sábado, 9 de mayo de 2020

María, lámpara encendida

En ella se realizan las promesas de nuestra salvación;
en Ella se refleja la belleza primera con la que Dios concibió a la humanidad.
En Ella se restablece el coloquio de los Ángeles con el hombre inocente;
en Ella reaparece la integridad virginal que el mundo admira y que no tiene.
En Ella se cumple el misterio soberano de la Encarnación
que glorifica a Dios y trae la paz a la tierra.
En Ella, el silencio profundo del alma perfecta y abierta hacia el infinito,
se transforma en amor, en palabra, en vida, se hace Cristo.
En Ella, toda piedad, gentileza, soberanía y poesía es viva;
en Ella el dolor se hace tan acerbo
que ningún otro corazón de madre puede igualarlo.
En Ella, tanto la fe como la esperanza,
la fortaleza y la bondad, la humildad y la gracia
con esa estela de realismo y misterio tienen expresiones sobrehumanas.
En Ella cual cirio encendido, se irradia a Cristo y su Espíritu.

Olimpiadas del amor y solidaridad


A través de internet encontramos esta historia que, supuestamente, ocurrió en las Olimpiadas Especiales de Seattle. No hay datos históricos que nos digan que sucediera así, puede ser una de esas llamadas “leyendas urbanas” que expresan el valor de la solidaridad. La historia tiene como referente un hecho acaecido en Estados Unidos. Según los muchachos de la oficina de Olimpiadas Especiales en Washington, el incidente ocurrió en un evento de “track and field” (deportes de pista y campo de juego) en 1976 que tuvo lugar en Spokane, Washington. Un participante se tropezó, y uno o dos de los otros atletas volvieron para ayudarle, culminando la carrera cruzando la línea de meta juntos, pero fueron uno o dos, no todos los participantes del evento. El resto continuó la carrera. Y ahora la historia:
Nueve participantes, todos con discapacidades mentales o físicas, se alinearon para correr la carrera de 100 metros. Al sonar la señal, todos salieron, no exactamente a toda velocidad, pero con la voluntad de dar lo mejor de sí, terminar la carrera y ganar. Sin embargo, un muchacho tropezó, cayó al suelo y comenzó a llorar.
Los otros ocho disminuyeron el paso y miraron hacia atrás. Uno a uno, se detuvieron y dieron la vuelta. Una de las jóvenes, con síndrome de Down, se inclinó, le dio un beso al muchacho y le dijo:
- "Levántate, ahora vas a ganar".
Y los nueve corredores unieron sus manos y caminaron juntos hasta la meta. El estadio entero se puso de pie, los aplausos duraron varios minutos. Y las personas que estaban allí continuaron repitiendo esa historia hasta hoy.
El lema de las Olimpiadas Especiales es “Déjame ganar. Pero si no gano, déjame ser valiente en el intento”

jueves, 7 de mayo de 2020

María del magníficat

María, creemos como tú, que la actitud más bella del creyente
es ponerse a cantar y agradecer el don maravilloso del Señor
que llega hasta nosotros hecho gracia...
María, creemos como tú, que abrirse a la Palabra
y decir Sí es salir al encuentro del Señor
que nos sigue llamando cada día a la hora de la tarde y de la brisa...
María, creemos como tú, que el Dios de los humildes y los pobres
compromete a su Hijo con todos los que sufren en sus carnes
el llanto del desprecio y la opresión...
María, creemos corno tú, que el brazo del Señor
acoge a los sencillos y niega al poderoso las razones
para hacer, del dominio y la riqueza, personas explotadas.
María, creemos como tú,
que el dichoso y feliz del Nuevo Reino descubre en el servicio
el camino que ensalza la grandeza del pobre y del hermano...
María, creemos como tú, que el Dios de la promesa
se hizo en ti realidad y plenitud y vive desde entonces nuestra historia
cogido de tu mano y nuestra mano.

