viernes, 25 de agosto de 2017

Señor, dame un corazón

Señor, dame un corazón abierto que sepa acoger tu amor,
el amor gratuito e incondicional que sostiene mi vida.
Señor, dame un corazón humilde que sepa dejarse amar
por las personas que me ayudan a crecen en humanidad.
Señor, dame un corazón generoso que sepa amarte,
amarte en todo lo que haga y por encima de todo y de todos.
Señor, dame un corazón comprometido que sepa servir,
servir a todos, comenzando por los últimos, por los pobres.
Señor, dame un corazón agradecido que sepa valorarme,
amarme y alegrarme con los dones que he recibido de Ti.
Señor, dame un corazón sabio, para comprender
que sólo tu amor puede llenar del todo mi corazón,
que sólo el que ama con grandeza puede recibir amor,
que sólo el que se deja amar con humildad puede amar,
que sólo el que ama y se dejar amar puede ser feliz.

El Rey y el anciano arquero

Un rey quiso aprender el arte del tiro con arco.
Sus ministros convocaron a todos los campeones: los que lanzaban más flechas por minuto, los que llegaban más lejos, los que daban en el blanco con los ojos cerrados, los que cazaban pájaros en pleno vuelo, etc… Todos se jactaban de ser infalibles y ninguno erró una flecha.
El rey consideró Maestros a esos guerreros que adornaban el real jardín con sus armas multicolores. Pero de pronto una brisa comenzó a corretear entre las hojas para hacerse cada vez más insidiosa. Volaron paños bordados, abanicos de marfil, trenzas empapadas en esencia de sándalo. ¡La juguetona serpiente se hizo ventarrón! Los arqueros cesaron sus ejercicios en espera de un tiempo más propicio.
El rey se sintió decepcionado: él quería un Maestro que no fallara nunca, aun en medio de un vendaval.
¡Le dijeron que eso era imposible!
El monarca suspendió la fiesta y cayó en un estado melancólico del que sólo pudieron sacarlo con la presentación de un séquito que lo acompañaría por el reino para ayudarlo a encontrar a tal hombre que no fallara nunca con el arco… Recorrieron las provincias sin obtener resultados, hasta que un día un campesino les dijo que conocía un arquero que no fallaba ni en medio de un huracán.
Reverente, llevó al rey a una aldea donde éste encontró a un luminoso anciano que manejaba un arco que un gigante no podría tensar. El arma brillaba, pulida por sus amorosas y arrugadas manos. Las flechas parecían joyas.
El rey le pidió su secreto y el arquero se lo dio:
- “¡Aún en medio de vientos furiosos, siempre doy en el blanco porque no tengo blanco! Me preocupo sólo de la flecha, la que lanzo con toda la dedicación y belleza que mi alma pueda obtener. El tiro es perfecto y, como no tengo finalidad, hacia donde quiera que lance la flecha y donde quiera que ella caiga, siempre da en el blanco.”
El rey se arrodilló ante él y se hizo su discípulo.

jueves, 24 de agosto de 2017

Salmo de los dos caminos

Aquí estoy, Señor Jesús, a la vera del camino, sin camino; 
mis pasos buscan tus huellas donde poner mis pisadas 
la vida y la muerte están ante mí como un reto; 
el bien y el mal se cruzan en mi corazón 
que sin descanso busca, pide y llama. 
Quiero ser dichoso, hombre en camino; 
yo quiero ser libre con la libertad de tu Evangelio. 
Quiero hacer de tu Evangelio norma de vida 
y escucharlo día y noche hasta que penetre el fondo del alma. 
Quiero ser, Señor Jesús, como el árbol que crece junto al río 
y bebe en profundidad y hondura en las corrientes del agua. 
Quiero dar, a su tiempo, frutos de paz y bien, 
y dejar que las semillas que has sembrado en mí se abran. 
No dejes jamás, Señor, que se marchiten mis hojas verdes, 
ni que el viento las arranque, una a una, de sus ramas. 
Quiero seguir el camino del hombre nuevo, 
del hombre que dice sí a la vida y con tesón la guarda; 
no quiero ser como paja que lleva el viento 
y hace de ella un juego fácil entre sus alas. 
Quiero ser desde mis raíces y mi historia de ilusiones y fracasos, 
desde mis luchas y mis crisis un camino de esperanza 
abierto hacia la Vida eterna, donde tú moras 
y donde esperas, con un corazón de amigo, mi llegada. 
Tú eres, Señor Jesús, el camino de un corazón joven; 
el camino de la vida en la cruz entregada 
por la salvación del hombre, de todo hombre que busca en ti
la respuesta cierta y segura en la encrucijada. 
Señor Jesús, contigo se hace el camino suave y ligero, 
al llevar entre tú y yo, ¿los dos juntos?, esta pesada carga. 
Quiero ser discípulo tuyo, y aprender de ti, Maestro, 
a ser libre como el viento, en tu Espíritu, que guía y salva. 

