sábado, 9 de marzo de 2024

Una mirada limpia, Señor

            Seve Lázaro, SJ

Dame una mirada limpia sobre los demás,
amplia, acogedora, sin juicios, arbitrariedades o etiquetas.
Una mirada profunda, no de superficie.
Que se hunda en sus palabras y en sus ojos
hasta aprenderlos y quererlos como son.
Dame una mirada limpia sobre mí,
serena, diáfana, ajustada.
Que no se distorsione con aires de grandeza,
conformismo o culpabilidad.
Una mirada sin miedo, que me abra las alas de infinito
y aun herido por la guerra sin cuartel entre deseos,
me lleve más allá de mi propio espacio aéreo.
Dame una mirada limpia sobre ti.
Que te deje ser así, como eres,
apareciendo por sorpresa: a veces, confirmación,
otras, contraste, otras pregunta y otras…, silencio.
Y cuando en el misterio de la vida,
no me queden ya labios para rezar,
no dejes que mi fe se achique,
¡Álzala y no la sueltes, pues sola no sabe andar!

Las estrellas de mar

Un hombre disfrutaba de un relajante paseo por la playa y vio a otro hombre que, mientras caminaba por la orilla, iba recogiendo estrellas de mar y las lanzaba lejos, devolviéndolas al agua del mar. Intrigado por esta forma de actuar, se acercó a él, lo saludó y le preguntó qué estaba haciendo.
– Devuelvo estas estrellas de nuevo al océano, el lugar al que pertenecen, le contesto, cuando baja la marea, quedan atrapadas en la arena y, si no las lanzo al mar, su muerte es más que segura, continuó explicándole.
– Tienes razón –le comentó el hombre–, pero hay miles de estrellas de mar en la orilla de esta playa y te resultará imposible recogerlas todas. Además, esto mismo está sucediendo en cientos de playas a lo largo de todo el planeta. ¿No te das cuenta de que tu esfuerzo no tiene ningún sentido, que por mucho que te esfuerces su destino es morir?
Entonces, como si no oyera lo que aquel individuo le estaba contando, el salvador de estrellas de mar se agachó, recogió una más y la lanzó con todas sus fuerzas a las profundidades del océano respondiéndole:
– ¡Para esta sí ha tenido sentido!
La moraleja de esta historia es clara: cualquier gesto, por insignificante que parezca, vale la pena para hacer mejor el mundo.

viernes, 8 de marzo de 2024

Me pongo en tus manos, Padre

Padre bueno,
nos ponemos en tus manos en esta Cuaresma,
para que hagas de nosotros lo que tú quieras
tú sabes lo que más nos conviene y necesitamos;
sea lo que sea, te damos las gracias
por este tiempo cargado de oportunidades,
de posibilidades de liberación, de misericordia y de perdón,
por este tiempo de llamadas de atención y de proyectos.
Queremos aceptar todo lo que venga de ti
con tal de que se cumpla en cada uno de nosotros,
en nuestras comunidades cristianas y en todas tus criaturas, tu voluntad.
No deseamos nada más, Padre.
Te confiamos nuestro corazón y nuestras manos
y nos comprometemos a ayunar de nuestros excesos
que nos hacen tan insolidarios;
a orar para poder mirar la vida y las cosas más allá de nosotros mismos;
a hacer limosna, es decir, a gritar que nada es “mío”
porque lo nuestro es la fraternidad.
Padre, nos ponemos en tus manos sin medida,
con infinita confianza: acompaña nuestro discernimiento,
cólmanos de esperanza, muéstranos tu misericordia
y acógenos sin reservas porque Tú eres nuestro Padre. Amén

Piedras

Un experto asesor de empresas en Gestión del Tiempo quiso sorprender a los asistentes a su conferencia. Sacó de debajo del escritorio un frasco grande de boca ancha. Lo colocó sobre la mesa, junto a una bandeja con piedras del tamaño de un puño y preguntó:
– ¿Cuántas piedras piensan ustedes que caben en el frasco?.
Después de que los asistentes hicieran sus conjeturas, empezó a meter piedras hasta que llenó el frasco. Luego preguntó:
– ¿Está lleno?
Todo el mundo lo miró y asintió. Entonces sacó de debajo de la mesa un cubo con gravilla. Metió parte de la gravilla en el frasco y lo agitó. Las piedrecillas penetraron por los espacios que dejaban las piedras grandes. El experto sonrió con ironía y repitió:
– ¿Está lleno?
Esta vez los oyentes dudaron: – Tal vez no.
– ¡Bien!
Y puso en la mesa un cubo con arena que comenzó a volcar en el frasco. La arena se filtraba en los pequeños recovecos que dejaban las piedras y la grava.
– ¿Está lleno? preguntó de nuevo.
– ¡No!, exclamaron los asistentes.
– Bien, dijo, y cogió una jarra de agua de un litro que comenzó a verter en el frasco. El frasco aún no rebosaba.
– Bueno, ¿qué hemos demostrado?, preguntó.
Un alumno respondió:
– Que no importa lo llena que esté tu agenda, si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más cosas.
– ¡No!, lo que esta lección nos enseña es que si no colocas las piedras grandes primero, nunca podrás colocarlas después.

