sábado, 13 de enero de 2024

Dios te ampara

En ese miedo, Dios te ampara.
En ese dolor, Dios te consuela.
En ese anhelo, Dios te anima.
En ese cansancio, Dios te fortalece.
En ese extravío, Dios te orienta.
En ese error, Dios te perdona.
En ese proceso, Dios te acompaña.
En ese volver, Dios te recibe.
En esa tristeza, Dios te alegra.
En esa herida, Dios te sana.
En esa preocupación, Dios te escucha.
En esa ansiedad, Dios te contiene.
En esa inseguridad, Dios te abraza.
En esa debilidad, Dios te sostiene.
En esa caída, Dios te levanta.
En esa esperanza, Dios te alienta.
En ti, Dios. En Dios, tú. Siempre. Amén.

El contrabandista

Todos sabían que era indiscutiblemente un contrabandista. Era incluso célebre por ello. Pero nadie había logrado jamás descubrirlo y mucho menos demostrarlo. Con frecuencia, cruzaba de la India a Pakistán a lomos de su burro, y los guardias, aun sospechando que hacía contrabando, no lograban obtener ninguna prueba de ello.
Transcurrieron los años y el contrabandista, ya entrado en edad, se retiró a vivir apaciblemente a un pueblo de la India. Un día, uno de los guardias que acertó a pasar por allí se lo encontró y le dijo:
-- Yo he dejado de ser guardia y tú de ser contrabandista. Quiero pedirte un favor. Dime, amigo, con qué hacías contrabando.
Y el hombre repuso:
-- Burros.

viernes, 12 de enero de 2024

Cree en Él y lo verás

           San Agustín

Nada tiene de grande
ver a Cristo con los ojos físicos:
lo grandioso es creer en Cristo
con los ojos del corazón.
Si se nos presentase ahora Cristo,
se parase ante nosotros, callado,
¿cómo sabríamos quién es?
Y, además, en caso de permanecer callado,
¿de qué nos aprovecharía?
¿No es mejor que, ausente, hable en el Evangelio
antes que, presente, esté callado?
Y, sin embargo, no está ausente
si se le aferra con el corazón.
Cree en Él y lo verás.
No está ausente a tus ojos y posee tu corazón.
Si estuviera ausente de nosotros,
sería mentira lo que acabamos de oír:
“He aquí que estoy con vosotros
hasta el fin de los tiempos”.

¿Rosa o Cactus?

En una sociedad muy influenciada por el confort, el bienestar y la ley del menor esfuerzo, un hombre preguntó a un venerable anciano, después de quejarse mucho de su mujer y de alabar ampliamente a su ‘querida’, si debía quedarse con su esposa o con su amante...
El sabio reflexionó un momento y, en silencio, fue hasta su jardín y volvió trayendo en sus manos dos macetas: una contenía una rosa, y la otra un cactus...
El anciano preguntó entonces:
-- Si yo te ofreciera estas dos macetas, ¿Cuál escogerías?
El hombre, sonriendo, respondió: --Sin dudarlo, me quedaría con la rosa.
El sabio, asintiendo, contestó:
-- A veces, los hombres nos dejarnos llevar sólo por la belleza externa, por lo superficial, y elegimos lo que más brilla y seduce..., pero no es en los placeres donde suele encontrarse al amor. Piensa conmigo: La rosa es, en efecto, una flor muy bella, pero después de extasiarnos unos breves momentos se marchita y muere. El cactus, en cambio, sin importar el tiempo o el clima que haga, seguirá igual... verde y con sus espinas, encerrando en su interior cantidad de agua.
Tu mujer, amigo, conoce todos tus defectos, tus debilidades, tus errores... ha soportado tus gritos, tus malos ratos, tus infidelidades... y sigue allí... contigo.
Por otro lado, está tu amante, que sabe de tu dinero, tus lujos y despilfarros, tus espacios de felicidad y tus sonrisas eventuales... y es sólo por eso por lo que está contigo.
Ahora... dime: ¿Con quién te vas a quedar?"

* * * * * * * * * *
Los valores de la fidelidad, la honestidad y el compromiso de los esposos de "amarse y respetarse durante toda la vida" siguen vigentes...

miércoles, 10 de enero de 2024

5 Cuentos de Navidad, Año Nuevo y Reyes y +

Que la LUZ de Dios, que se hizo Hombre en JESÚS, ilumine la noche de nuestro mundo y de nuestros corazones. Que siempre vivamos atentos y vigilantes ante las necesidades de los pobres y excluidos de nuestra sociedad y trabajemos con ahínco por hacer presente el Reino que Jesús- Niño nos vino a anunciar.
¡¡FELIZ NAVIDAD PARA TODOS!!


Señor, ¿es muy duro el camino de Belén?
El camino de Belén no es ni duro ni blando.
El camino de Belén fue blando para Dios que ansiaba llegar.
El camino de Belén es blando para cuantos buscan a Dios.
El camino de Belén es blando para quienes llevan el corazón en sus pies.
Para María y José, el camino de Belén fue largo y se les hizo corto.
Tan largo como los caprichos humanos que organizaron el Censo.
Tan corto como el amor que vive de la espera.
Tan largo como el cansancio de los pies.
Tan corto como el amor que espera al Dios en la cuna.
Tan largo como el que no sabe a dónde va.
Tan corto como el que ha visto la estrella.


Felices Navidades
A cuantos se solidarizan con los demás.
A cuantos se solidarizan con los que sufren.
A cuanto se solidarizan con los que viven solos.
Felices Navidades
A todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
A todos los hombres y mujeres que luchan por la paz.
A los hombres y mujeres que, aun en medio de sus dificultades,
siguen teniendo a Dios como su mayor consuelo.
A todos ¡FELICES NAVIDADES!  http://iglesiaquecamina.com/hoja-parroquial/navidad-y-maria/


Credo
Creemos que cuando buscamos a Dios y lo descubrimos en nuestra vida,
cuando lo amamos de corazón y vivimos su Palabra,
entonces estamos viviendo la Navidad.
Creemos que cuando amamos la verdad y vemos a un hermano en cada hombre,
cuando reconocemos el rostro de Dios en el rostro de los otros,
entonces estamos viendo la verdadera Epifanía del Señor.
Creemos que cuando vencemos el egoísmo y compartimos lo mejor,
cuando pedimos perdón y nosotros también perdonamos,
entonces Dios nos ilumina con su luz y estamos en el camino verdadero.
Por eso, animados por su Espíritu y unidos como Iglesia suya,
prometemos vivir aquellas actitudes que hacen posible su presencia entre nosotros,
y a la vez prometemos vivir la fe en camino y con más esfuerzo,
y, como aquellos magos, salir cada día al encuentro del Señor
presente en cada persona y en cada paso de nuestra vida.


