Gracias, Padre, por todos los fuegos que se alzan en el mundo
para quemar lo viejo y alumbrar lo nuevo.
Gracias por todos los fuegos que nos dan calor y vida,
que nos acrisolan y purifican, que nos hacen maleables
y nos llenan de tu Espíritu.
Gracias por todos los fuegos
que alumbran nuestro caminar día a día,
que nos descubren nuevos horizontes,
que alejan la oscuridad y el miedo,
que llenan de luz nuestro mundo,
que hacen que los hechos y las cosas tengan brillo y vida.
Gracias por todos los fuegos
que nos recuerdan que Jesús sigue vivo,
que Él es la luz del mundo,
que Él es nuestra luz,
que gracias a Él no estamos en tinieblas,
y que podemos ser antorchas encendidas.
Que su luz nos acompañe hoy y siempre.
Que su fuego caliente y enternezca nuestros corazones.
Que sus brasas purifiquen nuestras entrañas.
Que todos participemos de su claridad.
¡Que nos quememos en su hoguera!
Y que la Iglesia resplandezca como Buena Noticia
ante todas las personas que buscan
y quieren la paz, la justicia, el amor, la solidaridad.
Gracias por todos los fuegos
que nos hacen ser más humanos,
que nos recuerdan que somos hijos e hijas,
que nos invitan a ser hermanos
y que hoy nos dan la posibilidad de gozar
con tu paso, con tu pascua, con tus regalos.
sábado, 28 de octubre de 2017
El árbol cargado de fruta
Paulo Coelho
Un maestro budista viajaba a pie con sus discípulos, cuando se dio cuenta de que discutían entre ellos quien era el mejor.
– Practico la meditación desde hace quince años –decía uno.
– Hago caridad desde que salí de casa de mis padres –decía otro.
– Siempre he seguido las enseñanzas de Buda –decía un tercero.
Al mediodía, pararon debajo de un manzano para descansar. Las ramas estaban cargadas, y llegaban al suelo con el peso de las frutas. Entonces el maestro habló:
– Cuando un árbol está cargado de fruta, sus ramas se doblan y tocan el suelo. Así, el verdadero sabio es aquel que es humilde. Cuando un árbol no tiene frutos, sus ramas son arrogantes y altivas. Así, el loco siempre se cree mejor que el prójimo.
Un maestro budista viajaba a pie con sus discípulos, cuando se dio cuenta de que discutían entre ellos quien era el mejor.
– Practico la meditación desde hace quince años –decía uno.
– Hago caridad desde que salí de casa de mis padres –decía otro.
– Siempre he seguido las enseñanzas de Buda –decía un tercero.
Al mediodía, pararon debajo de un manzano para descansar. Las ramas estaban cargadas, y llegaban al suelo con el peso de las frutas. Entonces el maestro habló:
– Cuando un árbol está cargado de fruta, sus ramas se doblan y tocan el suelo. Así, el verdadero sabio es aquel que es humilde. Cuando un árbol no tiene frutos, sus ramas son arrogantes y altivas. Así, el loco siempre se cree mejor que el prójimo.
miércoles, 25 de octubre de 2017
Despiértanos, Señor
Florentino Ulibarri
Despierta, Señor, nuestros corazones,
que se han dormido en cosas triviales
y ya no tienen fuerza para amar con pasión.
Despierta, Señor, nuestra ilusión,
que se ha apagado con pobres ilusiones
y ya no tiene razones para esperar.
Despierta, Señor, nuestra sed de ti,
porque bebemos aguas de sabor amargo
que no sacian nuestros anhelos diarios.
Despierta, Señor, nuestra hambre de ti,
porque comemos manjares que nos dejan hambrientos
y sin fuerzas para seguir caminando.
Despierta, Señor, nuestras ansias de felicidad,
porque nos perdemos en diversiones fatuas
y no abrimos los secretos escondidos de tus promesas.
Despierta, Señor, nuestro silencio hueco,
porque necesitamos palabras de vida para vivir
y sólo escuchamos reclamos de la moda y el consumo.
