sábado, 26 de diciembre de 2020

Nació en una pequeña aldea...

Nació en una pequeña aldea, hijo de una mujer de pueblo.
Creció en otra aldea donde trabajó como carpintero hasta que tuvo 30 años.
Después, y durante tres años, fue predicador ambulante.
Nunca escribió un libro. Nunca tuvo un cargo público.
Nunca tuvo familia o casa. Nunca fue a la universidad.
Nunca viajó a más de trescientos kilómetros de su lugar de nacimiento.
Nunca hizo nada de lo que se asocia con grandeza.
No tenía más credenciales que él mismo.
Tenía sólo treinta y tres años cuando la opinión pública se volvió en su contra.
Sus amigos le abandonaron.
Fue entregado a sus enemigos, e hicieron mofa de él en un juicio.
Fue crucificado entre dos ladrones.
Mientras agonizaba preguntó a Dios por qué le había abandonado,
sus verdugos se jugaron sus vestiduras, la única posesión que tenía.
Cuando murió fue enterrado en una tumba prestada por un amigo.
Con el poder de Dios resucitó y ¡vive para siempre!

La Navidad del incrédulo…

Erase una vez un hombre que no creía en Dios. No tenía reparo en decir lo que pensaba de la religión y las festividades religiosas, como la Navidad. Su mujer, en cambio, era creyente a pesar de los comentarios despectivos de su marido.
Una Nochebuena en que estaba nevando, la esposa se disponía a ir con los hijos al oficio navideño de la parroquia del pueblo agrícola donde vivían. Le pidió al marido que los acompañara, pero él se negó.
- ¡Qué tonterías! -arguyó-. ¿Por qué Dios se iba a rebajar a descender a la tierra adoptando la forma de hombre? ¡Qué ridiculez!
Los niños y la esposa se marcharon y él se quedó en casa.
Un rato después, el viento empezó a soplar con mayor intensidad y se desató una ventisca.
Observando por la ventana, todo lo que aquel hombre veía era una cegadora tormenta de nieve. Y decidió relajarse sentado ante la chimenea.
Al cabo de un rato, oyó un golpazo; algo había golpeado la ventana. Luego, oyó un segundo golpe fuerte. Miró hacia afuera, pero no logró ver a más de unos pocos metros de distancia.
Cuando amainó la nevada, se aventuró a salir para averiguar qué había golpeado la ventana.
En un campo cercano descubrió una bandada de gansos salvajes. Iban camino del sur para pasar allí el invierno, se vieron sorprendidos por la tormenta de nieve y no pudieron seguir. Perdidos, terminaron en aquella finca sin alimento ni abrigo. Daban aletazos y volaban bajo en círculos por el campo, cegados por la borrasca, sin seguir un rumbo fijo. El agricultor se dio cuenta de que de aquellas aves habían chocado contra su ventana. Sintió lástima de los gansos y quiso ayudarlos.
- Sería ideal que se quedaran en el granero -pensó-. Ahí estarán al abrigo y a salvo durante la noche mientras pasa la tormenta.
Dirigiéndose al establo, abrió las puertas de par en par y aguardó con la esperanza de que las aves advirtieran que estaba abierto y entraran. Los gansos se limitaron a revolotear dando vueltas. No parecía que hubieran visto el granero y que se podían refugiar allí.
El hombre intentó llamar la atención de las aves, pero solo consiguió asustarlas y que se alejaran más.
Entró en casa y salió con algo de pan. Lo fue partiendo en pedacitos y dejando un rastro hasta el establo. Sin embargo, los gansos no entendieron. El hombre empezó a sentirse frustrado.
Corrió tras ellos tratando de ahuyentarlos en dirección al granero. Lo único que consiguió fue asustarlos más y que se dispersaran en todas direcciones menos hacia el granero.
Por mucho que lo intentaba, no conseguía que entraran al granero, donde estarían abrigados y seguros.
- ¿Por qué no me seguirán? -exclamó- ¿Es que no se dan cuenta de que es el único sitio donde podrán sobrevivir a la ventisca?
Reflexionando unos instantes cayó en la cuenta de que las aves no seguirían a un ser humano.
- Si yo fuera uno de ellos, entonces sí que podría salvarlos -dijo pensando en voz alta.
Seguidamente, se le ocurrió una idea. Entró al establo, agarró un ganso doméstico de su propiedad y lo llevó en brazos, paseándolo entre sus congéneres salvajes. A continuación, lo soltó.
Su ganso voló entre los demás y se fue al interior del establo. Una por una las otras aves lo siguieron hasta que todas estuvieron a salvo.
El campesino se quedó en silencio mientras las palabras que había pronunciado instantes antes aún le resonaban en la cabeza: ‘Si yo fuera uno de ellos, ¡entonces sí que podría salvarlos!’
Reflexionó también en lo que le había dicho a su mujer aquel día: ‘¿Por qué iba Dios a querer ser como nosotros? ¡Qué ridiculez!’
De pronto, todo empezó a tener sentido. Entendió que eso era precisamente lo que había hecho Dios. Nosotros éramos como aquellos gansos: estábamos perdidos y a punto de perecer. Dios se volvió como nosotros a fin de indicarnos el camino y salvarnos.
El agricultor cayó en la cuenta de que ese era el sentido de la Navidad.
Cuando amainaron los vientos y cesó la cegadora ventisca, su alma quedó en quietud y meditó en tan maravillosa idea. Comprendió el sentido de la Navidad y por qué había venido Jesús a la Tierra.
Con aquella tormenta pasajera, se disiparon años de incredulidad. Hincándose de rodillas en la nieve, elevó su primera plegaria: “¡Gracias, Señor, por venir en forma humana a sacarme de la tormenta!” 

