sábado, 28 de julio de 2018

¡Seguiré adelante!

Voy a seguir creyendo,
aún cuando la gente pierda la esperanza.
Voy a seguir dando amor, aunque otros siembren odio.
Voy a seguir construyendo, aún cuando otros destruyan.
Voy a seguir hablando de paz, aún en medio de una guerra.
Voy a seguir iluminando, aún en medio de la oscuridad.
Y seguiré sembrando, aunque otros pisen la cosecha.
Y seguiré gritando, aún cuando otros callen.
Y dibujaré sonrisas, en rostros con lágrimas.
Y transmitiré alivio, cuando vea dolor.
Y regalaré motivos de alegría donde sólo haya tristezas.
Invitaré a caminar al que decidió quedarse.
Y levantaré los brazos a los que se han rendido.
Porque en medio de la desolación,
siempre habrá un niño que nos mirará esperanzado,
esperando algo de nosotros.
Y aún en medio de una tormenta,
por algún lado saldrá el sol y en medio del desierto crecerá una planta.
Siempre habrá un pájaro que nos cante,
un niño que nos sonría y mariposas que brinden su belleza.
Pero si algún día ves que ya no sigo, no sonrío o callo,
acércate y dame un beso, un abrazo o regálame una sonrisa;
con eso será suficiente.
Seguramente, la vida me abofeteó y me sorprendió un segundo,
pero ese gesto hará que vuelva a mi camino.

Raíces profundas

Tiempo atrás, tuve un vecino cuyo "hobby" era plantar árboles en el extenso terreno de su casa. Algunas veces observaba desde mi ventana el esfuerzo para plantar árboles y más árboles todos los días. Entretanto, lo que más me llamaba la atención era el hecho de que jamás regaba los árboles nuevos que plantaba.
Noté después de un tiempo que sus árboles tardaban mucho en crecer. Cierto día, decidí acercarme a él y le pregunté si no tenía dudas de que los árboles no crecieran, porque nunca los regaba. Fue entonces cuando con un aire orgulloso, me describió su fantástica teoría. Me dijo que si regase sus plantas, las raíces se acomodarían a la superficie y quedarían siempre esperando el agua más fácil venida de encima. Como él no los regaba, los árboles tardarían más en crecer, porque sus raíces tenderían hacia lo profundo buscando el agua y las variadas fuentes nutrientes encontradas en las capas más hondas del suelo. Esa fue la charla que tuve con aquel vecino mío. Meses después me fui a vivir a otro país, y nunca más lo volví a ver.
Años más tarde, al retornar del exterior, fui a dar una vuelta por mi antigua residencia. Al aproximarme, encontré un bosque que antes no había. ¡Mi antiguo vecino había realizado su sueño! Lo curioso es que aquel era un día de un viento muy fuerte y helado, en que los árboles de la calle estaban arqueados, como si no resistieran la fuerza del viento. Mientras tanto, los árboles de la casa del que había sido mi vecino estaban sólidos, prácticamente no se movían, resistiendo aquel vendaval como si nada.
Efecto curioso, pensé yo... Las adversidades por las cuales aquellos árboles habían pasado, sin otro riego que el agua de lluvia, parecían haberlos beneficiado, como si hubiesen recibido el mejor de los tratamientos.
Todas las noches, antes de acostarme, echo siempre una mirada a mis hijos, me acerco a sus camas y observo cómo han crecido. Y rezo por ellos. La mayoría de las veces, pido para que sus vidas sean fáciles. “Dios mío, libra a mis hijos de todas las dificultades y agresiones de este mundo”. He pensado que es hora de cambiar mi plegaria. Sé que ellos encontrarán innumerables problemas, y ahora me doy cuenta de que mis oraciones para que las dificultades no ocurran, han sido demasiado ingenuas... pues siempre habrá una tempestad ocurriendo en algún lugar. Al contrario de lo que había hecho, ahora pediré que mis hijos crezcan con raíces profundas, de tal forma que puedan sacar energía de las mejores fuentes, de las más divinas y espirituales.

