viernes, 18 de marzo de 2022

¿Aún no lo entiendes?

           José Mª Rodríguez Olaizola, SJ

No comprendes el amor sin precio ni garantía
No valoras la justicia que no sabe de fronteras.
Todo lo etiquetas, casi todo lo tasas.
No percibes, a tu lado, la belleza cotidiana.
No reconoces mi rostro en quien te llama, discreto,
desde el arrabal o el charco.
No dejas que la semilla en ti plantada dé fruto.
Solo sueñas plenitudes que te dejan descontento.
Te seducen espejismos, coleccionas utopías.
Crees que tenerlo todo es no privarse de nada.
Pobre de ti, eterno insatisfecho.
Suspiras por el amor que yo te ofrezco,
pero no lo aceptas. Anhelas ser feliz.
Y yo te llamo a serlo, pero no me respondes.
¿Aún no lo entiendes?

La última prueba

John se levantó del banco, arregló su uniforme, y estudió la multitud de gente que se abría paso hacia la Gran Estación Central, buscando a la chica cuyo corazón él conocía, pero cuya cara nunca había visto: la chica de la rosa.
Su interés por ella había comenzado 13 meses antes, en una biblioteca de Florida. Tomando un libro del estante le intrigó, no las palabras del libro, sino las notas escritas en el margen. La escritura reflejaba un alma pura, de grandes valores y capaz de grandes sacrificios. En la contraportada del libro descubrió el nombre de la dueña anterior, la señorita Hollys Maynell. Indagando durante varios días localizó su dirección en Nueva York, y le escribió una carta para presentarse y para invitarla a mantener correspondencia.
Al día siguiente John fue enviado en barco para servir en la Segunda Guerra Mundial. Durante un año y un mes, los dos se fueron conociendo a través del correo, y este conocimiento les fue llevando hacia el amor. John le pidió una fotografía, pero ella se negó porque sentía que una relación verdadera no se puede fundamentar en apariencias.
Cuando por fin él regresó de Europa, concretaron su primer encuentro: a las siete de la tarde en la Gran Estación Central de Nueva York. «Me conocerás», dijo ella, «por la rosa roja que llevaré en la solapa».
Así que, a la hora convenida, John estaba en la estación buscándola.
De pronto una joven vino hacia él. Su figura era alta y esbelta; su cabello rubio y rizado se encontraba detrás de sus delicadas orejas; sus ojos eran azules como flores; sus labios y su mentón tenían una gentil firmeza y en su traje verde pálido lucía como la primavera en vida. John comenzó a caminar hacia ella sin darse cuenta que no llevaba la rosa. Mientras se movía, una pequeña sonrisa curvó sus labios.
- “¿Buscas a alguien, marinero?” murmuró la dama.
Casi incontrolablemente di un paso hacia ella y entonces vio a Hollys Maynell. Estaba parada justo detrás de la chica, con la rosa en la solapa. Una mujer, ya pasada de los 40, con cabello grisáceo y algo gruesa.
La chica del traje verde se iba rápidamente. Sintió como si le partieran en dos: por un lado sentía un ardiente deseo de seguirla, y a la vez sentía un profundo anhelo por la mujer de corazón puro que por correspondencia le había acompañado y apoyado durante tiempos difíciles. Y ahí estaba ella, con su aspecto amigable y sereno.
- “No puedo negar que me sentí de pronto decepcionado. Pero enseguida comprendí que ese sentimiento respondía sólo a la pasión y la fantasía. Contradecía todo lo que, precisamente con la ayuda de Miss Maynell, había descubierto sobre el amor verdadero. Fue por eso que di el paso y la saludé con mucho entusiasmo. Es cierto, esto no sería un romance, pero sí algo valioso, algo quizás mejor que el romance: una amistad por la que debía estar siempre agradecido”.
- “Soy el Teniente John, y usted debe ser la Srta. Maynell... ¿Le puedo invitar a cenar?”
- “Muchas gracias”, dijo la mujer, “pero usted busca a mi hija: es la joven con el vestido verde que se acaba de ir. Me entregó su rosa y me dijo que, si usted me invitaba a cenar, se la diera para que usted se la lleve. Le está esperando en el restaurante de enfrente”».

domingo, 13 de marzo de 2022

Luz sin sombras

               Benjamín G. Buelta, sj

Eres la luz, pero no una luz de sol
que baña las criaturas en las orillas de la piel.
No eres la luz que deslumbra las miradas,
ni con tu fulgor diluyes todo lo viviente.
Tú eres la luz que nos haces visibles desde dentro,
amaneces cada día en el interior de los cuerpos
por el oriente infinito de nuestro deseo,
enciendes toda criatura y vuelves transparente
el celemín que te encubre en nuestra noche.
Toda luz crea sombras, pero tú eres luz que las disipa.
¡Tantas criaturas beben ansiosas cada noche
su ración de luces pasajeras en vasos seducidos!
Cuando yo las mire, ¿les brillará en mis ojos
el reflejo amigo de tu luz, de su luz, que las habita y desconocen?

Los tres pelos

Una mujer muy sabia se despertó una mañana, se miró al espejo, y notó que tenía solamente tres cabellos en su cabeza. 'Hmmm, pensó, creo que hoy me voy a hacer una trenza'.
Así lo hizo y pasó un día maravilloso.
El siguiente día se despertó, se miró al espejo Y vio que tenía solamente dos cabellos en su cabeza. 'Hmmm, dijo, creo que hoy me peinaré con la raya en medio'
Así lo hizo y pasó un día grandioso.
El siguiente día, cuando despertó, se miró al espejo y notó que solamente le quedaba un cabello en su cabeza. 'Bueno, se dijo, ahora me haré una cola de caballo.'
Así lo hizo, y tuvo un día muy, muy divertido.
A la mañana siguiente, cuando despertó, corrió al espejo y enseguida notó que no le quedaba un solo cabello en la cabeza. '¡Qué Bien!, exclamó. ¡Hoy no me tendré que peinar!'

Tu actitud cuenta mucho en la vida. Alégrate cada mañana. Ríete de ti mism@. Acéptate. Sé bondados@ y amable con los demás. Sonríeles, porque cada persona que te encuentres tiene sus problemas y tu sonrisa lo ayudará.
La vida no es esperar a que la tormenta pase, ni es abrir el paraguas para que todo resbale... La Vida es aprender a bailar bajo la lluvia. ¡Que cada día de tu vida lo disfrutes al máximo!