar. Brillaba con tal fuerza y belleza, que podía ser vista desde todos los lugares de la tierra, y hasta un grupo de sabios decidió seguirla, sabedores de que debía indicar algo importante.
Durante días la estrella siguió a los ángeles, indicando el camino, ansiosa por descubrir cómo sería el lugar que iba a iluminar. Pero cuando los ángeles se pararon, y con gran alegría dijeron “Aquí es”, la estrella no lo podía creer. No había ni palacios, ni castillos, ni mansiones, ni oro ni joyas. Sólo un pequeño establo medio abandonado, sucio y maloliente.
- ¡Ah, no! ¡Eso no! ¡Yo no puedo desperdiciar mi brillo y mi belleza alumbrando un lugar como éste! ¡Yo nací para algo más grande!
Y aunque los ángeles trataron de calmarla, la furia de la estrella creció y creció, y llegó a juntar tanta soberbia y orgullo en su interior, que comenzó a arder. Y así se consumió en sí misma, desapareciendo.
¡Menudo problema! Tan sólo faltaban unos días para el gran momento, y se habían quedado sin estrella.
Los ángeles, presa del pánico, corrieron al Cielo a contar a Dios lo que había ocurrido. Éste, después de meditar durante un momento, les dijo:
- Buscad y llamad entonces a la más pequeña, a la más humilde y alegre de todas las estrellas que encontréis.
Sorprendidos por el mandato, pero sin dudarlo, porque el Señor solía hacer esas cosas, los ángeles volaron por los cielos en busca de la más diminuta y alegre de las estrellas. Era una estrella pequeñísima, tan pequeña como un granito de arena. Se sabía tan poca cosa, que no daba ninguna importancia a su brillo, y dedicaba todo el tiempo a reír y charlar con sus amigas las estrellas más grandes. Cuando llegó ante el Señor, este le dijo:
- La estrella más perfecta de la creación, la más maravillosa y brillante, me ha fallado por su soberbia. He pensado que tú, la más humilde y alegre de todas las estrellas, serías la indicada para ocupar su lugar y alumbrar el hecho más importante de la historia: el nacimiento del Niño Dios en Belén.
Tanta emoción llenó a nuestra estrellita, y tanta alegría sintió, que ya había llegado a Belén tras los ángeles cuando se dio cuenta de que su brillo era insignificante y que, por más que lo intentara, no era capaz de brillar mucho más que una luciérnaga.
“Claro”, se dijo. “Pero cómo no lo habré pensado antes de aceptar el encargo. ¡Si soy la estrella más pequeña! Es totalmente imposible que yo pueda hacerlo tan bien como aquella gran estrella brillante... ¡Que pena! Mira que ir a desaprovechar una ocasión que envidiarían todas las estrellas del mundo...”.
Entonces pensó de nuevo “todas las estrellas del mundo”. ¡Seguro que estarían encantadas de participar en algo así! Y sin dudarlo, surcó los cielos con un mensaje para todas sus amigas:
"El 25 de diciembre, a medianoche, quiero compartir con vosotras la mayor gloria que puede haber para una estrella: ¡alumbrar el nacimiento de Dios! Os espero en el pueblecito de Belén, junto a un pequeño establo."
Y efectivamente, ninguna de las estrellas rechazó tan generosa invitación. Y tantas y tantas estrellas se juntaron, que entre todas formaron la Estrella de Navidad más bella que se haya visto nunca, aunque a nuestra estrellita ni siquiera se la distinguía entre tanto brillo. Y encantado por su excelente servicio, y en premio por su humildad y generosidad, Dios convirtió a la pequeña mensajera en una preciosa estrella fugaz, y le dio el don de conceder deseos cada vez que alguien viera su bellísima estela brillar en el cielo.

Me necesitas, Señor,... nos necesitas

Mari Patxi Ayerra

Es fantástico, Señor, Tú nos necesitas.
Tú cuentas con nosotros para continuar la vida,
Tú nos has incluido en tus proyectos,
Tú sabes lo que cada uno tenemos de valioso.
Nosotros andamos ocupados en satisfacer nuestras necesidades.
No agobian, nos preocupan, nos distraen
y, sobre todo, nos hacen no escuchar las de los otros,
o darles menor importancia que a las nuestras.
Tú nos hablas de ellos por todos los rincones.
Tú nos cuentas cómo viven, cómo están y qué les pasa,
Tú nos sigues susurrando palabras de Amor,
Tú nos recuerdas que somos hermanos,
Tú haces que nos duela lo que le ocurre al otro
y al final nos despiertas y nos pones en marcha.
Toma hoy nuestra vida, Señor, cógela en tus manos.
te hacemos la entrega de todas nuestras disculpas,
de nuestra tibieza y mediocridad en el amor.
Señor, nos necesitas, así que…
Toma Tú, junto a nosotros, el timón de nuestro día
para que pasemos de vivir en la apatía a vivir en la utopía.

