sábado, 13 de febrero de 2021

Credo de la Vida Nueva

Creo en Dios Padre cuya palabra liberadora
sostiene la vida de los hombres y su trabajo creador.
Porque Él es la Vida.
Creo en su Hijo, presente entre nosotros que caminábamos en tinieblas,
nacido entre los más pobres para manifestar el poder liberador de Dios.
Porque Él es el Señor.
Creo en el Espíritu Santo que nos ha hecho nacer a la vida de Dios
y que nos llena de fuerza y de valor en nuestras luchas con el pueblo.
Porque Él es el Amor.
Creo en la Iglesia puesta al servicio de los hombres
para que todos reciban la plenitud de Dios.
Porque es mensajera de Buena Noticia.
Creo en la vida eterna
de todos los testigos del amor de Dios en el mundo
Porque esa es nuestra Esperanza

Los dos Halcones

Cuenta la historia que el rey de un país muy lejano recibió como obsequio en su cumpleaños dos pichones de halcón y los entregó al maestro de cetrería para que los entrenara.
Pasados unos meses, el instructor le comunicó que uno de los halcones estaba perfectamente educado, había aprendido a volar ya a cazar, pero que no sabía qué le sucedía al otro halcón: no se había movido de una rama desde el día de su llegada a palacio, e incluso había que llevarle el alimento hasta allí.
El rey mandó llamar a curanderos y sanadores de todo tipo, pero nadie consiguió hacer volar al ave. Encargó entonces la misión a varios miembros de la corte, pero a pesar de los intentos nada cambió; por la ventana de sus habitaciones el monarca veía que el pájaro continuaba inmóvil. Publicó por fin un llamamiento a sus súbditos solicitando ayuda, y entonces, a la mañana siguiente vio al halcón volar ágilmente por los jardines.
-Traed al autor de este milagro -dijo a su séquito. Al poco rato le presentaron a un campesino.
-¿Tú hiciste volar al halcón? ¿Cómo lo lograste? ¿Eres mago, acaso?
Entre feliz e intimidado, el hombrecito explicó:
-No fue difícil, Su Alteza: sólo corté la rama. El pájaro se dio cuenta de que tenía alas y se lanzó a volar.

viernes, 12 de febrero de 2021

Vino un hombre

Un día llegó un hombre que tenía magia en la voz,
calor en sus palabras, embrujo en su mensaje.
Un día vino un hombre con la alegría en los hombros,
la libertad en las manos, el futuro en sus hechos.
Un día vino un hombre con la esperanza en sus gestos,
con la fuerza de su ser, con un corazón grandísimo.
Un día vino un hombre con el amor en sus signos,
con la bondad en sus besos, con la hermandad en sus hombros.
Un día vino un hombre con el Espíritu sobre sí,
con la felicidad en su padecer, con el sentido en su morir.
Un día vino un hombre con el tesoro de su cielo,
con la vida de su cruz, con la resurrección en su fe.
Un día viniste Tú… ¡Ven ahora, también, Señor!

