viernes, 17 de julio de 2020

Empezar de nuevo

Cayó en mis manos una estampa del Hijo pródigo y el Padre bueno. Le di la vuelta y leí:
“Padre, cada mañana sales al balcón y oteas el horizonte para ver si vuelvo a tus brazos.
Cada mañana bajas saltando las escaleras y echas a correr por el campo cuando me adivinas a lo lejos.
Cada mañana me cortas el discurso que llevo ensayado y me rodeas con un abrazo redondo el cuerpo entero.
Cada vez que me arrepiento de lo que he hecho mal y te pido perdón, organizas una fiesta para mí, la fiesta del perdón.
Cada mañana me dices al oído con voz de primavera: Hoy puedes empezar de nuevo.

El monje y el general


              Jorge Bucay

Cuentan que, en el receso de una batalla, el general de un poderoso ejército se presentó en el templo tofuku, donde moraba un monje que cargaba consigo la fama de ser la persona más sabia de su tiempo y la más dotada espiritualmente.
Su deseo no era más que el de saludarlo, ya que ambos habían compartido tristezas y alegrías de la infancia en una pequeña aldea, no demasiado lejana del lugar donde se levantaba el templo.
Cuando uno de los aspirantes lo recibió́ en la entrada del templo, el general dijo:
— Dígale al maestro que el general Kitagaki está aquí́ para verlo.
El discípulo entró en el templo y volvió́ a salir después de unos minutos.
— El maestro dice que no puede verlo, dice que no conoce a ningún general.
— Sin duda se trata de un malentendido. Dígale al maestro que volveré́ mañana.
Al día siguiente el general volvió́ a presentarse frente al templo. En el camino había estado pensando que quizás hubiera más de un maestro en el templo. “Seré́ más claro esta vez”, pensó Kitagaki. Así que cuando un discípulo salió a recibirlo, le dijo:
— Dígale al maestro Ho que el general Kitagaki está aquí́ para verlo.
El joven hizo una reverencia y entró al templo. Al salir, su respuesta fue idéntica a la del día anterior.
— El maestro Ho dice que no puede verlo, y que no conoce a ningún general.
— Dígale que regresaré mañana –dijo otra vez Kitagaki.
Antes de retirarse agregó ofuscado:
— Y dígale que más le vale no negarse de nuevo a verme.
Aún no había salido completamente el sol la siguiente mañana cuando Kitagaki se detuvo de nuevo frente a las puertas del templo tofuku y, utilizando su voz firme y sonora, se anunció frente al aspirante que estaba allí́:
— Dígale al maestro que el general Kitagaki, líder del Ejército del Sur, demanda verlo.
Nuevamente el discípulo desapareció́ dentro del templo y al regresar repitió́:
— El maestro dice que no puede verlo pues no conoce a ningún general ni tiene idea de qué es el Ejército del Sur. Pero le envía esto.
Entonces le tendió́ al militar un pequeño caballito de madera, el tipo de juguete que habría usado un niño de cinco años.
Entonces, de pronto, aparecieron en la memoria de Kitagaki imágenes de la pequeña aldea en la que había crecido, oyó́ las voces de los niños corriendo y la suya propia, cuando jugaba con figuras de madera como la que en ese momento, tantos años después, tenía entre sus manos. Permaneció́ un minuto en silencio y luego se dio cuenta de su error:
— Pídele disculpas al maestro. Dile que su viejo amigo Kitagaki está aquí́ para verlo.
El aspirante a monje volvió́ al interior del templo y, al cabo de unos minutos, salió́ acompañado del maestro, que, abriendo los brazos hacia Kitagaki, dijo:
— ¡Viejo amigo! ¡Qué gusto que estés aquí́! Hace tres días que te estoy esperando!

martes, 14 de julio de 2020

Sembrar Evangelio

             José María Rodríguez Olaizola, sj

Seguiremos caminando, más allá de fracasos y golpes.
Seguiremos amando, venciendo a soledades y deserciones.
Seguirá la historia, la memoria poblada
y la espera impaciente de lo que ha de llegar.
Uniremos los pedazos dispersos, los fragmentos de sueños,
estrecharemos brazos heridos.
Setenta veces siete alzaremos los ojos y retomaremos la ruta.
Con otros, igual de frágiles,
igual de fuertes, igual de humanos,
haremos surcos en la tierra fértil
para seguir sembrando
un evangelio de carne y hueso
regado con los anhelos más hondos,
y crecerá, imparable, la vida.


