sábado, 17 de noviembre de 2018

Tú nos llamas y nos invitas

Tú nos llamas en medio de la vida, nos llamas en cada circunstancia
nos invitas a construir tu Reino, donde Tú lo haces todo nuevo,
vuelves a rehacer la vida con nosotros. Y nos cuesta creerte.
Vivimos superficialmente y deprisa, sometidos por el egoísmo,
ese ladrón que nos roba la alegría
y nos deja sin ánimo para seguir adelante.
No distinguimos al ladrón y para cuando nos damos cuenta
ya nos lo ha robado todo.
Tú nos hablas de estar atentos a la vida, donde Tú
te haces presente, para mostrarnos el camino de la felicidad.
Tú estás en medio de la vida, como Señor de la Historia,
y vienes en cada acontecimiento.
Ayúdanos a estar despiertos para reconocerte y recibirte.
Enséñanos a orar, a mantener nuestro espíritu firme en Ti,
que eres nuestra Roca firme, que permaneces fiel
en medio de los avatares de la vida,
que nos salvas en toda situación que nos afecta.
Que nos encontremos contigo en toda circunstancia y momento
y sepamos disfrutar de tu presencia
y señalarla a cuantos no te encuentran. Amén.

¿Por qué grita la gente cuando está enfadada?

Cuentan que un día un maestro espiritual preguntó a sus discípulos:
- ¿Por qué grita la gente cuando está enfadada?
Los discípulos pensaron unos momentos.
- Porque perdemos la calma, -contestaron.
- Pero, ¿por qué gritar cuando la otra persona está a tu lado?, preguntó el maestro. ¿No es posible hablarle en voz baja? ¿Por qué gritas a una persona cuando estás enfadado?
Los discípulos dieron algunas otras respuestas pero ninguna de ellas agradó al maestro.
Finalmente el maestro les explicó:
- Cuando dos personas están enfadadas, sus corazones se alejan mucho. Para cubrir esa distancia deben gritar para poder escucharse. Cuanto más enfadados están, más fuerte tendrán que gritar para escucharse uno a otro a través de esa gran distancia.
Luego el maestro preguntó:
- ¿Qué sucede cuando dos personas se enamoran? Ellos no se gritan, sino que se hablan suavemente, ¿por qué? Porque sus corazones están muy cerca. La distancia entre ellos es muy pequeña.
El maestro continuó:
- Cuando se enamoran aún más, ¿qué sucede? No hablan, sólo susurran y se unen aún más cerca en su amor. Finalmente, no necesitan siquiera susurrar, sólo se miran y eso es todo. Así es cuando están cerca dos personas que se aman.
Luego el maestro dijo:
- Cuando discutáis no dejéis que vuestros corazones se alejen, no digáis palabras que os distancien más, porque llegará un día en que la distancia será tan grande, que no encontraréis de nuevo el camino de vuelta para acercaros.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Tengo dudas, pero quiero seguirte, Señor

Señor, ¿merece la pena decir la verdad?
¿trae cuenta renunciar a caprichos?
¿tiene sentido ser generoso y compartir?
¿qué voy a recibir por ser buen cristiano?
¿qué me vas a dar por seguirte?
A veces siento, Señor, que no merece la pena,
que es mejor buscar únicamente mi comodidad
dejar de sentir los problemas de los demás
y vivir la vida alegremente, sin renunciar a nada.
Así lo siento... y no me gusta esta sensación.
Sé qué tú das el ciento o el mil por uno,
incluso el cien por cero o el mil por nada,
que tú pagas sin saber si vas a recibir algo;
pero a veces no lo siento así, Señor,
y te pido que me ayudes a experimentarlo.
Señor, ayúdame a comprender y a sentir
que amar y servir a los demás es un regalo,
que vivir en la verdad es una gracia tuya,
que Tú haces posible mi esfuerzo y mi renuncia,
que seguirte y estar a tu lado es el mejor don,
que somos pobres siervos y sólo hemos hecho lo que debíamos.

La oscuridad y la luz

La cueva oyó un día una voz que le decía:
- “Sal a la luz. Ven y contempla el brillo del sol.”.
La cueva respondió:
- “No sé lo que dices, yo soy todo oscuridad”.
Después de muchas invitaciones, la cueva se aventuró, salió y se sorprendió al ver tanta luz por todas partes.
La cueva miró al sol y le dijo:
- “Ven conmigo y contempla mi oscuridad”.
El sol aceptó y entró en la cueva.
- "Ahora, le dijo el sol, enséñame tu oscuridad”.
Pero ya no había oscuridad, todo era luz.

jueves, 15 de noviembre de 2018

Concédeme, Señor,...

