sábado, 4 de agosto de 2018

Cada cosa por su nombre...

Señor, a eso de caer y volver a levantarme,
de fracasar y volver a comenzar,
de seguir un camino y tener que torcerlo,
de encontrar el dolor y tener que afrontarlo.
A todo eso que yo llamo adversidad,
enséñame a llamarlo sabiduría.
A eso Señor, de sentir “la mano de Dios” y saberme impotente,
de fijarme una meta y tener que seguir otra.
de huir de una prueba y tener que encararla,
a eso de planear un vuelo y tener que recortarlo,
de aspirar y no poder, de querer y no saber, de avanzar y no llegar...
A eso que yo llamo castigo, muéstrame que es enseñanza.
A eso de pasar días juntos radiantes, días felices y días tristes,
días de soledad y días de compañía,
A eso que yo llamo rutina, enséñame a llamarlo experiencia.
A eso de que mis ojos puedan ver, y mis oídos oigan,
y mi cerebro funcione y mis manos trabajen,
y mi alma irradie, y mi sensibilidad sienta, y mi corazón ame...
A eso Señor, que no lo llame poder humano,
sino milagro divino, tu amor por mí... ¡Amén!

Dejar secar la ira

Mariana se puso feliz por haber ganado un juego de té de color azul. Al día siguiente, Julia, su amiguita, vino temprano a invitarla a jugar. Mariana no podía pues iba a salir con su madre a la ciudad. Julia entonces pidió a Mariana que le prestara su juego de té para que ella pudiera jugar sola en el jardín del edificio en que vivían. Ella no quería prestar su flamante regalo pero ante la insistencia de la amiga decidió dejarle el regalo insistiendo en que tuviera cuidado con aquel juguete tan especial.
Al volver de la ciudad, Mariana se quedó pasmada al ver su juego de té tirado al suelo. Faltaban algunas tazas y la bandeja estaba rota. Llorando y muy molesta Mariana se desahogó con su mamá:
- ¿Has visto, mamá, lo que ha hecho Julia conmigo? Le presté mi juguete y ella lo ha estropeado todo y lo ha dejado tirado en el suelo".
Totalmente descontrolada Mariana quería ir a la casa de Julia a pedir explicaciones, pero su madre cariñosamente le dijo:
- Hija, ¿te acuerdas de aquel día cuando saliste con tu vestido nuevo todo blanco y un coche que pasaba te salpicó de barro tu ropa? Al llegar a casa querías lavar inmediatamente el vestido pero la abuelita no te dejó. ¿Recuerdas lo que dijo tu abuela?
- Ella dijo que había que dejar que el barro se secara, porque después sería más fácil quitar la mancha.
- Así es hijita, con la ira pasa lo mismo, deja la ira secarse primero, después es mucho más fácil resolver todo.
Mariana no entendía muy bien, pero decidió seguir el consejo de su madre y se fue a ver la televisión. Un rato después sonó el timbre de la puerta... Era Julia, con una caja en las manos y sin más ella dijo:
- Mariana, ¿recuerdas al niño malcriado de la otra calle, el que a menudo nos molesta? Vino para jugar conmigo y no lo dejé porque creí que no cuidaría tu juego de té pero él se enfadó y tiró el regalo que me habías prestado. Cuando se lo conté a mi madre ella, preocupada, me llevó a comprar otro igualito, para ti. ¡Espero que no estés enfadada conmigo. No fue mi culpa!
-  ¡No hay problema!, dijo Mariana, ¡mi ira ya secó!
Y dando un fuerte abrazo a su amiga, la cogió de la mano y la llevó a su cuarto para contarle la historia del vestido nuevo ensuciado de barro.

Nunca reacciones mientras sientas ira. La ira nos ciega e impide que veamos las cosas como realmente son. Así evitarás cometer injusticias y ganarás el respeto de los demás por tu posición ponderada y correcta ante una situación difícil. Recuérdalo siempre: ¡Deja secar la ira!