La estrella de mar

Cuentan que una vez un hombre mayor caminaba por la playa contemplando el mar, cuando a lo lejos vio una figura de un hombre que parecía bailar.
Se apresuró para acercarse más a esa persona y ver exactamente qué hacía.
Cuando se acercó se dio cuenta que no estaba bailando sino tomando estrellas de mar y arrojándolas mar adentro tan fuerte como podía.
Le pregunta entonces: – ¿Qué haces mi joven amigo?
Este respondió: – La tarde está cayendo y la marea bajando, si no arrojo estas estrellas al mar morirán, así que las estoy enviando dentro del mar otra vez.
El hombre mayor sonrió irónicamente y le dijo:
– Pero hay miles de playas en todo el mundo, donde miles de estrellas de mar morirán. ¿Crees tú que con eso vas a conseguir algo?
El joven se detuvo por un momento, suspiró, tomó otra estrella, la arrojó y dijo:
– ¡Bueno, acabo de hacer por esta estrella devolviéndola al agua para que pueda seguir viviendo!

martes, 22 de agosto de 2017

Sed y hambre de ti, Señor

José Mª Rodríguez Olaizola, sj

Danos el agua que colma sin ahogar, 
que limpia las entrañas, empapa el corazón, 
y acuna en lo yermo la vida. 
Danos tu pan, que sacia sin hartar 
y restaura las fuerzas gastadas; 
pan que alimenta la acogida, el encuentro y la fiesta 
al partirse en mesa de hermanos. 
Danos tu espíritu que habla sin grito, hace audaz al cobarde
y libera al cautivo cuando inspira justicia, libertad, paz. 
Danos tu verdad que seduce sin trampa, 
que hace sabio al pequeño y hace sencillo al sabio, 
al afirmar un amor invencible. 
En agua, pan y amor inquieto, en espíritu y verdad. 
Tenemos sed de ti, Señor. 

La soberbia del árbol

Dicen que hace muchísimo tiempo a los árboles no se les caían las hojas.
Y sucedió que un anciano iba vagando por el mundo desde joven con el propósito de conocerlo todo. Al final estaba muy, pero que muy cansado de subir y bajar montañas, atravesar ríos, praderas, andar y andar, cansado de esto decidió subir a la más alta montaña del mundo, desde donde, quizás, podría ver y conocerlo todo antes de morir.
Lo malo es que la montaña era tan alta que para llegar a la cumbre había que atravesar las nubes y subir más alto que ellas. Tan alta que casi podía tocar la luna con la mano extendida.
Pero al llegar a lo más alto, comprobó que solo podía distinguir un mar de nubes por debajo suyo y no el mundo que deseaba conocer.
Resignado decidió descansar un poco antes de continuar con su viaje.
Siguió andando hasta que encontró un árbol gigantesco. Al sentarse a su gran sombra no pudo menos que exclamar:
-¡El Altísimo debe protegerte, pues ni la ventisca ni el huracán han podido abatir tu grandioso tronco, ni arrancar una sola de tus hojas!
— Ni mucho menos, -contestó el árbol sacudiendo sus ramas con altivez y produciendo un gran escándalo con el sonido de sus hojas-, el maligno viento no es amigo de nadie, ni perdona a nadie, lo que ocurre es que yo soy más fuerte y hermoso.  El viento se detiene asustado ante mí, no sea que me enfade con él y lo castigue, sabe bien que nada puede contra mí.
El anciano se levantó y se marchó, indignado de que algo tan bello pudiese ser tan necio como lo era ese árbol.
Al rato el cielo se oscureció y la tierra parecía temblar
Apareció el viento en persona: 
— ¿Qué tal arbolito? -rugió el viento-, así que no soy lo bastante potente para ti, y te tengo miedo? ¡Ja, ja, ja!, rió el viento
Al sonido de su risa todos los arboles del bosque se inclinaron atemorizados.
— Has de saber que si hasta ahora te he dejado en paz ha sido porque das sombra y cobijo al caminante, ¿No lo sabías?
— No, no lo sabía.
— Pues mañana a la luz del sol tendrás tu castigo, para que todos vean lo que les ocurre a los soberbios, ingratos y necios.
— Perdón, ten piedad, no lo haré más.
— ¡Ja, ja, ja, de eso estoy seguro, ja, ja ja!
Mientras transcurría la noche el árbol meditaba sobre la terrible venganza del viento. Hasta que se le ocurrió un remedio que quizás le permitiese sobrevivir a la cólera del viento.
Se despojó de todas sus hojas y flores. De manera que a la salida del sol, en vez de un árbol magnífico, rey de los bosques, el viento encontró un miserable tronco desnudo.
Al verlo, el viento se echó a reir, cuando pudo parar le dijo así al árbol:
— Es verdad que ahora ofreces un espectáculo triste y grotesco. Yo no hubiese sido tan cruel, ¿qué mayor venganza para tu orgullo que la que tú mismo te has infringido?, de ahora en adelante, todos los años tu y tus descendientes, que no quisisteis inclinaros ante mí, recuperareis esta facha, para que nunca olvidéis que no se debe ser necio y orgulloso.
Por eso los descendientes de aquel antiguo árbol pierden las hojas en otoño. Para que nunca olviden que nada es más fuerte que el viento.