Dame, Señor, la simplicidad de un niño y la conciencia de un adulto.
Dame, Señor, la prudencia de un astronauta y el coraje de un salvavidas.
Dame, Señor, la humildad de un barrendero y la paciencia de un enfermo.
Dame, Señor, el idealismo de un joven y la sabiduría de un anciano.
Dame, Señor, la disponibilidad del Buen Samaritano y la gratitud del menesteroso.
Dame, Señor, todo lo que de bueno veo en mis hermanos, a quienes colmaste con tus dones.
Haz, Señor, que sea imitador de tus santos, o, mejor, que sea como Tú quieres:
perseverante, como el pescador, y esperanzado como el cristiano.
Que aparezca en el camino de tu Hijo y en el servicio de los enfermos. Amén

Los tres albañiles

El joven llevaba tiempo hablando solo, mientras el sabio lo miraba pacientemente:
- En casa, cada uno me proponen que estudie una profesión diferente: Mi papá me dice que estudie medicina para que herede su consultorio, mi mamá propone arquitectura o ingeniería para que trabaje con mi tío, mi abuela quiere que sea militar como lo fue mi abuelo. En el colegio también nos tienen bombardeados de opciones y tengo que decidir dentro de muy pocos días para conseguir cupo en la universidad.
Tras un breve silencio el joven concluyó:
- Sé que es una decisión muy importante para mi futuro, pero la verdad es que no sé con cual de esas profesiones voy a ser feliz en la vida.
El sabio se llevó la taza de té a la boca y luego, con voz suave pero firme, le dijo:
- Querido amigo, ninguna de esas profesiones te va hacer ser feliz.
- ¿Cómo? –repuso de inmediato el joven– claro que sí, y es una elección muy importante y muy difícil.
- Si, si, pero escucha primero esto que me ocurrió hace ya cierto tiempo:
En cierta ocasión fui al pueblo donde vive mi hermana. En el terreno junto a su casa estaban construyendo un edificio un poco más grande de lo habitual, así que un día me acerqué y vi a un albañil recostado debajo de un árbol. Me dirigí hacia él y le pregunté lo que hacía:
- Estoy aquí descansando, hace mucho calor, los bloques son muy pesados y me duele la espalda. No veo la hora que termine mi turno para salir de esta pesadilla.
Seguí caminando, me paré junto a otro albañil que trabajaba apilando bloques en una pared y le hice la misma pregunta. Él me respondió:
- Aquí estoy, ganándome el sustento diario para llevarle comida a mi esposa y mis hijos. No puedo quejarme, aquí voy a tener trabajo durante mucho tiempo.
Tras despedirme me aparté un poco y vi que en el tejado había otro albañil que hacía equilibrios para sujetar una pesada viga. Cuando terminó, alcé la voz y también le pregunté qué hacía. Con una sonrisa en la cara y un gran entusiasmo me dijo:
- ¡Estoy construyendo una escuela para nuestros niños!, será la escuela más bella de toda la ciudad y cuando nuestros muchachos estudien aquí serán el orgullo de nuestro país.
Los tres albañiles estaban en el mismo trabajo y por el mismo salario, pero había una gran diferencia entre ellos: el primero odiaba lo que hacía; el segundo era indiferente y lo hacía como una obligación para su sobrevivir; en cambio el tercero no solo amaba lo que hacía, sino que era capaz de proyectar su trabajo y su esfuerzo hacia la sociedad y el bien común.
Tras un breve silencio, el sabio se inclinó hacia el muchacho diciéndole
- Volviendo al tema que nos atañe, estimado jovencito, ciertamente la decisión que tienes que tomar es importante y también difícil, pero debes recordar que no es la profesión que tú elijas la que te hará feliz en la vida, sino la actitud que tú tomes frente al trabajo que te toque hacer. No importa si se trata de medicina, leyes, ingeniería o administración, en todas esas profesiones existen tres tipos de personas que, al igual que los albañiles, decidirán con su actitud si traerá o no la felicidad a sus vidas.
La felicidad no es un destino o una meta que debe alcanzarse, la felicidad es el camino y debe disfrutarse día a día. Ser feliz es una decisión y una actitud frente a la vida

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Gracias, Señor

Gracias, Señor, por la aurora y por el nuevo día.
Gracias por el sol que nos calienta e ilumina.
Gracias por la luna que alivia oscuridades.
Gracias por el viento, los árboles, los animales...
Gracias por la casa que nos acoge y protege.
Gracias por las sábanas, las toallas y los pañuelos.
Gracias por poder vestir cada día ropa limpia.
Gracias por el agua que brota en cada grifo.
Gracias por los alimentos de la despensa y la nevera.
¡Cuantas cosas tenemos, Señor, y a veces no somos conscientes!
Y sobre todo, Señor, gracias por tu amistad, tu perdón y tu compañía.
Gracias por el cariño de los amigos y la familia.
Gracias por las personas que hoy me ayudarán a sonreír y a seguir adelante.
Gracias por las personas a las que hoy podré amar y servir.
Gracias.

