sábado, 16 de diciembre de 2017

¡Ven ya, Señor!

¡Ya, Señor! ¿Para cuándo esperas? ¡Ahora!
Ven pronto, ven, que el mundo gira a ciegas ignorando el amor que lo sustenta.
Ven pronto, ven, Señor, que hoy entre hermanos se tienden trampas y se esconden lazos.
Ven, que la libertad está entre rejas
del miedo que unos a otros se profesan.
Ven, ven, no dejes ahora de escucharnos cuando tanto camino está cerrado.
¡Ya, Señor! ¿Para cuándo esperas? ¡Ahora!
¿No has de ser la alegría de los pobres, de los que en ti su confianza ponen?
¿No has de ser para el triste y afligido consuelo en su pesar, luz en su grito?
¿Quién pondrá paz en nuestros corazones si tu ternura y compasión se esconden?
¿Quién colmará este hambre de infinito
si a colmarlo no vienes por ti mismo?
¡Ya, Señor! ¿Para cuándo esperas? Ahora

El valor del anillo

 Jorge Bucay

Había una vez un joven que acudió a un sabio en busca de ayuda.
- Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
- Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mis propios problemas. Quizás después… -y haciendo una pausa agregó: Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
- E…encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era no era valorado y sus necesidades olvidadas.
- Bien- asintió el maestro.
Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó-
- Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.
Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara. Sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, monto su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda. Entró en la habitación.
- Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
- Qué importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
- ¡¿58 monedas?! -exclamó el joven.
- Sí -replicó el joyero- Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… si la venta es urgente…
El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
- Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Tienes compasión de todos, Señor

Señor Jesús, tienes compasión de los que no te encuentran 
y te acercas a todos, 
Tienes compasión de los que te tememos 
y te haces pequeño. 
Tienes compasión de los que somos demasiado duros 
y te manifiestas como ternura. 
Gracias, Jesús. 
Tienes compasión de los que tenemos hambre 
y te conviertes en pan de vida. 
Tienes compasión de los que no te entendemos 
y te haces Palabra. 
Tienes compasión de los que nos sentimos solos y perdidos 
y te haces nuestro compañero de camino. 
Gracias, Jesús. 
Tienes compasión de los que sufren en su cuerpo o su alma 
y te presentas como nuestro médico y medicina. 
Tienes compasión de los que somos perezosos para servir 
y te haces nuestro esclavo. 
Tienes compasión de los que pecamos 
y cargas con las consecuencias de nuestros errores. 
Gracias, Jesús. 
Tienes compasión de los que nos cuesta entregarnos 
y te ofreces por nosotros en la cruz. 
Tienes compasión de los que tenemos la muerte 
y con tu resurrección abres las puertas de la Vida eterna. 
Tienes compasión de los somos cobardes y miedosos 
y nos regalas la fuerza de tu mismo Espíritu. 
Gracias, Jesús.

El hombre santo

Hace mucho tiempo, en una campiña alejada se propagó la voz sobre un sabio hombre santo que vivía en una casa pequeña encima de la montaña.
Un hombre de la aldea decidió hacer el largo y difícil viaje para visitarlo. Cuando llegó a la casa, vio a un viejo criado en el interior, que lo saludó en la puerta.
– Quisiera ver al sabio hombre santo –le dijo al criado.
El sirviente sonrió y lo condujo adentro.
Mientras caminaban a través de la casa, el hombre de la aldea miró con impaciencia por todos lados en la casa, tratando de anticipar su encuentro con el hombre santo. Antes de saberlo, había sido conducido a la puerta trasera y acompañado afuera.
Se detuvo y se volvió hacia el criado:
– ¡Pero quiero ver al hombre santo!
– Usted ya lo ha visto –dijo el viejo. A todos a los que usted pueda conocer en la vida, aunque parezcan simples e insignificantes… véalos a cada uno como un sabio hombre santo. Si hace esto, entonces cualquier problema que usted haya traído hoy aquí, estará resuelto.

