viernes, 26 de abril de 2019

Como flor que nace

Tu amor en mí no tiene doblez, es para siempre.
Pasabas por allí y te invité a entrar, abrí mis puertas de par en par,
abrí para ti mis ventanas, abrí mis ojos y mis oídos,
abrí para ti mi corazón como una flor que nace.
Tú no te negaste, te quedaste a compartir el pan de mi mesa,
a compartir el afán del día, pues ya anochecía,
el peso de mi carne, el dolor de mis heridas
el tiempo de zozobra en que mi espíritu vivía,
señoreaste mi casa y la llenaste de esperanza.
Tu amor en mí no tiene doblez es para siempre.

Un cuento de Pascua


El niño, Jacobo, llevó a su padre bajando la ladera pedregosa que se extendía desde Jericó en el valle, hasta Jerusalén que estaba en la montaña. Su padre, Ezra, quedó ciego al nacer. Desde la madrugada hasta el anochecer de cada día, se sentaba en una roca, siempre la misma roca, pidiendo comida o limosna a los peregrinos que transitaban por el camino. Algunos días eran escasos los peregrinos y solamente recibía pocas monedas, pero hoy habían pasado varios grupos viajando a Jerusalén para celebrar la Pascua.
Jacobo dejó a su padre y subió hasta ell lugar donde cuidaba el rebaño de su vecino. Jacobo vivía con su padre Ezra, su madre Anna y sus hermanitos en una casucha cerca de la aldea Beth. Eran muy pobres, a veces no tenían nada más que un puñado de arroz para todos los de casa.
Jacobo pasó todo el día en el campo cuidando las ovejas y los corderos recién nacidos. Era casi el anochecer cuando se dio cuenta de que faltaba un cordero. La oveja madre balaba lastimosamente y Jacobo salió en busca de la pequeña que se había extraviado. Cuando la halló ya era tarde y el sol se ponía detrás de Jerusalén. Bajó la ladera con saltos rápidos para llevar a su padre a casa.
Llegó al camino y corrió hacia la roca donde su padre siempre le esperaba, pero cuando llegó, ¡la roca estaba vacía! ¡Su padre no estaba ahí! Jacobo se detuvo, temblando de temor. ¿Había tratado papá de regresar sólo a casa, subiendo la colina llena de rocas y espinos? Se le ocurrió algo peor: ¿Lo atacaron unos ladrones al ciego indefenso, robaron su dinero y lo tiraron a un precipicio? Entonces Jacobo levantó su mirada y vio a un hombre acercándose a él por el camino de Jerusalén. Caminaba erguido, pisando con cuidado pero también con decisión y protegiendo sus ojos como de una luz brillantísima. Parecía ser alguien digno de confianza y Jacobo se acercó para pedir su ayuda.
Entonces, cuando se juntaron, Jacobo se paró sorprendido. ¡Era su padre, Ezra!
- Jacobo, llamó Ezra, ¡puedo ver! Estaba junto al camino, escuchando a la gente que pasaba, y oí decir que venía Jesús de Nazaret. Le llamé por su nombre. '¿Qué quieres?' me preguntó él. 'Maestro, quiero ver,' le dije. Entonces, hijo, me tocó en los ojos y lento, muy lentamente empecé a ver: primero sólo sombras, después personas, y árboles, y colinas, ¡todo! Seguí a la muchedumbre que caminaba hacia Jerusalén, deseando verlo. Lo tenía que hacer, Jacobo. Pero él se perdió entre la gente y yo tenía que regresar. Jacobo, ¿fue él el Mesías esperado el hombre que me dio la vista? ¿Fue él el Mesías esperado?.
Jacobo y su padre subieron lentamente el camino pedregoso a su casa, repitiendo la pregunta.
¡Qué alegría en la casa de Jacobo esa noche! Jacobo pasó los siguientes días mostrando a su padre las ovejas y los corderos y todas las flores en la colina. Le mostró las estrellas por la noche y le indicó las torres de Jerusalén. «Es tan bueno el Señor», dijo Ezra.
