sábado, 17 de junio de 2017

Ayúdame a decir la verdad

Señor...
Ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes,
a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.
Si me das fortuna, no me quites la razón.
Si me das éxito, no me quites la humildad.
Si me das humildad, no me quites la dignidad.
Ayúdame siempre a ver la otra cara de la medalla,
no me dejes rechazar a los demás por no pensar igual que yo.
Enséñame a querer a la gente como a mí mismo
y a no juzgarme como a los demás.
No me dejes caer en el orgullo si triunfo,
ni en la desesperación si fracaso.
Más bien recuérdame que el fracaso
es la experiencia que precede al triunfo.
Enséñame que perdonar es un signo de grandeza
y que la venganza es una señal de bajeza.
Si me quitas el éxito, dame fuerzas para aprender del fracaso.
Si yo ofendiera a la gente, dame valor para disculparme
y si la gente me ofende, dame valor para perdonar.
¡Señor... si yo me olvido de ti, nunca te olvides de mí!

El paradigma de la riqueza

Un hombre muy rico llevó a su hijo a hacer un recorrido por sus tierras con el propósito de que el hijo, al ver lo pobre que era la gente del campo, comprendiera el valor de las cosas y lo afortunados que eran ellos.
Estuvieron todo un día y una noche en una granja de una familia campesina muy humilde.
Al concluir el viaje, y de regreso a casa, el padre le preguntó a su hijo:
- ¿Qué te pareció el viaje?
- Muy bonito, papá.
- ¿Viste qué pobre y necesitada puede ser la gente?
- Sí.
- ¿Y qué has aprendido?
- He visto que nosotros tenernos un perro en casa, y ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una piscina de veinticinco metros, y ellos tienen un riachuelo que no tiene fin. Nosotros tenemos unas lámparas importadas en el patio, ellos tienen las estrellas. Nuestro patio llega hasta el borde de la casa, el de ellos se pierde en el horizonte. Especialmente, papá, vi que ellos tienen tiempo para conversar y convivir en familia. Tú y mamá tenéis que trabajar todo el tiempo, y casi nunca os veo.
Al terminar el relato, el padre se quedó mudo, y su hijo agregó:
- ¡Gracias, papá, por enseñarme lo ricos que podríamos llegar a ser!

viernes, 16 de junio de 2017

Te llamé a vivir

Te llamé a vivir
Te hice hermoso con mis propias manos.
Te comuniqué mi vida
Deposité en ti mi propio amor con abundancia.
Te hice ver el paisaje y el color.
Te di el oído para que escucharas 
el canto de los pájaros y la voz de los hombres.
Te di la palabra para decir:
"padre", "madre", "amigo", "hermano".
Te di mi amor más profundo.
No sólo te di vida.
Te estoy sosteniendo en ella.
Tú eres mi hijo amado
Te conozco cuando respiras
y te cuido cuando duermes.
No lo dudes.
Mis ojos están puestos en tus ojos.
Mi mano la tengo colocada sobre tu cabeza.
Te amo, aunque me olvides o me rechaces.
Te amo aunque no me ames.
Ya lo sabes.
Podrás ir donde puedas y donde quieras.
Hasta allá te seguirá mi amor
y te sostendrá mi diestra.
¿O es que crees que yo como Padre 
puedo olvidar a mi hijo?
¡Ni lo sueñes!
Desde que te hice ya no te puedo dejar solo.
Camino y sonrío contigo
Vivo en ti.
Te lo escribo de mil maneras 
y te digo al oído y en silencio.
Eres mi hijo. Te amo,
Tu Padre, ¡DIOS!

El poder de la pequeña llama

Érase una vez una barra de hierro de una fuerza infinita. Todos: el hacha, el martillo, la sierra y la pequeña llama intentaron romperla en dos.
- Yo lo conseguiré dijo el hacha. Golpeó con su filo la barra una y otra vez pero lo único que consiguió fue perder su afilada punta.
- Déjame a mí dijo la sierra, que se ensañó con el hierro hasta que exhausta y sin dientes, se dio por vencida.
- Sabía que no lo conseguirías. Yo te enseñaré como hacerlo dijo el martillo a la sierra. Pero al primer golpe perdió la cabeza, sin abollar ni un poquito la barra de hierro.
- ¿Lo intento yo ahora? preguntó tímidamente la pequeña llama.
- Olvídalo le respondieron todos, nunca lo conseguirás ¿Que puede hacer tu insignificante lumbre?
A continuación, la pequeña llama se acercó hasta la barra de hierro, la abrazó y no la soltó hasta derretirla.

miércoles, 14 de junio de 2017

Lleva el cántaro a la fuente

¿Qué buscas en la fuente, María?
¿Está vacío el cántaro?
¿De qué lo llenarás?
Sé lo que buscas, María,
buscas al Amor verdadero.
Buscas ese agua de la vida que te da vida.
Buscas en la fuente lo que alimenta tu interior.
Un cántaro vacío es el que más suena,
las muchas palabras enmudecen la verdad.
Yo, estoy junto a ti, María, con mi cántaro vacío.
Un cántaro de barro y que ha sido amasado con sudor
y que solo desea llenarse de tu don.
Señor, estoy cansada, dame de beber del manantial de la vida,
de ese manantial en el que el agua hace crecer mi interior
porque en ese agua te encuentras Tú ofreciéndome tu Amor.