El círculo del noventa y nueve

                   Jorge Bucay

En un país no muy lejano había un rey muy triste, el cual tenía un sirviente que se mostraba siempre pleno y feliz. Todas las mañanas, cuando le llevaba el desayuno, el sirviente lo despertaba tarareando alegres canciones de juglares. Siempre había una sonrisa en su cara, y su actitud hacia la vida era serena y alegre.
Un día el rey lo mandó llamar y le preguntó:
- ¿Cuál es el secreto de tu alegría?
- No hay ningún secreto, Alteza.
- No me mientas. He mandado cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.
- Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo a mi esposa y a mis hijos viviendo en la casa que la corte nos ha asignado, estamos vestidos y alimentados, y además Su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas que nos permiten darnos pequeños gustos. ¿Cómo no estar feliz?
- Sino no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar -dijo el rey- Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.
El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación.
El rey estaba furioso, no conseguía explicarse cómo el paje vivía feliz así, vistiendo ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le preguntó:
- ¿Por qué él es feliz?
- Majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo.
- ¿Fuera del círculo? ¿Y eso es lo que lo hace feliz?
- No, Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.
- A ver si entiendo: ¿estar en el círculo lo hace infeliz? ¿Y cómo salió de él?
- Es que nunca entró.
- ¿Qué círculo es ese?
- El círculo del noventa y nueve.
- Verdaderamente no entiendo nada.
- La única manera para que entendiera sería mostrárselo con hechos. ¿Cómo? Haciendo entrar al paje en el círculo. Pero, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo. Aunque si le damos la oportunidad, posiblemente entrará por si mismo.
- ¿Pero no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?
- Si se dará cuenta, pero no lo podrá evitar.
- ¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo círculo, y de todos modos lo hará?
- Tal cual, Majestad. Si usted está dispuesto a perder un excelente sirviente para entender la estructura del círculo, lo haremos. Esta noche pasaré a buscarlo. Debe tener preparada una bolsa de cuero con noventa y nueve monedas de oro.
Así fue. El sabio fue a buscar al rey y juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del paje. El sabio metió en la bolsa un papel que decía: “Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no le cuentes a nadie cómo lo encontraste”.
Cuando el paje salió por la mañana, el sabio y el rey lo estaban espiando. El sirviente leyó la nota, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció. La apretó contra el pecho, miró hacia todos lados y cerró la puerta.
El rey y el sabio se acercaron a la ventana para ver la escena. El sirviente había tirado todo lo que había sobre la mesa, dejando sólo una vela, y había vaciado el contenido de la bolsa. Sus ojos no podían creer lo que veían: ¡una montaña de monedas de oro! El paje las tocaba, las amontonaba y las alumbraba con la vela. Las juntaba y desparramaba, jugaba con ellas… Así, empezó a hacer montones de diez monedas. Un montón de diez, dos de diez, tres, cuatro, cinco… hasta que formó el último montón: ¡nueve monedas! Su mirada recorrió la mesa primero, luego el suelo y finalmente la bolsa.
“No puede ser”, pensó. Puso el último montón al lado de los otros y confirmó que era más pequeño. “Me han robado -gritó-, me han robado, ¡malditos! “Una vez más buscó en la mesa, en el suelo, en la bolsa, en sus ropas. Corrió los muebles, pero no encontró nada. Sobre la mesa como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había noventa y nueve monedas de oro. “Es mucho dinero -pensó- pero me falta una moneda. Noventa y nueve no es un número completo. Cien es un número completo, pero noventa y nueve.
El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la misma, tenía el ceño fruncido y los rasgos tensos, los ojos se veían pequeños y la boca mostraba un horrible rictus. El sirviente guardó las monedas y, mirando para todos lados con el fin de cerciorarse de que nadie lo viera, escondió la bolsa entre la leña. Tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos. ¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar para comprar su moneda número cien? Hablaba solo en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla; después, quizás no necesitaría trabajar más. Con cien monedas de oro un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un hombre es rico. Con cien monedas de oro se puede vivir tranquilo. Si trabajaba y ahorraba, en once o doce años juntaría lo necesario. Hizo cuentas: sumando su salario y el de su esposa, reuniría el dinero en siete años. ¡Era demasiado tiempo! Pero, ¿para qué tanta ropa de invierno?, ¿para qué más de un par de zapatos?, ¿para qué tanta comida? En cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.
El rey y el sabio Volvieron al palacio.
El paje había entrado en el círculo del noventa y nueve. Durante los meses siguientes, continuó con sus planes de ahorro. Una mañana entró a la alcoba real golpeando las puertas y refunfuñando.
- ¿Qué te pasa? -le preguntó el rey de buenas maneras.
- Nada -contestó el paje.
- No hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.
- Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría Su Alteza, que fuera también su bufón y juglar?
No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente. No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor.

jueves, 11 de febrero de 2021

A la Virgen de Lourdes

Oh María, que te apareciste a Bernardita
en la cavidad de la roca;
al frío y a las sombras del invierno
tú les trajiste el calor de tu presencia
y el resplandor de tu belleza.
Infunde la esperanza, renueva la confianza en el vacío de nuestras vidas,
tantas veces sumidas en la sombra, y en el vacío de nuestro mundo,
en el que el Mal hace valer su fuerza.
Tú, eres la Inmaculada Concepción, socórrenos, pues somos pecadores.
Danos humildad para la conversión y valor para la penitencia.
Enséñanos a rezar por todos los enfermos y todos los que sufren.
Guíanos a la fuente de la verdadera vida.
Ayúdanos a caminar como peregrinos en el seno de la Iglesia.
Estimula en nosotros el hambre de la Eucaristía, el Pan de Vida.
Oh María, el Espíritu Santo hizo en ti maravillas:
Él, con su poder, te ha colocado junto al Padre,
en la gloria de tu Hijo, el Viviente.
Vuelve tu maternal mirada a nuestras miserias del cuerpo y del espíritu.
Que tu presencia, como luz reconfortante,
brille a nuestro lado en el trance de la muerte.
Queremos rezarte, oh María, con sencillez de niños, como Bernardita.
Que entremos, como ella, en el espíritu de las Bienaventuranzas;
así podremos, ya aquí abajo, empezar a conocer las alegrías del Reino
y cantar contigo tu Magníficat.
¡Gloria a Ti, Virgen María, dichosa servidora del Señor,
Madre de Dios, morada del Espíritu Santo!