Unos días después, llegó la fiesta de la Pascua, y aunque apenas tenían con qué celebrar, sus corazones rebosaban gratitud a Dios.
- Quiero ir a Jerusalén en busca de Jesús, dijo Jacobo.
Su padre Ezra lo miró y dijo: - Pienso que tú debes ir, Jacobo. Debes buscar a Jesús y darle gracias por todos nosotros.
- Te vas después del sábado, dijo su madre Anna.
Muy temprano el domingo, la mañana después del sábado, Jacobo salió para Jerusalén. Ya había mucha gente en la calle de la ciudad, pero él siguió a un grupo de peregrinos y pronto llegó al atrio del templo. Se detuvo entre el tumulto de gritos, cantos y regateo. El niño se desconcertó. ¿Dónde iba a encontrar a Jesús? Entonces fue a un fariseo que estaba en la puerta del santuario. Y le rogó,
- Por favor, ¿dónde puedo encontrar a Jesús de Nazaret?
El alto y orgulloso hombre miró hacia abajo.
- ¿Quién eres tú?, preguntó al niño.
- Soy Jacobo, hijo de Ezra, y busco Jesús de Nazaret.
El fariseo lo tomó del brazo y lo llevó a un rincón sin ruido detrás de una columna.
- Jacobo, dijo, no se debe ni mencionar ese nombre en el Templo. Aquel hombre ha sido azotado y crucificado por el gobernador romano. Y no hay más que decir.
- Pero..., replicó Jacobo, a mi padre le dio la vista.
- Jacobo hijo de Ezra, dijo el orgulloso fariseo, vete a casa y no cuentes eso nunca a nadie.
Lo empujó en dirección a la salida.
El niño salió del templo sollozando, y con los ojos llenos de lágrimas corrió y corrió a tropezones y sin dirección por las calles de Jerusalén, hasta que chocó con alguien. Cuando recobró el aliento, se halló en los brazos de una mujer.
- ¿Qué te ocurre, hijo?, le preguntó ella.
Jacobo miró su cara llena de cariño y le contó todo. Dulcemente, tomó su mano y lo llevó a su casa, donde había otras mujeres. Cuando terminó la cena que le ofreció, dijo:
- Sí, es verdad que la guardia romana llevó a nuestro Jesús, lo azotó y lo crucificó, pero sabemos que él fue el tan esperado Mesías. Hoy, cuando nuestras hermanas fueron al lugar de entierro, descubrieron que habían quitado la piedra que cubría el sepulcro. Un ángel estaba allí, y les dijo que Jesús había resucitado de entre los muertos, exactamente como él prometió. Es cierto que Jesús resucitó, y lo hemos visto y él nos habló. Jacobo, dile a tu padre que Jesús, que le devolvió la vista, es el prometido Hijo de Dios.
- Si hubiera estado allí, habría luchado por Jesús, dijo Jacobo.
- Hijo, todavía puedes luchar por él, pero no con armas contra los romanos. Sino con amor, como él nos enseñó.
Al oír estas palabras, las lágrimas de Jacobo se convirtieron en alegría. Fuera de la ciudad de Jerusalén, lejos de la multitud trastornada, escandalosa y aglomerada en angostas calles; descendiendo por el camino, subiendo y bajando la colina, Jacobo se apresuró para contarles a su padre Ezra y a su madre Anna todo lo que había oído.

jueves, 25 de abril de 2019

Descansar en ti y contigo

Una y mil veces nos deseas tu paz,
nos invitas a perder los miedos,
a descansar en ti, y contigo,
a gozar de tu presencia en nuestra vida.
Seguimos reunidos, preocupados,
agobiándonos los unos a los otros,
razonando las prisas y las obligaciones
la insatisfacción y la ansiedad.
Necesitamos que vengas de nuevo a nosotros,
a anunciarnos tu calma y tu sosiego,
a dejarnos despreocupar por ti,
a convencernos de tu presencia sanadora.
Creemos, confundidos, que la preocupación es buena,
que vivir corriendo, sin parar, nos aporta prestigio,
en vez de dejarnos serenar por tu Amor.

