jueves, 12 de agosto de 2021

Colaboradores de Dios

 Tu poder multiplica la eficacia de la humanidad

y crece cada día en nuestras manos
la obra de tus manos.
Nos señalaste un trozo de la viña
y nos dijiste: -Venid y trabajad.
Nos mostraste una mesa vacía
y nos dijiste: -Llenadla de pan.
Nos presentaste un campo de batalla
y nos dijiste: - Construid la paz.
Nos sacaste al desierto con el alba
y nos dijiste: -Levantad la ciudad.
Pusiste una herramienta en nuestras manos
y nos dijiste: - Es tiempo de crear.
Escucha a esta hora el rumor del trabajo
con que tantas personas se afanan en tu heredad.

El Guerrero Samurai

Cerca de Tokio vivía un gran samurai ya anciano, que se dedicaba a enseñar a los jóvenes. A pesar de su edad, corría la leyenda de que todavía era capaz de derrotar a cualquier adversario.

Cierta tarde, un guerrero conocido por su falta de escrúpulos, apareció por allí. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación. Esperaba a que su adversario hiciera el primer movimiento y, dotado de una inteligencia privilegiada para reparar en los errores cometidos, contraatacaba con velocidad fulminante. El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una lucha. Con la reputación del samurai, se fue hasta allí para derrotarlo y aumentar su fama. Todos los aprendices se manifestaron en contra de la idea, pero el viejo aceptó el desafío.
Todos juntos se dirigieron a la plaza de la ciudad y el joven comenzaba a insultar al anciano maestro. Arrojó algunas piedras en su dirección, le escupió en la cara, le gritó todos los insultos conocidos, ofendiendo incluso a sus ancestros. Durante horas hizo todo por provocarlo, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, sintiéndose ya exhausto y humillado, el impetuoso guerrero se retiró.
Desilusionados por el hecho de que el maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron:
-¿Cómo pudiste, maestro, soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usaste tu espada, aún sabiendo que podías perder la lucha, en vez de mostrarte cobarde delante de todos nosotros?
El maestro les preguntó:
- Si alguien llega hasta ustedes con un regalo y ustedes no lo aceptan, ¿a quién pertenece el obsequio?
- A quien intentó entregarlo, respondió uno de los alumnos.
- Lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos, dijo el maestro, cuando no se aceptan, continúan perteneciendo a quien los llevaba consigo.

miércoles, 11 de agosto de 2021

El verdadero secreto de la felicidad

Un día, una amiga le preguntó a otra…
- ¿Cómo es que siempre eres tan feliz? ¡Siempre tienes tanta energía y parece que nunca estás triste ni tienes problemas!
Con una gran sonrisa en los labios, respondió:
- ¡Yo tengo un Secreto!
- ¿Qué secreto es ese?
- Te lo voy a contar -respondió la amiga-, pero debes prometerme que vas a compartir este Secreto con otras personas. Este es el Secreto: He aprendido que es muy poco lo que puedo hacer por mi misma que me haga realmente felíz. Dependo de Dios para absolutamente todo. Él me hace feliz y satisface mis necesidades.
Cuando surge una situación difícil en mi vida, confío en que Dios va a satisfacerla de acuerdo a sus designios.
He aprendido que la mayor parte de las veces no requiero siquiera la mitad de lo que creo necesitar. ¡Él nunca me ha defraudado y tiene un plan perfecto para mí! ¡Le entregué mi vida por completo a Él! ¡Desde que aprendí ese 'Secreto', he sido sumamente feliz!
Lo primero que pensó la amiga que preguntaba fue:
- ¡Eso es demasiado sencillo!
Pero al reflexionar respecto a su propia vida, recordó cuando pensaba que tener una casa más grande iba a hacerla feliz... ¡pero no fue así!
Pensó que tener un trabajo con un mejor salario la haría feliz, pero no sucedió.
Pensó que casándose con un hombre guapo y adinerado sería feliz...
Tuvo una casa y más que un hogar, tuvo muchos bienes materiales, mas no felicidad.
¿Cuándo sentía felicidad?
Jugando con sus hijos y dándoles amor; disfrutando con sus amigos; sirviendo a los más necesitados; disfrutando las bellezas de la naturaleza; y sobre todo... ¡era feliz cada vez que dedicaba un tiempo en el día para darle gracias a Dios!
¡Ya sabes el secreto tú también! ¡Ánimo! ¡No puedes depender de otras personas para ser feliz!

Solo DIOS con Su infinita sabiduría da la verdadera felicidad.
¡Ten fe en DIOS! ¡Abandónate en SUS amorosos brazos!
¡Él llenará los vacíos de tu vida, pues sabe lo que es mejor para ti!
Cuando sientas que los problemas te abruman, no te deprimas...
¡Dios te ayudará a llevar la carga y te dará discernimiento para resolverlos!
¡Yo te he dado a conocer el Secreto de mi felicidad!
¿Qué vas a hacer con esta información?
¡Dile a quienes conoces que Dios les ama y cuida de ellos!
¡Que Él les tiene preparada una vida hermosa!
¡Sólo hay que confiar en que es así!
¡No basta creer en Dios! ¡Debemos CREERLE A DIOS!
¡Que Dios Todopoderoso te bendiga e ilumine el sendero de tu vida!

martes, 10 de agosto de 2021

Oración a San Lorenzo

Glorioso San Lorenzo, Diácono y mártir,
admiramos tu amor a los pobres
y tu valentía en medio de los tormentos del martirio.

Encendido en el amor de Dios
te entregaste por entero al servicio de la Iglesia
y alcanzaste la mayor gloria en el martirio,
no perdiendo tu humor ni siquiera sobre el fuego.
Alcánzanos amar lo que tu amaste y vivir como tú nos enseñaste.
Queremos ser testigos de Jesús en el mundo
y en todo momento ser sus discípulos valientes. Amén.

