sábado, 15 de julio de 2017

Quiero, Señor...

 J. Leoz

Quiero, Señor,
Ser campo, donde tu mano siembre,
y trabajo donde yo me afane.
Ser camino por donde tú te acerques,
y sendero por el que otros, al avanzar con ellos,
puedan llegar a conocerte y amarte.
Quiero, Señor,
Que las piedras que entorpecen tu gran obra
las deje a un lado, con la ayuda de tu Palabra.
Que la superficialidad en la que navego
dé lugar a la profundidad de tu Misterio
Quiero, Señor,
Que nunca se seque en mí
lo que, en mi Bautismo, Tú iniciaste.
Que las zarzas del materialismo
no ahoguen la vida del Espíritu
que en mi alma habita.
Que el sol abrasador, de la comodidad o del materialismo,
nunca sean más grandes que mi deseo
de amarte, seguirte y ofrecer mi vida por Ti.
Quiero, Señor,
Dar el diez, o el veinte o el treinta por ciento
por Ti y por tu Reino, bien Tú lo sabes,
que eres el Dueño de mi hacienda,
el responsable de mis campos,
la mano certera de mis sembrados.
Quiero, Señor,
Que lo que me des, yo esté dispuesto a entregarlo
a todos aquellos que todavía no te conocen.
Quiero, Señor,
Que, siendo campo con tantas posibilidades,
metas Tú, la mano del Buen Sembrador,
y recojas lo que más necesites
para el mundo y para mis hermanos. Amén.

El amor es "a fondo perdido"

Había un matrimonio, joven, que tenía dos hijos. Un viernes salieron los padres a cenar. Dejaron encargado de su hermanito, que sólo era un bebé, al hijo mayor de 12 años. La verdad es que le dio mucha lata el pequeñín. Al final, el hijo mayor le pasó a su madre una factura.
Escrito en un papel había dejado esta nota: 
«porque ha llorado y le he tenido que consolar, cinco euros;
porque le he dado de comer, cinco euros;
porque le he dado de beber, dos euros;
porque le he tenido que acunar, seis euros;
porque le he tenido que limpiar, dos euros;
Total, veinte euros».
Cuando llegaron los padres, la madre, al ver la factura, colocó los veinte euros y escribió por detrás: 
«por los nueve meses que te llevé en mi vientre, un regalo;
porque me levanté mil veces a cuidarte, un regalo;
porque te he llevado a la escuela, al médico, un regalo;
porque te preparo la comida cada día, un regalo
porque te preparo la ropa y lo que necesitas, un regalo;
Total, siempre un regalo».
Cuando el hijo se levantó por la mañana y vio la nota de su madre, dejó los veinte euros y, entre lágrimas,  fue a dar un abrazo a su madre.

jueves, 13 de julio de 2017

Espíritu de Libertad

A ti, Señor, clamamos con todos los hombres de buena voluntad 
y pedimos nos envíes el don de la libertad.
Líbranos de los ídolos que nos imponen:
de la televisión, de los negocios, de la apariencia y el consumo, 
de los tópicos, de las modas, de las caretas. 
Ayúdanos a seguir la libertad de Jesús que está con los mendigos y los pecadores, 
que expulsa a los usureros del templo y llama raza de víboras a los farsantes. 
Empújanos a conquistar nuestra libertad desde el Evangelio.
Sabemos que sólo la verdad nos hace libres: 
sólo cuando reconocemos nuestra pobreza 
y ponemos toda nuestra confianza en el Señor. 
Queremos asumir el reto de ser libres para poder liberar a otros 
en una sociedad donde se margina a todo el que busca caminos nuevos.
La libertad de la selva no es libertad, es rivalidad, explotación y egoísmo.
No queremos la libertad individualista, no la del más fuerte, 
sino la que nos hace hermanos y levanta la justicia. 
Queremos que nuestra libertad sirva para liberar a otros 
y esté comprometida en buscar la igualdad de los derechos, 
de la cultura, del trabajo digno, para todos. 