"No voy a volver a la iglesia"

Un joven se acerca al sacerdote y le dice:
- ¡Padre, vengo a decirle que ya no volveré a ir a la iglesia!
Entonces el sacerdote respondió:
- ¿Pero por qué?
El joven respondió:
- ¡Ah! Veo a la hermana que habla mal de otra hermana; el hermano que no lee bien; el grupo de canto que desafina; la gente que durante las misas está mirando sus teléfonos móviles, entre tantas y tantas otras cosas malas que veo hacer en la iglesia.
El sacerdote le dijo:
- ¡OK! Pero primero quiero que me hagas un favor: llena un vaso de agua y da tres vueltas a la iglesia sin derramar una gota de agua en el suelo. Después de eso, puedes dejar la iglesia.
Y el joven pensó: ¡muy fácil! Y dio las tres vueltas que le pidió el sacerdote. Cuando terminó dijo:
- Listo, padre, ya he dado las tres vueltas y no se ha derramado ni una gota de agua.
Y el sacerdote respondió:
- Cuando estabas dando las vueltas, ¿viste a la hermana hablar mal de la otra?
El joven: - No
- ¿Viste a la gente quejarse unos de otros?
El joven: - No
- ¿Viste a alguien mirando el teléfono móvil?
El joven: - No
- ¿Sabes por qué? Estabas pendiente del vaso para no derramar el agua.
Lo mismo sucede en nuestra vida. Cuando nuestro enfoque está en Jesucristo, no tendremos tiempo para ver los errores de las personas.
Quienes dejan la iglesia por la gente, nunca entraron por Jesucristo.

miércoles, 10 de febrero de 2021

Dime cómo, Señor

Si puedo..., dime cómo hacerlo Señor
Si puedo hacer, hoy, alguna cosa,
si puedo realizar algún servicio,
si puedo decir algo bien dicho,
dime cómo hacerlo, Señor.
Si puedo arreglar un fallo humano,
si puedo dar fuerzas a mi prójimo,
si puedo alegrarlo con mi canto,
dime cómo hacerlo, Señor.
Si puedo ayudar a un desgraciado,
si puedo aliviar alguna carga,
si puedo irradiar más alegría,
dime cómo hacerlo, Señor.

Cambiando de actitud

Un abad del monasterio de Esceta recibió a un joven que quería seguir el camino espiritual.
– Durante un año, paga una moneda a quien te agreda –le dijo el abad.
Durante doce meses el joven pagó una moneda siempre que era agredido. Al finalizar el año, volvió a presentarse ante el abad, para saber cual era el próximo paso.
– Ve hasta la ciudad a comprar comida para mí.
En cuanto el joven salió, el abad se disfrazó de mendigo y, tomando un atajo que conocía, se fue hasta la puerta de la ciudad. Cuando el joven se aproximó, comenzó a insultarlo.
– ¡Qué bien! dijo al falso mendigo ¡Durante un año entero tuve que pagar a todos los que me agredían y ahora puedo ser agredido gratis, sin gastar nada!
Al oír esto, el abad se dio a conocer.
– Quien es capaz de no darle importancia lo que los otros dicen es un hombre que está en el camino de la sabiduría. Tú ya no te tomas los insultos en serio, y por lo tanto estás listo para el próximo paso.

martes, 9 de febrero de 2021

Contigo, Señor, lo tengo todo

Adaptación de una plegaria de San Ambrosio de Milán.

Señor, lo tenemos todo cuando estamos contigo.
Si ardo de fiebre, Tú eres la fuente que refresca.
Si estoy oprimido por tus faltas, Tú eres la liberación.
Si necesito ayuda, Tú eres la fuerza.
Si tengo miedo a la muerte, Tú eres la vida.
Si deseo el cielo, Tú eres el camino.
Si temo las tinieblas, Tú eres la luz.
Si tengo hambre, Tú eres el alimento.
Señor, lo tenemos todo cuando estamos contigo.