Un hueco en el Belén ~P.P.S.~
Simón era un pequeña figurita de plástico para poner en cualquier esquina de un belén navideño. Había nacido en una gran fábrica en china y ni siquiera estaba muy bien pintado, así que siempre le tocaba estar lejos del portal, rellenando cualquier hueco o dejándose mordisquear por los niños de la casa. Pero quería mucho al Niño, quien todos los días le miraba y sonreía desde el pesebre. Él solo soñaba con que algún año le colocaran cerca del portal…
Una noche, poco antes de Navidad, María hizo llamar a todo el mundo.
- Necesitamos vuestra ayuda. Está a punto de empezar una gran guerra y Jesusito ha tenido que irse para tratar de evitarla. Alguien tiene que sustituirle hasta que vuelva.
- Yo lo haré - dijo un precioso angelito-. No creo que sea difícil hacer de bebé.
El angelito ocupó su puesto en el pesebre, así que otro angelito tuvo que ocupar el lugar que dejó vacío. A ese otro angelito lo sustituyó un pastorcillo… y así muchas figuritas tuvieron que cambiar sus puestos. Con los cambios, Simón terminó haciendo de pastor, mucho más cerca del portal de lo que le había tocado nunca.
Pero no salió bien. El angelito era precioso y lloraba como un bebé, pero se notaba muchísimo que no era el Niño. José tuvo que pedirle que se marchara y buscaron otro sustituto. Nuevamente las figuritas cambiaron sus puestos y Simón terminó aún más cerca del portal.
El nuevo sustituto tampoco supo imitar al Niño. Y tampoco ninguno de los muchos otros que siguieron probando durante toda la noche. Con los cambios, Simón llegó a estar bastante cerca del portal. Emocionado, ayudaba en todo lo que podía: cepillaba los animales, limpiaba el establo, llevaba el agua, charlaba con los ancianos, cantaba con los angelitos... Lo hizo tan bien que, cuando por fin encontraron un buen sustituto, María y José le dejaron quedarse por allí cerca.
Era la más feliz figurita del mundo y solo una cosa le intrigaba: había ido por agua cuando eligieron al sustituto y no había visto quién era. Siempre que miraba estaba cubierto por las sábanas y, como nadie echaba de menos al verdadero Niño, Simón tenía la esperanza de que fuera el mismo Jesús quien había vuelto. Un día no pudo más y, aprovechando que era temprano y todos dormían, miró bajo las sábanas…
Cuando sacó la cabeza una enorme lágrima rodaba por su mejilla. María le miraba dulcemente.
- No está…
- Lo sé - dijo María-. No hay nadie. El sustituto de Jesús no está en la cuna. Eres tú, Simón.
- Pero si yo solo soy una figurita mal hecha…
- ¡No estarás tan mal hecha cuando has conseguido que nadie se dé cuenta de que no estaba! Mira, Simón, tú has hecho lo que mejor se le da a Jesús: querer a todos tanto que se sientan verdaderamente especiales ¿Verdad que lo sentías cuando Él te miraba cada día? Y los demás lo sienten gracias a ti. Simón sonrió.
- Jesús me ha pedido que sigas guardándole el secreto. Sigue buscando sustitutos como tú en cada pequeño rincón del mundo, para convertirlo en un lugar mejor ¿Querrías seguir siendo el niño invisible de este nacimiento?
¡Por supuesto que quería! Y así fue cómo Simón se unió a la inmensa lista de gente que, como querría Jesús, celebran la Navidad haciendo que su pequeño mundo sea un poco mejor.



LA PÉRDIDA DE LA VIRGINIDAD
La familia cenaba tranquilamente cuando, de pronto, la hija de 11 años comenta:
Papá, mamá..., tengo una mala noticia.
—¡Ya no soy virgen!
Y empieza a llorar, visiblemente alterada, con las manos en la cara y un aire de vergüenza.
Silencio sepulcral en la mesa. Y empiezan las acusaciones entre ellos.
El padre culpa a la madre y a la hermana por no vigilarla. La madre culpa al padre por no haber impuesto respeto en la familia. Y todo se iba acalorando más y más.
Desconsolada y al borde de un colapso, la madre, con los ojos llenos de lágrimas y la voz temblorosa, toma tiernamente la mano de la hijita y pregunta bajito:
—¿Cómo sucedió eso, hija mía?
Y, entre sollozos, la niña responde:
—¡La maestra me quitó del Portal de Navidad! La Virgen ahora es Vanessa, y yo voy a ser la mula.


“Esperanza, la estrella de Navidad”
Había millones de estrellas en el cielo. Estrellas de todos los colores: blancas, plateadas, verdes, doradas, rojas y azules. Un día, inquietas, se acercaron a Dios y le dijeron: Señor Dios, nos gustaría vivir en la Tierra entre los hombres.
Cuando queráis, respondió el Señor. Seréis todas muy pequeñitas, para que podáis bajar a la tierra.
En aquella noche, hubo una linda lluvia de estrellas. Algunas se acurrucaron en las torres de las iglesias, otras fueron a jugar y a correr junto con las luciérnagas por los campos, otras se mezclaron con los juguetes de los niños y la tierra quedó maravillosamente iluminada. Pero con el pasar del tiempo, las estrellas decidieron abandonar a los hombres y volver para el cielo, dejando la tierra oscura y triste.
¿Por que volvéis? Les preguntó Dios, a medida que ellas iban llegando al cielo.
Señor, no nos fue posible permanecer en la tierra. Allá existe mucha miseria y violencia, mucha maldad, mucha injusticia y mentira.
Y el Señor les dijo: ¡Claro! Vuestro sitio es aquí en el cielo. La tierra es el lugar de lo transitorio, de aquello que pasa, de aquel que cae, de aquel que yerra, de aquel que muere, nada es perfecto. El cielo es el lugar de la perfección del amor, de la VIDA verdadera, de lo inmutable, de lo eterno.
Después de que llegaron todas las estrellas y se verificó su número, Dios preguntó: Nos está faltando una estrella. ¿Será que se perdió en el camino? Un ángel que estaba cerca replicó: No Señor, una estrella decidió quedarse entre los hombres. Ella descubrió que su lugar es exactamente donde existe la imperfección, donde las cosas no van bien, donde hay lucha y dolor. Pero ¿qué estrella es esa? Volvió Dios a preguntar. Es la Esperanza Señor. La estrella verde. La única estrella de ese color. Y cuando miraron la tierra, la estrella no estaba sola. La tierra estaba nuevamente iluminada porque había una estrella en el corazón de cada persona. Porque el único sentimiento que el hombre tiene y Dios no necesita tener es la Esperanza. Dios ya conoce el futuro y la Esperanza es propia de la persona humana, propia de aquel que yerra, de aquel que no es perfecto, de aquel que no sabe cómo será el futuro.



¡Qué buen regalo! https://alforjasdepastoral.wordpress.com/2015/01/02/que-buen-regalo/ Lorenzo Orellana
Llevaba un mes en la parroquia de Arenas, Estado Sucre, Venezuela, cuando me dijeron que se aproximaban las misas de aguinaldo.
- ¿De aguinaldo?
- Sí, los nueve días anteriores a Navidad.
- ¿A qué hora?
– A las cinco de la mañana.
Y puntualmente a esa hora, antes de iniciar la Eucaristía, el pueblo arrancaba cantando: “Niño lindo, ante ti me rindo…”
Mi gente vivía la preparación de la Navidad, pues fueron nueve misas a iglesia llena de niños, jóvenes y adultos. Y Marisa, con su pequeña Soraya de cuatro años, en el primer banco.
En el oriente venezolano los días son muy calurosos, pero en el Valle de Cumanacoa las noches se cargan de humedad. El río Manzanares quizá tenga la culpa, pero a las cinco de la mañana había que abrigarse si no queríamos que la destemplanza se nos metiera en el cuerpo.
Las misas de aguinaldo concluyeron con la Misa del Gallo. Y, en ella, tras el evangelio, llevé en procesión la hermosa imagen del Niño Dios al pie del altar, donde habíamos colocado el Misterio. Nada más poner al Niño entre María y José, la pequeña Soraya no dejó de mirarlo. Y de pronto, cuando me disponía a comenzar la homilía, se quitó su rebeca, se arrodilló ante el Niño y le tapó el cuerpo desnudo con su prenda. Nadie se movió. Todos contemplamos en silencio sobrecogido aquel gesto de ternura. La pequeña se puso en pie, nos miró desde sus cuatro años, y dijo:
- ¡Tenía frío!
Y fue a sentarse al lado de su mamá. En ese instante, recordando a Bernanos, dije:
– No os olvidéis nunca de que este mundo se mantiene en pie por la dulce complicidad de los santos, los poetas y los niños. ¡Seamos fieles a los santos y, sobre todo, al Santo de los santos, Jesucristo, que esta noche se nos ha dado hecho niño! ¡Seamos fieles a los poetas, pues la belleza salvará al mundo! ¡Y permanezcamos fieles a la infancia! ¡Ojalá vosotros niños no os hagáis nunca mayores; ojalá vosotros jóvenes no olvidéis el niño que habéis sido; y ojalá nosotros adultos conservemos el niño que fuimos! Soraya, muchas gracias en nombre del Niño Dios y de todos nosotros.
Esta noche, tú has predicado la mejor homilía, así que ahora adoremos en silencio al Niño Dios y pensemos: ¿qué puedo yo darle para que no pase frío en los pobres…?
Y tras un rato de silencio, añadí:
-De pie, cantemos: “Niño lindo, ante ti me rindo. Niño lindo, eres tú mi Dios…”


