sábado, 1 de diciembre de 2018

Nos quieres en vela, Señor

Señor, nos quieres en vela, despiertos, atentos, sin perdernos una,
con los ojos fijos en ti y en el mundo en el que vivimos,
en las personas que gozan y sufren a nuestro lado;
porque Tú estás presente en todo lo que sucede
y nos hablas desde cada acontecimiento.
Señor, nos quieres en vela, siempre en camino, siempre en pie,
siempre superando etapas y afrontando nuevas rutas,
siempre discriminando lo que más conviene,
siempre preparados para lo que haga falta.
Señor, líbranos del vicio y la bebida,
de la preocupación del dinero, del activismo, los agobios y prisas,
de las obsesiones, la comodidad y la pereza,
de todo lo que nos anestesia de todo lo que nos impide verte.
Señor, danos la fe necesaria para que, desde la caridad,
nos encuentres siempre en vela para verte,
y con el corazón abierto, para acogerte; para disfrutar
de la paz y la alegría que sólo Tú nos puedes dar. Así sea.

El lenguaje y la intención


Un poeta que hablaba árabe fue a casa de un rey. El rey era turco y no sabía ni árabe ni persa. En alabanza del rey compuso el poeta en árabe un poema elocuente y se lo presentó al rey.
El rey estaba sentado en el trono; ante él, los miembros de los círculos allegados, compuestos de visires y emires como de costumbre. El poeta permaneció de pie y se puso a recitar el poema.
El rey, en cada pasaje que merecía su aprobación, movía la cabeza, y cada vez que había razones para asombrarse, lo miraba con aire maravillado, y cada vez que había motivos para ser humilde, prestaba atención. Los cortesanos estaban estupefactos:
- "Siendo así que nuestro rey no sabe una palabra de árabe, ¿cómo es que movía la cabeza en el momento oportuno? ¿acaso sabía el árabe y nos lo había ocultado durante años? ¿Ay, de nosotros, si alguna vez en tal lengua dijimos palabras descorteses sobre él!
El rey tenía un paje favorito. Los cortesanos se reunieron, le dieron un caballo, una mula y plata y se comprometieron a darle otros muchos presentes. Le dijeron:
- "Cuéntanos, ¿sabe el rey árabe, o no? Y si no lo sabe, ¿cómo podía mover la cabeza en el momento preciso? ¿Se debía esta oportunidad a un prodigio, o se debía a una inspiración?".
Un día, durante la caza, aprovechando el buen humor del rey, tras haber cazado una buena pieza, el paje le preguntó si sabía árabe. El rey se echó a reír y le dijo:
- "Dios es testigo de que no sé árabe, pero sí moví la cabeza y mostré admiración donde correspondía, fue porque la intención de aquel poema era clara".
Es evidente que aquel poema no era sino el fruto de la intención. Sin intención no se hubiera compuesto aquel poema.

jueves, 29 de noviembre de 2018

Mucho me has dado, Señor

Señor, sé que a mí mucho se me ha dado:
la vida, el día a día, tantas capacidades, tantos talentos, tantos proyectos,
tantas posibilidades, tantas experiencias, tantas relaciones, tantas oportunidades,
tantas personas, tantas pasiones, tantas experiencias, tantos dones… tanto.
Señor, sé que a mí mucho me has confiado:
ser hijo tuyo, ser hermano de todos, ser discípulo tuyo, ser testigo de tu proyecto,
ser profeta en medio del mundo, ser tu palabra y tus manos… ser desde ti.
Señor, sé que a mí mucho se me ha dado y mucho se me ha confiado.
Ojalá esté a la altura de las circunstancias.
Mucho me has dado, Señor mucho quiero regalar y entregar de todo corazón.
Mucho quiero darte.
Dame la capacidad necesaria para agradecerte cuanto soy y tengo,
y la fe necesaria para nunca olvidar que todo procede de ti y a ti se dirige. Así sea