domingo, 24 de diciembre de 2017

Un hueco en el Belén

Pedro Pablo Sacristán

Simón era un pequeña figurita de plástico para poner en cualquier esquina de un belén navideño. Había nacido en una gran fábrica en China y ni siquiera estaba muy bien pintado, así que siempre le tocaba estar lejos del portal, rellenando cualquier hueco o dejándose mordisquear por los niños de la casa. Pero quería mucho al Niño, quien todos los días le miraba y sonreía desde el pesebre. Él solo soñaba con que algún año le colocaran cerca del portal…
Una noche, poco antes de Navidad, María hizo llamar a todo el mundo.
- Necesitamos vuestra ayuda. Está a punto de empezar una gran guerra y Jesusito ha tenido que irse para tratar de evitarla. Alguien tiene que sustituirle hasta que vuelva.
- Yo lo haré -dijo un precioso angelito-. No creo que sea difícil hacer de bebé.
El angelito ocupó su puesto en el pesebre, así que otro angelito tuvo que ocupar el lugar que dejó vacío. A ese otro angelito lo sustituyó un pastorcillo… y así muchas figuritas tuvieron que cambiar sus puestos. Con los cambios, Simón terminó haciendo de pastor, mucho más cerca del portal de lo que le había tocado nunca.
Pero no salió bien. El angelito era precioso y lloraba como un bebé, pero se notaba muchísimo que no era el Niño. José tuvo que pedirle que se marchara y buscaron otro sustituto. Nuevamente las figuritas cambiaron sus puestos y Simón terminó aún más cerca del portal.
El nuevo sustituto tampoco supo imitar al Niño. Y tampoco ninguno de los muchos otros que siguieron probando durante toda la noche. Con los cambios, Simón llegó a estar muy, muy cerca del portal. Emocionado, ayudaba en todo lo que podía: cepillaba los animales, limpiaba el establo, llevaba el agua, charlaba con los ancianos, cantaba con los angelitos... Lo hizo tan bien que, cuando por fin encontraron un buen sustituto, María y José le dejaron quedarse por allí cerca.
Era la figurita más feliz  del mundo y solo una cosa le intrigaba: había ido por agua cuando eligieron al sustituto y no había visto quién era. Siempre que miraba estaba cubierto por las sábanas y, como nadie echaba de menos al verdadero Niño, Simón tenía la esperanza de que fuera el mismo Jesús quien había vuelto. Un día no pudo más y, aprovechando que era temprano y todos dormían, miró bajo las sábanas…
Cuando sacó la cabeza una enorme lágrima rodaba por su mejilla. María le miraba dulcemente.
- No está…
- Lo sé -dijo María-. No hay nadie. El sustituto de Jesús no está en la cuna. Eres tú, Simón.
- Pero si yo solo soy una figurita mal hecha…
- ¡No estarás tan mal hecha cuando has conseguido que nadie se dé cuenta de que no estaba! Mira, Simón, tú has hecho lo que mejor se le da a Jesús: querer a todos tanto que se sientan verdaderamente especiales ¿Verdad que lo sentías cuando Él te miraba cada día? Y los demás lo sienten gracias a ti.
Simón sonrió.
- Jesús me ha pedido que sigas guardándole el secreto. Sigue buscando sustitutos como tú en cada pequeño rincón del mundo, para convertirlo en un lugar mejor ¿Querrías seguir siendo el niño invisible de este nacimiento?
¡Por supuesto que quería! Y así fue cómo Simón se unió a la inmensa lista de gente que, como querría Jesús, celebran la Navidad haciendo que su pequeño mundo sea un poco mejor.

Pregón de Navidad

Poema de Francisco Vaquerizo

Con vuestro permiso vengo, amigos, a pregonar el nacimiento, en Belén,
de un Infante que abrirá los portones de la Gloria a toda la humanidad.
Con vuestro permiso vengo, amigos, a pregonar suceso tan memorable,
evento tan singular que hasta los coros angélicos se encargaron de anunciar
diciendo “gloria en los cielos y en la tierra, al hombre, paz”.
Y es que Jesús – Enmanuel”- ha nacido en un Portal. 
Atención hacia este Niño, porque no es un niño más, es el Hijo de Dios vivo.
Amigos, amigos todos, acercaos y mirad al Niño Jesús, que llora
siendo Él la felicidad y la dicha por sí mismo.
Y otro detalle observad: que apenas tiene pañales
ni cuna donde posar, siendo Él la misma riqueza
Tened en cuenta asimismo la tremenda soledad
en que se ve, pese a ser la divina Majestad.
¿Por qué hace el Niño estas cosas? Yo digo que las hará
porque viene a dar ejemplo de pobreza y humildad.
Y, sin embargo, parece feliz que no cabe más;
su sonrisa de cariño, su mirada de amistad
y la infinita ternura de su rostro celestial.
Reyes magos de muy lejos lo vinieron a adorar,
a sus plantas se postraron con toda solemnidad
y, antes de volverse a casa, dones le fueron a dar
de oro, de incienso y de mirra, que son de mucho estimar.
Quiera Dios que, en estos días alegres de Navidad,
no echemos en el olvido algo tan elemental
como que el Divino Infante es el punto principal de la Navidad.
La Navidad es un Niño que nace para librar a los hombres del pecado,
y el  que quiera de verdad vivir estos días santos con toda autenticidad,
ha de poner su mirada y su amor en el Portal
donde Jesús Niño estrena nuestra condición mortal.
Con vuestro permiso, amigos, mi pregón llega al final,
no sin antes desearos mucho amor y mucha paz
y unos días de descanso y de gozo celestial.