Despierta, Señor, nuestro anhelo de verte,
pues tantas preocupaciones nos rinden
y preferimos descansar a estar vigilantes.
Despierta, Señor, esa amistad gratuita,
pues nos hemos instalado en los laureles
y sólo apreciamos las cosas que cuestan.
Despierta, Señor, tu palabra nueva,
que nos libre de tantos anuncios y promesas
y nos traiga tu claridad evangélica.
Despierta, Señor, nuestro espíritu,
porque hay caminos que sólo se hacen
con los ojos abiertos para reconocerte.
Despierta, Señor, tu fuego vivo.
Acrisólanos por fuera y por dentro,
y enséñanos a vivir despiertos.
Despierta, Señor, nuestros corazones,
que se han dormido en cosas triviales
y ya no tienen fuerza para amar con pasión.
Despierta, Señor, nuestra ilusión,
que se ha apagado con pobres ilusiones
y ya no tiene razones para esperar.
Despierta, Señor, nuestra sed de ti,
porque bebemos aguas de sabor amargo
que no sacian nuestros anhelos diarios.
Despierta, Señor, nuestra hambre de ti,
porque comemos manjares que nos dejan hambrientos
y sin fuerzas para seguir caminando.
Despierta, Señor, nuestras ansias de felicidad,
porque nos perdemos en diversiones fatuas
y no abrimos los secretos escondidos de tus promesas.
Despierta, Señor, nuestro silencio hueco,
porque necesitamos palabras de vida para vivir
y sólo escuchamos reclamos de la moda y el consumo.
Despierta, Señor, nuestro anhelo de verte,
pues tantas preocupaciones nos rinden
y preferimos descansar a estar vigilantes.
Despierta, Señor, esa amistad gratuita,
pues nos hemos instalado en los laureles
y sólo apreciamos las cosas que cuestan.
Despierta, Señor, tu palabra nueva,
que nos libre de tantos anuncios y promesas
y nos traiga tu claridad evangélica.
Despierta, Señor, nuestro espíritu,
porque hay caminos que sólo se hacen
con los ojos abiertos para reconocerte.
Despierta, Señor, tu fuego vivo.
Acrisólanos por fuera y por dentro,
y enséñanos a vivir despiertos.
La mujer y el león
Se decía que… en una aldea en Etiopía, un hombre y una mujer, viudos, aunque jóvenes, deciden formar juntos una nueva familia. Pero hay un problema, el hombre tiene una hija de corta edad, que no ha superado aún la muerte de su madre. La mujer le prepara los platos especiales, le confecciona bonitas prendas y se comporta siempre amablemente con ella, pero la niña, ni siquiera le dirige la palabra. Hasta que, sin saber qué hacer más, la mujer acude al hechicero:
– ¿Qué puedo hacer para que la niña me acepte como madre?
– Me has de traer tres pelos del bigote de un león -le dice el sabio a la mujer.
La mujer se va preocupada, preguntándose cómo le podía arrancar tres pelos a un león sin ser devorada, pero decide intentarlo por el bien de su familia.
Cuando al fin encuentra al león, guarda una distancia prudencial, temerosa de acercarse. Permanece largo rato observándolo de lejos. La espera se hace interminable. Hasta que la mujer decide ofrecerle comida. Después de acercarse un poco más le deja un pedazo de carne y se aleja. Y cada día hace lo mismo.
Poco a poco, el león se acostumbra a la presencia de la mujer, hasta que ésta pasa a formar parte de su vida. Un día, cuando el león está dormido le arranca sin problemas tres pelos del bigote.
Pero antes de llevarle los pelos al hechicero, comprende que su problema está resuelto: Ha descubierto el valor de la paciencia.
Así como hizo con el león, debe acercarse a la niña poco a poco, esperando fielmente, respetando su actitud y su territorio… hasta conquistar su corazón con su paciencia.
– ¿Qué puedo hacer para que la niña me acepte como madre?