El país de los pozos

Era el país de los pozos: grandes, pequeños, feos, hermosos, ricos, pobres... Alrededor de los pozos apenas se veía vegetación; la tierra estaba reseca.
Los pozos hablaban entre sí, pero a distancia. Siempre había tierra de por medio. En realidad, lo único que hablaba era el brocal, es decir, lo que se ve a ras de tierra, la “puerta” del pozo, su boca. Y daba la impresión de que al hablar, sonaba a hueco. Porque, claro, procedía de lugares huecos. Como el brocal estaba hueco, en los pozos se producía una sensación de vacío; y cada uno intentaba llenarlo como podía; con cosas, con ruidos, sensaciones raras, y hasta con libros y sabiduría. 
Las cosas pasaban de moda, entonces los pozos las cambiaban, y continuamente estaban llenando el brocal de cosas nuevas, diferentes y quien más tenía, era más respetado y admirado. Pero en el fondo, no estaban nunca a gusto con lo que tenían. El brocal estaba siempre reseco y sediento. ¿He dicho: “en el fondo”? Bueno, sí. La mayoría, a través de los espacios que dejaban las cosas, percibían en su interior algo misterioso; sus dedos rozaban en ocasiones el agua del fondo. Ante aquella sensación tan rara, unos sintieron miedo y procuraron no volver a sentirla. Otros encontraban tanta dificultad a causa de las cosas que abarrotaban el brocal que se rindieron pronto y optaron por olvidar aquello que había “en el fondo”. 
También se hablaba (en la superficie) de aquellas “experiencias profundas” que muchos sentían, pero había quienes se reían y decían que todo eso eran ilusiones; que no había más realidad que el brocal de la superficie. 
Pero hubo alguno que empezó a mirar hacia adentro, y entusiasmado con aquella sensación que experimentaba en su profundidad, trató de ir más abajo. Como las cosas que había ido acumulando le molestaban, prefirió liberarse de ellas y las arrojó fuera de sí. Y el ruido lo fue eliminando hasta quedarse en silencio. 
Entonces, en el silencio del brocal, oyó burbujear el agua allá abajo, y sintió una paz enorme, una paz viva que venía de la profundidad. Entonces el pozo experimentó que “aquello” justamente, era su razón de ser; allí en el fondo, se sentía él mismo. Hasta entonces había creído que el ser pozo era tener un gran brocal, muy rico y adornado, y bien lleno de cosas. Y así mientras otros pozos trataban de agrandar su brocal, para que el hueco fuese mayor y cupieran más cosas, éste fue buceando en su interior, descubría que lo mejor de sí mismo estaba en la profundidad y que era más pozo cuanto más profundidad tenía. 
Feliz por su descubrimiento, quiso comunicarlo y comenzó a sacar agua de su interior, y el agua, al salir fuera refrescaba la tierra reseca y la hacía fértil y pronto brotaron flores alrededor del pozo. La noticia cundió. Las reacciones fueron muy variadas. 
Algunos intentaron imitar la experiencia y tras liberarse de las cosas que les rellenaban, encontraron también el agua en su interior; comprobaron que por más agua que sacaban de su interior para esparcirla alrededor, no se vaciaban, sino que se sentían más frescos y renovados. Y al seguir profundizando en su interior, descubrieron que todos los pozos estaban unidos por aquello mismo que era su razón de ser: el agua. 
Así comenzó una comunicación “a fondo” entre ellos, porque las paredes del pozo dejaron de ser límites infranqueables. Se comunicaban “en profundidad”, sin importarles como era el brocal de uno o de otro, ya que eso era superficial y no influía en lo que había en el fondo. Eso sí, en cada pozo el agua adquiría un sabor, incluso unas propiedades distintas: era lo característico del pozo. 
Pero el descubrimiento más sensacional vino después, cuando los pozos que ya vivían en su profundidad, llegaron a la conclusión de que el agua que les daba la vida no nacía allí mismo, en cada uno, sino que venía para todos de un mismo lugar. Y bucearon siguiendo la corriente de agua. Y descubrieron el manantial. 
El manantial estaba allá lejos, en la gran montaña que dominaba el País de los Pozos. Que apenas nadie percibía su presencia, pero estaba allí, majestuosa, serena, pacífica, y con el secreto de la vida en su interior. La montaña había estado allí siempre. Desde entonces los pozos que habían descubierto su ser se esforzaban en agrandar su interior y aumentar su profundidad para que el manantial pudiera llegar con más facilidad hasta ellos. Y el agua que sacaban de sí mismos hacía que la tierra fuera embelleciéndose, transformando el paisaje. 
Mientras allá fuera, en la superficie, la mayoría seguían ocupados en ampliar su brocal y en tener cada vez más cosas.

