sábado, 11 de septiembre de 2021

Señor, dame entrañas de misericordia

Misericordia: sentimiento que inclina el corazón a compadecerse de las miserias, desgracias y necesidades ajenas.

Si yo tuviera entrañas de misericordia...
saldría de mi casa para encontrarme con los necesitados;
saldría de mi apatía, para ayudar a los que sufren;
saldría de mi ignorancia, para conocer a los ignorados;
saldría e mis caprichos, para ayudar a los que menos tienen;
saldría de mi actitud crítica, para comprender a los que fallan;
saldría de mi suficiencia, para estar con quienes no se valen;
saldría de mis prisas, para dar un poco de mi tiempo a los abandonados;
saldría de mi pereza, para socorrer a quienes están cansados de gritar;
saldría de mi burguesía, para compartir con los pobres.
Si yo tuviera entrañas de misericordia...
aprovecharía mi experiencia para ayudar a los equivocados;
aprovecharía mi ternura, para abrazar al que llora;
aprovecharía mi salud, para acompañar a enfermos y ancianos;
aprovecharía mi ciencia, para orientar a los perdidos;
aprovecharía mi responsabilidad, para cuidar a los abandonados;
aprovecharía mi rectitud, para buscar a los pródigos;
aprovecharía mi paz interior, para reconciliar a los enemigos;
aprovecharía mi amor, para acoger a los desengañados;
aprovecharía mi oración, para hacerme más hijo y hermano;
aprovecharía mi vida, para darla a quien la necesita.
¡Señor, dame entrañas de misericordia!

La rana y la tortuga

En un pozo poco profundo vivía una rana.
- ¡Mira qué bien estoy aquí! –le decía la rana a una gran tortuga del Mar del Este–. Cuando salgo puedo saltar alrededor, sobre el brocal, y cuando regreso puedo descansar en las hendiduras de los ladrillos. Puedo chapotear, sacando sólo la cabeza fuera del agua, hasta llenar mi corazón de gozo; o andar sobre el lado suave con los pies sumergidos hasta los tobillos. Ni los cangrejos, ni los renacuajos pueden compararse conmigo. Soy dueña del agua y señora de este pozo. ¿Qué más puede ambicionar un ser? ¿Por qué no vienes aquí, más a menudo, a pasar un rato?
Antes que la tortuga del Mar del Este pudiera meter su pie izquierdo en el pozo, sin saber cómo, ya su pie derecho se había enganchado con algo. Se detuvo y retrocedió; entonces comenzó a describir a la rana el océano.
- Tiene más de mil kilómetros de ancho y miles metros de profundidad. En otros tiempos había inundaciones nueve años de cada diez; sin embargo, el agua del océano no aumentaba. Después hubo sequía siete años de cada ocho, sin embargo, el agua del océano no disminuía. Se ha mantenido igual a través de los años. Por eso me gusta vivir en el Mar del Este.
La rana, en el pozo insignificante, se quedó atolondrada y sintió algo de vergüenza.

lunes, 6 de septiembre de 2021

Nos hiciste, Señor, para Ti

Señor, tú nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto,
hasta que descanse en ti, Señor, mi Dios, en ti encuentre yo mi paz.
Ante todo, queridísimos hermanos,
a Dios amemos y al prójimo también,
pues estos son los principales mandamientos
que del Señor nosotros hemos recibido.
Primeramente esto es lo que mandamos
a los que en comunidad os reunís,
vivid unánimes bajo un mismo techo
tened un alma y un solo corazón.
Y no tengáis ninguna cosa como propia,
sino que todo sea para el bien común,
que el alimento y el vestido os distribuyan
a cada cual conforme lo necesitéis.