“Pontífice”

Algunos años después de la legendaria fundación de Roma por Rómulo y Remo (753 antes de nuestra era), cuando los monarcas de la joven ciudad se ocupaban aún de los rituales religiosos, el segundo rey de Roma, Numa Pompilio, consideró que sus sucesores tendrían que ocuparse de la guerra y del gobierno de un Estado cada vez más complejo, de modo que no estarían en condiciones de pensar en la liturgia. Con esa idea, Numa Pompilio decidió entregar el cuidado de las ceremonias religiosas a un funcionario o sacerdote que desempeñara exclusivamente esa función religiosa. Después de mucho meditarlo, confirió esa dignidad a los pontífices, que eran los encargados de cuidar el puente sobre el río Tíber, una tarea que en aquella época revestía enorme importancia política y militar, además de religiosa.
En la palabra “pontifex” se fusionan “pontis” 'puente' y “facere” 'hacer', en alusión a su actividad: cuidar el puente.
Algunos siglos más tarde, Julio César decidió asumir la dignidad de Pontifex Maximus 'sumo pontífice', el mayor de los pontífces, para indicar así su posición de jefe no sólo civil y militar, sino también religioso. A partir de Augusto, este título quedó vinculado al de emperador durante varios siglos, hasta la llegada al poder de Constantino (306 d. de C.), quien adoptó el cristianismo como religión oficial del Imperio. Fiel a la tradición consagrada por sus predecesores, Constantino siguió usando durante algún tiempo el título de sumo pontífice, ahora como representante de Cristo. Pero los obispos de Roma no tardaron en reivindicar para sí la condición de únicos representantes de Cristo en la Tierra y acabaron por incorporar el título de “Pontifex Maximus”, que los papas ostentan hasta hoy.

domingo, 11 de noviembre de 2018

Ver como tú ves, Señor

Señor: No te pedimos que nos hagas pasar hambre,
pero sí que nos des sensibilidad con los que la pasan.
No te pedimos que nos dejes solos,
pero sí que nos des sensibilidad para con los que sufren soledad.
No te pedimos que nos olvides,
pero sí que nos des sensibilidad para todos los olvidados.
Señor: Danos tus ojos para que podamos ver como tú ves y mirar como tú miras.
Porque quisiéramos ver a los demás, como tú los ves.
Quisiéramos ver el mundo como tú lo ves.

“Hay que dar hasta que duela”

              Madre Teresa de Calcuta

Nunca olvidaré una experiencia que tuvimos hace algún tiempo en Calcuta.
Hacía meses que no teníamos azúcar, y un pequeño niño hindú, de cuatro años fue a su casa y le dijo a sus padres: No voy a comer azúcar durante tres días, le voy a dar mi azúcar a la Madre Teresa “.
Era tan poquito lo que trajo después de tres días; pero el suyo era un amor muy grande.
Debemos aprender, como ese niño pequeño, que no es cuánto damos sino cuanto Amor ponemos al DAR. Dios no espera cosas extraordinarias.
Después que recibí el Premio Nobel, mucha gente vino y dio; alimentaron a los nuestros, trajeron ropas, hicieron cosas hermosas. Una tarde encontré a un mendigo en la calle, vino hacia mi y me dijo: “Madre Teresa, todos te están dando algo. Yo también quiero darte algo, pero hoy, para todo el día solo tengo dos moneditas y quiero darte eso”.
No puedo contarles la alegría radiante de su rostro porque tomé esas dos moneditas sabiendo que si él no recibía hoy algo más, tendría que irse a dormir sin comer… pero sabiendo también que lo habría herido mucho si no las hubiera aceptado.
No les puedo describir la alegría y la expresión de Paz y de Amor de su cara. Solo puedo decirles una cosa: Al aceptar las dos moneditas sentí que era mucho más grande que el Premio Nobel, porque él me dio todo lo que poseía y lo hizo con tanta ternura.
Esta es la Grandeza del Amor. Tratemos de encontrar ese Amor y ponerlo en acción.