El más fuerte


Un día, la piedra dijo: - ¡Soy la más fuerte!
Oyendo eso, el hierro dijo: - Yo soy más fuerte que tú. ¿Quieres verlo?
Los dos lucharon hasta que la piedra se convirtió en polvo.
- ¿Ves como yo soy más fuerte?, dijo el hierro
Oyendo eso, el fuego dijo: - Te equivocas, yo soy más fuerte que tú. ¿Quieres verlo?
El hierro y el fuego lucharon hasta que el hierro se derritió. El fuego, dijo con orgullo:
- Yo soy el más fuerte.
Pero el agua le escuchó y dijo: - Yo soy más fuerte que tú. ¿Quieres verlo?
Los dos lucharon hasta que el fuego se apagó. Y el agua, dijo:
- Yo sí que soy fuerte.
Oyendo eso, la nube dijo: - Yo soy más fuerte que tú. ¿Quieres verlo?
Y lucharon hasta que la nube hizo evaporar al agua. La nube, dijo:
- Yo soy la más fuerte.
Pero el viento que los vio luchar y oyó el comentario de la nube, dijo: - Yo soy más fuerte que tú. ¿Quieres verlo?
Entonces los dos lucharon hasta que el viento sopló y la nube se esfumó. Entonces el viento, dijo:
- Yo soy el fuerte.
Pero los montes le dijeron: - Somos más fuertes que tú. ¿Quieres verlo?
Lucharon hasta que el viento quedó atrapado entre los montes y éstos dijeron: Somos fuertes.
En ese momento apareció un hombre y dijo:
- Yo soy más fuerte que vosotros. - ¿Queréis verlo?
Entonces el hombre, haciendo uso de su inteligencia, perforó los montes y liberó al viento, acabando así con el poder de los montes. Satisfecho el hombre dijo:
- Yo soy la criatura más fuerte que existe.
Pero justo en este instante vino la muerte, y el hombre que se creía inteligente y lo suficientemente fuerte, con apenas un golpe, desapareció.
La muerte todavía estaba de fiesta por su hazaña, cuando, de pronto, apareció otro hombre en escena. La muerte también acabó con él, pero a los tres días de su muerte, resucitó, venciendo de esta manera a la muerte.
Ese Hombre es JESÚS RESUCITADO, el Hijo de Dios.

miércoles, 24 de abril de 2019

Oración por las Vocaciones

                 Benedicto XVI

Señor, te rogamos por nuestros hermanos y hermanas
que han respondido sí a tu llamada al sacerdocio,
a la vida consagrada y a la misión.
Haz que sus existencias se renueven de día en día,
y se hagan evangelios vivientes.
¡Señor misericordioso y santo,
sigue enviando nuevos operarios a la mies de tu Reino!
Ayuda a los que has llamado a seguirte en este tiempo nuestro;
haz que, contemplando tu rostro, respondan con alegría
a la maravillosa misión que les has confiado
por el bien de tu Pueblo y el de todos los pueblos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Un lugar en el bosque


               Jorge Bucay “Cuentos para pensar”