Fábulas de la antigua China-3

Demasiados senderos
Un vecino de Yang Zi, que había perdido una oveja, mandó a todos sus hombres a buscarla y le pidió al sirviente de Yang Zi que se uniera a ellos.
- ¡Qué! –exclamó Yang Zi–. ¿Necesita usted a todos estos hombres para encontrar una oveja?
- Son muchos los senderos que puede haber seguido –explicó el vecino.
Cuando regresaron, Yang Zi preguntó al vecino:
- Bueno, ¿encontraron la oveja?
Este contestó que no. Yang Zi preguntó por qué habían fracasado.
- Hay demasiados senderos –respondió el vecino–. Un sendero conduce a otro, y no supimos cuál tomar; así es que regresamos.
Yang Zi se quedó hondamente pensativo. Permaneció silencioso largo tiempo y no sonrió en todo el día. Sus discípulos estaban sorprendidos.
- Una oveja es insignificante –dijeron–, y ni siquiera era suya. ¿Por qué tiene usted que dejar de hablar y sonreír?
Yang Zi no respondió, y sus discípulos se llenaron de perplejidad. Uno de ellos, Mengsun Yang, fue a contarle a Xindu Zi lo que ocurría.
- Cuando hay demasiados senderos –dijo Xindu Zi–, un hombre no puede encontrar su oveja. Cuando un estudiante se dedica a demasiadas cosas, malgasta su tiempo y pierde su ruta. Usted es discípulo de Yang Zi y aprende de él; sin embargo, parece que no ha llegado a comprenderle nada. ¡Qué lástima!

El cochero vanidoso
Un día Yan Zi, Primer Ministro del Reino de Qi, salió en su carroza. La mujer de su cochero, desde el portal observó cómo su marido, engreído y presumido, conducía los cuatro caballos desde el pescante.
Cuando el cochero regresó a casa la mujer le dijo que quería abandonarle.
El marido preguntó el porqué.
- Yan Zi es Primer Ministro de Qi –repuso ella–. Es famoso a través de todos los Reinos. Pero hoy lo vi sumido en sus pensamientos y sin darse aires. Tú eres un simple cochero; sin embargo te das gran importancia y estás muy satisfecho de ti mismo. Por eso te quiero dejar.
Desde entonces, el marido se comportó con modestia. Cuando Yan Zi, sorprendido, inquirió el motivo de este cambio, el cochero le dijo la verdad. Entonces Yan Zi lo recomendó para un puesto oficial.

domingo, 5 de septiembre de 2021

Oídos atentos y lenguas desatadas

¡Danos oídos atentos y lenguas desatadas!
Que nadie deje de oír el clamor de los acallados,
ni se quede sin palabas ante tantos enmudecidos.
Tímpanos que se conmuevan para los que no oyen.
Palabras vivas para los que no hablan.
Micrófonos y altavoces sin trabas ni filtros
para pronunciar la vida,
para escuchar la vida y acogerla.
¡Qué los sordos oigan y los mudos hablen!
Para el grito y la plegaria,
para el canto y la alabanza,
para la música y el silencio,
para la brisa y el viento,
para escuchar y pronunciar tus palabras y ahora.
Tú que haces oír a los sordos y hablar a los mudos...
¡Danos oídos atentos y lenguas desatadas!

Las ranas trepadoras

Unas 20 ranas decidieron un día escalar la torre de la iglesia del pueblo. La que subiera hasta lo más alto de la torre recibiría una medalla de oro olímpico. Todos se arremolinaron alrededor de la torre para jalear a las participantes.
La gente gritaba:
- ¡Es demasiado alta. Ninguna lo conseguirá. No perdáis el tiempo!
Y se reían de las ranas. 
Poco a poco iban cayendo a tierra, pero algunas seguían subiendo.
La gente gritaba más fuerte:
- ¡Imposible. Bajad. Ya habéis hecho bastante!
Todas cayeron menos una que no se rindió y continuó la ascensión hasta la cima.
Todas querían saber cómo lo había conseguido y por más que le hicieron muchas preguntas, la rana no respondía nada.
Entonces se dieron cuenta de que era sorda. Ese era su secreto. Era sorda y no pudo oír las risas ni las críticas de los espectadores. Llena de satisfacción comentó que veía a la gente animarla con sus brazos y manos y, aunque estuvo tentada de abandonar, siguió hacia arriba hasta conseguir el objetivo.