jueves, 14 de diciembre de 2017

Vigila

1. VIGILA y cuida los dones que Dios te ha dado. No es bueno dejar que muera o no sirva para nada, lo mejor que existe en nosotros.
2. VIGILA tu vida interior. ¿Por qué tanto empeño en la eficacia, en lo que se ve y, tan poco, en el equilibrio de uno mismo?
3. VIGILA tu vida exterior. No te dejes llevar por las sensaciones. Llena, todo lo que haces y eres, con contenido y verdad
4. VIGILA aquello que te produce vértigo o temor. No dejes que, nada ni nadie, perturbe tu derecho a estar y a vivir en paz.
5. VIGILA las tareas que tienes encomendadas. Dales un cierto sabor cristiano. ¿Que no te atreves? ¿Que es difícil? Dios también lo tuvo complicado para hacerse presente en medio de los hombres
6. VIGILA tu reloj. No vivas sin sentido. Que no pasen las horas sin un pensamiento para Dios por lo mucho que ama y se acerca hasta la humanidad.
7. VIGILA tu fe. No es lo mismo ser bueno que ser creyente. No es suficiente ser bueno y dejar de lado a Dios. ¿Dónde está la fuente y la cumbre del bien si no es en Dios?
8. VIGILA tu compromiso con la Iglesia. Si nos alejamos del calor, podemos coger un resfriado. Si nos alejamos de la Iglesia, podemos agarrar una fuerte neumonía espiritual.
9. VIGILA tu caridad. Sal al encuentro de algo o de alguien. Prepara el camino al Señor en tu casa, con tu familia, con tus amigos.
10. VIGILA tu testimonio. ¡Habla de Dios! Comienza a pensar en dónde y cómo instalar el belén, la estrella, un signo cristiano.

Las apariencias engañan

Moisés Mendelssohn, abuelo del compositor de la Marcha Nupcial, era un judío alemán de Hamburgo.  Podríamos decir que distaba mucho de ser guapo. Tenía una joroba muy pronunciada, por lo que se refugiaba en su trabajo y apenas llevaba vida social.  Un día fue con su padre a casa de unos amigos, unos mercaderes que tenían una hija, Frumtje, preciosa como una princesa.  Moisés se enamoró perdidamente de ella e intentó hablarle, pero ella lo rechazaba por su apariencia. Arisca, le cortaba secamente con monosílabos.
Cuando llegó el momento de despedirse, Moisés hizo acopio de su valor y subió las escaleras hasta donde estaba el cuarto de aquella hermosa joven, pero a Moisés le entristecía profundamente su negativa al mirarlo.
Después de varios intentos de conversar con ella, por fin Moisés se atrevió y preguntó:
— ¿Tú crees que Dios designa los matrimonios en el cielo?
Eso le interesó y le contestó:
— No lo sé. ¿Tú qué opinas?
— Yo creo que sí, dijo Moisés. Verás, en el cielo cada vez que un niño nace, el Señor anuncia con qué niña se va a casar, así que cuando yo iba a nacer, Dios me señaló una niña preciosa que tendría una joroba tremenda.
— Ay, Señor, le dije. Una niña con joroba sería terrible. Pásamela a mí y permite que ella sea hermosa. Y Dios me la pasó…
Un relámpago de emoción recorrió el cuerpo de Frujtje. De pronto, un hondo recuerdo la conmovió. “Esa joroba me tocaba a mí”, pensó. Y una oleada de amor y ternura le invadió el corazón. Se le acercó y lo abrazó. Se hicieron novios y fueron un matrimonio feliz.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Despiértame, Señor

Mari Patxi Ayerra

Despiértame, Señor, no me dejes seguir durmiendo la vida.
Sácame de esta somnolencia que me arrastra,
que me hace vivir la vida de forma rutinaria,
que me impulsa a correr sin freno y sin sentido,
que me hace no ver a los que llevo al lado,
y me deja insatisfecho, cada tarde, al terminar el día
Despiértame, Señor, de la mediocridad tediosa,
esa que hemos convertido en el vestido más común y cómodo.
No me permitas seguir tachando días, sin llenarlos de encuentros,
no me dejes «estar» con la gente sin amarla,
no consientas que haga cosas sin llenarlas de amor y de sentido,
no transijas con que me instale en la comodidad general.
Despiértame, Señor, mantenme en vela,
que tu gente ha de ser gente despierta,
porque Tú traes salvación a mi vida,
vienes a anunciarte a mi familia,
a dar un vuelco a mi forma de trabajo,
a impulsar mi forma justa y solidaria de estar en el mundo.
Despiértame, Señor, aunque los demás no me noten dormida.
Espabílame para encontrar la salvación que se acerca,
ábreme los ojos al hermano y los oídos a su necesidad,
para saber poner mis manos y mis pies a su disposición,
para facilitarle el camino de la vida,
para caminar, crecer, avanzar y, así salvarnos juntos.
Despiértame, Señor, sáname de cualquier desesperanza,
que no vacile mi corazón con lamentos o desencantos,
que no me adormezcan las prisas, las dificultades ni los miedos,
que no me deje arrastrar por tinieblas,
sino que busque siempre tu Luz,
que ponga en sintonía mi vida con tu Vida
y así Tú y yo, en armonía, gozaremos de la abundancia y plenitud.
Y, aunque yo me adormezca…, despiértame, Señor.