Rezamos demasiado para no tener dificultades, pero lo que necesitamos hacer es pedir para desarrollar raíces fuertes y profundas, de tal manera que, cuando las tempestades lleguen y los vientos helados soplen, resistamos con valor y no seamos dominados.

viernes, 27 de julio de 2018

Gracias por este nuevo día

               Anselm Grün

Dios mío, te doy gracias por este nuevo día.
Siento que aún no estoy listo del todo
para cumplir con todas las exigencias que me planteará el día.
Pero confío en que me sostendrás con tu mano protectora
y me darás la fuerza necesaria para esta nueva jornada.
Acompáñame en este día para que dé los pasos correctos;
para que descubra qué cosas hoy
me harán progresar en mi camino
y dónde puedo comprometerme con la vida.
Ábreme a la vida y haz que esté en contacto con ella,
pero también con todas las personas que encuentre hoy.
Que pueda regalarle a sus corazones un gesto de amor.
Disipa la niebla que a veces me envuelve
y me hace vivir en la mediocridad.
Quiero vivir despierto. Vivir con todos los sentidos.
Quiero gozar de la belleza de la vida.
Quiero contribuir a que este día sea más hermoso,
con colores y alegría para mis amigos.
Bendíceme para que pueda hacerlo,
para que yo sea una bendición para los demás. ¡Amén!

Los dos remos

A orillas de un gran río entre montañas, un viejo barquero esperaba con su barca a la gente para trasladarla a la otra orilla. Era persona de pocas palabras, pero en su rostro se reflejaba algo de la majestad de las montañas y de la transparencia de las aguas del gran río.
Un día llegó un joven perdido por aquel valle, acostumbrado tan sólo al asfalto y al ruido de la ciudad. Y pidió al barquero que lo llevara con su barca a la otra orilla. Él aceptó sin decir una palabra y se puso a remar. Mientras avanzaban, a la mitad del trayecto, el joven curioso se dio cuenta de que en uno de los remos se podía leer DIOS (el roce diario de los remos había ido borrando otras letras).
Molesto el joven por la palabra DIOS, que le parecía pasada de moda, empezó a decir:
- Hoy el ser humano con su razón ha descubierto los secretos del mundo y de la vida... le sobra Dios.
El anciano calló. Tomó el remo en el que estaba escrita la palabra DIOS, lo dejó en la barca y continuó remando sólo con el otro, en el que estaba escrita la palabra YO. Naturalmente la barca no siguió adelante, sino que comenzó a dar vueltas sobre sí misma, sin más futuro que aquel pequeño círculo en el que se movía, y a ser arrastrada por la corriente.
El joven quedó pensativo... El viejo barquero interrumpió su silencio:
- Necesitamos de Dios y de los demás, que es la palabra casi borrada, desgastada por la rutina diaria. Y sé que él y ellos cuentan conmigo, como lo has hecho tú, joven amigo. Y mirando al horizonte, añadió: Algo más he descubierto, que Dios y los demás están inseparablemente unidos.
Y tomando de nuevo el remo donde se leía DIOS, siguió remando y acompañando al joven a la otra orilla.

jueves, 26 de julio de 2018

Nos invitas a la intimidad

Venid a un sitio tranquilo,
nos susurras al oído sin parar,
y nosotros vivimos distraídos,
corriendo siempre, sin tiempo apenas de descansar.
No me dejes vivir cual oveja perdida,
no permitas que me arrastre el rebaño,
ayúdame a vivir la auténtica vida,
pues ser del montón me desequilibra.
Contigo, Señor, cambia la historia,
las grandes cosas se vuelven pequeñas
y las mínimas amplían su valor
y se logra por fin la vida plena.
Porque vivir en comunicación contigo,
hace vivir la vida con misión,
acompañado siempre del Amigo,
que llena de entusiasmo el corazón.
Gracias, Señor, por tu llamada,
a gozar de ratos de oración,
no permitas que nunca me distraiga
para que siempre me alimente de tu Amor.