El Amor y la Locura


Cuenta la leyenda que una vez se reunieron en un lugar de la tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres…
El aburrimiento había bostezado ya por tercera vez. La apatía se dejaba resbalar en su lugar de descanso. La locura, ansiosa y excitada, les propuso:
- ¿Y si jugáramos al escondite?
La intriga levantó la mirada, y la curiosidad, sin poder contenerse, preguntó:
- ¿Al escondite? ¿Y cómo es eso?
- Es un juego -explicó la locura- en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta mil mientras el resto os escondéis. Una vez que haya terminado de contar empezaré a buscaros hasta encontraros a todos. Y el primero que yo haya visto ocupará mi lugar en el juego, a la siguiente ronda.
El entusiasmo fue secundado por la euforia. La alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la duda, e incluso a la apatía a la que nunca le interesaba nada. Pero no todos quisieron participar: la verdad prefirió no esconderse; ¿para qué, si al final siempre le hallaban? La soberbia opinó que era un juego muy tonto (en el fondo, lo que le molestaba era que la idea no había sido suya), y la cobardía prefirió no arriesgarse…
- Uno, dos, tres… comenzó a contar la locura.
La primera en esconderse fue la pereza, que, como siempre, se dejó caer tras la primera piedra del camino. La fe subió al cielo, y la envidia se escondió tras la sombra del triunfo, que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto. La generosidad casi no alcanzaba a esconderse; cada sitio que veía le parecía maravilloso para alguno de sus amigos: ¿Que si un lago cristalino? ¡Ay ideal para la belleza!; ¿Que si la rendija de un árbol? ¡Perfecto para la timidez!; ¿Que si el vuelo de una mariposa? ¡Lo mejor para la voluptuosidad!; ¿Qué si una ráfaga de viento? ¡Magnífico para la libertad! Así que terminó por ocultarse en un rayito de sol.
El egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio: ventilado, cómodo… eso sí, sólo para él.
La mentira se escondió en el fondo de los océanos (¡mentira!, en realidad se escondió detrás del arco iris), y la pasión y el deseo en el centro de los volcanes, el olvido… ¡se le olvidó donde llegó a ocultarse! pero no es lo importante.
Cuando la locura contaba 999 el amor aún no había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado, hasta que divisó un rosal y, enternecido, decidió esconderse entre sus flores.
- ¡Mil!- contó la locura y comenzó a buscar. La primera en aparecer fue la pereza, sólo a tres pasos de la piedra. Después escuchó a la fe discutiendo con Dios en el cielo, y a la pasión y al deseo los sintió en el vibrar de los volcanes. En un descuido encontró a la envidia, y claro, pudo deducir dónde estaba el triunfo. Al egoísmo no tuvo ni que buscarlo; él solito salió desesperado de su escondite, que había resultado ser un nido de avispas. De tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago descubrió a la belleza. Y con la duda resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún en qué lado esconderse. Así fue encontrando a todos: el talento entre la hierba fresca, la angustia en una oscura cueva, la mentira detrás del arco iris… (¡mentira, si ella estaba en el fondo del océano!), y hasta el olvido, al que ya se le había olvidado que estaba jugando al escondite.
Pero sólo el amor no aparecía por ningún sitio. La locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyuelo, en la cima de las montañas y, cuando estaba a punto de darse por vencida, divisó un rosal y las rosas…
Agarró una horquilla, sabiendo haber descubierto a quien buscaba, y comenzó a mover las ramas… cuando de pronto un doloroso grito se escuchó. Las puntas habían herido en los ojos al amor. La locura no sabía qué hacer para disculparse; lloró, rogó, imploró, pidió perdón, y hasta prometió ser su lazarillo.
Y así fue. Desde entonces, desde que por primera vez se jugó al escondite en la tierra, el amor es ciego y la locura siempre, siempre le acompaña.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Sólo Tú, mi roca y mi descanso

Porque nuestros proyectos se desmoronan y fracasan
y el éxito no nos llena como ansiamos.
Porque el amor más grande deja huecos de soledad,
porque nuestras miradas no rompen barreras,
porque queriendo amar nos herimos,
porque chocamos continuamente con nuestra fragilidad,
porque nuestras utopías son de cartón
y nuestros sueños se evaporan al despertar.
Porque nuestra salud descubre mentiras de omnipotencia
y la muerte es una pregunta que no sabemos responder.
Porque el dolor es un amargo compañero y la tristeza una sombra en la oscuridad.
Porque esta sed no encuentra fuente y nos engañamos con tragos de sal...
Al fin, en la raíz, en lo hondo, sólo quedas Tú.
Sólo tu Sueño me deja abrir los ojos, sólo tu Mirada acaricia mi ser,
sólo tu Amor me deja sereno, sólo en Ti mi debilidad descansa
y sólo ante Ti la muerte se rinde. Sólo Tú, mi roca y mi descanso.

¡La Pieza que falta!


