sábado, 14 de diciembre de 2024

Concédeme el deseo de imitarte

         San Juan de la Cruz

Concédeme, oh Cristo,
un constante deseo de imitarte
en todas mis acciones.
Ilumina mi espíritu, para que contemplando tu ejemplo,
aprenda a vivir como tú has vivido.
Ayúdame, Señor, a renunciar
a todo lo que no es plenamente
a honor y gloria de Dios.
Y esto por amor tuyo Jesús,
que en la vida querías hacer en todo
la voluntad del Padre.
Oh Señor, haz que yo te sirva
con amor puro y entero,
sin esperar en cambio éxitos o felicidad.
Que yo te sirva y te ame, oh Jesús,
sin ningún otro propósito
que tu honor y tu gloria. Amén

El taxista que cambió una vida

          Canal Asombroso

Era una tarde lluviosa en Bogotá. Tomás, un joven de 21 años, caminaba por las calles con los zapatos gastados y el peso de un mundo que parecía haberle dado la espalda. Sin un centavo en el bolsillo, llevaba días buscando trabajo, pero la suerte parecía esquivarlo.
Ese día era diferente. Su madre, en el hospital, necesitaba un medicamento urgente que él no podía pagar. El tiempo apremiaba y no había autobuses disponibles. La desesperación lo llevóa detener un taxi.
Con el corazón latiendo como un tambor, hizo una señal y un taxi amarillo se detuvo. Al volante estaba Don Jorge, un hombre de 58 años con un rostro curtido por años de trabajo en la ciudad. Tomás abrió la puerta y, antes de entrar, le dijo:
— Señor, no tengo dinero, pero necesito llegar al hospital. Mi mamá está muy grave. Si no puede llevarme, lo entiendo.
Don Jorge lo miró por el espejo retrovisor, frunció el ceño y luego dijo:
— Súbete, muchacho.
El taxi arrancó, y el trayecto transcurrió en silencio. Tomás miraba por la ventana, intentando encontrar las palabras para expresar su gratitud, mientras Jorge parecía concentrado en el tráfico.
Jorge rompió el silencio.
— ¿Qué le pasa a tu mamá?, preguntó, con la mirada fija en el retrovisor.
— Tiene diabetes -dijo Tomás respirando hondo-. Necesita insulina, pero no he conseguido el dinero para comprarla. He ido a todas partes buscando ayuda, pero... -su voz se rompió-, no he tenido suerte.
El taxista no dijo nada, pero su expresión cambió. Jorge había pasado por algo similar con su propia madre años atrás, y esa herida nunca había sanado del todo.
Al llegar al hospital, Tomás bajó apresuradamente y, antes de cerrar la puerta, dijo:
— Gracias, señor. No tengo cómo pagarle, pero jamás olvidaré esto.
Esa noche, mientras conducía por la ciudad, Jorge no podía quitarse de la cabeza la situación de Tomás: su ropa desgastada, la desesperación en sus ojos, y el recuerdo de su propio pasado. Había crecido en un barrio pobre y sabía lo que era luchar contra la adversidad.
Al terminar su turno, Jorge fue a una farmacia, compró un paquete de insulina y regresó al hospital. Cuando llegó, preguntó en recepción por una mujer con diabetes. Después de insistir, una enfermera lo llevó hasta una pequeña sala donde Tomás estaba sentado, con la cabeza entre las manos. Al verlo entrar, Tomás se levantó de un salto.
— ¿Señor? ¿Qué hace aquí?
Jorge extendió la bolsa con el medicamento.
— Toma. Esto es para tu mamá.
Tomás se quedó paralizado. Quiso decir algo, pero las palabras no salían. Las lágrimas comenzaron a caer por su rostro, y lo único que pudo hacer fue abrazar al taxista.
El tiempo pasó, y con el medicamento, la salud de la madre de Tomás mejoró. Aunque la vida seguía siendo difícil, ese acto de bondad se convirtió en la motivación que impulsó a Tomás a seguir adelante. Decidió que algún día pagaría esa deuda, no con dinero, sino ayudando a alguien más, como Jorge lo había hecho con él.
Por otro lado, Jorge no esperaba nada a cambio. Para él, el verdadero pago era saber que había hecho un bien. Sin embargo, un año después, ocurrió algo inesperado. Tomás, después de meses de esfuerzo, consiguió un trabajo en una empresa de logística. Poco a poco fue ahorrando y aprendiendo. Un día, mientras esperaba para subir al autobús, vio pasar un taxi amarillo. Era Jorge. Sin pensarlo dos veces, Tomás hizo señas para detenerlo.
— ¡Don Jorge! -gritó al abrir la puerta.
Jorge lo reconoció al instante y sonrió.
— ¡Muchacho! ¿Cómo está tu mamá?
— Está bien, gracias a usted -dijo Tomás, emocionado-. Pero hoy no hace falta que me ayude, quiero devolverle el favor.
Tomás sacó un sobre de su mochila y se lo entregó a Jorge. Dentro había una carta y una tarjeta de regalo para un chequeo médico completo. Jorge, confundido, lo miró.
— Es un pequeño agradecimiento -explicó Tomás-. Usted me salvó cuando más lo necesitaba. Ahora quiero asegurarme de que usted también esté bien.
Jorge, conmovido, negó con la cabeza.
— No era necesario, muchacho. Pero gracias.
Ese día compartieron una comida, y mientras hablaban, Tomás le confesó algo:
— Usted no solo ayudó a mi mamá, Don Jorge. Me ayudó a entender que todos podemos marcar una diferencia, por pequeña que sea.
Desde entonces, Jorge y Tomás se convirtieron en amigos. Juntos, comenzaron a organizar pequeñas colectas para ayudar a otras personas en situaciones difíciles, formando una cadena de bondad que creció más allá de lo que ambos imaginaron.

