miércoles, 26 de abril de 2023

Tiempo de alianzas

            José María Rodríguez Olaizola sj

Hagamos un pacto:
Tú tenme paciencia, que yo tendré valor,
y entonaremos un canto como nunca se ha oído.
Tú pones la fortaleza, yo la debilidad.
Y envueltos en tu abrazo,
nos lanzaremos a buscar la justicia.
Tú pones el horizonte, yo la pasión.
Y hombro con hombro,
hacia ese destino orientaremos la vida.
Hagamos un pacto:
Tú pones la Verdad, yo la inquietud.
Tu verdad y mi inquietud se enlazarán
en la búsqueda más eterna.
Tú pones la Palabra, y yo el balbuceo.
Y entre escuchas, eco y silencios
daremos voz al misterio.
Tú pones la ternura, yo, cinco panes y dos peces.
Se saciará el hambre de tantos,
y aún sobrarán doce cestos.
Tú pones la misericordia,
yo algunos aciertos, y bastantes tropiezos.
Y en la escuela del perdón brotará la sabiduría.
Hagamos un pacto:
tú quédate a mi lado, y yo bailaré contigo.

¡Casi me muero de vergüenza...!

Anita, de seis años, vuelve a su casa de la escuela. Había tenido su primera clase de planificación familiar. Su Madre, muy interesada le pregunta:
- ¿Cómo te fue?
- ¡Casi me muero de vergüenza! -responde...
- ¿Por qué? -preguntó su madre.
Anita le dijo:
- Joselo, el de la otra calle, dijo que a los niños los trae la cigüeña.
- José Luis, el de la librería, dijo que los niños vienen de París.
- Cristina, la del piso de abajo, dijo que a los niños los puedes comprar en un orfanato y Cacho dijo que los puedes comprar en los hospitales.
- Pablito dijo que nació de probeta.
- Julio dijo que nació de un vientre alquilado.
Su madre le contestó sonriendo:
- Pero eso no es motivo para sentirse avergonzada.
- No, ya sé, pero no pude decirles que nosotros somos tan pobres, que tú y Papá tuvieron que hacerme ustedes mismos...
La inocencia de los niños vale oro.

martes, 25 de abril de 2023

A san Marcos evangelista

Dios Todopoderoso que te revelas amorosamente
a los hombres por medio de hechos y palabras,
te pedimos por la intercesión de San Marcos evangelista que,
meditando la buena nueva del Evangelio,
sigamos el ejemplo de Jesucristo,
la Palabra hecha carne en el seno de María.
Tú que aprendiste de los discípulos de Jesús
y te sientas junto a ellos en el reino celestial,
tan cerca de Dios, invitado por tus obras en la tierra,
llévame por el camino de la verdad.

El león y los tres bueyes

Había, hace tiempo inmemorial, tres bueyes que eran tan amigos que siempre salían a pastar juntos y así permanecían todo el día. En la misma colina, vivía un león hambriento que solo deseaba hincarles el diente. Pero como siempre eran una piña, resultaba imposible atacarlos sin salir malherido del enfrentamiento.
Transcurrieron unos días y, por fin, el león creyó haber encontrado el plan perfecto para separar a los bueyes y lograr su propósito. Se dedicó a contarles, uno por uno, mentiras e infundios sobre los otros, con el único y perverso fin de enemistarlos. Y tan persuasivo fue el felino que, al día siguiente, los bueyes salieron a pastar por separado, desconfiando de sus amigos sin haber comprobado, en ningún momento, si lo que aseguraba el león sobre ellos era cierto o no.
Cuando el león llegó al prado donde pastaban y vio que estaban separados por centenares de metros, se atrevió a atacarlos y, sin demasiado esfuerzo, les dio muerte.
Si hubiesen permanecido juntos y ajenos a las habladurías, si hubieran hecho oídos sordos de las opiniones falsas sobre sus amigos, aún estarían vivos. Porque la unión hace la fuerza y la discordia la debilita.

domingo, 23 de abril de 2023

Emaús

               (Rezando voy)