lunes, 21 de agosto de 2017

El milagro del compartir

Señor, nos invitas a poner en común todo lo que tenemos. 
Nos demuestras que compartiendo hay de todo y para todos. 
Es así como nos enseñaste a vivir. 
Es el secreto de tu Reino y de tu Amor. 
Vivimos en un mundo de injusticia e insolidaridad. 
Dos terceras partes de la humanidad pasan hambre, 
mientras el resto estamos sobrados de todo...
y hacemos estudios, conocemos los datos, 
pero todo sigue igual. 
Tú nos trajiste la solución perfecta a toda injusticia. 
Tú nos enseñaste la forma de vivir como hermanos, 
de tratarnos como una gran familia, de que hubiera para todos. 
Sólo había que poner a disposición de los otros lo que cada uno tiene. 
No somos capaces, Padre, de reducir nuestros gastos, 
ni nos atrevemos a necesitar menos, a tener menos. 
Nos creamos necesidades, nos impulsamos a tener, 
en vez de responder a las necesidades de nuestros hermanos. 
Nos diste tu lección, Jesús, 
pero, además, necesitamos que nos cambies el corazón, 
que nos ayudes a desprendernos,
que nos duela la necesidad del hermano, 
que adivinemos su carencia, 
para que se produzca en nosotros un desapego radical. 
Padre, ayúdanos a vivir el milagro del compartir. 
Despiértanos a la justicia y el Amor. 
No nos dejes tranquilos. Empújanos.

El pescador

Cuentan que un día, muy temprano, salió a pescar una persona con mucho ánimo y muy contenta. Antes de comenzar se puso en pie e hizo una oración a Dios dando gracias por un día tan precioso. Mientras pescaba cerca de él había una persona observándolo con mucha atención. Y notaba que cuando el pescador cogía un pez, lo media y decía: Este mide 15 centímetros; lo sacaba y lo colocaba en una cesta donde acomodaría toda la pesca del día, y luego saca otro pez, y haciendo lo mismo dijo: Este mide 16 cm.; lo echa en la cesta y continúa su pesca. 
El observador notó que el siguiente pez que el pescador saca era bien grande, más del triple de los que había sacado anteriormente, y se sorprende cuando le oye decir: ‘Este mide mucho’, y lo devuelve al agua y así hizo con los peces grandes.
Picado por la curiosidad, se acerca y le pregunta:
- He visto que ha tenido muy buena pesca, pero he notado que los peces grandes los devuelve al agua, ¿Por qué siendo tan grandes los devuelve y no hace esto con los de menor medida?
El pescador contestó: 
- Lo que sucede es que los peces grandes no caben en mi sartén que solo mide 16 centímetros…

domingo, 20 de agosto de 2017

Gracias, Señor, por el don de la fe

Gracias, Señor, por el don precioso de la fe, porque creo en ti.
Gracias porque sé (y a veces siento) que Tú me amas, 
me acompañas, me perdonas, me impulsas a trabajar en favor de los que sufren, 
de los pobres, de un mundo más justo.
Gracias, Señor, por las personas que sembraron la fe en mi corazón; 
gracias por los creyentes en los que apoyo mi fe; 
gracias por los que apoyan su fe en la mía.
Ten compasión de mí, porque a veces no te entiendo y dudo, 
porque en ocasiones pienso que te has olvidado de mí, de los míos, de los pobres. 
Y tengo la tentación de dejar de rezar, de alejarme de ti.
Socórreme, para que sólo Tú seas mi Camino, mi Verdad, mi Vida; 
para que te siga adonde quiera que vayas, sabiendo que sólo Tú 
das a mi corazón la felicidad y la paz más grandes. Amén.

El brahmín astuto

Era en el norte de la India, allí donde las montañas son tan elevadas que parece como si quisieran acariciar las nubes con sus picos. En un pueblecillo perdido en la inmensidad del Himalaya se reunieron un asceta, un peregrino y un brahmín. Comenzaron a comentar cuánto dedicaban a Dios cada uno de ellos de aquellas limosnas que recibían de los fieles.
El asceta dijo: 
– Mirad, yo lo que acostumbro a hacer es trazar un círculo en el suelo y lanzar las monedas al aire. Las que caen dentro del círculo me las quedo para mis necesidades y las que caen fuera del círculo se las ofrendo al Divino.
Entonces intervino el peregrino para explicar: 
- Sí, también yo hago un círculo en el suelo y procedo de las misma manera, pero, por el contrario, me quedo para mis necesidades con la monedas que caen fuera del círculo y doy al Señor las que caen dentro del mismo.
Por último habló el brahmín para expresarse de la siguiente forma: 
– También yo, queridos compañeros, dibujo un círculo en el suelo y lanzó las monedas al aire. Las que no caen, son para Dios y las que caen las guardo para mis necesidades.
El Maestro dice: Así proceden muchas personas que se dicen religiosas. Tienen dos caras y una es todavía más falsa que la otra. Y tú… ¿a quién te pareces más en tu relación con Dios?