viernes, 3 de agosto de 2018

Dices que soy…

              Florentino Ulibarri

Dices que soy manantial y no vienes a beber.
Dices que soy vino gran reserva y no te embriagas.
Dices que soy suave brisa y no abres tus ventanas.
Dices que soy luz y sigues entre tinieblas.
Dices que soy aceite perfumado y no te unges.
Dices que soy música y no te oigo cantar.
Dices que soy fuego y sigues con frío.
Dices que soy fuerza divina y estás muy débil.
Dices que soy abogado y no me dejas defenderte.
Dices que soy consolador y no me cuentas tus penas.
Dices que soy don y no me abres tus manos.
Dices que soy paz y no escuchas el son de mi flauta.
Dices que soy viento recio y sigues sin moverte.
Dices que soy defensor de los pobres y tú te apartas de ellos.
Dices que soy libertad y no me dejas que te empuje.
Dices que soy océano y no quieres sumergirte.
Dices que soy amor y no me dejas amarte.
Dices que soy testigo y no me preguntas.
Dices que soy sabiduría y no quieres aprender.
Dices que soy seductor y no te dejas seducir.
Dices que soy médico y no me llamas para curarte.
Dices que soy huésped y no quieres que entre.
Dices que soy fresca sombra y no te cobijas bajo mis alas.
Dices que soy fruto y no me pruebas.

Toque de Silencio

 Puedes verlo y escucharlo en: http://youtu.be/Wn_iz8z2AGw

Si alguien ha estado en un entierro militar donde se interpretó el toque de Silencio, le invito a conocer su significado. Este toque de queda titulado “Taps” nos pone un nudo en la garganta y nos emociona.
Se cuenta, que todo comenzó en 1862 durante la Guerra Civil cuando el Capitán del Ejército de la Unión Robert Elly estaba con sus hombres cerca de Harrison’s Landing en Virginia. El Ejército Confederado estaba al otro lado del angosto terreno.
En la oscuridad de la noche, el Capitán Elly escuchó los quejidos de un soldado que estaba mal herido en el campo. Sin saber si se trataba de un soldado de la Unión o de la Confederación, el Capitán decidió arriesgar su vida y traer al hombre herido para que le atendiera el médico. Arrastrándose entre los disparos, el capitán llegó al soldado herido y empezó a tirar de él hacia su campamento. Cuando el Capitán llegó a sus propias líneas, descubrió que era un soldado confederado, pero estaba muerto.
El capitán encendió una linterna y, de repente se quedó sin aliento y paralizado por lo que acababa de ver. Se trataba de su propio hijo. El chico estaba estudiando música en el Sur cuando estalló la guerra. Sin decirle nada a su padre, el muchacho se alistó en el ejército confederado.
A la mañana siguiente y con el corazón roto, el padre pidió permiso a sus superiores para celebrar el entierro de su hijo con honores militares a pesar de ser del bando contrario. Su petición fue aceptada parcialmente.
El Capitán pidió si podría tener un grupo de la banda de músicos que tocaran en el funeral de su hijo. La solicitud fue denegada porque el soldado pertenecía al ejército de la Confederación. Pero, por respeto al padre, le dijeron que únicamente podía tener un solo músico.
El Capitán escogió a un cornetero para que tocara una serie de notas musicales que encontró en el bolsillo del uniforme del joven fallecido. Esta solicitud le fue concedida.
Nació así la melodía inolvidable que ahora conocemos como Taps.
La letra de esta emotiva melodía que se toca en los entierros militares es:
El día ha terminado. Se fue el sol, de los lagos, de las colinas, de los cielos.
Todo está bien. Descansa protegido. Dios está cerca.
La luz tenue, oscurece la vista y la estrella, embellece el cielo brillando luminosa, desde lejos
Acercándose, cae la noche.
Agradecimientos y alabanzas para nuestros días debajo del sol, debajo de las estrellas debajo del cielo. Así vamos Esto sabemos. Dios está cerca.

jueves, 2 de agosto de 2018

Oración del Amor

            Karl Rahner, teólogo

El amor no piensa en sí, es delicado y fiel;
ama a Dios por Él mismo y no por la paga,
pues él se es así mismo bastante paga.
Aguanta en las horas turbias, sobrepuja amarguras;
las aguas de la aflicción no llegan a apagarlo;
es callado y no gusta de muchas palabras;
porque el amor grande es casto y recatado.
Valiente y confiado y con todo respetuoso,
pues no es amor a un cualquiera, sino amor a todo un Dios.
El amor es un adherirse a otro, un darse todo a otro;
por ello todo lo noble e indeciblemente sabroso
encerrado en lo supremo y último
que un corazón amante puede hacer,
deriva de aquello que se ama.
Por ello es tan santo el amor de Dios; por ello es inextinguible.