¿Qué hay al otro lado?


Un hombre enfermo se dirigió a su médico, mientras se preparaba para dejar el consultorio y le dijo:
- Doctor, tengo miedo de morir. Dígame, ¿Qué hay del otro lado? ¨
Muy quedamente, el médico le contestó:
- No lo sé.
- ¿Usted no sabe? Usted, un cristiano, ¿No sabe lo que hay del otro lado?
El médico tenía su mano en la manillera de la puerta; al otro lado se oyó un ruido de rasguños y lloriqueo y, al abrir la puerta, un perro entró apresuradamente en la sala y le saltó encima con una evidente manifestación de alegría. Volviéndose al paciente, el médico dijo:
- ¿Observó a mi perro? Nunca había estado en esta sala antes. Él no sabía lo que había aquí dentro. Solo sabía que su amo estaba aquí y, cuando se abrió la puerta, dio un salto hacia adentro sin temor alguno. Conozco muy poco de lo que hay del otro lado de la muerte, pero sé una cosa… Sé que mi Señor está allí y eso es suficiente.

lunes, 13 de julio de 2020

La ley del amor

José María Rodríguez Olaizola, sj

La ley, sí, pero ¿qué ley?
No la del puro que observa, desde una barrera de cumplimientos,
a los equivocados, los perdidos, los transgresores.
No la de quien agarra la piedra y lapida al culpable
en nombre de un Dios cruel.
No la de la virtud jactanciosa, o el discurso hipócrita.
No la de la brizna en el ojo ajeno, ni la del ego desmesurado.
No la que esclaviza y no libera. No la de credos impuestos.
¿La que se cumple por miedo? ¡No!
La del amor. Solo esa.
Que se conmueve, arde, celebra y lucha;
que tiende los brazos, que entiende las caídas,
que aspira a todo desde el saberse poco.
La de la entraña estremecida ante el misterio del prójimo.
La del sollozo compasivo que no renuncia a la esperanza.
La que sostiene la vida sin conformarse con menos.
La de la risa sincera. La de vaciarse hasta la última gota.
Y vivir. Y morir. Y resucitar. Esa ley.

La Misa del domingo


Ocurrió un domingo por la mañana en una pequeña iglesia de la frontera entre Venezuela y Colombia.
Cuando la Misa iba a comenzar sucedió sigo sorprendente: Una banda de guerrilleros armados con fusiles salieron de la jungla y a patadas y portazos entraron en la iglesia. El sacerdote y los fieles estaban muertos de miedo. Los guerrilleros sacaron a rastras al sacerdote para ejecutarlo. Luego el jefe de los guerrilleros entró de nuevo en la iglesia y preguntó:
Si alguno más cree en estas cosas de Dios, por favor dé un paso al frente. La gente se quedó helada. Hubo un largo silencio. Finalmente, un hombre salió y de pie frente al guerrillero dijo:
- Yo amo y creo en Jesús.
Los soldados lo prendieron y lo sacaron fuera para ejecutarlo. Algunos más dieron un paso al frente y dijeron lo mismo. Estos también fueron sacados fuera. A continuación sonaron los disparos de los fusiles. Cuando ya nadie más quiso identificarse como cristianos, el jefe volvió a entrar en la iglesia y ordenó a todos que salieran fuera.
- ¨Ustedes no tienen derecho a estar aquí adentro¨.
Y los echó a todos.
Cual no fue su sorpresa al ver al párroco y a los otros vivos. El párroco y los otros volvieron a entrar en la iglesia para seguir celebrando la Misa y a los otros se les avisó que no volvieran a entrar en la iglesia hasta que tuvieran el valor de confesar y defender sus creencias.
Y los guerrilleros desaparecieron en la jungla.