Un cuento de Navidad MARCOS VIDAL
Era un joven pajarillo que vivía en el canal de un arroyo escondido en Guinea Ecuatorial. Y contaban en su aldea, con recelo y curiosidad, que en algún país del Norte celebraban la Navidad. Decidió surcar el cielo, conocerla de forma personal, pues decían que su historia era capaz de transformar. ‘¡Estas loco!’ le dijeron, ‘nunca lo podrás lograr’. Pero era mayor el deseo en su alma y su ansia de volar.
"¿Quién eres tú, Navidad? ¿Dónde te puedo encontrar? Soy capaz de cruzar el mundo por saber si eres verdad, por ver si es cierto que puedes hacer feliz a un mortal’.
“Y voló sobre los montes, de la selva hasta el mar, noche a noche, día a día, se negaba a descansar. Evadiendo los peligros, consiguió cruzar el mar, y alcanzando el continente se decía: ‘Voy a llegar’.
Pero cuál no fue su asombro, su tristeza y decepción, cuando vio que aquellas gentes eran igual en su interior, conocían, sí, la historia, y era otro su color, pero el fuerte vacío en su ser era el mismo, vivían sin amor.
“¿Quién eres tú, Navidad? ¿Dónde te puedo encontrar? Soy capaz de cruzar el mundo por saber si eres verdad, por ver si es cierto que puedes hacer feliz a un mortal’.
“Remontó otra vez el vuelo, aunque un poco lento ya, porque el frío hacía mella en su sangre tropical. Y de pronto se dio cuenta de que no podía volar, y cayó sobre la nieve, le costaba respirar… Una niña en la mañana, lo llevo hasta su hogar, donde al fuego de una lumbre celebraban la Navidad; todavía respiraba, pudo ver aquel lugar, y escuchó con un último aliento, la historia sublime y sin igual.
“¡Oh ven, ven a mí, Navidad! Soy un pajarillo tropical. Es difícil dar contigo en un mundo de adversidad. Al fin te veo y te saludo, sé que tu encuentro es mi final, por alcanzarte he perdido todo, y sin embargo he aprendido a volar, he ganado tu verdad, conociéndote, ya sé lo que es amar’”




Cuento de Navidad Pepe Alfaro
Nevaba. La pareja decidió quedarse en su casa de Betania. Era lo más seguro. No era sólo la nieve. La pandemia así lo aconsejaba.
“Nihil novum sub sole” (nada nuevo bajo el sol), dijo él, en un latín con acento arameo.
Ella sonrío con una mueca de dolor, mientras se llevaba las manos al vientre, como acunándolo. Tras nuevos dolores, cada vez más agudos, nació la niña.
Los hospitales estaban colapsados y él pudo ayudar en el parto siguiendo las instrucciones que la matrona le dictaba por el móvil.
Al poco, escampó y un meteorito cruzó el cielo palestino. Sonó de nuevo el móvil. Era su primo Yoseph comunicándole que acababa de ser padre de un niño. La única pensión de Belén estaba cerrada y tuvieron que detenerse en un establo cercano. Se congratularon de que, a pesar de las adversas circunstancias, todo hubiera salido bien.
Era una historia repetida hasta la saciedad en todas las épocas de todas las culturas. Estaba claro que, a pesar de la pobreza, la familia era el lugar más seguro.
Fuera, persistía la crónica pandemia de la insolidaridad.