Un adelanto del cielo

Ocurrió durante un mes de voluntariado en las vacaciones de verano. Cuando llegamos a Nairobi (Kenya), nos preguntábamos cómo nosotros, inexpertos universitarios, podríamos ayudar en aquella África sucia, polvorienta y calurosa. Quizá arreglando tejados, pero no teníamos experiencia en construcción. Quizá pintando un colegio, pero no sabíamos de pintura.
Lo que sí teníamos claro era nuestra intención de darnos totalmente a los demás. Sin embargo, recibiríamos mucho más de lo que logramos dar: tuvimos la suerte de entrar en contacto con el Tercer Mundo, a través de un Hogar para niños moribundos de las Hermanas de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta en Nairobi.
Todos entramos en aquella casucha, un tugurio sin muebles, con poca luz. Contrastaban las hamacas llenas de niños enfermos y lloriqueando con los trajes talares blancos y azules de las Hermanas de la Caridad, que rebosaban alegría.
Yo me quedé bloqueado, en mitad de la habitación. Nunca había visto nada así. Mis compañeros universitarios se repartieron por las estancias, siguiendo a distintas monjas, que requerían su asistencia. Una hermana me preguntó en inglés:
- ¿Has venido a mirar o quieres ayudar?
Sorprendido por tan directa pregunta y en estado de sopor, balbuceé:
- A ayudar…
- ¿Ves a ese niño de allí, el del fondo que llora?
Lloraba desconsoladamente, pero sin fuerza.
- Sí, ése (le dije señalándolo).
- Bien: tómalo con cuidado y tráelo. Lo bautizamos ayer.
Lo noté con una fiebre altísima. El niño tendría un par de años.
- Ahora tómalo y dale todo el amor que puedas…
- No entiendo…, me excusé.
- Que le des todo el cariño de que seas capaz, a tu manera.
Y me dejó con el niño. Le canté, lo besé, lo arrullé… dejó de llorar, me sonrió, se durmió. Al cabo de un rato, busqué llorando a la hermana:
- Hermana: no respira.
La monja certificó su muerte:
- Ha muerto en tus brazos. Y tú le has adelantado quince minutos con tu cariño el amor que Dios le va a dar por toda la eternidad.
Entonces entendí tantas cosas: el cielo, el amor de mis padres, el amor de Jesús, los detalles de afecto de mis amigos. Mi viaje a Kenya supuso un antes y un después en mi vida. Ahora sé que todos tenemos “Kenyas” a nuestro alrededor para dar amor cada día.

miércoles, 1 de agosto de 2018

Desde la raíz

Buscamos volver a nuestro origen, Señor,
tocar la raíz de nuestra vida,
el manantial de aguas puras que nos alimenta,
y beber de Ti, como la samaritana,
y volver a los demás saltando de gozo y esperanza.
Queremos hacer de nuevo la experiencia de tu amor inquebrantable,
de que nuestra vida tiene su origen
y su aliento permanente en Ti, Vida de toda vida.
Queremos bajar al fondo de nuestro ser
y encontrarnos Contigo, con nosotros mismos y con los demás.
Descubriremos allí, que más allá de nuestros límites
y nuestras fragilidades, tu presencia nos habita.
Que necesitamos abrazar nuestra historia, nuestra vida
y experimentarla como barro en tus manos, en manos del alfarero
que busca dar forma a la tierra en beso con el agua.
Dejaremos que se vayan los recuerdos heridos, pegados a la memoria
y los miedos futuros danzando en la fantasía.
Queremos renacer cada día desde el centro de nuestra interioridad
para abrirnos desde allí a la vida,
Tú quieres, Señor, que seamos personas que empiezan cada día,
que saben caer con humildad y levantarse con la dignidad de ser tus hijos,
personas haciéndose nuevas que caminan juntos.
Que sintamos, Señor, la presencia del hermano al lado,
también modelando nuestro barro,
construyéndonos juntos y forjando contigo el presente y el futuro.
¡Que así sea!

Dios es azucar

Un día la profesora preguntó a los niños quien sabía explicar quién era Dios. Uno de los niños levantó la mano y dijo:
- Dios es nuestro Padre. El hizo la tierra, el mar y todo lo que está en ella. Nos hizo como hijos suyos.
La profesora, buscando más respuestas, fue más lejos:
- ¿Cómo sabemos que Dios existe si nunca lo hemos visto?”
Toda la clase quedó en silencio. Pedro, un niño muy tímido, levantó su mano y dijo:
- Mi madre dice que Dios es como el azúcar en mi leche que me prepara todas las mañanas, yo no veo el azúcar que está dentro de la taza mezclada con la leche, mas si no la tuviera no tendría buen sabor. Dios existe, Está siempre en medio de nosotros sólo que no lo vemos, pero si él se fuera nuestra vida quedaría sin sabor.
La profesora sonrió y dijo:
- Muy bien Pedro, yo os enseño muchas cosas a vosotros, pero hoy tú me has enseñado algo más profundo que todo lo que yo ya sabía. ¡Ahora sé que Dios es nuestro azúcar y que está todos los días endulzando nuestra vida!
Le dio un beso y salió sorprendida por la respuesta de aquel niño.