martes, 11 de julio de 2017

A mi hijo/a

De Dios, tu Padre y Madre

Hijo mío, que estás en la tierra
y te sientes preocupado, confundido, triste...
Yo conozco perfectamente tu nombre
y lo pronuncio bendiciéndolo, porque te amo, es decir, te acepto como has venido siendo.
Juntos construiremos mi Reino, del cual tú eres mi heredero
y en eso no estarás solo porque yo soy en ti como tú eres en Mí.
Deseo siempre que hagas mi voluntad,
porque mi voluntad es que tú seas humanamente feliz.
Tendrás el pan para hoy... no te preocupes.
Pero recuerda, no es solo tuyo, te pido que siempre lo compartas con tu prójimo;
es para ti y para todos tus hermanos.
Siempre disculpo todas tus ofensas, aún más, las exculpo,
pues antes de que las cometas, sé que las cometerás,
pero también sé que a veces, es la única forma que tienes
para aprender, crecer e irte identificando conmigo, que es tu vocación... 
solo te pido de igual manera, te perdones tú y perdones a los que te ofenden.
Sé que tendrás tentaciones y estoy seguro que saldrás adelante. 
Toma fuerte mi mano, aférrate siempre a Mí, y Yo te daré el discernimiento
para que te des cuenta que desde hace mucho te di 
y te seguiré dando la fuerza para que te libres del mal.
Nunca olvides que te amo desde antes del comienzo de tus días, 
y que te amaré hasta después del fin de ellos,
porque soy en ti... como tú eres en Mí...
Que mi bendición quede contigo desde todo el tiempo
y que mi paz y amor eternos te cubran siempre.
Solo de Mí podías haberlos obtenido y solo Yo podía dártelos, 
porque ¡Yo soy el Amor y la Paz!

El hospital para mamas escacharradas

Pedro Pablo Sacristán

La vida en el Hospital Para Mamás Escacharradas era una verdadera locura.
- Acaban de traer a otra que está fatal. Su niño lleva cuatro días sin comer verdura.
- Ponedla ahí, junto a la mamá que había sido vomitada diez veces.
- No nos queda sitio, doctor, recuerde que ahí íbamos a poner a la mamá de los gemelos, los que se despertaban cada hora alternándose y no la dejaban dormir.
- Bueno, pues llevadla junto a la que jugaba al fútbol con los muñecos de peluche y la que cantaba canciones infantiles incluso dormida…
Y es que el hospital de mamás estaba a rebosar. Cada vez venían más mamás y con enfermedades más raras. Los médicos no encontraban curas: ni pastillas, ni inyecciones, ni vendas… nada funcionaba.
En medio de aquel ajetreo, llegó el ingreso más inesperado. Una viejecita muy arrugada que estaba fatal.
- Señora, este es un hospital de mamás, aquí no puede estar. Tiene que ir al hospital de abuelitas.
- ¡Que no! ¡Que me dejen! Estoy muy enferma y tengo que entrar aquí…
- Pero abuela…
- ¡Que no me llame abuela! Yo también soy mamá… ¡soy la mamá del director del hospital!
Y no mentía. Era la mamá del doctor Donoku Pado, un famosísimo médico para mamás, así que los médicos dedicaron todos sus esfuerzos a salvarla. Mil remedios, enfermeras, doctores, máquinas costosísimas… pero nada. La abuelita, mejor dicho, la mamá del director, se les moría. Tuvieron que interrumpir una reunión importantísima para avisar al director de que tenía que bajar rápido o no llegaría a ver viva a su mamá.
Este bajó un poco contrariado, pero al ver el estado de su mamá, tan enferma, hizo cuanto pudo para sanarla en el último momento. Tampoco sus intentos dieron resultado. Finalmente, viendo que la perdía, se lanzó a sus brazos, le dio un beso y le dijo:
- Gracias por todo lo que has hecho por mí.
Hasta aquel día había dudas sobre si el beso más curativo fue el del príncipe a Blancanieves, o quizás el que recibió la bella durmiente. Tonterías. Allí mismo descubrieron que ningún beso es tan poderoso como el de un hijo agradecido; la anciana madre del director se puso en pie de un salto con lágrimas de felicidad y dijo sonriente:
- Sinvergüenza, a ver si vienes a ver a tu madre más a menudo.
Tras asistir a aquel milagro, todos en el hospital se pusieron manos a la obra. Rápidamente llamaron a los hijos de las mamás que tenían ingresadas y los pusieron en fila para que les dieran un beso, un abrazo, o simplemente las gracias. Y todas se ponían buenas al instante, porque por mucho que sufrieran por sus hijos, nada les hacía más felices que recibir su cariño.
Y así, el hospital se quedó casi sin enfermas, porque los únicos casos de madres ingresadas eran los de aquellas cuyos niños se empeñaban en no ser cariñosos con ellas. Pero como son muy, muy poquitos, ahora el bueno del doctor Donoku tiene muchísimo más tiempo para ir a ver a su madre y mostrarle su cariño.