El Círculo del Amor

Paulo Coehlo

Una mañana un campesino llamó con fuerza a la puerta del convento. Cuando el hermano portero abrió, él le ofreció un magnífico racimo de uvas.
- Querido hermano portero, éstas son las más bellas uvas producidas por mi viñedo. Y vengo aquí a ofrecerlas.
- ¡Gracias! Voy a llevárselas inmediatamente al Abad, que se pondrá contento con esta ofrenda.
- ¡No!, las he traído para ti.
- ¿Para mí? Yo no merezco tan bello regalo de la naturaleza.
- Siempre que he llamado a la puerta has abierto tú. Cuando necesité ayuda porque la cosecha había sido destruida por la sequía, tú me dabas un trozo de pan y un vaso de vino todos los días. Yo quiero que este racimo te traiga un poco del amor del sol, de la belleza de la lluvia y del milagro de Dios.
El hermano portero puso el racimo enfrente de él y se pasó la mañana entera admirándolo: era realmente hermoso. Por ello, decidió entregarle el regalo al Abad, que siempre le había estimulado con palabras de sabiduría.
El Abad se puso muy contento con las uvas, pero recordó que había en el convento un hermano que estaba enfermo, y pensó: - Voy a darle el racimo. Quien sabe, puede traerle un poco de alegría a su vida.
Pero las uvas no permanecieron mucho tiempo en el cuarto del hermano enfermo, porque este reflexionó: 
- El hermano cocinero ha cuidado de mí, me ha dado para comer lo mejor que tiene. Estoy seguro que esto le hará muy feliz.
Cuando el hermano cocinero apareció a la hora de comer para llevarle su comida, él le dio las uvas.
- Son para ti. Como siempre estás en contacto con los productos que la naturaleza nos ofrece, sabrás qué hacer con esta obra de Dios.
El hermano cocinero perplejo por la belleza del racimo pensó que nadie las iba a apreciar mejor que el hermano sacristán, que muchos en el convento veían como un hombre santo.
El hermano sacristán, a su vez, le regaló las uvas al novicio más joven, de modo que éste pudiese admirar la belleza de la naturaleza. Al ver el gesto del hermano sacristán su corazón se llenó de gozo. Al mismo tiempo se acordó de la primera vez que llegó al monasterio y de la persona que le abrió la puerta: había sido ese gesto el que le animó a formar parte de esta comunidad. Así le llevó el racimo al hermano portero.
- Come y que te aproveche. Pasas la mayor parte del tiempo aquí solo, y estas uvas te harán mucho bien.
El hermano portero entendió que aquel regalo estaba realmente destinado para él, saboreó cada una de las uvas y durmió feliz.
De esta manera el círculo se cerró; un círculo de felicidad y alegría, que siempre se extiende en torno al que está en contacto con la energía del amor.

domingo, 11 de junio de 2017

Empapados

Pachi Loidi

Tanto amó Dios al mundo,
tanto, tanto, tantísimo,
que le entregó lo más querido que tenía.
Y el Hijo se dio y nos entregó su Espíritu y su Padre,
como un regalo de su entraña viva.
Y de donado se hizo donador,
soplándonos el mismo Espíritu que a él lo conducía.
Después aquel Amor se multiplica en cada aliento,
en cada golpe de respiración
y en todas las miradas compasivas del Hijo amado.
Ya no sabemos si lo trasportamos dentro o fuera,
a la derecha o a la izquierda,
encima de nosotros o debajo.
Solo sentimos que estamos empapados por el Espíritu.

San Agustín y el niño de la playa

Cuentan que el santo y teólogo san Agustín de Hipona (354 – 430) un día paseaba por la playa mientras iba reflexionando sobre el misterio de la Santísima Trinidad. Trataba de comprender, con su mente analítica, cómo era posible que tres Personas diferentes (Padre, Hijo y Espíritu Santo) pudieran constituir un único Dios.
Estando en esas cavilaciones encontró a un niño que había excavado un pequeño hoyo en la arena y trataba de llenarlo con agua del mar. El niño corría hacia el mar y recogía un poquito de agua en una concha marina. Después regresaba corriendo a verter el líquido en el hueco, repitiendo esto una y otra vez. Aquello llamó la atención del santo, quien lleno de curiosidad le preguntó al niño sobre lo que hacía:
– Intento meter toda el agua del océano en este hoyo –le respondió el niño.
– Pero eso es imposible –replicó el teólogo– ¿cómo piensas meter toda el agua del océano que es tan inmenso en un hoyo tan pequeñito?
– Al igual que tú, que pretendes comprender con tu mente finita el misterio de Dios que es infinito…
Y en ese instante el niño desapareció.