martes, 10 de diciembre de 2024

¿Qué es Adviento?

               Florentino Ulibarri

Salir con los ojos bien abiertos,
ligero de peso y erguido, libre y dispuesto.
Andar por las calles sin miedo,
otear el horizonte serenamente,
saludar y tocar a la gente.
Escuchar el rumor de la vida, dejarse empapar por ella
y regalar cántaros de esperanza todos los días.
No dormirse en los laureles, vigilar todo lo que acontece
y esperar día y noche al que viene.
Volver con los pies polvorientos,
el corazón enternecido y preñadas las entrañas.
Entrar alegre en su casa, dejarse lavar y curar las llagas
y sentarse a comer en compañía.
Contar lo que me ha sucedido, escuchar a todos como amigo
y cantar con voz humana sus alabanzas.
Permanecer largo tiempo en silencio contemplando el misterio
y cuidando la vida que está floreciendo.
Eso es Adviento. Esto es Adviento.

Un niño llamado Leo

En el día de los Derechos Humanos

Había una vez un niño llamado Leo, que vivía en una casa pequeña en un barrio tranquilo. Leo tenía una imaginación desbordante y le gustaba mucho dibujar. Sus cuadernos estaban llenos de mundos fantásticos: castillos flotantes, dragones que lanzaban burbujas en lugar de fuego, y mares de colores que cambiaban con el clima.
Sin embargo, Leo también tenía una sombra en su corazón. Sus padres, Marta y Roberto, estaban siempre ocupados. Entre el trabajo y las preocupaciones del día a día, había poco tiempo para comprender a su hijo. Cuando a Leo se le caía al leche al desayunar o rompía algún vaso por accidente, Marta solía gritar: “¡Siempre haces todo mal!” Y cuando Roberto revisaba las tareas de Leo y encontraba errores, decía: “¿Por qué eres tan tonto?”.
Con cada palabra dura, algo dentro de Leo se rompía un poquito. Aunque por fuera mantenía la calma, en su interior creía que tal vez sus padres tenían razón: “Quizá sí soy tonto”, pensaba.
Una noche, después de un largo día lleno de regaños, Leo se encerró en su habitación y dibujó algo diferente. Era un bosque oscuro, lleno de árboles torcidos y sombras amenazantes. En el centro del dibujo, había un pequeño pájaro atrapado en una jaula. Sus alas eran enormes, pero la jaula era demasiado pequeña para que pudiera usarlas. Leo miró su obra y sintió un nudo en el estómago. “Ése soy yo”, susurró.
A la mañana siguiente, mientras Marta limpiaba, encontró el dibujo sobre la cama de Leo. Lo observó con detenimiento y sintió un pinchazo en el corazón. “¿Por qué dibujó algo tan triste?”, pensó. Esa noche, le mostró el dibujo a Roberto.
— Es solo un dibujo, Marta -dijo Roberto, intentando restarle importancia.
Pero Marta no podía quitarse la imagen de la cabeza. Al día siguiente, decidió hablar con la maestra de Leo. La maestra, una mujer sabia llamada Clara, escuchó atentamente y luego dijo:
— Leo es un niño sensible y con mucho talento. Pero también necesita sentirse valorado. Los niños son como pequeñas plantas; si les hablas con dureza, se marchitan. Pero si los riegas con amor y palabras amables, florecen.
Marta regresó a casa pensativa. Esa noche, cuando a Leo se le cayó un poco de zumo, Marta estuvo a punto de gritarle, pero algo la detuvo. Respiró profundo y dijo:
— No pasa nada, Leo. Todos cometemos errores.
Leo la miró sorprendido, como si no pudiera creer lo que escuchaba. Poco a poco, Marta y Roberto comenzaron a cambiar. En lugar de gritarle cuando cometía errores, le enseñaban cómo arreglarlos. Cuando Leo dibujaba algo, lo felicitaban y le preguntaban por sus historias. Cada palabra amable era como un rayo de sol que derretía el hielo en el corazón de Leo.
Con el tiempo, Leo volvió a llenar sus cuadernos de colores brillantes y mundos fantásticos. Y en uno de sus dibujos, Marta y Roberto vieron algo que los hizo llorar: un pájaro con alas enormes, volando libre bajo un cielo despejado.
Desde entonces, Marta y Roberto entendieron que las palabras tienen un poder inmenso. Pueden ser jaulas que atrapan o vientos que impulsan a volar. Y ellos eligieron ser el viento bajo las alas de su hijo.