domingo, 9 de julio de 2017

Acércate a Dios

Florentino Ulibarri

Dices que soy manantial y no vienes a beber.
Dices que soy vino gran reserva y no te embriagas.
Dices que soy suave brisa y no abres tus ventanas.
Dices que soy luz y sigues entre tinieblas.
Dices que soy aceite perfumado y no te unges.
Dices que soy música y no te oigo cantar.
Dices que soy fuego y sigues con frío.
Dices que soy fuerza divina y estás muy débil.
Dices que soy abogado y no me dejas defenderte.
Dices que soy consolador y no me cuentas tus penas.
Dices que soy don y no me abres tus manos.
Dices que soy paz y no escuchas el son de mi flauta.
Dices que soy viento recio y sigues sin moverte.
Dices que soy defensor de los pobres y tú te apartas de ellos.
Dices que soy libertad y no me dejas que te empuje.
Dices que soy océano y no quieres sumergirte.
Dices que soy amor y no me dejar amarte.
Dices que soy testigo y no me preguntas.
Dices que soy sabiduría y no quieres aprender.
Dices que soy seductor y no te dejas seducir.
Dices que soy médico y no me llamas para curarte.
Dices que soy huésped y no quieres que entre.
Dices que soy fresca sombra y no te cobijas bajo mis alas.
Dices que soy fruto y no me pruebas.

El cielo y el infierno (cuento tradicional)

Érase una vez en un lejano reino, más allá de los mares del Este, en él se encontraban dos amigos, cuya curiosidad y deseo de saber acerca del bien y del mal los hizo un día dirigirse a la cabaña del sabio Lang, con ánimo de interrogarlo.
Una vez en su interior preguntaron al sabio:
- “Dinos, anciano, ¿qué diferencia existe entre el infierno y el cielo?” 
El sabio contestó:
- “Veo una montaña de arroz recién cocinado, humeante y sabroso. A su alrededor hay muchos hombres y mujeres famélicos y hambrientos, víctimas de agitadas convulsiones de deseo y frustración. Sus palillos son más largos que sus brazos y por ello, cuando prenden el arroz, no pueden hacerlo llegar a su boca ansiosa”.
Un rumor se exclamó entre los allí reunidos... Más tarde, el sabio prosiguió y dijo:
- “Veo también otra montaña de arroz recién cocinado, humeante y sabroso. A su alrededor hay muchos hombres y mujeres alegres y sanos que miran a su alrededor con satisfacción y benevolencia. Sus palillos son también más largos que sus brazos. Sin embargo han decidido darse la comida los unos a los otros.”