Canal Asombroso
Era una tarde lluviosa en Bogotá. Tomás, un joven de 21 años, caminaba por las calles con los zapatos gastados y el peso de un mundo que parecía haberle dado la espalda. Sin un centavo en el bolsillo, llevaba días buscando trabajo, pero la suerte parecía esquivarlo.
Ese día era diferente. Su madre, en el hospital, necesitaba un medicamento urgente que él no podía pagar. El tiempo apremiaba y no había autobuses disponibles. La desesperación lo llevóa detener un taxi.
Con el corazón latiendo como un tambor, hizo una señal y un taxi amarillo se detuvo. Al volante estaba Don Jorge, un hombre de 58 años con un rostro curtido por años de trabajo en la ciudad. Tomás abrió la puerta y, antes de entrar, le dijo:
— Señor, no tengo dinero, pero necesito llegar al hospital. Mi mamá está muy grave. Si no puede llevarme, lo entiendo.
Don Jorge lo miró por el espejo retrovisor, frunció el ceño y luego dijo:
— Súbete, muchacho.
El taxi arrancó, y el trayecto transcurrió en silencio. Tomás miraba por la ventana, intentando encontrar las palabras para expresar su gratitud, mientras Jorge parecía concentrado en el tráfico.
Jorge rompió el silencio.
— ¿Qué le pasa a tu mamá?, preguntó, con la mirada fija en el retrovisor.
— Tiene diabetes -dijo Tomás respirando hondo-. Necesita insulina, pero no he conseguido el dinero para comprarla. He ido a todas partes buscando ayuda, pero... -su voz se rompió-, no he tenido suerte.
El taxista no dijo nada, pero su expresión cambió. Jorge había pasado por algo similar con su propia madre años atrás, y esa herida nunca había sanado del todo.
Al llegar al hospital, Tomás bajó apresuradamente y, antes de cerrar la puerta, dijo:
— Gracias, señor. No tengo cómo pagarle, pero jamás olvidaré esto.
Esa noche, mientras conducía por la ciudad, Jorge no podía quitarse de la cabeza la situación de Tomás: su ropa desgastada, la desesperación en sus ojos, y el recuerdo de su propio pasado. Había crecido en un barrio pobre y sabía lo que era luchar contra la adversidad.
Al terminar su turno, Jorge fue a una farmacia, compró un paquete de insulina y regresó al hospital. Cuando llegó, preguntó en recepción por una mujer con diabetes. Después de insistir, una enfermera lo llevó hasta una pequeña sala donde Tomás estaba sentado, con la cabeza entre las manos. Al verlo entrar, Tomás se levantó de un salto.
— ¿Señor? ¿Qué hace aquí?
Jorge extendió la bolsa con el medicamento.
— Toma. Esto es para tu mamá.
Tomás se quedó paralizado. Quiso decir algo, pero las palabras no salían. Las lágrimas comenzaron a caer por su rostro, y lo único que pudo hacer fue abrazar al taxista.
El tiempo pasó, y con el medicamento, la salud de la madre de Tomás mejoró. Aunque la vida seguía siendo difícil, ese acto de bondad se convirtió en la motivación que impulsó a Tomás a seguir adelante. Decidió que algún día pagaría esa deuda, no con dinero, sino ayudando a alguien más, como Jorge lo había hecho con él.
Por otro lado, Jorge no esperaba nada a cambio. Para él, el verdadero pago era saber que había hecho un bien. Sin embargo, un año después, ocurrió algo inesperado. Tomás, después de meses de esfuerzo, consiguió un trabajo en una empresa de logística. Poco a poco fue ahorrando y aprendiendo. Un día, mientras esperaba para subir al autobús, vio pasar un taxi amarillo. Era Jorge. Sin pensarlo dos veces, Tomás hizo señas para detenerlo.
— ¡Don Jorge! -gritó al abrir la puerta.
Jorge lo reconoció al instante y sonrió.
— ¡Muchacho! ¿Cómo está tu mamá?
— Está bien, gracias a usted -dijo Tomás, emocionado-. Pero hoy no hace falta que me ayude, quiero devolverle el favor.
Tomás sacó un sobre de su mochila y se lo entregó a Jorge. Dentro había una carta y una tarjeta de regalo para un chequeo médico completo. Jorge, confundido, lo miró.
— Es un pequeño agradecimiento -explicó Tomás-. Usted me salvó cuando más lo necesitaba. Ahora quiero asegurarme de que usted también esté bien.
Jorge, conmovido, negó con la cabeza.
— No era necesario, muchacho. Pero gracias.
Ese día compartieron una comida, y mientras hablaban, Tomás le confesó algo:
— Usted no solo ayudó a mi mamá, Don Jorge. Me ayudó a entender que todos podemos marcar una diferencia, por pequeña que sea.
Desde entonces, Jorge y Tomás se convirtieron en amigos. Juntos, comenzaron a organizar pequeñas colectas para ayudar a otras personas en situaciones difíciles, formando una cadena de bondad que creció más allá de lo que ambos imaginaron.