Las arrugas del abuelo

Era un día soleado de otoño la primera vez que Bárbara se fijó en que el abuelo tenía muchísimas arrugas, no sólo en la cara, sino por todas partes.
- Abuelo, deberías darte la crema de mamá para las arrugas.
El abuelo sonrió, y un montón de arrugas más aparecieron en su cara.
- ¿Lo ves? Tienes demasiadas arrugas
- Ya lo sé Bárbara. Es que soy un poco viejo... Pero no quiero perder ni una sola de mis arrugas. Debajo de cada una guardo el recuerdo de algo que aprendí.
A Bárbara se le abrieron los ojos como si hubiera descubierto un tesoro, y así los mantuvo mientras el abuelo le enseñaba la arruga en la que guardaba el día que aprendió que era mejor perdonar que guardar rencor, o aquella otra que decía que escuchar era mejor que hablar, esa otra enorme que mostraba que es más importante dar que recibir o una muy escondida que decía que no había nada mejor que pasar el tiempo con los niños...
Desde aquel día, a Bárbara su abuelo le parecía cada día más guapo, y con cada arruga que aparecía en su rostro, la niña acudía corriendo para ver qué nueva lección había aprendido. Hasta que en una de aquellas charlas, fue su abuelo quien descubrió una pequeña arruga en el cuello de la niña:
- ¿Y tú? ¿Qué lección guardas ahí?
Bárbara se quedó pensando un momento. Luego sonrió y dijo
- Que no importa lo viejito que llegues a ser abuelo, porque... ¡te quiero!

miércoles, 25 de julio de 2018

Hazme digno de servir a mis hermanos

           Madre Teresa de Calcuta

Señor, cuando tenga hambre,
dame alguien que necesite comida;
Cuando tenga sed,
mándame alguien que necesite una bebida;
Cuando tenga frío,
mándame alguien que necesite calor;
Cuando tenga un disgusto,
preséntame alguien que necesite consuelo;
Cuando mi cruz se haga pesada,
hace que comparta la cruz de otro;
Cuando esté pobre,
ponme cerca de alguien necesitado;
Cuando me falte tiempo,
dame alguien que necesite unos minutos míos;
Cuando sufra una humillación,
dame la ocasión de alabar a alguien;
Cuando esté desanimado,
mándame alguien a quien tenga que dar ánimo;
Cuando sienta necesidad de la comprensión de los demás,
mándame alguien que necesite la mía;
Cuando sienta necesidad de que me cuiden,
mándame alguien a quien tenga que cuidar;
Cuando piense en mí mismo,
atrae mi atención hacia otra persona.
Hazme digno, Señor, de servir a mis hermanos,
que viven y mueren pobres y hambrientos
en este mundo de hoy.
Dales, a través de mis manos, el pan de cada día;
y dales paz y alegría, gracias a mi amor comprensivo.

Cicatrices de amor

En un día caluroso de verano en el sur de Florida, un niño decidió ir a nadar en la laguna detrás de su casa. Salió corriendo por la puerta trasera, se tiró al agua y nadaba feliz. Su mamá desde la casa lo miraba por la ventana. De repente vio con horror algo que sucedería... ¡un enorme cocodrilo se acercaba a espaldas de su hijo! Corrió hacia su hijo gritándole lo más fuerte que podía.
Oyéndole, el niño se alarmó, miró hacia atrás y empezó a nadar rápidamente hacia su mamá. Desde el muelle la mamá agarró al niño por sus brazos... justo cuando el cocodrilo le agarraba, con sus afilados dientes, sus pequeñas piernas.
La mujer trataba de sacar las piernas de su pequeño con toda la fuerza de su corazón. El cocodrilo era más fuerte, pero la mamá era mucho más apasionada y su amor no la abandonaba.
Un señor que pasaba por el lugar, escuchó los gritos, se apresuró hacia el muelle con una pistola y disparó al cocodrilo. El niño sobrevivió y, aunque sus piernas sufrieron bastante, aún pudo llegar a caminar.
Cuando salió del hospital, un periodista le preguntó al niño si le quería enseñar las cicatrices de sus piernas. El niño levantó la colcha y se las mostró. Pero entonces, con gran orgullo se remangó las mangas y dijo:
- "Pero las que usted debe de ver son estas". Eran las marcas en sus brazos de las uñas de su mamá que habían presionado con fuerza... "Las tengo porque mamá no me soltó y me salvó la vida".

Nosotros también tenemos cicatrices de un pasado doloroso. Algunas son causadas por nuestros pecados, pero algunas son la huella de Dios que nos ha sostenido con fuerza para que no caigamos en las garras del mal.
Dios te bendiga siempre y recuerda que... si te ha dolido alguna vez el alma, en aquella ocasión Dios te agarró sumamente fuerte para que no cayeras.