El viejo perro


Hace muchos años, vivía un viejo perro de caza, cuya edad avanzada le había hecho perder gran parte de las facultades que lo adornaban en su juventud. Un día, mientras se encontraba de caza junto a su amo, se topó con un hermoso jabalí, al que quiso atrapar para su dueño. Poniendo en ello todo su empeño, consiguió morderle una oreja, pero como su boca ya no era la de siempre, el animal consiguió escaparse.
Al escuchar el escándalo, su amo corrió hacia el lugar, encontrando únicamente al viejo perro. Enfadado porque hubiera dejado escapar a la pieza, comenzó a regañarle muy duramente. El pobre perro, que no se merecía semejante regañina, le dijo:
- Querido amo mío, no creas que he dejado escapar a ese hermoso animal por gusto. He intentado retenerlo, al igual que hacía cuando era joven, pero por mucho que lo deseemos ambos, mis facultades no volverán a ser las mismas. Así que, en lugar de enfadarte conmigo porque me he hecho viejo, alégrate por todos esos años en los que te ayudaba sin descanso.

Moraleja: Respeta siempre a las personas mayores, que aunque ya no puedan realizar grandes proezas, dieron sus mejores años para darte a ti y a tu familia, una vida mejor.

miércoles, 6 de mayo de 2020

María “Madre de la Pascua”

MARIA, te contemplamos como ANUNCIO PASCUAL,
y te llamamos “Madre de la Pascua”, aquella que anuncia la liberación plena y total.
Desde tu silencio y tu discreción,
te sentimos en esa CONTEMPLACIÓN fascinante
para sentir cuanto ha sucedido en tu Hijo,
porque Dios ha hablado definitivamente y para siempre,
poniendo la meta en esa VIDA en PLENITUD,
aquella plenitud que es ya una realidad en Jesús;
aquella plenitud que Tú la sientes cercana;
aquella plenitud en la que ACOMPAÑAS
a aquel grupo de los amigos de tu Hijo.
Haznos a nosotros CONTEMPLATIVOS de ese don y de ese misterio.
Que aprendamos de Ti que, en el silencio y en la discreción,
está la LLAVE para gustar y disfrutar,
para “entender” cuanto ahí se nos ofrece.
¡GRACIAS por acompañarnos en ese camino!
¡GRACIAS por ser nuestras MAESTRA en ese proceso!
¡GRACIAS por ser ANUNCIO PASCUAL para nosotros!

El peso de los «méritos»


Dos jóvenes estudiantes salieron de la escuela rabínica perfectamente preparados, aunque con muy diferentes mentalidades. Uno de ellos se sabía al dedillo todas las prohibiciones y todas las obligaciones que su religión le exigía; había estudiado con escrúpulo y rigor para que no se le escapase ni una sola letra de su ley; el otro había elegido un estilo diferente y, por supuesto que respetando y tratando de cumplir todas las normas, se había quedado con lo de «Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser», pues estaba convencido que eso era realmente lo esencial.
El primero de ellos decidió preparar dos tinajas; en una metería una bolita negra por cada tentación que superara, y en la otra una blanca por cada obligación que cumpliera. Así podría llevar cuentas de cómo marchaba su vida y, además, cuando llegase el momento, podría presentarse ante Dios con aquel fabuloso bagaje, y Dios nada podría reprocharle. Acumulando y acumulando bolitas blancas y negras (y sin hacer ninguna trampa, todo con total honradez), llenó ya no dos, sino cientos de tinajas, que a su vez le llenaban a él de orgullo y de la seguridad de que Dios le miraba con muy buenos ojos… ¡no podía ser de otra manera, con tantas buenas obras acumuladas, y tantos pecados evitados!
Y sucedió que, al igual que habían terminado juntos sus estudios, juntos fueron llamados a la presencia de Dios para dar cuentas de sus vidas. El segundo rabino llegó ante el Señor montado en una nube, ágil como un rayo; sólo llevaba consigo su amor a Dios «con todo su corazón, con toda su alma, con todo su ser», que es algo de poco peso, aunque de mucho calado.
Pero cuando el primero de los rabinos empezó a acarrear sus tinajas… ¡Qué desastre! No podía con todas, no sabía dónde ponerlas de tantas que eran y, por supuesto, a duras penas conseguía elevarse su nube con todo aquel peso; al final, después de vaivenes y apuros de todas clases, la nube no pudo con aquel cargamento que cayó por tierra, rompiéndose todas las tinajas y desperdigándose todas las bolitas. ¡Qué desastre, qué tragedia, sus ofrendas para el Señor, sus muchos méritos acumulados, su aval para el cielo… todo perdido! En aquel momento su nube empezó a subir veloz hacia el cielo, con gran asombro del rabino, que no paraba de repetir: «¿Cómo me voy a presentar así ante Dios?».
Lo cierto es que sólo así se pudo presentar aquel buen hombre ante Dios, cuando se libró de todo su cúmulo de méritos, buenas obras y supuestos derechos adquiridos, admitió que lo había perdido todo, y aprendió a confiar en Dios, que es mucho más grande incluso que nuestra propia conciencia. Amar, ese es nuestro único posible mérito. Pero el amor nunca se podrá medir, sólo vivir.