Es la historia de una rueda a la que le faltaba un pedazo, pues habían cortado de ella un trozo triangular. La rueda quería estar completa, sin que le faltara nada, así que se fue a buscar la pieza que había perdido.
Pero como estaba incompleta y solo podía rodar muy despacio, se fijó en las bellas flores que había en el camino; charló con los gusanos y disfrutó de los rayos del sol.
Encontró montones de piezas, pero ninguna era la que le faltaba, así que las echó a un lado y prosiguió su búsqueda.
Un día halló una pieza que le venía perfectamente. Entonces se puso muy contenta, pues ya estaba completa, sin que le faltara nada. Se colocó el fragmento en el cuerpo y empezó a rodar. Volvió a ser una rueda perfecta que podía rodar con mucha rapidez… Tan rápidamente, que no veía las flores ni charlaba con los gusanos.
Cuando se dio cuenta de lo diferente que parecía el mundo cuando rodaba tan a prisa, se detuvo, dejó en la orilla del camino el pedazo que había encontrado y se alejó rodando lentamente.

Por alguna razón, nos sentimos más completos cuando nos falta algo. El hombre que lo tiene todo es un pobre hombre en ciertos aspectos: nunca sabrá qué se siente al anhelar, tener esperanzas, nutrir el alma con el sueño de algo mejor; ni tampoco conocerá la experiencia de recibir de alguien que lo ama lo que siempre había deseado y no tenía.

martes, 27 de noviembre de 2018

Recréanos, Señor

             Florentino Ulibarri

No has venido a juzgar nuestros fallos y tonterías
sino a buscar a quien anda extraviado,
defender a quien está acusado, liberar a quien está aprisionado,
curar a quien está herido, acoger a quien está desamparado,
lavar a quien está manchado, sanar a quien está enfermo,
levantar a quien ha caído, salvar a quien se siente culpable,
perdonar a quien ha pecado, devolver la dignidad a quien la ha perdido.
Tú que crees en nosotros,
Tú que esperas de nosotros,
Tú que nos amas más que nosotros mismos,
Tú que eres mayor que todos nuestros pecados,
recréanos y danos un futuro nuevo y mejor.

Resilencia


Cuando los japoneses reparan objetos rotos, resaltan la zona dañada rellenando las grietas con oro. Ellos creen que cuando algo ha sufrido un daño y tiene una historia, se vuelve más hermoso.
Este arte tradicional japonés llamado Kintsugi, se remonta al siglo XV y consiste en arreglar las fracturas de los objetos de cerámica que con el tiempo o por accidente se han agrietado o sufrido algún desperfecto. Las fracturas de estos objetos de cerámica se arreglan con la ayuda de un barniz de resina mezclado con polvo de oro. El Kintsugi, por tanto, no sólo se convierte en un arte, sino también en una filosofía de vida donde las roturas de los objetos son vistas como un elemento que embellece al propio objeto en lugar de afearlo. Valora por encima de todo al objeto y tiene especial cura cuando este se rompe.
El resultado es que la cerámica no sólo queda reparada sino que es aún más fuerte que la original. En lugar de tratar de ocultar los defectos y grietas, estos se acentúan y celebran, ya que ahora se han convertido en la parte más fuerte de la pieza. El objeto es más bello por haber estado roto.
Se intenta hacer lo mismo con los seres que amamos y lastimamos, con las amistades rotas. El cuerpo y el alma de las personas, al igual que cualquier objeto de porcelana, es frágil y está expuesto al paso del tiempo. Y ese paso del tiempo desgasta la cerámica, pero también desgasta tu cuerpo y tu alma hasta que llega el día en que te rompes no sólo por fuera mediante el llanto, sino también por dentro a través de la pena y el sufrimiento.
Pero lo bueno que tiene dicha rotura tanto en el objeto como en el cuerpo y alma es que tiene la posibilidad de repararse mediante el polvo de oro en los objetos de cerámica y mediante la resiliencia en las personas. La vida que vives está repleta de grietas, de muchas roturas. Hay momentos en tu vida en que estás roto por fuera y por dentro. La resiliencia te ofrece la oportunidad de devolverte la sonrisa y recomponer tu alma y tu espíritu para que una vez restaurados cuerpo y alma, al igual que un objeto de porcelana expuesto al Kintsugi, pueda resurgir con toda su fuerza y toda la determinación para sobreponerse a los obstáculos que la vida te pone por delante.