viernes, 25 de diciembre de 2020

Navidad es un presente, no un pasado...

Navidad NO es una fecha histórica a recordar, sino un presente que hay que vivir:
Cuando decides amar a los que te rodean…
Ese día es Navidad.
Cuando decides dar un paso de reconciliación con el que te ha ofendido…
Ese día es Navidad.
Cuando te encuentras con alguien que te pide ayuda y lo socorres…
Ese día es Navidad.
Cuando te tomas el tiempo para charlar con los que están solos…
Ese día es Navidad.
Cuando comprendes que los rencores pueden ser transformados a través del perdón…
Ese día es Navidad.
Cuando te desprendes aún de lo que necesitas, para dar a los que tienen menos…
Ese día es Navidad.
Cuando renuncias al materialismo y al consumismo…
Ese día es Navidad.
Cuando eliges vivir en la alegría y la esperanza…
Ese día es Navidad
Que sea Navidad para ti, todos los días de tu vida...

El calidoscopio...

Había un hombre que, a causa de una guerra en la que combatió de joven, había perdido la vista. Este hombre, para poder subsistir y continuar con su vida, desarrolló una gran habilidad y destreza con sus manos, lo que le permitió destacar como un estupendo artesano; sin embargo, su trabajo no le permitía más que asegurarse el sustento mínimo.
Un día, por Navidad, quiso obsequiarle algo a su hijo de cinco años, un niño que nunca había conocido más juguetes que los trastos del taller de su padre, con lo que fantaseaba reinos y aventuras.
Su papá tuvo entonces la idea de fabricarle, con sus propias manos, un hermoso calidoscopio como alguno que él pudo poseer en su niñez. Por las noches fue recolectando piedras de diversos tipos, que trituraba en decenas de partes: pedazos de espejos, vidrios, metales...
Al terminar la cena de Nochebuena, pudo finalmente imaginar, a partir de la voz del pequeño, la sonrisa de su hijo al recibir el precioso regalo. El niño no cabía en sí de la dicha y de la emoción que aquella increíble Navidad le había traído de las manos rugosas de su padre ciego.
Durante los días y las noches siguientes, el niño iba a todas partes portando el preciado regalo, y con él regresó a sus clases en la escuela del pueblo.
En el receso entre clase y clase el niño exhibió y compartió, lleno de orgullo, su juguete con sus compañeros, que se mostraban fascinados con aquella maravilla.
Uno de aquellos pequeños, tal vez el mayor del grupo, finalmente se acercó al hijo del artesano y le preguntó con mucha intriga:
- Oye, ¡qué maravilloso calidoscopio te han regalado! ¿Dónde te lo compraron? No he visto jamás nada igual en el pueblo...
Y el niño, orgulloso de poder revelar aquella verdad emocionante desde su pequeño corazón, le contestó:
- No; no me lo compraron en ningún sitio... Me lo hizo mi papá.
A lo que el otro pequeño replicó, con cierto tono incrédulo:
- ¿Tu padre...? Imposible. ¡Si tu padre está ciego!
Nuestro pequeño amigo se quedó mirando a su compañero, y al cabo de una pausa de segundos sonrió, como sólo un portador de verdades absolutas puede hacerlo, y le contestó:
- Sí... es cierto... mi papá esta ciego... pero solo de los ojos...
¡¡¡SOLAMENTE DE LOS OJOS!!!