lunes, 9 de diciembre de 2024

Aquí estoy, Señor

Aquí estoy, porque me has llamado, Señor.
Aquí estoy, para entrar en tu proyecto y hacerlo carne en mi vida.
Aquí estoy, Señor Jesús, y quiero aceptar tu plan con riesgo
y lanzarme a tu programa de vida,
en tu manera de vivir para alumbrar vida.
Aquí estoy, Señor Jesús, para cumplir tu voluntad,
la misma que tú cumpliste en la llamada del Padre.
Aquí estoy, en Comunión para hacer de mi existencia
llama que no se apague.
Quiero ser, Señor Jesús, como la arcilla en tus manos.
Me pongo en tus manos, Señor de mi vida
para que se realice tu obra.
Tú estás presente en la fuerza de tu Espíritu que hermana a los hombres
que se olvidan de sus cosas y se dan sin recibir nada.
Tú estás presente, Señor, en tu espíritu.
Tú caminas conmigo. Amén.

La hormiga y el saltamontes

Érase una vez, mientras el verano todavía florecía, los animales que vivían en el bosque, las aves y los insectos aprovechaban al máximo el verano. Por supuesto, no tenían problemas para encontrar comida. Fue un día normal para el perezoso saltamontes. Estaba comiendo las raíces de las hierbas que había recogido, mientras tocaba el violín y cantaba debajo de un árbol.
— ¡Oh, qué hermoso día! La, la, la, la. Tocaré y cantaré junto con mi violín… y no sé el resto de las palabras de esta canción, pero está bien…
Cuando terminó su escandalosa y chillante canción pudo notar un ruido y escuchó atenta mente. Para entender de dónde y de quién provenía el ruido saltó rápidamente hacia las ramas del árbol. Y allí mismo vio desde lejos un rastro de hormigas. Marchaban como soldados. Con gran dificultad, las hormigas transportaban semillas y frutos secos que se habían caído de los árboles. El saltamontes saltó al suelo y, totalmente confundido, vio cómo desaparecía el rastro de las hormigas.
— Nunca he logrado entender el rastro de estas hormigas. No paran de trabajar.
Justo en ese momento, notó que se acercaba una hormiga. La hormiga estaba tratando de llevar una semilla mucho más grande que ella misma. Justo cuando pasaba al lado del saltamontes, la hormiga dejó caer la semilla que llevaba. De hecho, necesitaba descansar. El saltamontes la miró con ojos asombrados.
—¿Te estás mudando a algún lugar?
— No
— No me digas que se acerca un gran desastre y es por eso por lo que estás huyendo.
— No
— Bueno, entonces ¿qué es lo que estás haciendo?
— Llevando comida a nuestros nidos.
— Ya veo. Debes estar esperando una gran cantidad de visitas esta noche.
— Estamos almacenando comida para el invierno
— ¿Estás almacenando comida para el invierno? ¿Para qué? Y, además, ¿por qué la prisa? Todavía queda mucho para el invierno. Diviértete. Solo aprovecha al máximo el verano.
— Si es así, entonces ¿qué quieres que hagamos para el invierno?
— Seguro que encontramos algo divertido que hacer. No te preocupes.
— Tú solo piensas en divertirte y ¿qué vamos a comer? Dime qué piensas.
— Pensaré en eso cuando llegue el inverno. Ahora es verano y hay mucho que comer en todas partes.
La hormiga ya se había cansado de escuchar las tonterías del saltamontes. Y trató de poner la semilla en su espalda una vez más.
— Debo seguir el paso de mis amigos. ¿Me pondrías esta semilla en mi espalda?
— Un cantante y artista como yo no debería llevar cosas tan pesadas.
Después de escuchar tal respuesta del saltamontes, la hormiga miró con desilusión al saltamontes y continuó intentando poner la semilla en su espalda.
— Supongo que podría ayudarte un poco.
El saltamontes recogió la semilla del suelo y la colocó sobre la hormiga. La hormiga le dio las gracias y siguió su camino.
—¡Qué inútil y ridículo esfuerzo!
El saltamontes siguió acostado debajo del árbol. Después de comer un bocadillo, continuó tocando su violín.