– Me has de traer tres pelos del bigote de un león -le dice el sabio a la mujer.
La mujer se va preocupada, preguntándose cómo le podía arrancar tres pelos a un león sin ser devorada, pero decide intentarlo por el bien de su familia.
Cuando al fin encuentra al león, guarda una distancia prudencial, temerosa de acercarse. Permanece largo rato observándolo de lejos. La espera se hace interminable. Hasta que la mujer decide ofrecerle comida. Después de acercarse un poco más le deja un pedazo de carne y se aleja. Y cada día hace lo mismo.
Poco a poco, el león se acostumbra a la presencia de la mujer, hasta que ésta pasa a formar parte de su vida. Un día, cuando el león está dormido le arranca sin problemas tres pelos del bigote.
Pero antes de llevarle los pelos al hechicero, comprende que su problema está resuelto: Ha descubierto el valor de la paciencia.
Así como hizo con el león, debe acercarse a la niña poco a poco, esperando fielmente, respetando su actitud y su territorio… hasta conquistar su corazón con su paciencia.
martes, 24 de octubre de 2017
Líbrame, Señor
Señor, líbrame de la codicia de tener mucho dinero y hazme generoso, como Tú.
Líbrame de la codicia de acaparar mucho poder y hazme servicial, como Tú.
Líbrame de la codicia de desear muchos caprichos y hazme austero, como Tú.
Líbrame de la codicia de ser famoso y hazme pasar por uno de tantos, como Tú
Líbrame de la codicia de poseer a las personas y ayúdame a buscar la libertad de todos, como Tú.
Líbrame de la codicia de querer ser el mejor y hazme ser hoy mejor que ayer, con tu ayuda.
Líbrame de la codicia de buscar continuamente el placer y haz que busque sólo el Amor, contigo.
Líbrame de la codicia de hacer muchas cosas y ayúdame a cumplir la voluntad del Padre, como Tú.
Líbrame de la codicia de pretender ser un salvador y hazme humilde colaborador tuyo.
Ayúdame, Señor, a poner mi confianza en ti y en las capacidades que me has dado. Amén.
Líbrame de la codicia de acaparar mucho poder y hazme servicial, como Tú.
Líbrame de la codicia de desear muchos caprichos y hazme austero, como Tú.
Líbrame de la codicia de ser famoso y hazme pasar por uno de tantos, como Tú
Líbrame de la codicia de poseer a las personas y ayúdame a buscar la libertad de todos, como Tú.
Líbrame de la codicia de querer ser el mejor y hazme ser hoy mejor que ayer, con tu ayuda.
Líbrame de la codicia de buscar continuamente el placer y haz que busque sólo el Amor, contigo.
Líbrame de la codicia de hacer muchas cosas y ayúdame a cumplir la voluntad del Padre, como Tú.
Líbrame de la codicia de pretender ser un salvador y hazme humilde colaborador tuyo.
Ayúdame, Señor, a poner mi confianza en ti y en las capacidades que me has dado. Amén.
Los amantes de los pájaros
Imagina que dos personas que dicen amar a los pájaros, se encuentran.
La primera los tiene alojados en bellas jaulas doradas, en una habitación climatizada. Les da pienso de alta calidad y agua de manantial embotellada, y los lleva al veterinario periódicamente.
La segunda simplemente les lleva comida al parque, los acaricia cuando se posan y les atiende cuando están heridos y no pueden volar.
- ¡Cuánto quiero a mis pájaros! Me gasto una fortuna en ellos para que tengan todas las comodidades que no tendrían si vivieran salvajes! ¡Pero me duran tan poco! Siempre están enfermos y por mucho que me gasto en medicamentos y en veterinarios se mueren prematuramente. ¡Cuánto me hacen sufrir! ¿Qué puedo hacer? dice la primera persona.
