sábado, 18 de septiembre de 2021

Deseos

(Del libro: El monje que amaba los gatos)

"Deseo que vivas en grandeza y ames profundamente.
Deseo que observes más atardeceres y encuentres muchos arcoíris.
Deseo que seas simple y persigas tus sueños.
Deseo que estés emocionado y portes sonrisas.
Deseo que ayudes a otros lo mejor que puedas.
Deseo que abraces la vida con fuerza, siempre.
Y en el dolor aprietes los dientes y sigas adelante.
Todos somos uno. Sé fuerte. Sé feliz."

El paraguas

Sí, soy un paraguas. De color negro, rojo o amarillo. Con el puño de madera o de metal, ¡qué importa!, al fin y al cabo soy un paraguas.
Todo el mundo me utiliza: la gente menuda y la mayor, los hombres y las mujeres, los ricos y los pobres... Todos, rían o lloren, sean del color que sean.
Mi misión es cobijar a todo el mundo; yo siempre estoy a punto... A veces me paso los días enteros arrinconado en el armario o bien lleno de polvo en un paragüero, pero, si empieza a llover, ¡caramba, que manera de correr! no me dejan ni un momento tranquilo y quedo empapado del todo.
Empapado como una esponja. Claro que esta es precisamente mi misión: mojarme yo para resguardar a los demás de la lluvia. Y sin quejarme, en silencio.
Voy con todos al colegio, con los alumnos o con los profesores. Me gusta ser paraguas-Edgar, paraguas-Patricia, Paraguas-Lidia, Paraguas-Abel, Paraguas-Macu... paraguas yo. ¡Esto es lo que necesita nuestro mundo!
¡QUE BUENO SER PARAGUAS!

martes, 14 de septiembre de 2021

Cruz

José María R. Olaizola sj (Fiesta de la Exaltación de la Cruz)

Más abiertos aún los brazos,
para abarcar a quien necesita una cuna para su dolor.
Más abiertos, mostrando una desnudez
que no esconde malicia.
Más abiertos, y de tan abiertos un poco quebrados,
que no hay quien los sostenga, solo dos clavos.
Un rostro exhausto, pero aún capaz
de ver a la madre, al amigo, al enemigo
y para todos balbucear amor, perdón o futuro.
Cargar con la cruz es abrazar la vida. Ahora.

La Sopa de piedra

Un monje estaba haciendo la colecta por una región en la que las gentes tenían fama de ser muy tacañas. Llegó a casa de unos campesinos, pero allí no le quisieron dar nada, así que como era la hora de comer y el monje estaba bastante hambriento, dijo:
– Pues me voy a hacer una sopa de piedras riquísima.
Ni corto ni perezoso cogió una piedra del suelo, la limpió y la miró muy bien para comprobar que era la adecuada, la piedra idónea para hacer una sopa. Los campesinos comenzaron a reírse del monje. Decían que estaba loco. Sin embargo, el monje les dijo:
– ¡Cómo! ¡No me digan que no han comido nunca una sopa de piedra! ¡Pero si es un plato exquisito!
– ¡Eso habría que verlo, viejo loco! –dijeron los campesinos.
Precisamente esto último es lo que esperaba oír el astuto monje. Enseguida lavó la piedra con mucho cuidado en la fuente que había delante de la casa y dijo:
– ¿Me pueden prestar un caldero? Así podré demostrarles que la sopa de piedra es una comida exquisita.