Cuento de Navidad Jueves con pájaro Jesús Montiel 24-12-2020 Alfa y Omega Nº 1.194
Quiero hablarle a uno de tus días. A este jueves frío en el que voy a visitarte, el día de Nochebuena. La Nochebuena más difícil de tu vida. Sé que estás llorando en tu cama: acabas de abrir los ojos y has mirado tu realidad. La más difícil no por motivo de la pandemia. Habrá cena y también habrá seres queridos, pero será distinta. Quiero hablarle a tu infierno, esta nueva vida que acabas de estrenar. Decirle que no todo está perdido: tú, esta mujer a la que hablo, a la que voy a visitar en unas cuantas horas, abre los ojos cada mañana.
Te gusta el humo del café. Es algo tonto, pero mirar su lentitud te relaja. Una persona rota se agarra a lo que sea, es un instinto parecido al del náufrago: al humo del café, a la televisión, a la voz de tu hija. Una persona rota sobrevive, no vive. Pero está más cerca del nacimiento.
Enciendes la luz del cuarto aunque sigues a oscuras. Has vuelto para coger el móvil. Llamas y te llaman, esa es tu vida. Tu vida son llamadas de teléfono en las que siempre estás hablando de lo mismo y en las que todo el mundo te pregunta cómo estás y tú respondes que mal. Cómo vas a estar después de lo que te ha pasado. Y tras colgar te esperan tus recuerdos: cada lugar que ves ahora, cada calle y cada tienda y cada bulevar convertido en un museo de aquel nosotros que ya no existe. La casa en la que vives tiene muchas fotografías y una habitación en la que no entra nadie, parecida a esa donde la rosa de la Bestia se deshoja mientras se agota el tiempo del hechizo. Dentro de esa habitación en la que no entra nadie hay muchas plantas. Están todas muertas porque las has asesinado. Confiésalo: sentiste placer sabiendo que agonizaban por no darles agua. Él sí las regaba, acariciaba sus hojas, dejaba encendido el flexo para que no pasaran frío. No te juzgo: hay personas que cuidan de sus plantas mientras se marchitan las personas con las que conviven. También hay cantidad de libros, digo. Hay personas que lo han leído todo acerca del amor, que examinan la teoría del amor mientras viven de espaldas al amor. Como quien lee la descripción de la hierba sin salir nunca de su oficina.
Te peinas en el baño con una cara tan blanca como un puñado de nieve. Se te ha caído el pelo, por el estrés. En el espejo ves todo lo que tú no eres: un cuerpo sin deterioros, la frescura de una carne tersa, debajo de la que fluye el río de la vida. O mejor: ves lo que es ella. Todo lo miras con los ojos del ausente, y en sus ojos ya no estás tú. Vuelves al salón, coges el bolso y metes la llave en la cerradura nueva. Una cerradura nueva para abrir una nueva vida. Para que la vida antigua no consiga entrar. La de estos últimos meses, a su lado. Luces, adornos, abetos de plástico. En el supermercado es Navidad. Y una mujer más joven que tú, parecida a la que te espera en el espejo del baño, te trasporta a tu pasado. Es una máquina del tiempo porque enseguida ves a otra mujer con su familia cantando villancicos en la misma casa en la que ahora sobrevives. En ese tiempo te gusta recorrer el centro de Granada. Ver las calles adornadas, que tus hijos miren belenes y tiemblen de miedo pensando en la noche de los regalos. Hay cosas que celebrar y un hombre con quien celebrarlas. Al que le gusta salir poco, que se queja en cada una de las salidas, pero que está. En una de esas Navidades pretéritas, la Nochebuena en la que tu hijo más tímido escribe su primer poema mientras está nevando, le llevas un poco de comida al hombre encargado de vigilar las obras que hay al lado de tu edificio. Un hombre que pernocta en una caseta con una pequeña familia formada por una estufa, un perro y una radio. Te conmueve y bajas a la calle y le ofreces lo que has cocinado y él se sonroja dándote las gracias.
Ahora intentas comprender cómo esa mujer de las otras Navidades ha terminado siendo tú. Qué ha sucedido desde ella hasta esta otra mujer que ha llorado esta mañana nada más abrir los ojos. Nadie sabe lo que puede hacer con nosotros un solo pensamiento. Un solo pensamiento, si se alimenta, puede fecundar el infierno. No me quieren: este debió de ser el suyo. La culpa no es mía, o no solo mía, debió de pensar también, atrincherado en una habitación con montones de libros que hablan del amor.
Rey de las personas rotas, te dices en el estante de los lácteos. En este supermercado es Navidad, vale. Y fuera de mi casa, en el mundo. El mundo que sigue aconteciendo ajeno a mi abatimiento y parecido a esas personas que ríen en un corrillo durante el entierro. Pero ¿podrá ser Navidad dentro de mí?
Ahora, en el momento en que te haces esta pregunta, yo entro en una iglesia. Una vela resplandece al pie del altar, en la penumbra. Esa vela es todo lo que quiero decirte con esta carta. La única que está encendida, tan parecida a ti, que te aferras a lo que sea, como el náufrago: la televisión, la voz de tu hija. A cualquier persona que espera y que no se ha rendido, que vive expectante, como los árboles debajo de la nieve, con la vida dentro de su madera, esperando su turno igual que los muertos dentro de las tumbas esperan el día en que el amor las romperá. El amor será una madre despertándonos del sueño.
Conduzco, me dirijo a tu casa con esa llama dentro de mí. Protegiendo su amarillo de la radio, custodiándola para que el diablo no la apague ni atenúe su fluorescencia. Hago lo mismo que tú, hago lo mismo que hacemos todos desde que nos levantamos. Todo el mundo intenta a su manera que no se apague la luz. Mantener viva una hoguera en el vórtice de un huracán. Con esta hoguera me refiero a la esperanza. Una esperanza adulta, capaz de mirar al sufrimiento y responderle que no todo está perdido. El optimismo de los libros de autoayuda no, rotundamente. Quiero decir una esperanza que no vomita la oscuridad. Que nace donde no hay solución. Mientras conduzco, por ejemplo, todo lo que veo a uno y otro lado de esta carretera es una respuesta a mi oscuridad. Todos los días tengo que callarme y responderle al infierno lo que viene a mi encuentro, que es lo que escribo. Estos campos de cultivo que brillan tras la lluvia, gritando gloria. Tanta belleza preparándose desde hace siglos, milenios, para el regreso del amor. El mundo es una novia que espera mordiéndose las uñas la hora de una cita, ¿no te das cuenta? Un nido gigantesco. Estos árboles de tu calle, por ejemplo. Son un nacimiento continuo, el preludio de lo que no se terminará. A cada instante nace vida por todas partes.
Tu hija me saluda, está desayunando. Vas y vienes con gesto nervioso. No duras sentada. Cuando se nombra al ausente tu cara se crispa como una charca a la que han arrojado una piedra. Me apena verte, esa manera tuya de cruzar el día, yendo de un lado a otro, siempre a punto del sobresalto. Me gustaría ser para ti la imagen relajante de un bosque, la melodía que ponen en el dentista. Por eso te escribo esta Nochebuena: quiero decirte el fuego de esa vela que he mirado.
Tu hija da de comer al pájaro del hombre que ya no está. La veo desde el pasillo, cuando voy al baño. Aunque él se fue mucho antes de irse, cuando vivía en esa habitación con muchas plantas. Que ahora está más presente que nunca. Su pájaro ha recuperado el plumaje. Y a veces canta, por la mañana. Tu hija dándole de comer y la vela son una misma cosa, pienso. Esa tarea es otra una vela dentro de una oscuridad más grande que la de la iglesia. Lo contrario del infierno es un dolor que no derriba nuestra rutina. Una respuesta contraria a castigar a las plantas sin su alimento. Se acerca la Navidad más difícil de tu vida, es verdad, pero no por eso menos Navidad. Está la oficial, la del supermercado, la Navidad llena de brindis y caras tan brillantes como las luces del árbol; pero también la que no se fotografía, la Navidad de los que viven atribulados. Es un pesebre un corazón como el tuyo, roto en mil pedazos. Un lugar estrecho y lleno de herida, pero llamado a ser la cuna de lo nuevo.
Deja de llorar, se acerca tu nacimiento.



El calidoscopio... Cuentos con alma para Nochebuena
Había un hombre que, a causa de una guerra en la que combatió de joven, había perdido la vista. Este hombre, para poder subsistir y continuar con su vida, desarrolló una gran habilidad y destreza con sus manos, lo que le permitió destacar como un estupendo artesano; sin embargo, su trabajo no le permitía más que asegurarse el sustento mínimo.
Un día, por Navidad, quiso obsequiarle algo a su hijo de cinco años, un niño que nunca había conocido más juguetes que los trastos del taller de su padre, con lo que fantaseaba reinos y aventuras.
Su papá tuvo entonces la idea de fabricarle, con sus propias manos, un hermoso calidoscopio como alguno que él pudo poseer en su niñez. Por las noches fue recolectando piedras de diversos tipos, que trituraba en decenas de partes: pedazos de espejos, vidrios, metales...
Al terminar la cena de Nochebuena, pudo finalmente imaginar, a partir de la voz del pequeño, la sonrisa de su hijo al recibir el precioso regalo. El niño no cabía en sí de la dicha y de la emoción que aquella increíble Navidad le había traído de las manos rugosas de su padre ciego.
Durante los días y las noches siguientes, el niño iba a todas partes portando el preciado regalo, y con él regresó a sus clases en la escuela del pueblo.
En el receso entre clase y clase el niño exhibió y compartió, lleno de orgullo, su juguete con sus compañeros, que se mostraban fascinados con aquella maravilla.
Uno de aquellos pequeños, tal vez el mayor del grupo, finalmente se acercó al hijo del artesano y le preguntó con mucha intriga:
- Oye, ¡qué maravilloso calidoscopio te han regalado! ¿Dónde te lo compraron? No he visto jamás nada igual en el pueblo...
Y el niño, orgulloso de poder revelar aquella verdad emocionante desde su pequeño corazón, le contestó:
- No; no me lo compraron en ningún sitio... Me lo hizo mi papá.
A lo que el otro pequeño replicó, con cierto tono incrédulo:
- ¿Tu padre...? Imposible. ¡Si tu padre está ciego!
Nuestro pequeño amigo se quedó mirando a su compañero, y al cabo de una pausa de segundos sonrió, como sólo un portador de verdades absolutas puede hacerlo, y le contestó:
- Sí... es cierto... mi papá esta ciego... pero solo de los ojos...
¡¡¡SOLAMENTE DE LOS OJOS!!!



Navidad es un presente, no un pasado...
Navidad NO es una fecha histórica a recordar, sino un presente que hay que vivir:
Cuando decides amar a los que te rodean…
Ese día es Navidad.
Cuando decides dar un paso de reconciliación con el que te ha ofendido…
Ese día es Navidad.
Cuando te encuentras con alguien que te pide ayuda y lo socorres…
Ese día es Navidad.
Cuando te tomas el tiempo para charlar con los que están solos…
Ese día es Navidad.
Cuando comprendes que los rencores pueden ser transformados a través del perdón…
Ese día es Navidad.
Cuando te desprendes aún de lo que necesitas, para dar a los que tienen menos…
Ese día es Navidad.
Cuando renuncias al materialismo y al consumismo…
Ese día es Navidad.
Cuando eliges vivir en la alegría y la esperanza…
Ese día es Navidad
Que sea Navidad para ti, todos los días de tu vida...


