sábado, 24 de junio de 2023

Himno a san Juan Bautista

¿Qué será este niño?», decía la gente
al ver a su padre mudo de estupor.
«¿Si será un profeta?, ¿si será un vidente?»
¡De una madre estéril nace el Precursor!
Antes de nacer, sintió su llegada,
al gozo del niño lo cantó Isabel,
y llamó a la Virgen: «Bienaventurada»,
porque ella era el arca donde estaba él.
El ya tan antiguo y nuevo Testamento
en él se soldaron como en piedra imán;
muchos se alegraron de su nacimiento:
fue ese mensajero que se llamó Juan.
Lo envió el Altísimo para abrir las vías
del que trae al mundo toda redención:
como el gran profeta, como el mismo Elías,
a la faz del Hijo de su corazón.
El no era la luz: vino a ser testigo
de la que ya habita claridad sin fin;
él no era el Señor: vino a ser su amigo,
su siervo, su apóstol y su paladín.
Le cantan los siglos, como Zacarías:
«Y tú, niño, serás quien marche ante él;
eres el heraldo que anuncia al Mesías,
eres la esperanza del nuevo Israel.»
El mundo se llena de gran regocijo,
Juan es el preludio de la salvación;
alabanza al Padre que nos dio tal Hijo,
la gloria al Espíritu que forjó la acción. Amén.

El científico y la muerte

            Anthony de Mello

Había una vez un científico que descubrió el arte de reproducirse a sí mismo tan perfectamente que resultaba imposible distinguir el original de la reproducción.
Un día se enteró de que andaba buscándole el Ángel de la Muerte, y entonces hizo doce copias de sí mismo.
El ángel no sabía cómo averiguar cuál de los trece ejemplares que tenía ante sí era el científico, de modo que los dejó a todos en paz y regresó al cielo.
Pero no por mucho tiempo, porque, como era experto en la naturaleza humana, se le ocurrió una ingeniosa estrategia. Regresó de nuevo y dijo:
- Debe de ser usted un genio, señor, para haber logrado tan perfectas reproducciones de sí mismo; sin embargo, he descubierto que su obra tiene un defecto, un único y minúsculo defecto.
El científico pegó un salto y gritó:
- ¡Imposible! ¿Dónde está el defecto?
- Justamente aquí, respondió el ángel mientras tomaba al científico de entre sus reproducciones y se lo llevaba consigo.

Todo lo que hace falta para descubrir al 'ego' es una palabra de adulación o de crítica.

martes, 20 de junio de 2023

Todo

        José Mª Rodríguez Olaizola sj

Estás siempre alrededor.
Eres el compañero discreto, el amigo incondicional,
la presencia segura.
Eres el alivio inesperado,
la llamada imprevista, el cariño sincero.
Eres la palabra constante,
la mirada profunda, el abrazo que sana.
Eres mi todo. Y nada.
Nada me puede separar de ti.
Mira que a veces, sin quererlo, me alejo.
Pero tú eres más fuerte que mis miedos.
Me esperas al llegar a un nuevo puerto.
Eres la calma tras la tormenta, la risa bajo las lágrimas,
peregrino sorprendente,
que apareces, a mi lado, cuando menos te esperaba.
A este lado de mis dudas, de los peligros, de las nostalgias.
Te me has vuelto Palabra hasta en silencio.
Y no puedo dejar de pronunciarte.

El perro y el conejo

Un señor le compró un conejo a sus hijos. A su vez, los hijos del vecino le pidieron una mascota a su padre. El hombre les compró un cachorro pastor alemán.
El vecino exclamó:
- ¡Pero el perro se comerá a mi conejo!
- De ninguna manera, mi perro pastor es cachorro. Crecerán juntos y serán amigos. Yo entiendo mucho de animales. Ten por seguro que no habrá problemas.
Y parece que el dueño tenía razón. El perro y el conejo crecieron juntos y se hicieron amigos. Era normal ver al conejo en el patio del perro y al revés.
Un viernes, el dueño del conejo se fue a pasar un fin de semana a la playa con su familia. El domingo por la tarde el dueño del perro y su familia estaban merendando, cuando entró el perro a la cocina. Traía al conejo entre los dientes, sucio de sangre y tierra, y además muerto. Le dieron tantos palos al perro que casi lo matan.
- El vecino tenía razón, -decía el hombre- ¿y ahora qué haremos?
La primera reacción fue echar al animal de casa como castigo, además de los golpes que ya le habían dado. Los vecinos volverían en unas horas de la playa y se encontrarían el desastre. Todos se miraban preguntándose qué hacer. Mientras, el perro lamía las heridas que le habían hecho sus amos de tantos palos.
Uno de ellos tuvo una idea:
- Bañemos al conejo, lo dejamos bien limpito, lo secamos con el secador y lo ponemos en su madriguera en el patio.

Así lo hicieron. ¡Qué bien había quedado! ¡Parecía vivo!, decían los niños. Y lo llevaron al patio y lo pusieron a la entrada de su pequeña madriguera con las piernas cruzadas.
En esto que llegan los vecinos, y al poco se oyen gritos de sus niños. No habían pasado ni cinco minutos cuando el dueño del conejo llama a la puerta de su vecino, algo extrañado.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué tanto grito?, le dijo su vecino.
- El conejo murió.
- ¿Murió? –preguntó, haciéndose el inocente.
- Sí, murió el viernes.
- ¿Murió el viernes?
- Sí, fue antes de marcharnos a la playa, no tuve ni tiempo de comentarlo contigo. Mis hijos lo enterraron en el jardín, pero cuando hemos llegado de vuelta se lo han encontrado recostado a la entrada de su madriguera...