- Los pájaros que yo cuido no me pertenecen. No están encerrados en jaulas, sino que viven en libertad. Soy feliz porque sé que ellos no están conmigo obligados por los barrotes de una jaula, sino porque lo han elegido libremente. Soy feliz porque los veo vivir conforme ellos quieren, volando en libertad. Sus pájaros, amigo mío, se mueren de pena, porque no son libres. Abra sus jaulas para que puedan volar en libertad y vivirán porque serán libres, porque serán felices, -dice la segunda persona.
-¡Es que si les abro la jaula se escaparán y ya no los volveré a ver!, responde el primero-
- Si se escapan es porque han estado retenidos en contra de su voluntad y se alejan de lo que para ellos es una vida de esclavitud. Mis pájaros no huyen de mí, porque saben que son libres de ir y venir cuando les plazca. Al contrario, cuando me ven llegar al parque acuden inmediatamente, me rodean y se posan sobre mí, -contesta el segundo.
- Lo que usted tiene es lo que yo deseo. Que mis pájaros me quieran, -dice el primero.
- Lo que usted quiere jamás lo obtendrá por la fuerza. Les ha colmado de comodidades para intentar compensarles de la carencia de lo que más ansían: volar en libertad. Si realmente les quiere, deje que vivan su vida en libertad, responde el segundo.
La primera los tiene alojados en bellas jaulas doradas, en una habitación climatizada. Les da pienso de alta calidad y agua de manantial embotellada, y los lleva al veterinario periódicamente.
La segunda simplemente les lleva comida al parque, los acaricia cuando se posan y les atiende cuando están heridos y no pueden volar.
- ¡Cuánto quiero a mis pájaros! Me gasto una fortuna en ellos para que tengan todas las comodidades que no tendrían si vivieran salvajes! ¡Pero me duran tan poco! Siempre están enfermos y por mucho que me gasto en medicamentos y en veterinarios se mueren prematuramente. ¡Cuánto me hacen sufrir! ¿Qué puedo hacer? dice la primera persona.
- Los pájaros que yo cuido no me pertenecen. No están encerrados en jaulas, sino que viven en libertad. Soy feliz porque sé que ellos no están conmigo obligados por los barrotes de una jaula, sino porque lo han elegido libremente. Soy feliz porque los veo vivir conforme ellos quieren, volando en libertad. Sus pájaros, amigo mío, se mueren de pena, porque no son libres. Abra sus jaulas para que puedan volar en libertad y vivirán porque serán libres, porque serán felices, -dice la segunda persona.
-¡Es que si les abro la jaula se escaparán y ya no los volveré a ver!, responde el primero-
- Si se escapan es porque han estado retenidos en contra de su voluntad y se alejan de lo que para ellos es una vida de esclavitud. Mis pájaros no huyen de mí, porque saben que son libres de ir y venir cuando les plazca. Al contrario, cuando me ven llegar al parque acuden inmediatamente, me rodean y se posan sobre mí, -contesta el segundo.
- Lo que usted tiene es lo que yo deseo. Que mis pájaros me quieran, -dice el primero.
- Lo que usted quiere jamás lo obtendrá por la fuerza. Les ha colmado de comodidades para intentar compensarles de la carencia de lo que más ansían: volar en libertad. Si realmente les quiere, deje que vivan su vida en libertad, responde el segundo.
domingo, 22 de octubre de 2017
Ser misionero
Como san Pablo, Señor,
Daré algo de mi vida por Ti, Sentiré tu llamada,
Viviré según tu Palabra, Dará a conocer tu nombre.
Como san Pablo, Señor,
Seré misionero de tu presencia y de tu amor,
Seré misionero de tu vida y de tu persona,
Seré misionero de tu Padre y del Espíritu Santo.
Como san Pablo, Señor,
Levantaré mis ojos hacia Ti para verte,
Seré más creyente para amarte,
Seré más dócil para abrazarte,
Seré más fuerte para defenderte. Amén
Daré algo de mi vida por Ti, Sentiré tu llamada,
Viviré según tu Palabra, Dará a conocer tu nombre.
Como san Pablo, Señor,
Seré misionero de tu presencia y de tu amor,
Seré misionero de tu vida y de tu persona,
Seré misionero de tu Padre y del Espíritu Santo.