Los campesinos se reían del monje, pero le dieron el puchero para ver hasta dónde llegaba su chifladura. El monje llenó el caldero de agua y les preguntó:
– ¿Le importaría dejarme entrar en su casa para poner la olla al fuego?
Los campesinos lo invitaron a entrar y le enseñaron dónde estaba la cocina.
– ¡Ay, qué lástima! –dijo el monje–. Si tuviera un poco de carne de vaca, la sopa estaría todavía más rica.
La madre de la familia le dio un trozo de carne ante la rechifla de todos. El viejo la echó en la olla y removió el agua con la carne y la piedra. Al cabo de un ratito probó el caldo:
– Está un poco sosa. Le hace falta sal.
Los campesinos le dieron sal. La añadió al agua, probó otra vez la sopa y comentó:
– Desde luego, si tuviéramos un poco de berza, los ángeles se chuparían los dedos con esta sopa.
El padre, burlándose del monje, le dijo que esperase un momento, que enseguida le traía un repollo de la huerta y que, para que los ángeles no protestaran por una sopa de piedra tan sosa, le traería también patatas y un poco de apio.
– Desde luego que eso mejoraría mi sopa muchísimo –le contestó el monje.

Después de que el campesino le trajera las verduras, el viejo las lavó, troceó y echó dentro del caldero en el que el agua hervía ya a borbotones.
– Un poquito de chorizo y tendré una sopa de piedra digna de un rey.
– Pues toma ya el chorizo, mendigo loco.
Lo echó dentro de la olla y lo dejó hervir durante un ratito, al cabo del cual sacó de su zurrón un pedacillo de pan que le quedaba del desayuno, se sentó en la mesa de la cocina y se puso a comer la sopa. La familia de campesinos lo miraba, y el fraile comía la carne y las verduras, rebañaba, mojaba su pan en el caldo y al final se lo bebía. No dejó en la olla ni gota de sopa. Bueno. Dejó la piedra. O eso creían los campesinos, porque cuando terminó de comer cogió el pedrusco, lo limpió con agua, lo secó con un paño de la cocina y se lo guardó en la bolsa.
– Hermano –le dijo la campesina–, ¿para qué te guardas la piedra?
– Pues por si tengo que volver a usarla otro día. ¡Dios les guarde, familia!
Le rogaron y le insistieron tanto, hasta que les regaló la piedra para que también ellos pudieran cocinar esa sopa tan estupenda y compartirla con todos los vecinos.