El Cojo y el Ciego

En un bosque cerca de la ciudad vivían dos vagabundos. Uno era ciego y otro cojo; durante el día entero en la ciudad competían el uno con el otro.
Pero una noche sus chozas se incendiaron porque todo el bosque ardió. El ciego podía escapar, pero no podía ver hacia donde correr, no podía ver hacia donde no se había extendido el fuego. El cojo podía ver que aún había posibilidad de escapar, pero no podía salir corriendo –el fuego era demasiado rápido, salvaje- , así pues, lo único que podía ver con seguridad era que se acercaba el momento de la muerte.
Los dos se dieron cuenta que se necesitaban el uno al otro. El cojo tuvo una repentina claridad: «el otro hombre, el ciego, puede correr, y yo puedo ver». Olvidaron que eran rivales.
En estos momentos en los que se enfrentaban a la muerte, se olvidaron de toda estúpida enemistad, se pusieron de acuerdo en que el hombre ciego cargaría al cojo sobre sus hombros y así funcionarían como un solo hombre, el cojo puede ver, y el ciego puede correr. Así salvaron sus vidas. Y por salvarse mutuamente la vida, se hicieron amigos; dejaron su antagonismo.

lunes, 9 de agosto de 2021

¡Escúchame, Señor!

 Oh Espíritu de Dios, cuya voz escucho en el viento,
y cuyo aliento da vida a todo el mundo.
¡escúchame! Soy pequeño y débil. Necesito tu fuerza y sabiduría.

Déjame caminar en la Belleza y haz que mis ojos
contemplen cada puesta de sol de cielo rojizo y púrpura.
Haz que mis manos respeten las cosas que has hecho
y que mis oídos se agudicen para escuchar tu voz.
Hazme sabio para que pueda comprender las cosas que puedas enseñarme.
Déjame aprender las lecciones que has escondido en cada hoja y en cada roca.
Busco la fuerza no para ser más grande que los demás,
sino para luchar contra mi más grande enemigo, yo mismo.
Haz que siempre esté listo para ir a Ti con las manos limpias y los ojos abiertos,
para que cuando la vida se apague como una puesta de sol,
mi espíritu pueda venir a Ti sin avergonzarse.

El secreto de la felicidad.

Existió un niño al que no le gustaba estudiar, pero se esforzó pensando que cuando acabara de estudiar podría hacer muchas cosas que ahora mismo no podía hacer y así poder ser feliz. Acabó de estudiar, pero no era feliz porque no tenía trabajo. Entonces pensó que sería feliz cuando encontrara trabajo. Acabó encontrando un trabajo, pero no se sentía feliz en el trabajo. Tampoco ganaba mucho dinero en aquel trabajo, por lo que seguía siendo infeliz.
Pagaba esa infelicidad con su entorno, casi siempre estaba cabreado porque no le gustaba ese tipo de vida que llevaba. Quería ganar más dinero para hacer más cosas y ser más feliz. Consiguió un mejor trabajo y comenzó a ganar más dinero. Y todo fue bien, pero solo durante algún tiempo. Se sentía solo. Pensó que si encontraba a una persona, sería más feliz.
Encontró a esa persona, y todo fue bien. Al menos durante algún tiempo.  Siempre necesitaba más de lo que tenía y no parecía que nada pudiera complacerle después de algún tiempo de tenerlo. Para él, la felicidad siempre estaba en las cosas que le faltaba.
Un día murió de repente. Una vez en el cielo pudo reunirse con el Creador y le pidió explicaciones sobre por qué a pesar de haber estado buscando toda su vida la felicidad, nunca llegó a encontrarla. El Creador le respondió:
- Sí, tuviste felicidad. De hecho, la felicidad se encontraba en todas esas cosas, en todas esas personas y en todos esos momentos que te perdiste mientras estabas buscando la felicidad.

Moraleja: la felicidad no es una meta que haya que perseguir, sino el combustible que te llevará a esa meta. Sé una persona que siempre tenga metas y sueños por alcanzar. Comienza con un punto de partida: ser agradecido con aquello que tienes, y comenzar a construir a partir de ahí.

domingo, 8 de agosto de 2021

Gracias por la Eucaristía

 Gracias, Señor, por ser el alimento que nos da la vida.

No dejes nunca que nos apartemos de Tí.
Gracias, porque cada día nos das numerosos signos de tu bondad,
de tu amor, de tu misericordia y perdón.
Danos un corazón agradecido.
Un corazón que reza al Padre como tú lo hacías.
Un corazón que espera con gozo encontrarte al final de nuestro camino,
Tú que eres la Resurrección y la Vida.
Ayúdano
s a vivir la Eucaristía, como un encuentro gozoso
en el que nos das tu perdón, tu Palabra, tu Cuerpo
 y al que nosotros traemos nuestros gozos y penas,
las ilusiones y las tristezas, las esperanzas y los temores,
pero sobre todo traemos nuestro agradecimiento.
Gracias, Señor.

Tener hambre

Estaban reunidos un grupo de amigos. Uno de ellos preguntó:
- ¿Cuál es la comida de la que guardas un buen recuerdo?
Un hombre se levantó y dijo:
- La mejor comida que yo he hecho a lo largo de toda mi vida fue durante la segunda guerra mundial después de una noche de batalla.
Subí a trompicones la colina y allí vi a una mujer de la Cruz Roja con su carrito en un campo lleno de barro. Estaba repartiendo pan y café frío. Cuando me lo dio, sonrió.
Después de lo que había sufrido aquella noche, ese momento fue para mi la mejor comida de toda mi vida.
"Una buena comida tiene que comenzar siempre con hambre".