Como san Pablo, Señor,
Levantaré mis ojos hacia Ti para verte,
Seré más creyente para amarte,
Seré más dócil para abrazarte,
Seré más fuerte para defenderte. Amén
Las cuatro esposas
Había una
vez un rey que tenía cuatro esposas. El amaba a su cuarta esposa más que a las
demás y la adornaba con ricas vestiduras y la complacía con las delicadezas más
finas. Sólo le daba lo mejor. También amaba mucho a su tercera esposa y siempre
la exhibía en los reinos vecinos. Sin embargo, temía que algún día ella se
fuera con otro. También amaba a su segunda esposa. Ella era su confidente y
siempre se mostraba bondadosa, considerada y paciente con él. Cada vez que el
rey tenía un problema, confiaba en ella para ayudarle a salir de los tiempos
difíciles. La primera esposa del rey era una compañera muy leal y había hecho
grandes contribuciones para mantener tanto la riqueza como el reino del
monarca. Sin embargo, él no amaba a su primera esposa y aunque ella lo amaba
profundamente, apenas él se fijaba en ella.
Un día el
rey enfermó y se dio cuenta de que le quedaba poco tiempo. Pensó acerca de su
vida de lujo, y caviló: “Ahora tengo cuatro esposas conmigo pero, cuando muera,
estaré solo”. Así que le preguntó a su cuarta esposa;
- Te he
amado más que a las demás, te he dotado con las mejores vestimentas y te he
cuidado con esmero. Ahora que estoy muriendo, ¿estarías dispuesta a seguirme y
ser mi compañía?
- ¡Ni
pensarlo!”. Contestó la cuarta esposa y se alejó sin decir más palabras…
Su respuesta
penetró en su corazón como un cuchillo afilado. El entristecido monarca le
preguntó a su tercera esposa:
- Te he
amado toda mi vida. Ahora que estoy muriendo, ¿estarías dispuesta a seguirme y
ser mi compañía?
- ¡No!”.
Contestó su tercera esposa. “¡La vida es demasiado buena!, ¡Cuando mueras,
pienso volverme a casar!…
Su corazón
experimentó una fuerte sacudida y se puso frío. Entonces preguntó a su segunda
esposa:
- Siempre he
venido a ti en busca de ayuda y siempre has estado allí para mí. Cuando muera,
¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía?
- ¡Lo
siento, no puedo ayudarte esta vez! Contestó la segunda esposa. ¡Lo más que
puedo hacer por tí es enterrarte!…
Su respuesta
cayó como un relámpago estruendoso que devastó al rey. Entonces escuchó una
voz:
- Me iré
contigo y te seguiré doquiera tú vayas…
El rey
dirigió la mirada en dirección de la voz y allí estaba su primera esposa. Se
veía tan delgaducha, sufría de desnutrición. Profundamente afectado, el monarca
dijo:
- ¡Debí
haberte atendido mejor cuando tuve la oportunidad de hacerlo!
MORALEJA: En
realidad, todos tenemos cuatro esposas en nuestras vidas:
ü Nuestra
cuarta esposa es nuestro cuerpo… no importa cuánto tiempo y esfuerzo invirtamos
en hacerlo lucir bien, nos dejará cuando muramos.
ü Nuestra
tercera esposa son nuestras posesiones, condición social y riqueza… cuando
muramos, irán a parar a otros.
ü Nuestra
segunda esposa es nuestra familia y amigos… no importa cuánto nos hayan sido de
apoyo a nosotros aquí, lo más que podrán hacer es acompañarnos hasta el
sepulcro.
ü Y
nuestra primera esposa es nuestra alma, frecuentemente ignorada en la búsqueda
de la fortuna, el poder y los placeres del ego. Sin embargo, nuestra alma es la
única que nos acompañará adonde quiera que vayamos. ¡Así que cultívala,
fortalécela y cuídala ahora! Es el más grande regalo que puedes ofrecerle al
mundo
Suscribirse a:
Entradas (Atom)