martes, 5 de mayo de 2020

En ti pongo mi vida, Señor

En tus manos, Señor, pongo mi vida
con todas sus angustias y dolores;
que en ti florezcan frescos mis amores
y que encuentre apoyo en ti mi fe caída.
Quiero ser como cera derretida
que modelen tus dedos creadores;
y morar para siempre sin temores
de tu costado en la sangrienta herida.
Vivir tu muerte y tus dolores grandes,
disfrutar tus delicias verdaderas
y seguir el camino por donde andes.
Dame, Señor, huir de mis quimeras,
dame, Señor, que quiera lo que mandes
para poder querer lo que tú quieras. Amén.

El negociante en perlas preciosas


Un negociante en perlas preciosas encontró a un adivino y le preguntó dónde podría él hacer un gran negocio.
- Mira si quieres perlas preciosas tienes que ir a la cumbre del Himalaya, le dijo el adivino.
Aquel hombre le dio tanto crédito a esas palabras que se fue a la cumbre del Himalaya, pero tuvo que hacer una travesía enorme antes de llegar allá, atravesar bosques, subir montañas y sierras nevadas y cruzar ríos caudalosos. Total que llegó a la cumbre del Himalaya y allí no había perlas preciosas y se sintió totalmente defraudado. Entonces se prometió a si mismo que al regreso hablaría con el adivino aquel y le cantaría las cuarenta. Le ajustaría las cuentas.
Y efectivamente fue allá al regreso, le habló y le contó su frustración y poco menos que le insultó.
El adivino le escuchó con mucha paciencia y al final le dijo:
- Efectivamente, tú has ido al Himalaya, pero fíjate... has atravesado unos montes, unos bosques de robles y de castaños maravillosos... maravillosos..., pero los atravesaste sin mirarlos, porque ibas tan obsesionado con las perlas, que no viste los árboles, ni el bosque, ni los robles, ni los castaños... y después atravesaste unas cumbres nevadas que eran de una blancura irresistible, sobre todo cuando amanecía y al atardecer era para quedarse ensimismado de tanta belleza... pero tú ibas tan ensimismado, tan obsesionado... tan obsesionado con las perlas que no viste aquella belleza... y después atravesaste ríos caudalosos, con grandes cascadas... sobre todo una de ellas, enorme por la que bajaba el agua cantando (habréis observado que el agua siempre canta, siempre canta, aun cuando vaya por un llano y por una hermosa alameda, el agua va así... despacito, como... demasiado tranquila... pero va cantando siempre y no digamos cuando baja por una cascada) y tú atravesaste aquellos ríos y no te diste cuenta del canto ni de la melodía del agua. ¡ibas obsesionado con... las perlas en la cumbre! y resulta que aquel río... todo él eran perlas preciosas, pero... ni viste el bosque, ni viste las montañas, ni escuchaste el agua, ni el canto del agua. Te lo perdiste... porque ibas obsesionado con las perlas.