JUAN RAMÓN JIMÉNEZ - PLATERO Y YO Fuente: Juan Ramón Jiménez, Platero y yo - Capítulo 122: Los reyes magos

LOS REYES MAGOS

¡Qué ilusión, esta noche, la de los niños, Platero! No era posible acostarlos. Al fin, el sueño los fue rindiendo: a uno, en una butaca; a otro, en el suelo, al arrimo de la chimenea; a Blanca, en una silla baja; a Pepe, en el poyo de la ventana, la cabeza sobre los clavos de la puerta, no fueran a pasar los Reyes… Y ahora, en el fondo de esta afuera de la vida, se siente como un gran corazón pleno y sano, el sueño de todos, vivo y mágico.

Antes de la cena, subí con todos. ¡Qué alboroto por la escalera, tan medrosa para ellos otras noches!

—A mí no me da miedo de la montera, Pepe; ¿y a ti?, decía Blanca, cogida muy fuerte de mi mano. Y pusimos en el balcón, entre las cidras, los zapatos de todos.

Ahora, Platero, vamos a vestirnos Montemayor, tita, María Teresa, Polilla, Perico, tú y yo, con sábanas y colchas y sombreros antiguos. Y a las doce pasaremos ante la ventana de los niños en cortejo de disfraces y de luces, tocando almireces, trompetas y el caracol que está en el último cuarto.

Tú irás delante conmigo, que seré Gaspar y llevaré unas barbas blancas de estopa, y llevarás, como un delantal, la bandera de Colombia, que he traído de casa de mi tío, el cónsul… Los niños, despertados de pronto, con el sueño colgado aún, en jirones, de los ojos asombrados, se asomarán en camisa a los cristales, temblorosos y maravillados. Después, seguiremos en su sueño toda la madrugada, y mañana, cuando, ya tarde, los deslumbre el cielo azul por los postigos, subirán, a medio vestir, al balcón, y serán dueños de todo el tesoro.

El año pasado nos reímos mucho. ¡Ya verás cómo nos vamos a divertir esta noche, Platero, camellito mío!


La Navidad del incrédulo… Tomado de Mariluz Sotto, YoSoyLuzdeAmor
Erase una vez un hombre que no creía en Dios. No tenía reparo en decir lo que pensaba de la religión y las festividades religiosas, como la Navidad. Su mujer, en cambio, era creyente a pesar de los comentarios despectivos de su marido.
Una Nochebuena en que estaba nevando, la esposa se disponía a ir con los hijos al oficio navideño de la parroquia del pueblo agrícola donde vivían. Le pidió al marido que los acompañara, pero él se negó.

- ¡Qué tonterías! -arguyó-. ¿Por qué Dios se iba a rebajar a descender a la tierra adoptando la forma de hombre? ¡Qué ridiculez!
Los niños y la esposa se marcharon y él se quedó en casa.
Un rato después, el viento empezó a soplar con mayor intensidad y se desató una ventisca.
Observando por la ventana, todo lo que aquel hombre veía era una cegadora tormenta de nieve. Y decidió relajarse sentado ante la chimenea.
Al cabo de un rato, oyó un golpazo; algo había golpeado la ventana. Luego, oyó un segundo golpe fuerte. Miró hacia afuera, pero no logró ver a más de unos pocos metros de distancia.
Cuando amainó la nevada, se aventuró a salir para averiguar qué había golpeado la ventana.
En un campo cercano descubrió una bandada de gansos salvajes. Iban camino del sur para pasar allí el invierno, se vieron sorprendidos por la tormenta de nieve y no pudieron seguir. Perdidos, terminaron en aquella finca sin alimento ni abrigo. Daban aletazos y volaban bajo en círculos por el campo, cegados por la borrasca, sin seguir un rumbo fijo. El agricultor se dio cuenta de que de aquellas aves habían chocado contra su ventana. Sintió lástima de los gansos y quiso ayudarlos.
- Sería ideal que se quedaran en el granero -pensó-. Ahí estarán al abrigo y a salvo durante la noche mientras pasa la tormenta.
Dirigiéndose al establo, abrió las puertas de par en par y aguardó con la esperanza de que las aves advirtieran que estaba abierto y entraran. Los gansos se limitaron a revolotear dando vueltas. No parecía que hubieran visto el granero y que se podían refugiar allí.
El hombre intentó llamar la atención de las aves, pero solo consiguió asustarlas y que se alejaran más.
Entró en casa y salió con algo de pan. Lo fue partiendo en pedacitos y dejando un rastro hasta el establo. Sin embargo, los gansos no entendieron. El hombre empezó a sentirse frustrado.
Corrió tras ellos tratando de ahuyentarlos en dirección al granero. Lo único que consiguió fue asustarlos más y que se dispersaran en todas direcciones menos hacia el granero.
Por mucho que lo intentaba, no conseguía que entraran al granero, donde estarían abrigados y seguros.
- ¿Por qué no me seguirán? -exclamó- ¿Es que no se dan cuenta de que es el único sitio donde podrán sobrevivir a la ventisca?
Reflexionando unos instantes cayó en la cuenta de que las aves no seguirían a un ser humano.
- Si yo fuera uno de ellos, entonces sí que podría salvarlos -dijo pensando en voz alta.
Seguidamente, se le ocurrió una idea. Entró al establo, agarró un ganso doméstico de su propiedad y lo llevó en brazos, paseándolo entre sus congéneres salvajes. A continuación, lo soltó.
Su ganso voló entre los demás y se fue al interior del establo. Una por una las otras aves lo siguieron hasta que todas estuvieron a salvo.
El campesino se quedó en silencio mientras las palabras que había pronunciado instantes antes aún le resonaban en la cabeza: ‘Si yo fuera uno de ellos, ¡entonces sí que podría salvarlos!’
Reflexionó también en lo que le había dicho a su mujer aquel día: ‘¿Por qué iba Dios a querer ser como nosotros? ¡Qué ridiculez!’
De pronto, todo empezó a tener sentido. Entendió que eso era precisamente lo que había hecho Dios. Nosotros éramos como aquellos gansos: estábamos perdidos y a punto de perecer. Dios se volvió como nosotros a fin de indicarnos el camino y salvarnos.
El agricultor cayó en la cuenta de que ese era el sentido de la Navidad.
Cuando amainaron los vientos y cesó la cegadora ventisca, su alma quedó en quietud y meditó en tan maravillosa idea. Comprendió el sentido de la Navidad y por qué había venido Jesús a la Tierra.
Con aquella tormenta pasajera, se disiparon años de incredulidad. Hincándose de rodillas en la nieve, elevó su primera plegaria: “¡Gracias, Señor, por venir en forma humana a sacarme de la tormenta!”



Que la luz despierte en todos los seres que aun viven en la ceguera, para que en sus almas anide la fe y la luz de nuestro fiel y leal creador..... . Que siempre nos espera…
Que vuestra navidad sea todos los días igual pues Cristo vivirá dentro de cada uno. De vosotros depende el compromiso de dar vida todos los días hasta el fin de los fines….




Nació en una pequeña aldea...
Nació en una pequeña aldea, hijo de una mujer de pueblo.
Creció en otra aldea donde trabajó como carpintero hasta que tuvo 30 años.
Después, y durante tres años, fue predicador ambulante.
Nunca escribió un libro. Nunca tuvo un cargo público.
Nunca tuvo familia o casa. Nunca fue a la universidad.
Nunca viajó a más de trescientos kilómetros de su lugar de nacimiento.
Nunca hizo nada de lo que se asocia con grandeza.
No tenía más credenciales que él mismo.
Tenía sólo treinta y tres años cuando la opinión pública se volvió en su contra.
Sus amigos le abandonaron.
Fue entregado a sus enemigos, e hicieron mofa de él en un juicio.
Fue crucificado entre dos ladrones.
Mientras agonizaba preguntó a Dios por qué le había abandonado,
sus verdugos se jugaron sus vestiduras, la única posesión que tenía.
Cuando murió fue enterrado en una tumba prestada por un amigo.
Con el poder de Dios resucitó y ¡vive para siempre!