La sabiduría no está en el conocimiento sino en la vivencia de Dios en nuestras vidas. Teorías existen muchas, pero dulzura como la de Dios aun no existe ni en los mejores azúcares.

domingo, 29 de julio de 2018

Convertir mi vida en pan

                Marcos Alemán, sj

Tomar mi vida para que la conviertas en pan.
Tomar mi vida para poder dártela.
Tomar mi vida para repetir aquel gesto tuyo
y ponerme a los pies de la humanidad.
Tomar mi vida para devolverte lo que en mí sembraste.
Partirme para no quedar encerrado y aislado.
Partirme vaciándome y así poder ser.
Partirme celebrando en memoria tuya.
Partirme para que no se haga mi voluntad.
Partirme para desplegarme en tu abundancia.
Repartirme en nuevos sentidos que nunca vi.
Repartirme en los demás y descubrirme cada vez más encendido.
Repartirme sin retener ni especular.
Repartirme hasta esa tierra donde mana leche y miel.
Camino a Jerusalén y cerca de la otra orilla.

Cuánto cuesta un milagro

Micaela, una niña de ocho años oyó a sus padres decir que su hermanito Andrés estaba muy enfermo y que ellos no tenían el dinero necesario para pagar la operación que podría salvar su vida. «Sólo un milagro puede salvarlo», les oyó decir.
Micaela, fue a su habitación y sacó de un frasco todos sus ahorros. Vació el contenido y con todas las monedas que tenía fue a la farmacia. Esperó con paciencia al farmacéutico que estaba muy ocupado hablando con otro hombre.
Por fin, molesto, le preguntó.
- ¿Qué necesitas? Estoy hablando con mi hermano que ha venido de Chicago y al que no he visto hace mucho tiempo –añadió, sin esperar que la niña respondiera su pregunta.
- Es por mi hermano, dijo la niña, está muy enfermo y quiero comprarle un milagro.
- ¿Cómo?, preguntó el boticario.
- Se llama Andrés y tiene algo muy malo que le está creciendo dentro de la cabeza. Dice mi papá que sólo un milagro le puede salvar. ¿Cuánto cuesta un milagro?
- Aquí no vendemos milagros, lo siento, pero no puedo ayudarte, contestó éste con un nudo en la garganta.
- Mire, tengo dinero para pagarlo. Si no es suficiente, conseguiré lo que falte. Dígame cuánto cuesta.
El hermano del farmacéutico era un hombre muy elegante. Se inclinó, y preguntó a la niña:
- ¿Qué clase de milagro necesita tu hermano?
- No sé, respondió Micaela, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Lo que sé, es que está muy enfermo y dice mamá que necesita una operación, pero como mi papá no puede pagarla, quiero hacerlo yo con mi dinero.
- ¿Cuánto tienes?, preguntó el señor que venía de Chicago.
- Un dólar y once centavos, respondió Micaela entre sollozo. Es todo lo que tengo, pero si hace falta, conseguiré más.
- ¡Qué casualidad!, dijo sonriendo, un dólar y once centavos es justo lo que cuesta un milagro para tu hermanito. Seguidamente, el hombre recogió el dinero en una mano y con la otra tomó la mano de la niña y le dijo:
- Llévame a tu casa. Quiero ver a tu hermano y conocer a tus padres, para ver si tengo la clase de milagro que necesitas.
Aquel hombre bien vestido era el Dr. Armstrong, especialista en neurocirugía, quien realizó la delicada operación gratis. Al poco tiempo, Andrés se había restablecido totalmente.
La madre emocionada comentó:
- Esta operación ha sido un milagro, me pregunto ¿cuánto habrá costado?
Micaela sonrió. Sabía exactamente cuánto costaba un milagro: un dólar y once centavos...

Cuando Jesús les dijo a sus apóstoles que deberíamos ser como niños, se refería a la FE que debemos tener para alcanzar las metas inalcanzables. Micaela es un gran ejemplo, ella salió de su casa convencida de conseguir el milagro para su hermano, sólo porque en su Fe e inocencia estaba el verdadero amor de Dios.