Barrer el Claustro

Cuentan que un hombre mayor que había recorrido años y kilómetros en la búsqueda del camino espiritual, topó un día con un monasterio perdido en las sierras.
Al llegar allí, llamó a la puerta y pidió a los monjes que le permitieran quedarse a vivir en ese lugar para recibir enseñanzas espirituales. El hombre era analfabeto, muy poco ilustrado, y los monjes se dieron cuenta de que ni siquiera podría leer los textos sagrados, pero al verlo tan motivado lo aceptaron.
Los monjes comenzaron a darle tareas que, en un principio, no parecían muy espirituales…
- Te encargarás de barrer el claustro todos los días -le dijeron.
El hombre estaba feliz. Al menos, pensó, podría reconfortarse con el silencio reinante en el lugar y disfrutar de la paz del monasterio, lejos del mundanal ruido.
Pasaron los meses, y en el rostro del anciano comenzaron a dibujarse rasgos más serenos, se le veía contento, con una expresión luminosa en el rostro y mucha calma.
Los monjes se dieron cuenta de que el hombre estaba evolucionando en la senda de la paz espiritual de una manera notable. Un día le preguntaron:
- ¿Puedes decirnos qué práctica sigues para hallar sosiego y tener tanta paz interior?
- Nada en especial. Todos los días, con mucho Amor, barro el patio lo mejor que puedo. Y al hacerlo, también siento que barro de mí todas las impurezas de mi corazón, borro los malos sentimientos y elimino totalmente la suciedad de mi Alma

domingo, 7 de febrero de 2021

Sucede cada día, Señor

                  Florentino Ulibarri

No es bueno dormirse en los laureles
ni asentarse allí donde nos reconocen.
No es bueno mantener nuestro puesto y estatus
mientras otros son marginados y expulsados.
Y sucede cada día, Señor,
aquí y en otros lugares de nuestra tierra.
No es bueno ser el centro del encuentro
mientras hay quienes se quedan fuera, al margen.
No es bueno vivir con abundancia y confort
mientras otros carecen de lo básico y necesario.
Y sucede cada día, Señor,
aquí y en otros lugares de nuestra tierra.
No es bueno que a uno le atiendan y sirvan
mientras a otros se les esconde y olvida.
No es bueno tener tanta calidad de vida
mientras hay quienes luchan por ella cada día.
Y sucede cada día, Señor,
aquí y en otros lugares de nuestra tierra.
No es bueno creer que estamos en lo cierto
mientras hay tantos hermanos perdidos.
No es bueno quedarse donde hemos llegado
habiendo tantos caminos que no hemos recorrido.
Y sucede cada día, Señor,
aquí y en otros lugares de nuestra tierra.

El ladrillazo

Un joven y triunfador ejecutivo pasaba a toda velocidad en su Jaguar último modelo sin ningún tipo de precaución. De repente, sintió un fuerte golpe en la puerta; se detuvo, y al bajarse vio que un ladrillo le había estropeado la pintura, la carrocería y el cristal de la puerta de su lujoso coche. Subió al coche y continuó su camino; pero lleno de ira dio un brusco giro y regresó a toda velocidad al lugar donde vio salir el ladrillo que acababa de dañar su lujoso coche.
Salió del coche y agarró por los brazos a un chiquillo, y empujándolo hacia el coche, le gritó:
- ¿Qué rayos has hecho? ¿Quién eres tú? ¿Has visto mi coche? -y, enfurecido, continuó gritando al chiquillo-. ¡Es un coche nuevo, y ese ladrillo que lanzaste va a costarte muy caro! ¿Por qué hiciste eso?
– Por favor, señor; por favor. ¡Lo siento mucho! ¡No sé que hacer! -suplico el chiquillo-. Le lancé el ladrillo porque nadie se detenía…
Las lágrimas rodaban por sus mejillas hasta el suelo, mientras señalaba hacia donde estaba el coche parado.
– Es mi hermano -le dijo-. Su silla de ruedas tropezó con ese ladrillo y se cayó al suelo… Y no puedo levantarlo -sollozando el chiquillo le preguntó al ejecutivo-: ¿Puede usted, por favor, ayudarme a sentarlo en su silla? Tiene magulladuras y pesa mucho para mí solito… Soy muy pequeño.
Impresionado por las palabras del chiquillo, al ejecutivo se le hizo un nudo en la garganta. Emocionado por lo que acababa de pasarle, levantó al joven del suelo y lo sentó nuevamente en su silla; además, sacó su pañuelo de seda para limpiarle las heridas del hermano de aquel chiquillo tan especial.
Después de comprobar que se encontraba bien, miró al chiquillo, y este le dio las gracias con una sonrisa indescriptible…
– Muchas gracias, señor -le dijo
El hombre vio cómo se alejaba el chiquillo empujando con mucho trabajo la pesada silla de ruedas de su hermano, hasta llegar a su humilde casita.
El ejecutivo aún no ha reparado la puerta del coche, manteniendo el golpe que le hizo el ladrillazo, para recordarle el no ir por la vida tan deprisa que alguien tenga que lanzarle un ladrillo para que preste atención.