Una bella historia de Navidad
Una hermosa leyenda cuenta que, cuando Jesús nació, los pastores fueron deprisa hacia la gruta llevando muchos regalos.
Cada uno llevaba lo que tenía: unos, el fruto de su trabajo, otros, algo de valor.
Pero mientras todos los pastores se esforzaban, con generosidad, en llevar lo mejor, había un anciano pastor que no tenía nada.
Este pastor era muy pobre, tan pobre que no tenía nada que ofrecer. Y mientras los demás competían en presentar sus regalos, él se mantenía apartado, en un rincón, con vergüenza.
En un determinado momento, San José y la Virgen se vieron agobiados recibiendo todos los regalos, sobre todo María, que debía tener en brazos al Niño. Entonces, viendo a aquel pastor con las manos vacías, le pidió que se acercara. Y le puso a Jesús en sus manos.
El pastor, tomándolo, se dio cuenta de que había recibido lo que no se merecía, que tenía entre sus brazos el regalo más grande de la historia. Se miró las manos, y esas manos que le parecían siempre vacías se habían convertido en la cuna de Dios.
Se sintió amado y, superando la vergüenza, comenzó a mostrar a Jesús a los otros, porque no podía sólo quedarse para él el regalo de los regalos.
Es la suerte más bella que podría sucedernos también a nosotros. Dejarnos encontrar en esta Navidad con el corazón tan pobre, tan vacío y silencioso que María, al vernos, pueda confiarnos también a nosotros su Niño.



REFLEXIÓN PARA FINALIZAR UN AÑO Y COMENZAR OTRO AÑO NUEVO
En estos últimos momentos del año que termina, heme aquí, Señor, en el silencio y en recogimiento para decirte GRACIAS, para solicitarte AYUDA, para implorarte PERDÓN.
GRACIAS: Señor por la paz, por la alegría, por la unión que los hombres, mis hermanos, me han brindado, por esos ojos que con ternura y comprensión me miraron. Por esa mano oportuna que me levantó, por esos labios cuyas palabras y sonrisa me alentaron, por esos oídos que me escucharon, por ese corazón que amistad, cariño y amor me dieron.
Gracias, Señor por el éxito que me estimuló, por la salud que me sostuvo, por la comodidad y diversión que me descansaron. Gracias, Señor... me cuesta decírtelo...por la enfermedad, por el fracaso, por la desilusión, por el insulto, por el engaño, por la injusticia, por la soledad, por el fallecimiento del ser querido. Tú lo sabes, Señor, cuán difícil fue aceptarlo; quizá estuve al punto de la desesperación, pero ahora me doy cuenta que todo esto me acercó más a Tí.
¡Tú sabes lo que hiciste! Gracias, Señor, sobre todo por la fe que me has dado en Ti y en los hombres. Por esa fe que se tambaleó pero que Tú nunca dejaste de fortalecer cuando tantas veces encorvado bajo el peso del desánimo me hizo caminar en el sendero de la verdad a pesar de la oscuridad.
AYUDA: Te he venido también a implorar para el año que muy pronto va a comenzar. Lo que el futuro me deparará, lo desconozco Señor. Vivir en la incertidumbre, en la duda, no me gusta, me molesta, me hace sufrir. Pero sé que Tú siempre me ayudarás.
Yo te puedo dar la espalda. Soy libre. Tú nunca me la darás. Eres fiel. Yo sé que me tenderás la mano. Tú sabes que yo no siempre la tomaré. Por eso, hoy te pido que me ayudes a ayudarte, que llenes mi vida de esperanza y generosidad. No abandones la obra de tus manos. Señor.
PERDÓN: No podría retirarme sin pronunciar esa palabra que tantas veces, te debí haber dicho, pero que por negligencia y orgullo he callado, perdón, Señor, por mis errores, descuidos y olvidos, por mi orgullo y vanidad, por mi necedad y capricho, por mi silencio y mi excesiva locuacidad.
Perdón, Señor, por prejuzgar a mis hermanos, por mi falta de alegría y entusiasmo, por mi falta de fe y confianza en Ti, por mi cobardía y mi temor en mi compromiso. Perdón, porque me han perdonado y no he sabido perdonar. Perdón por mi hipocresía y mi doblez, por esa apariencia que con tanto esmero cuido pero que en el fondo no es más que engaño a mí mismo.
Perdón por esos labios que no sonrieron, por esa palabra que callé por esa verdad que omití, por ese corazón que no amó... por ese Yo que se prefirió.
Señor, no te he dicho todo. Llena con tu amor mi silencio y cobardía.
GRACIAS por todos los que no te dan gracias. AYUDA a todos los que imploran tu ayuda. PERDÓN por todos los que no imploran perdón.
En tu nombre, Señor, inicio el nuevo año. ¡Gracias por el regalo de la vida!



¿Qué regalamos al niño?
Una joven pareja entró en el mejor comercio de juguetes de la ciudad.
El hombre y mujer se entretuvieron en mirar sin prisas los juguetes de colores alineados en las estanterías y colgados del techo, en alegre desorden. Había muñecas que lloraban y reían, juegos electrónicos, cocinas en miniatura donde se hacían tartas y pasteles. No llegaban a decidirse
Se les acercó una dependienta muy simpática.
- Mire, le dijo la mujer: nosotros tenemos una niña pequeña, pero estamos casi todo el día fuera de casa y, a veces, hasta de noche.
- Es una cría que apenas sonríe, dijo el hombre.
- Quisierámos comprarle algo que la hiciera feliz, añadió la mujer, incluso cuando no estuviéramos nosotros... Algo que le diera alegría aún cuando estuviera sola.
- Lo siento, sonrío la dependienta con gentileza, pero es que aquí no vendemos padres...
De Homilética


Mis Peticiones a los Reyes Magos
Me pido cajas de sonrisas y un puñado de besos.
Me pido noches inolvidables. Y días, también.
Me pido abrazos que te hacen olvidar cualquier miedo, y te reconstruyen en un segundo.
Me pido miradas que no se olvidan. Y caricias que producen escalofríos.
Me pido alguien que me mire incluso cuando cierro los ojos.
Me pido amigos que no se vayan nunca, y que no fallen.
Me pido a mi familia.
Me pido viajes que te hacen soñar.
Me pido salud que dure para toda la vida.
Me pido amor, mucho amor.
Me pido unas manos que me acompañen cuando esté a punto de caer.
Me pido bondad y compañerismo.
Me pido un poco de cabeza para aquellos que se les va.
Me pido pequeños detalles que marquen la diferencia. Y muchas sorpresas.
Me pido un trabajo por el que poder luchar cada día.
Me pido consejos, esperanza y sinceridad.
Me pido cariño.
Me pido ayuda para aquellos que lo necesitan.
Me pido atardeceres bonitos una tarde cualquiera.
Me pido mañanas con el desayuno en la cama.
Me pido justicia.
Me pido juguetes para los que no tienen.
Me pido más visitas inesperadas y menos WhatsApp.
Me pido alegría, sueños y fuerza.
Me pido no rendirme nunca.
Me pido paciencia.
Me pido lágrimas de felicidad y una caja de carcajadas.
Me pido una sonrisa para cada día, y un par de ellas más. Por si acaso.