domingo, 12 de septiembre de 2021

La Virgen va a la fuente

En la fiesta del Dulce Nombre de María

Va por agua la Virgen. La Muchachita de Israel ha salido de la casa de Joaquín y Ana con su cántaro cogido al brazo, casi apretado contra su corazón; soñando, tal vez, que lleva en sus brazos algo distinto..., algo mucho más querido... También las niñas de Israel jugaban a muñecas. También a la Virgen la había hecho Dios para ser Madre... La Virgen, no sabe por qué, sigue hacia el pozo apretando con ternura su cantarillo. Es una tarde sin ruidos de uno de los últimos días de la primera etapa del mundo. Una tarde de antes de Cristo.
María iba muchas veces a la fuente. Solía llevar agua a casa de los viejecitos Efraim y Rut, que ya casi no podían llegar hasta el pozo. Solía llevar agua y consuelo a la pobre Resfa, que estaba enferma ya hace tres años, y a sus criaturitas... María era pobre; no podía ayudarles con su dinero. Pero le gustaba ayudarles yendo a la fuente muchas veces, y llevando el agua a los pobres impedidos del pueblo. Llevar agua a los necesitados. Llevar agua al mundo entero.
— María, ¿quieres llevar agua a todos los hombres? Y Ella, presintiendo no sé qué, apretaba el cantarillo vacío; el cantarillo que un día se lo iba a llenar el mismo Dios.
Y aquella tarde de Israel salíamos todos los hombres y las mujeres del mundo al camino de aquella Niña que iba con el cantarillo:
— María, danos de beber..., que el pozo es muy hondo y sólo Tú puedes... Y María sigue con su cantarillo hacia la fuente.
— Si conocieras el don de Dios -dijo un día Cristo a otra mujer que iba por agua... Y la Niña María, sí que sabía el don de Dios. Sabía ya algo, sabía mucho de aquella agua que no entendía la Samaritana.
La Virgen va a la fuente. Y es feliz. ¡Qué hermoso le parecía a María ir a la fuente..., ir a la fuente siempre... y llevar agua a todos los hombres!
Cantando va la Virgen. Cantando una canción de cuna que le enseñó Ana, su madre. Y cuando canta la Virgen, le canta también dentro, muy suave y muy hueco, el cantarillo que lleva en el brazo.
— ¿Sabes, María, que hay un agua que salta hasta la vida eterna?
— María, tráenos Tú el agua; porque el agua que nosotros traemos nos vuelve a dar sed...
La Virgen se inclina sobre el pozo. El pozo es muy hondo. Los demás nunca llegábamos hasta el agua. Ella sí. Cuando la Virgen se asomaba al pozo, el agua subía con su imagen..., con Ella misma toda hecha de aquella agua que salta hasta la vida eterna.
Se va haciendo de noche en Israel y en el mundo pero no importa. Está allí la Virgen llenando su cantarillo.
— María, Tú nos darás de esa agua que ya no da más sed. María, danos de beber.
La Virgen viene de la fuente. ¿Qué traerá la Virgen? Trae al brazo... No. Si no es el cantarillo... Las mujeres, los hombres de Israel y del mundo se arremolinan junto a Ella:
- María, espera. Deja que lo veamos bien... Esta vez no sueña la Niña de Israel. Esta vez es verdad. Ella iba con su cantarillo a la fuente... Y Dios hizo lo demás. En lugar de su cantarillo, y en los mismos brazos, le había puesto Dios la fuente de la dicha para los hombres.
Era una mañanita del mundo. Una mañanita de las primeras de la segunda etapa del mundo. La Virgen venía de la fuente. No se olvidó de los pobrecitos del pueblo. Entró en casa de Efraim y Rut. Rut besaba al Niño y lloraba. A Efraim le temblaban los brazos ya secos cuando se lo dejó la Virgen.
— Gracias, María. Señor, ya lo he visto. Ahora ya puedes dejarme morir en paz...
Luego la Virgen subió donde Resfa, la enferma:
— ¡María! ¡Si tiene tus mismos ojos!
— Sí, Resfa; y los mismos ojos de Dios...
Y luego, la Virgen le contó a Resfa su secreto: Ella siempre había soñado poder llevar agua a todos los hombres; un agua que llenara la vida, que apagara la sed para siempre...; por eso le gustaba tanto ir siempre a la fuente, llevar agua a los pobres del pueblo... Hasta que una noche, Dios se lo puso en sus brazos...
— Es para vosotros, Resfa... Dios me lo dejó para que os lo diera a vosotros..., a todos los hombres.
La Virgen salió con el Niño apretado contra su corazón. Lo llevaba en el mismo que solía llevar su cantarillo a la fuente. Pero esta vez la Virgen volvía de la fuente. Había encontrado aquella agua profunda que salta hasta la vida eterna.
- María, de este pozo bebieron nuestros padres y murieron. Y a María la escogió Dios para llevar a los hombres toda el agua divina que salta hasta la vida eterna.
- María, nuestra casa está triste: ¿nos dejas el Niño esta tarde?
- María, ¿me dejas verlo?
- María, ¿me dejas tenerlo?
- María, ¿nos dejas...?
Y un día María deja a su Niño en poder los pecados de los hombres...
- María, ¿nos lo dejas para que lo azotemos?
- María, ¿nos lo dejas para que lo coronemos de espinas?
- María, ¿nos lo dejas para que lo matemos en una cruz?
Y la Virgen sigue detrás de su Niño hasta el poste de la cruz.
Por fin se lo dejan, ya muerto, otra vez en sus brazos:
- Toma, María, te lo devolvemos.
La Virgen se acuerda de cuando volvió de la fuente con el Niño en brazos.
- Tú me lo diste, Señor, pero ya sé que me lo diste para ellos. Sí, me lo diste para que se lo diera yo a ellos. Yo solo era la que estaba en medio, Señor... ¡Sí por esto iba yo a la fuente...