Cuántas veces estamos obsesionados por cosas y sin embargo lo que encontramos en el camino podría ser maravilloso.

lunes, 4 de mayo de 2020

María, mujer pobre y sencilala

María, mujer pobre y sencilla.
Llena de escucha y de acogida del don de Dios.
Tu vida estuvo llena de asombro, de no comprender,
de dejarse hacer, de admiración ante Dios.
Viviste guardando silenciosamente
todo lo que acontecía
meditándolo y contemplándolo en tu corazón.
De tu interior fecundo brotaba la alabanza,
la gratitud, la confianza, la disponibilidad
y el abandono total a Dios.
Solidaria y silenciosa ante la cruz
te comprometiste con la Nueva Humanidad hasta el final.
Ruega por nosotros, amorosa Madre,
en esta hora de la Iglesia.
que peregrina hacia el hogar de la Trinidad. Amén.

Cambiar para triunfar


Eran cerca de las once de la noche. Hacía algunos minutos había dejado a mi novia en su casa. Al parar en el semáforo una persona caminó hacia el vehículo e inmediatamente puse el seguro. Era un joven con el rostro sucio que blandía en su mano derecha un trapo pretendiendo limpiar el parabrisas... Dije que no sin mucho entusiasmo. El insistió y mi paciencia se agotó, sentí que la sangre se me subía a la cabeza, bajé la ventanilla y me encaré con el joven:
- “¡Ya te he dicho que no!”
Al fijarme detenidamente en su rostro observé que estaba sucio, pálido y con una expresión de tristeza.
- Con ese trapo tan sucio, dije, más bien me vas a ensuciar el cristal.
Él bajó su cabeza y guardó silencio. La actitud humilde del joven me impactó. Me sentí incomodo y para tratar de suavizar la situación le dije:
- ¿Por qué no te compras un limpia-cristales y así das un buen servicio?
- Es que no tengo dinero -respondió con voz suave que parecía un murmullo.
- Bueno, pues ahorra y cómprate una -le respondí.
Levantó los ojos y me dijo:
- Está bien, señor.
El incidente se me olvido. Pasó el tiempo, y una noche, en el mismo semáforo, un joven con el cabello al viento y con una sonrisa contagiosa se me acercó alegremente y me preguntó:
- ¿Ahora sí, señor, me deja limpiarle el cristal?
Ahora estaba limpio y sujetaba en su mano una palita de esas con que se limpian los cristales.
- Mire, agregó el joven; le hice caso, ahorré y me compré mi limpiador, ahora me va muy bien.
Por su puesto, el joven limpió de forma eficiente el parabrisas. Le pagué por sus servicios y él lo agradeció. Por la noche repasé los acontecimientos. Ese joven no tenía recursos ni esperanzas. Pero la necesidad y la voluntad de salir adelante bastaron para agarrarse a una posibilidad.
Cuántas veces, me pregunto, muchos de nosotros con más recursos y más estudios, nos hundimos en el desánimo y nos quedamos bloqueados.