Bendición de la Casa el día de Reyes
El muy conocido Día de los Reyes Magos (6 de enero) es la fiesta de la Epifanía: Dios se manifiesta a todos: también los extranjeros –no judíos– pueden creer en Jesús como Mesías… En algunas regiones de Alemania y de Austria hay una costumbre muy popular entre los niños ese día: pintar con tiza una inscripción en el dintel de la casa.
Se trata de una antiquísima costumbre católica, que estaba incluso recogida en el Ritual Romano anterior al Concilio Vaticano II. La costumbre es divertida para niños y adultos y tiene un cierto aspecto de evangelización.
Se realiza en la noche del cinco de enero, en la fiesta de la Epifanía, es decir, el día de Reyes.
La costumbre consiste en que los niños, ayudados por sus padres, escriben con tiza en las puertas de sus casas y de las de sus familiares la siguiente inscripción: 20 ✳ C + M + B + 24.
Es una fórmula de bendición de la casa. Hay pequeñas variaciones dependiendo de regiones y cada símbolo tiene un significado.
• 20: El primer número está formado por las dos primeras cifras del año.
• ✳: Asterisco detrás del 20, como símbolo de la estrella de Belén que guía a los Reyes Magos hasta la casa.
• C + M + B +: Las letras C M B son las iniciales de la frase en latín Christus Mansionem Benedicat, o sea, Cristo bendiga esta casa. Pero también coinciden Casualmente, coincidiendo con las iniciales de los tres reyes en latín: Caspar, Melchior et Baltassar. En español, Gaspar, Melchor y Baltasar.
• C + M + B +: Las tres cruces que separan las letras hacen referencia a la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
• 24: El último número está formado por las dos últimas cifras del año (en este caso sería 24).
La inscripción se deja hasta Pentecostés o hasta que la borren la lluvia, el viento o el mal tiempo.
En Alemania, una tradición muy extendida es la de los cantores de la estrella [Sternsinger]. El 5 de enero, más de 500.000 niños y jóvenes, vestidos de Reyes Magos, van de casa en casa portando una estrella y cantando una canción o recitando una poesía. A cambio recolectan dinero y donativos para los pobres y personas necesitadas. A continuación, los cantores de la estrella utilizan una tiza bendecida para escribir la tradicional bendición “C+M+B” en la puerta de entrada o en su marco. Esta bendición protege la casa y a sus habitantes de todo mal y les trae la bendición de Dios. La inscripción se escribe con tiza. La costumbre de la Iglesia era también realizar la bendición de las tizas antes de usarlas. Los niños también eran bendecidos por un sacerdote antes de salir disfrazados de Reyes Magos a cantar villancicos.



LOS MAGOS DE ORIENTE Y LA ESTRELLA https://www.facebook.com/fundaciondialogo/
(Jesús Peláez)

La llegada de los magos de Oriente a Jerusalén para entrevistarse con Herodes carece de fundamentación histórica. El texto evangélico dice que “Unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a rendirle homenaje» (Mt 2,1-2). Se creía por entonces que el nacimiento de todo gran personaje en la tierra era acompañado por la aparición de una estrella en el firmamento. Lo de «la estrella», sobre la que se han lanzado todo tipo de hipótesis (¿fue un cometa? ¿la conjunción de los planetas Saturno, Júpiter y Marte, que, según Keppler, tuvo lugar el 747 de la fundación de Roma?), es un símbolo. En el libro de los Números (24,17) se dice: «Avanza la estrella de Jacob y sube el cetro de Israel.» Esta estrella es símbolo del Mesías, que conduce a los paganos a la luz de la fe, hecho anunciado por el profeta Balaán, el de la famosa burra contestataria, en contra de la voluntad del rey Balac. Balaán era mago. En la estrella que conduce a los magos a Jesús ve el evangelista Mateo la marcha de los paganos hasta la fe.

Mateo, mediante el relato de los magos, especifica que la salvación que trae Jesús no se limita al pueblo judío, «su pueblo» (Mt 1,21), sino que abraza toda la humanidad representada por estos magos de Oriente (Mt 2,1). La salvación que trae Jesús es universal. La primera visita que recibe Jesus de niño no es ni la del Sumo o sumos sacerdotes, ni la de los saduceos, pertenecientes a la aristocracia terrateniente, encargados del mantenimiento del templo y de culto, sino de unos magos, unos paganos, dedicados a un arte prohibido en la Biblia: la magia. Estos eran originarios, tal vez, de la tribu de los Medos, que llegó a convertirse en casta sacerdotal entre los persas. Practicaban la adivinación, la medicina y la astrología, prácticas que, en la Biblia, no gozan de buena reputación (1 Sm 28,3; Dt 18,9-13; Dn 1,20; 2,2-10). Aunque la práctica de la magia no es desconocida en el Antiguo Testamento, sin embargo el libro del Éxodo castiga con la muerte a la mujer hechicera (Éx 22,27). Llama la atención que los primeros que visitan al niño sean unos extranjeros y, por tanto, paganos, con una profesión condenada en la Biblia.

De los magos hemos sabido (¿inventado?) más con el tiempo. Y así en el siglo III se les dio el título de reyes, título que no aparece en los evangelios, e incluso se comenzó a decir que eran tres, teniendo en cuenta los tres regalos que llevan al niño: oro (regalo real), incienso (para el culto) y mirra (para ungir el cadáver el día de la muerte). Antes de esta fecha la iconografía habla de dos, tres y cuatro magos, y en las iglesias ortodoxa siria y en la apostólica armenia se afirma que eran doce de acuerdo con el número de apóstoles o con el número de tribus de Israel.

Que se llamen Melchor, Gaspar y Baltasar aparece por primera vez en el mosaico de San Apollinare Nuovo de Rávena, que data del siglo vi d. C. y en el Evangelio armenio de la Infancia de la misma fecha. En el mosaico se ve ya a los tres magos, con indumentaria persa y sus respectivos nombres. Fue Cesáreo de Arlés (s. VI) quien comenzó a denominarlos “reyes”, basándose en el salmo 71,10 (“¡Que los reyes de Tarsis y las Islas le paguen tributo!”) e Isaías 49, 7ss (“Te verán los reyes y se alzarán los príncipes y se postrarán”). San Beda el venerable (s. VIII) los considera representantes de Europa, Asia y África, los tres continentes conocidos en aquel tiempo. En el siglo XII se trasladaron sus supuestos huesos desde Milán a la catedral de Colonia, donde hoy son venerados. Solo en el s. XV se les representa vestidos de reyes y, por primera vez, a Baltasar con la tez negra. Estos tres reyes representan los grupos étnicos reconocidos en la Edad Media: Melchor, los europeos; Gaspar, los asiáticos, y Baltasar, los africanos.



Resulta extraño y cuando menos sorprendente que los primeros visitantes del niño, tras su nacimiento, fuesen paganos o extranjeros, mal vistos por la religión oficial judía (magos).

LOS PADRES MIENTEN - JUAN JOSÉ MILLAS (Cuento divertido) Fuente: Juan José Millas. Los padres mienten, del libro Los objetos nos llaman. Seix Barral, 2009