— ¡Oh, qué hermoso día! La, la, la, la. Tocaré y cantaré junto con mi violín… y ya olvidé el resto de la canción… La, la, la, la…
En ese momento una ardilla sacó su cabeza del árbol.
— ¡Suficiente! ¡Suficiente, por favor! ¡Ya es suficiente! Canta tu canción en otro lugar. Estoy tratando de descansar aquí.
En ese instante el saltamontes dejó de cantar. Echó un vistazo a la ardilla, agarró su violín y se fue.
— Nadie sabe apreciar a un artista en este bosque.
Los calurosos días de verano continuaban y las hormigas seguían llevando comida a sus nidos. Mientras, el saltamontes seguía comiendo, paseando y se divertía tocando su violín y cantando.
Finalmente, el frío invierno había llegado. Una mañana, cuando las hormigas se despertaron, miraron desde dentro de sus nidos y vieron que todo estaba cubierto de nieve blanca. La pequeña hormiga no podía parar de pensar en los otros animales que vivían fríos, congelados y hambrientos. Por otra parte, ya que todas las plantas estaban cubiertas de nieve, el saltamontes no había comido nada durante varios días. Estaba temblando. Había perdido toda su fuerza y no podía tocar el violín ni cantar. Con gran fuerza intentaba caminar sobre la nieve. De repente pensó en los calurosos días de verano.
— ¡Qué bonitos fueron esos días! Había comida por todos lados. Tenía un estómago lleno y estaba feliz.
En ese momento pensó en la hormiga. Llevando comida a su nido todo el verano. Y se dio cuenta de que se había burlado de ella durante todo el verano. ¿Le ayudaría ahora? Se preguntaba. Hacía demasiado frío para que el saltamontes pudiera caminar.
— No es momento de ser orgulloso. Es el momento de encontrar el nido de las hormigas y pedir ayuda.
Se dirigió directamente al nido de las hormigas. Se paró frente a la puerta y gritó:
—¿Hay alguien ahí? Por favor pido ayuda.
— ¿Quién es?
Desde el nido se escuchó un ruido. El saltamontes con sus últimas fuerzas respondió:
— Mi querida amiga hormiga, soy yo, el saltamontes. Por favor, déjame entrar.
En ese momento, al escuchar lo que pasaba, la hormiga reina se acercó a la pequeña hormiga.
— ¿Qué está pasando? ¿Quién pide ayuda?
— Solo un saltamontes perezoso que se sienta por ahí y se pasa el día cantando, mi reina. Creo que tiene hambre y busca ayuda.
— Cualquier persona que llegue a nuestra puerta y busque ayuda no debe ser rechazada.
La reina y todas las demás hormigas se acercaron a la puerta principal del nido y la abrieron. El saltamontes. El saltamontes estaba allí tumbado en la nieve, porque ya no tenía fuerzas. Las hormigas inmediatamente recogieron al saltamontes y lo llevaron al nido. El saltamontes recobró el conocimiento gracias al calor de su nido. Le dieron agua y comida. Ahora se sentía mucho mejor. El saltamontes agradeció a la reina y se acercó a la pequeña hormiga.
— He sido muy injusto contigo. Mientras estabas trabajando todo el verano, me senté y canté. Y, en realidad, me avistaste, pero no te tomé en serio. Me arrepiento de eso.
— Esta debería ser una gran lección para ti. También nos gustaría divertirnos todo el verano, pero también tenemos que pensar en el futuro. Si no recogemos comida durante el verano, también estaríamos en tu misma situación.
El saltamontes se quedó en su nido durante un tiempo. Ahora estaba mucho mejor y más sano. Cuando llegó la hora de irse, las hormigas le dieron algo de comida al saltamontes.
— Gracias por todo. Me salvaron la vida y nunca lo olvidaré. Y no seré perezoso de ahora en adelante.

Esta conocida fábula nos enseña a estar preparados. El Adviento en el que estamos inmersos es una oportunidad para preparar el nacimiento de Jesús. Esperar no significa estar sentados, sino haciendo cosas y ayudando a los demás. ¿Qué puedes hacer para Jesús encuentre en tu corazón un lugar para nacer y quedarse contigo?