Esta historia nos habla de un famoso rabino jasídico: Baal Shem Tov.
Baal Shem Tov era muy conocido dentro de su comunidad porque todos decían que era un hombre tan piadoso, tan bondadoso, tan casto y tan puro que Dios escuchaba sus palabras cuando él hablaba.
Se había creado una tradición en aquel pueblo: Todos los que tenían un deseo insatisfecho o necesitaban algo que no habían podido conseguir, iban a ver al rabino.
Baal Shem Tov se reunía con ellos una vez al año, en un día especial que él elegía. Y los llevaba a todos juntos a un lugar único que él conocía, en medio del bosque.
Y, una vez allí, cuenta la leyenda, Baal Shem Tov encendía con ramas y hojas un fuego de una manera muy peculiar y muy hermosa, y entonaba después una oración en voz muy baja, como si fuera para sí mismo.
Y dicen... Que a Dios le gustaban tanto aquellas palabras que Baal Shem Tov le dirigía, se fascinaba tanto con el fuego encendido de aquella manera, amaba tanto aquella reunión de gente en aquel lugar del bosque, que no podía resistirse a la petición de Baal Shem Tov y concedía los deseos de todas las personas que allí estaban.
Cuando el rabino murió, la gente se dio cuenta de que nadie conocía las palabras que Baal Shem Tov decía cuando iban todos juntos a pedir algo.
Pero conocían el lugar del bosque y sabían cómo encender el fuego.
Una vez al año, siguiendo la tradición que Baal Shem Tov había instituido, todos los que tenían necesidades y deseos insatisfechos se reunían en aquel mismo lugar del bosque, prendían el fuego de la manera que habían aprendido del viejo rabino y, como no conocían sus palabras, cantaban cualquier canción o recitaban un salmo, o sólo se miraban y hablaban de cualquier cosa en aquel mismo lugar alrededor del fuego.
Y dicen... Que a Dios le gustaba tanto el fuego encendido, le gustaba tanto aquel lugar en el bosque y aquella gente reunida, que aunque nadie decía las palabras adecuadas, igualmente concedía los deseos a todos los que allí estaban.
El tiempo ha pasado y, de generación en generación, la sabiduría se ha ido perdiendo.
Y aquí estamos nosotros. No sabemos cuál es el lugar del bosque. No sabemos cuáles son las palabras. Ni siquiera sabemos cómo encender el fuego como lo hacía Baal Shem Tov
Sin embargo, hay algo que sí sabemos. Sabemos esta historia. Sabemos este cuento.
Y dicen... Que Dios admira tanto este cuento, que le gusta tanto esta historia, que basta que alguien la cuente y que alguien la escuche para que Él, complacido, satisfaga cualquier necesidad y conceda cualquier deseo a todos los que están compartiendo este momento. Así sea.


martes, 23 de abril de 2019

Tal como había dicho

En el silencio de la noche, el toque de las campanas sobresaltó al discípulo, que corrió asustado a preguntar al maestro:
- “¿Qué es lo que pasa?”
- “Tranquilo, no es éste sonido para asustarse sino para alegrarse. En la iglesia celebran que, una noche como la de hoy, cuando todos dormían, JESÚS RESUCITÓ cumpliendo su promesa.
Desde entonces, ya es posible vencer las tinieblas, y el mal, y el dolor,… pues nada, ni siquiera la muerte, se resiste al poder de Dios. Desde entonces, la fuerza de la vida es inmensa, y el triunfo de Jesús absoluto.
¡Venga! ¡Hay que alegrarse y hay que anunciarlo!”
Mientras el maestro se preparaba para ir a la iglesia y unirse a la fiesta, el discípulo se retiró un momento, y rezó así:
- “Señor, el maestro acaba de explicarme lo de tu resurrección,
lo de que tu poder supera todo poder,
lo de que tu vida es más fuerte que toda muerte,
y que tengo que alegrarme por ello.
Y, en cambio, todavía no brinca mi alma.
Supongo que sea porque estoy acostumbrado a querer sólo evidencias;
por eso soy lento y de corazón terco para creer y comprender
lo que anuncian esas campanas.
Yo sigo sin comprender demasiado en qué cambia mi vida esta noticia.
Quizás Tú también me resucites de esta apatía en que vivo.
Yo, Jesús, dentro de mí, espero una resurrección:
salir de mi noche y unirme a tu victoria”.

La fórmula


Un místico regresó del desierto.
- Cuéntanos, le dijeron con avidez sus discípulos, ¿cómo es Dios?
Pero ¿Cómo podría él expresar con palabras lo que había experimentado en lo más profundo de su corazón? ¿Acaso se puede expresar la Verdad con palabras?
Al fin les confió una fórmula inexacta, eso sí, e insuficiente, en la esperanza de que alguno de ellos pudiera, a través de ella, sentir la tentación de experimentar por sí mismo lo que él había experimentado.
Ellos aprendieron la fórmula y la convirtieron en un texto sagrado. Y se la impusieron a todos, como si se tratara de un dogma. Incluso se tomaron el esfuerzo de difundirla en países extranjeros. Y algunos llegaron a dar su vida por ella.
Y el místico quedó triste.
- Tal vez habría sido mejor que no hubiese dicho nada.

domingo, 21 de abril de 2019

No lo podemos callar: ¡HA RESUCITADO!