¿Cuáles son las grandes piedras en tu vida? Ponlas primero (las que tu decidas) el resto ya irá ocupando su lugar.

miércoles, 6 de marzo de 2024

Reconciliación

              José María Rodríguez Olaizola sj

Son muy cortos los años. Es tan breve la vida...
Pasa rápido el tiempo.
Habrá que resistirse sin dar cancha a la furia
ni dejar que la entraña se nos llene de inquina.
No hay que volar los puentes
anulando al hermano que nos hirió por dentro.
Hay que pegar los trozos de la historia quebrada
y seguir construyendo, más allá de rencores.
La guerra nos desangra el insulto destruye,
la enemistad devasta y la inquina nos pudre.
Tal vez somos capaces de aparcar los agravios
Tal vez es el perdón el camino
marcado desde la cruz y el grito,
donde un Dios maltratado le dio la vuelta al odio.
Quizás sea la paz un nombre del amor.

Abriendo puertas sin miedo

En una tierra en guerra había un rey que causaba espanto: A sus prisioneros, no los mataba, los llevaba a una sala donde había un grupo de arqueros a un lado y una puerta inmensa de hierro al otro, sobre la cual se veían figuras de calaveras cubiertas de sangre.
En esta sala les hacía formar un círculo y les decía:
– Vosotros podéis elegir entre morir a flechazos por mis arqueros o pasar por aquella puerta… detrás de esa puerta yo os estaré esperando…
Todos elegían ser muertos por los arqueros.
Al terminar la guerra un soldado que durante mucho tiempo había servido al rey, se dirigió al soberano:
– Señor ¿puedo hacerle una pregunta?
– Dime soldado
– Señor: ¿que había detrás de la puerta?
– ¡¡Vete y mira tú mismo!!-contestó el rey.
El soldado abrió temerosamente la puerta y, a medida que lo hacía, rayos de sol entraron y la luz invadió el ambiente y finalmente, sorprendido descubrió que… la puerta se abría hacia un camino que conducía ¡¡a la libertad!!
El soldado embelesado miró a su rey, quién le dijo:
– Yo os daba la oportunidad de elegir, pero por temor todos prefirieron morir a arriesgarse a abrir esa puerta!!

¿Cuántas puertas dejamos de abrir por el miedo a arriesgar?
¿Cuántas veces perdemos la libertad y morimos por dentro, solamente por sentir miedo de abrir la puerta de nuestros sueños?

domingo, 3 de marzo de 2024

Te damos gracias, Señor

Te damos gracias, Señor, porque has depuesto la ira
y has detenido ante el pueblo la mano que lo castiga.
Tú eres el Dios que nos salva, la luz que nos ilumina,
la mano que nos sostiene y el techo que nos cobija.
Y sacaremos con gozo del manantial de la Vida
las aguas que dan al hombre la fuerza que resucita.
Entonces proclamaremos: «¡Cantadle con alegría!
¡El nombre de Dios es grande; su caridad, infinita!
¡Que alabe al Señor la tierra! Contadle sus maravillas.
¡Qué grande, en medio del pueblo, 
el Dios que nos justifica!» Amén.

Cómo templar el acero

Durante muchos años un herrero trabajó con ahínco, practicó la caridad, pero, a pesar de toda su dedicación, nada perecía andar bien en su vida; al contrario sus problemas y sus deudas se acumulaban día a día. Una tarde, un amigo que lo visitaba y sentía compasión por su situación difícil, le comentó:
- «Realmente es muy extraño que justamente después de haber decidido volverte un hombre temeroso de Dios, tu vida haya comenzado a empeorar. No deseo debilitar tu fe, pero a pesar de tus creencias en el mundo espiritual, nada ha mejorado».
El herrero no respondió enseguida, él ya había pensando en eso muchas veces, sin entender lo que acontecía con su vida, sin embargo, como no deseaba dejar al amigo sin respuesta, comenzó a hablar, y terminó por encontrar la explicación que buscaba. Esto es lo que dijo el herrero:
- «En este taller yo recibo el acero aún sin trabajar, y debo transformarlo en espadas. ¿Sabes tú cómo se hace esto? Primero, caliento la chapa de acero a un calor infernal, hasta que se pone al rojo vivo, enseguida, sin ninguna piedad, tomo el martillo más pesado y le doy varios golpes, hasta que la pieza adquiere la forma deseada, luego la sumerjo en un balde de agua fría, y el taller entero se llena con el ruido y el vapor, porque la pieza estalla y grita a causa del violento cambio de temperatura.
Tengo que repetir este proceso hasta obtener la espada perfecta, una sola vez no es suficiente
»
El herrero hizo una larga pausa, y siguió:
- «A veces, el acero que llega a mis manos no logra soportar este tratamiento. El calor, los martillazos y el agua fría terminan por llenarlo de pequeñas grietas. Y me doy cuenta de que jamás se transformará en una buena hoja de espada. Entonces, simplemente lo dejo en la montaña de hierro viejo que ves a la entrada de mi herrería».
Hizo otra pausa más, y el herrero terminó:
- «Sé que Dios me está colocando en el fuego de las aflicciones. Acepto los martillazos que la vida me da, y a veces me siento tan frío e insensible como el agua que hace sufrir al acero. Pero lo único que pienso es: Dios mío, no desistas hasta que yo consiga alcanzar la forma que Tú esperas de mí. Inténtalo de la manera que te parezca mejor, durante el tiempo que quieras, pero nunca me pongas en la montaña de hierro viejo de las almas».