"Mi hermano mayor me despertó a medianoche para revelarme el siguiente secreto:
—Dentro de poco te dirán que los Reyes Magos son los padres. Se lo dicen a todo el mundo al cumplir tu edad. No te lo creas. Los Reyes existen, pero como los mayores no saben el modo de explicar su existencia, dicen eso, que son los padres.
Mi hermano dormía en la cama de al lado. Nuestra relación no era ni buena ni mala, así que a veces nos llevábamos bien y a veces mal. Pero éramos cómplices de muchas cosas.
Fumamos el primer cigarrillo juntos; hurtamos juntos también las primeras monedas del bolsillo de la chaqueta de mi padre; él me hacía los deberes de matemáticas y yo los de lengua… Dependíamos el uno del otro, en fin, en demasiadas cosas. Como decía aquél, dos que han robado caballos juntos están condenados a protegerse. La protección pasaba por hacernos este tipo de confidencias sobre las verdades básicas de la vida. Si los Reyes existían y él lo había averiguado, era mejor que yo lo supiera, por duro que resultara para mí.
Lo cierto es que yo ya había oído en el colegio rumores acerca de que Melchor, Gaspar y Baltasar eran los padres. Pero no les había prestado atención. Lo que no podía imaginarme era que los rumores procedieran de los adultos. Si ya les tenía poco respeto, lo perdieron del todo tras la revelación de mi hermano mayor.
En efecto, ese mismo año, cuando nos dieron las vacaciones de Navidad, mi madre me llamó un día y empezó a preguntarme qué pensaba yo de los Reyes Magos.
Le dije que les tenía en gran consideración (no de este modo, claro, no era un niño cursi), aunque no siempre me trajeran lo que les pedía, pues me hacía cargo de que había en el mundo muchos niños y que no podían complacer a todos.
Mamá se quedó desconcertada, ya que lo normal, cuando a un chico se le quita la venda de los ojos en este asunto, es que el chico esté ya al cabo de la calle. Creo que estuvo a punto de desistir, pero finalmente tomó aire y me dijo que los Reyes Magos eran los padres.
—Se trata —añadió— de una mentira que mantenemos durante la infancia, porque la infancia es una época de ilusiones fantásticas, pero tú ya no tienes edad para creer en los Reyes. A tu hermano se lo dijimos también cuando cumplió tus años.
Mi hermano me había aconsejado que cuando me contaran la mentira de que los Reyes eran los padres, fingiera que me lo creía, pues de lo contrario les parecería un chico raro y me llevarían al psicólogo.
—Yo —añadió— también lo fingí. Como comprenderás, si ellos se quedan más tranquilos así, tampoco cuesta tanto darles gusto.
Hice, pues, como que me lo creía y me fui a mi cuarto a escribir la carta a los Reyes, una carta, por primera vez, clandestina. Ese año, habida cuenta de que ya era un chico mayor y que me hacía cargo de la situación mundial, que era un desastre, les pedí cosas más razonables que en otras ocasiones. Mi hermano puso mi carta en el mismo sobre que la suya y se encargó de echarlas al correo. Curiosamente, ése fue el primer año que me trajeron todo lo que les pedí.
Al regresar de las vacaciones de Navidad al colegio, comprobé que a todos los de mi clase les habían dicho que los Reyes eran los padres, y todos se lo habían creído.
Estuve a punto de sacarles de su error, pero mi hermano también me había dicho que ni se me ocurriera, porque me tomarían por loco. La conspiración para eliminar esa creencia de la cabeza de los chicos era prácticamente universal y resultaba ingenuo tratar de enfrentarse a ella, pese a las numerosas pruebas existentes, repartidas entre la Biblia, la Historia Sagrada y los propios hechos, pues lo cierto es que aun después de dejar de creer en los Reyes la gente continuaba recibiendo regalos.
Tuve la suerte, en fin, de mantener esa ilusión durante mucho más tiempo que mis compañeros. Si he de ser sincero, no recuerdo exactamente la edad en la que dejé de creer en los Reyes Magos, quizá cuando falleció mi hermano y en su funeral recordé esta historia fantástica que no sé cómo se le pudo ocurrir. Aunque también es cierto que una vez instalado en el mundo de los adultos comprobé que mentían tanto y de manera tan gratuita, que no sería raro que mi hermano llevara razón y que también hubieran mentido en esto. Este año, como todos desde aquella época, les escribí una carta clandestina (en mi casa ya no creen en los Reyes ni mis hijos) y me han traído de nuevo todo lo que les pedí."


CUARESMA:
Comenzamos el Camino hacia la Pascua: 
ORACIÓN para salir hacia Dios
AYUNO para salir de uno mismo.
LIMOSNA para salir a los demás.



martes, 9 de enero de 2024

Himno al comenzar el día

En esta luz del nuevo día que me concedes, oh Señor,
dame mi parte de alegría y haz que consiga ser mejor.
Dichoso yo, si al fin del día un odio menos llevo en mí,
si una luz más mis pasos guía y si un error más yo extinguí.
Que cada tumbo en el sendero me vaya haciendo conocer
cada pedrusco traicionero que mi ojo ruin no supo ver.
Que ame a los seres este día, que a todo trance ame la luz,
que ame mi gozo y mi agonía, que ame el amor y ame la cruz. Amén

La nariz…

Mi hijo Paco no entendió que, de repente, me echase a llorar como una loca. Bajo un sol limpio de primavera descubrí una plantita mínima y no pude evitarlo. Asomaba tímida en el rincón en el que había jugado con mis hijos durante el invierno. Os cuento la historia desde el principio:
Ese año habíamos hecho un muñeco de nieve gigante. Le colocamos el chaleco de mi marido, la bufanda vieja de María y un sombrero de paja que rondaba por el trastero.
Mi hijo le puso de nombre «Pepón» y cada día le saludaba cuando se iba al colegio. Había sido él quien le había hecho una sonrisa con un palo.
Cuando empezó el deshielo… y Pepón se moría, mi hijo se ponía muy serio al cruzar el jardín. Se le llenaban los ojos de lágrimas. Nunca me dijo nada. Yo a él tampoco. Ante una situación triste, cuando es inevitable, basta con ser una buena compañía, es mucho mejor bálsamo que cualquier intento de consuelo. Yo le agarraba de la manita y caminaba despacito también.
Pasaron las semanas, el muñeco de nieve era solo un recuerdo. Y claro, yo no contaba con los milagros de mayo.
Estaba deseando volver a casa, decirle a Miguel que Pepón estaba vivo y que en el jardín había una plantita que salía de la zanahoria que pusimos en la nariz.
¡Pero cómo se lo podía explicar a Paco!

lunes, 8 de enero de 2024

La alegría del corazón

                J. Ant Pagola Adaptación al texto de Howard Thurman

Cuando la canción de los ángeles ha callado.
Cuando la estrella en el cielo se ha ido.
Cuando los reyes y los magos ya están en casa.
Cuando los pastores han regresado con su rebaño,
el trabajo de la Navidad apenas comienza:
Encontrando a los perdidos.
Curando a los que estaban rotos.
Alimentando a los hambrientos.
Liberando al que estaba esclavizado.
Reconstruyendo las naciones.
Dando Paz a todas y a todos.
Trayendo música y alegría al corazón.

El regalo de las hadas

Cuando nace una niña, o un niño, en el País de las Hadas se fabrica sin descanso polvo de hadas.
Durante todo el día y toda la noche las hadas mezclan sus distintos poderes para fabricar la poción milagrosa que proteja al niño recién nacido. Cuando está lista… la meten en un botecito de cristal que cierran con un corcho y lo preparan para hacerlo llegar al mundo real.
Las personas mayores no pueden ver a las hadas, sólo los niños son capaces de percibir el regalo que les hacen al nacer. Y volando, después de dejar un besito en sus mejillas, se esconden bajo sus cunas hasta que, poco a poco, todas las personas de la familia se acercan a conocer al recién nacido. Ellas esperan bien escondidas para descubrir a cuál de todas las personas que van a ver al pequeño le hace más ilusión tomarlo entre sus brazos.
Cuando contemplan la sonrisa de la verdadera ilusión en una de las caras, vuelan por encima de la cabeza de esa persona y derraman el polvo de hadas para convertirlas en hadas madrinas… o padrinos, guardianes de la felicidad de esos niños.
Así fue cuando nació Arlet. Las hadas eligieron a su tía Merche para que compartiera todas las cosas que iban a ser especiales en la vida de la niña y para que la cuidara como un tesoro.
A las dos les encanta pasar tiempo juntas, elegir ropa preciosa, hablar de princesas, leer cuentos… o estar con Joan y jugar.
Cuando nacieron Miriam, Noelia y Ainhoa… las hadas derramaron su polvo mágico de un color tan brillante y amarillo como el del sol sobre 
sus tías Patricia y Ana; y cuando nació Ceci… repartieron el polvo de hadas rojo de los corazones, sobre su tía Isabel.
Y allí donde nace un niño o una niña… las hadas preparan una visita y eligen un representante suyo en la tierra. Pero no se lo digáis a nadie.
Sólo hay una persona mayor que conoce el secreto de las hadas. Se llama Esperanza y es un “Hada madrina”.
Pero ese es otro cuento… Otro día… os lo cuento.