Emaús sigue atrayéndonos hoy.
Para rumiar derrotas, para evitar riesgos,
para acomodar la vida y domesticar el evangelio.
Volvemos, cabizbajos,
pensando que no es posible el amor,
que no hay sitio para el perdón,
que al final vence el odio.
Otras lógicas imperan,
otros señores parecen imponerse.
Señor, ¿por qué nos prometiste tanto?
que no se ha cumplido?
–parecemos decir con nuestra vida–.
Y tú, peregrino discreto, sigues saliendo al encuentro,
en unas palabras que encienden el corazón.
En un rato de oración que prende fuego dentro,
en el rostro de un hermano crucificado que pide respuesta,
en una canción que trae el eco de tu música.
Y entonces, como aquellos caminantes,
te reconocemos. Y sabemos que es verdad.
Y regresamos a Jerusalén, que es la vida de cada uno,
para contarlo, para contarte.

El niño que perdió la “P” de Pascua

Érase una vez un niño que perdió la P de Pascua. Estaba muy triste porque precisamente esta letra le hacía mucha falta, ya que sin ella su Pascua no sería completa. La buscó por todas partes: bajo la cama, en los armarios, y al no encontrarla decidió ir a buscarla hasta el fin del mundo. Se puso en camino. No lejos de allí encontró un hombre era alto, fornido, arrogante y fumaba una pesada pipa de oro en forma de P. El niño le habló:
- Buen hombre tú que eres tan rico y poderoso ¿no me podrías dar la P de tu pipa?
- Largo de aquí desgraciado, respondió el hombre, qué haría yo sin esta P de poder, de poder de mando, de posibilidades política.- No, no; la quiero para mí.
El niño siguió andando y a poco vio un gran árbol, apoyada en el tronco había un hacha en forma de P. Ilusionado, el niño le pidió:
- Árbol, he perdido mi “P” ¿me podrías dar la tuya?
- No puedo, la necesito para que me poden las ramas secas y así pueda seguir creciendo y renovándome. No, mi “P” es de podar.
Más adelante se encontró con dos mujeres que regresaban del mercado cansadas arrastraban la “P” del peso de sus carros de la compra.
- Buenas mujeres ¿me querrían dar la “P” de vuestro peso?
- De ninguna manera, ni lo sueñes, muchacho, nuestras pes son las más pesadas, fíjate pasar bayeta, planchar, amasar la pasta del PAN, sacudir el polvo de los muebles. Son tareas penosas y pesadas. No, esas pes no son para ti.
Cansado de tanto andar el niño se sentó junto a un campo y vio que tenía una forma de gran “P” verde. Era la P de Prado.
- Dame tu “P”, Prado
- Mira chico, lo siento, pero no puedo, estoy esperando que broten las plantas y se llenen de pimpollos y flores. Ya ves, necesito de la P.
Decepcionado y triste, el niño decidió volver a casa. Estaba visto que con una excusa u otra, lo cierto es que nadie le quería dar su P. Pero de pronto vio venir un viejo, muy viejo, doblado bajo el peso de un gran paquete.
- Abuelo me podrías dar la P de ese paquete, te ayudaré a llevarlo.
El viejo se lo quedó mirando y le dijo:
- Eres un buen chico, quiero decirte una cosa: ves este paquete, pesa y pesa mucho porque está lleno de pes. Ahora voy a un lugar donde solo necesito una p, la de la paz permanente, todas las demás te las puedes quedar yo te las doy.
Entonces el niño metió las manos dentro del paquete y las sacó llenas de pes de todas formas y colores que fue lanzando al aire feliz y contento. Estaba la P de pensar en los demás, de pobreza de espíritu, de podar ramas secas, de paciencia, de perdón, de plegaria de penitencia, las pes iban cayendo como una lluvia bienhechora sobre el prado, el bosque, y sobre toda esa gente que había encontrado anteriormente.
Y todos cambiaron: el egoísta las repartía a manos llenas, las mujeres hacían su trabajo cantando, el Prado se cubrió de flores, el árbol apareció transformado.
En el fondo del saco el niño encontró una gran “P” luminosa y alegre como un domingo de Resurrección. Corrió a su casa y la colocó en su lugar, el corazón le daba brincos de alegría: ya era Pascua.