Érase una vez
un árbol que vivía de puntillas sobre el suelo.
Este árbol
ponía una sonrisa en primavera, cuando brotaban sus tallos, alegría en verano
cuando maduraban sus frutos y nostalgia en otoño cuando se iba quedando desnudo.
Un invierno vinieron
unos hombres con hachas, lo cortaron y se lo llevaron.
El árbol vio
como lo arrancaban de aquel trozo de tierra.
Era un árbol fuerte
y valiente, que resistió hasta en su misma muerte, y es que sabía lo que es
aguantar el azote de la arena que arrastraba el viento y el soplo helado de la
noche que congela hasta la savia.
No dejó escapar
ni una sola queja cuando lo cortaron. Tan sólo cayó de él una pequeña lágrima que
fue a caer en el hueco que dejó en la tierra. Nadie se dio cuenta, pero con el paso
del tiempo, de aquella lágrima creció otro árbol que también era fuerte.
Un día, los hombres
que cortaban los árboles, se dieron cuenta de que el árbol nuevo que había crecido,
tenía forma de ave. Y quedaron asombrados, porque nunca habían visto cosa igual.
Tanto les llamó
la atención, que se acercaron a él para cortarlo.
Pero antes de
que pudieran dar el primer hachazo, el árbol levantó el vuelo y sus hojas
temblaron como plumas al viento.
Los hombres que
cortaban árboles avisaron a un cazador. Disparó y cayó muerto el árbol al vuelo,
empapando la tierra con las gotas de sangre que manaban de su herida.
Al año siguiente
una arboleda grande crecía en aquel lugar. Cada gota de sangre había llegado a
ser un árbol que se levantaba hacia el cielo con las raíces clavadas en la tierra.
Cuando el niño
terminó de hablar, el caminante le preguntó:
- "¿Quién
te ha enseñado ese cuento?"
- "Mi
abuelo es el árbol en forma de ave, al que mataron de un disparo. Yo he nacido
de su sangre... "
Cuando el niño
se marchó moviendo los brazos en forma de alas, el caminante quedó sorprendido y
pensando en otra historia que él tenía olvidada...