No lo podemos callar: ¡HA RESUCITADO!
No lo podemos apagar: ¡HA RESUCITADO!
Lo débil se ha hecho fuerte, la muerte ha vuelto a la vida,
el llanto es gozo y alegría: ¡HA RESUCITADO!
¿Seremos capaces de no asfixiar el secreto de esta noche?
¿Por qué, si somos hijos de la Pascua, nuestras voces
enmudecen el grito de aquello que nos hace eternos?
¡HA RESUCITADO!
Sean nuestros cuerpos instrumentos que irradien
la alegría de Cristo Resucitado.
Sean nuestras voces cánticos que destellen y reflejen
la alegría interna de los hijos de la VIDA.
Sean nuestros pies mensajeros de un mundo nuevo,
un mundo que necesita el esplendor de la Pascua,
unos hombres que desconocen que gracias
a un Cristo humillado y muerto nos ha hecho inmensamente ricos,
herederos de una vida que ya no se acaba.
¡HA RESUCITADO!
Con el Señor, despertemos a la vida.
Con Jesús, levantemos nuestros cuerpos postrados.
Con Cristo, agradezcamos a Dios su poder y victoria.
Con el resucitado, gritemos que la muerte...
ya no es muerte... que es un sueño que termina.
¡HA RESUCITADO! Hoy, la noche, ya no es noche.
Todo queda prendado por la belleza de Aquel que nos hace pasar
de la tiniebla a la luz, del absurdo a la respuesta,
de la mentira a la verdad, de la humillación a la gloria,
de la tierra al cielo, de la esclavitud a la libertad.
¡HA RESUCITADO! ¿No lo ves? ¿No lo sientes?
¿No lo oyes? ¿No lo vives?
¡Sí! ¡CRISTO HA RESUCITADO! ¡ALELUYA!

El canto del jilguero


             Leyenda guaraní

Un indio oyó en la selva el canto de un jilguero. Nunca había oído una melodía igual. Quedó enamorado de su belleza y salió a buscar el pájaro cantor. Encontró a un gorrión. Le preguntó:
- ¿Eres tú el que canta tan bien?
- Claro que sí, contestó el gorrión.
- A ver, que te oiga yo.
El gorrión cantó, y el indio se marchó. No era ese el canto que había oído.
El indio siguió buscando. Preguntó a una perdiz, a un loro, a un águila, a un pavo real. Todos le dijeron que sí, que eran ellos, pero no era su voz la que él había oído. Y siguió buscando. En sus oídos resonaba aquel canto único, distinto, ensoñador, y no podía confundirse con ningún otro.
Siguió buscando, y un día, a lo lejos, volvió a escuchar la melodía que había escuchado una vez y que desde entonces llevaba en el alma. Se paró silencioso. Sintió la dirección y midió la distancia con sus sentidos alerta. Se acercó sigiloso como un indio sabe andar en la selva sin que sus pies se enteren. Y allí lo vio. No necesitó preguntarle. Lo supo desde la primera nota, sació su mirada con la silueta del pájaro cantor, y volvió feliz a su aldea. Ya sabía cuál era el pájaro de sus sueños.

La voz del Espíritu es inconfundible en el alma. Nos quedó grabada desde que nuestro cuerpo fue cuerpo y nuestra alma fue alma. Y vamos por el mundo preguntando ignorantes: ¿Eres tú? Mientras preguntamos no sabemos. Cuando se oye, ya no se pregunta. Dios se revela por sí mismo, y sabemos que está ahí con fe inconfundible. Que no se nos borre nunca el canto del jilguero.