El bordado de Dios

Cuando yo era pequeño, mi madre solía coser mucho. Yo me sentaba cerca de ella y le preguntaba qué estaba haciendo. Ella me respondía que estaba bordando. Yo observaba el trabajo de mi madre desde abajo, por eso siempre me quejaba diciéndole que solo veía hilos feos y desordenados.  Ella me sonreía, miraba hacia abajo y gentilmente me decía:
- Hijo, ve afuera a jugar un rato y cuando haya terminado mi bordado te pondré sobre mi regazo y te dejaré verlo desde arriba.
Me preguntaba por qué ella usaba algunos hilos de colores oscuros y por qué me parecían tan desordenados desde donde yo estaba. Más tarde escuchaba la voz de mamá diciéndome:
- Hijo, ven y siéntate en mi regazo.
Yo lo hacía de inmediato y me sorprendía y emocionaba al ver la hermosa flor o el bello paisaje en el bordado.  No podía creerlo; desde abajo solo veía hilos enredados.  Entonces mi madre me decía:
- Hijo mío, desde abajo se veía confuso y desordenado, pero no te dabas cuenta de que había un plan arriba. Yo tenía un hermoso diseño. Ahora míralo desde mi posición, qué bello es y qué bien han quedado todos los hilos de distintos colores.
Muchas veces a lo largo de los años he mirado al Cielo y he dicho:
- “Padre, ¿qué estás haciendo?”.  
Él responde: “Estoy bordando tu vida.”  
Entonces yo le replico: “Pero se ve tan confuso, es un desorden. Los hilos parecen tan oscuros, ¿por qué no son más brillantes?”
El Padre parecía decirme:
- Mi niño, ocúpate de tu trabajo y confía en mi; un día te traeré al cielo y te pondré sobre mi regazo y verás el plan desde mi posición. Entonces comprenderás.

domingo, 10 de diciembre de 2017

No nos dejes caer en la tentación

Señor, no permitas que caigamos 
en la tentación de instalarnos 
y creer que, esto de ser cristianos, 
ya lo tenemos dominado.
No permitas que caigamos 
en la tentación de creer 
que no hay nada que se pueda 
hacer que la gente no te hace caso
y que más vale pasar 
desapercibidos para no lastimarnos.
Tenemos que abrir camino
para que puedas llegar al corazón
de los que no te echan de menos
porque piensan que lo tienen todo,
de los que están aturdidos de tanto ruido,
de los que no confían que nadie les pueda ayudar...
Sí, el cuidado del planeta que nos sostiene,
la lucha contra el hambre y la miseria,
el deseo de un mundo más pacífico,
de una política más participativa,
de una economía más justa,
de unas familias más felices
son signos que nos anuncian
que es posible cambiar cosas
y que el mundo sigue deseando tu venida.

La fábula del puercoespín

Durante la Edad de Hielo, muchos animales murieron a causa del frío.  Los puercoespín dándose cuenta de la situación, decidieron unirse en grupos. De esa manera se  abrigarían, se protegerían y ofrecerían más calor entre sí, pero las espinas de cada uno herían a los compañeros más cercanos. Por lo tanto decidieron alejarse unos de otros y empezaron a morir congelados.
Así que tuvieron que hacer una elección, o aceptaban las espinas de sus compañeros o desaparecían de la Tierra. Con sabiduría, decidieron volver a estar juntos, pero esta vez manteniendo la distancia suficiente para darse mutuamente calor y no pincharse unos a otros con sus púas. 
De esa forma aprendieron a convivir con las pequeñas heridas que la relación con una persona muy cercana puede ocasionar, ya que lo más importante es el calor del otro.
De esa forma pudieron sobrevivir.

La mejor relación no es aquella que une a personas perfectas, sino aquella en que cada individuo aprende a vivir con  los defectos de los demás y  admirar sus cualidades.