domingo, 3 de mayo de 2020

A las madres en su día

              Clemente Sobrado C. P.
Madre: perdona.  Tú eres madre todos los días del año.
Y nosotros te dedicamos un solo día al año.
¿No te parece que somos demasiado tacaños?
Yo quiero agradecerte:
Por haberme llevado nueve meses en tu seno.
Por haberme dado de mamar cuando era chiquito.
Por el sueño que has perdido, cada vez que yo me despertaba.
Por el tiempo que me has dedicado, renunciando a tus gustos.
Por las lágrimas que has secado en mis ojitos.
Por las caricias que me regalaste.
Por las canciones que me cantaste para que durmiera.
Por haberme cargado en tus brazos sin quejarte.
Por haberme enseñado a hablar, a decir “papi”, “mami”.
Por haberme cambiado los pañales cuando olían
no precisamente a colonia de París, y tú nunca tuviste asco.
Por haberme levantado, cada vez que me caía.
Por haberme amado y enseñado a amar. Por haberme enseñado a andar.
Por haberme ayudado a crecer. Por haberme ayudado a ser libre.
Por haberme hablado de Dios. Por haberme enseñado a hablar con él.
Sé que no siempre he sido agradecido contigo.
Cuando me creía libre no te hice caso.
Cuando me pedías algo, yo me negaba.
Cuando me pedías acompañarte a Misa,
yo me atrevía a decirte que ya no creía en esas cosas.
Cuando me pedías llegase a tiempo a casa,
Yo te respondía que no era un niño.
Cuando me preguntabas a dónde iba,
Te respondía que por qué te metías en mis cosas.
Cuando me pedías te acompañase en tu soledad,
Mi respuesta era siempre la misma: tengo derecho a ser libre.
Pero yo sé que tu amor era más grande que mi ingratitud.
Y hasta es posible que más de una vez dejases escapar una lágrima
por mis ingratitudes.
Perdona, madre. Hoy quisiera darte lo que no te dí.
Quisiera amarte por lo que no te amé. Agradecerte lo que no agradecí.
Darte la felicidad que nunca te dí.
Porque tú sigues siendo madre y yo sigo siendo hijo.
Tal vez hoy estés más arrugadita.
Pero también yo he madurado.
En tu Día, Madre: Todo el amor de este hijo.

Las huellas en la arena


Durante su infancia, en las catequesis, le habían insistido una y otra vez en que Dios siempre estaría con ella, junto a ella, acompañándola; y con esa confianza había vivido su no siempre fácil vida.
Habían pasado los años, muchos, sentía acercarse su final, se hacía montones de preguntas… Había sufrido, no poco; ¿había merecido la pena todo aquello, había tenido sentido su vida, le había importado a alguien su persona y su existencia?
Una noche, ya mayor y enferma, en sueños (¿visión o delirio?, quién sabe y qué importa), tuvo una visión de conjunto de toda su vida. Era un largo caminar por una playa de cálidas y suaves arenas y, ciertamente, allí estaban las huellas de dos pares de pies: los suyos, y los de Dios, que le había ido acompañando a lo largo de su vida.
Pero en aquellas huellas había algo extraño. De vez en cuando, intermitentemente, un par de huellas desaparecía y sólo quedaba el otro par. Para mayor extrañeza y sorpresa de aquella pobre mujer, los momentos en que desaparecía el otro par de huellas coincidían exactamente con los momentos más duros de su vida: cuando murió su hijo recién nacido, cuando quedó viuda, cuando aquella enfermedad que estuvo a punto de terminar con ella en la flor de su vida, cuando aquella calumnia que echaron sobre su persona y que la obligó a tener que marchar de su ciudad… Siempre, en los momentos más difíciles, sólo un par de huellas.
Y en aquel momento, en su visión, aquella mujer descubrió una figura a su lado. Era el propio Dios que se hacía, al fin, visible para ella. Y la mujer, sin reproches, pero con una sombra de dolor en su mirada, se dirigió a Él y le dijo:
- Señor, de niña me enseñaron que Dios siempre estaría a mi lado, que nunca me dejaría sola; yo confié siempre en esa compañía; pero ahora, al acercarse el final de mi vida y contemplarla en esta visión, compruebo que eso era cierto sólo en parte, pues en las situaciones más duras me tocó caminar sola; mira, ahí se ven mis huellas solitarias en aquellos momentos tan difíciles.
Entonces el Señor, lleno de ternura, la cogió de la mano y le contestó:
- Observa bien esas huellas, observa su tamaño, comprobarás que no son las huellas de tus pies sino las de mis pies; porque en aquellos momentos más duros de tu vida, aunque tú no lo notaras, aunque no te lo pareciese, aunque no lo sintieras, era yo quien te llevaba sobre mis hombros, para que pudieras llegar hasta aquí.
El verdadero Buen Pastor conoce y cuida realmente a sus ovejas, cuidándolas y llevándolas sobre sus hombros cuando es verdaderamente necesario.