sábado, 15 de febrero de 2020

Oración de amor y amistad

                    Lidia María de Jesús

Señor:
Qué hermoso es tener un corazón con capacidad para amar y perdonar,
para ayudar y comprender, para creer y confiar.
Pero qué difícil me resulta practicarlo, hacerlo vida en mis actos de cada día.
Mis fuerzas son muy limitadas y son más las horas bajas que las buenas.
Tú siempre estás ahí, esperándome, creyendo en mí, confiando en mí.
Que cada caída sea un peldaño que me acerque más a ti y a mis hermanos;
que cada día tenga el coraje de volver a empezar en el camino del amor.
Que al acostarme cada noche, pueda refugiarme en tu regazo de Padre compresivo y amoroso.
Dame la valentía de saber unir mi mano a otros hombres, mis hermanos,
para hacer crecer entre todos el arco iris del amor y de la amistad.

Los tres ciegos


Había una vez tres sabios. Y eran muy sabios. Aunque los tres eran ciegos. Como no podían ver, se habían acostumbrado a conocer las cosas con solo tocarlas. Usaban de sus manos para darse cuenta del tamaño, de la calidad y de la calidez de cuanto se ponía a su alcance.
Sucedió que un circo llegó al pueblo donde vivían los tres sabios que eran ciegos. Entre las cosas maravillosas que llegaron con el circo, venía un gran elefante blanco. Y era tan extraordinario este animal que toda la gente no hacía más que hablar de él.
Los tres sabios que eran ciegos quisieron también conocer al elefante. Se hicieron conducir hasta el lugar donde estaba y pidieron permiso para poder tocarlo. Como el animal era muy manso, no hubo ningún inconveniente para que lo hicieran.
El primero de los tres estiró sus manos y tocó a la bestia en la cabeza. Sintió bajo sus dedos las enormes orejas y luego los dos tremendos colmillos de marfil que sobresalían de la pequeña boca. Quedó tan admirado de lo que había conocido que inmediatamente fue a contarles a los otros dos lo que había aprendido. Les dijo:
- El elefante es como un tronco, cubierto a ambos lados por dos frazadas, y del cual salen dos grandes lanzas frías y duras.
Pero resulta que cuando le tocó el turno al segundo sabio, sus manos tocaron al animal en la panza. Trató de rodear su cuerpo, pero éste era tan alto que no alcanzaba a abarcarlo con los dos brazos abiertos. Después de mucho palpar, decidió también él contar lo que había aprendido. Les dijo:
- El elefante se parece a un tambor colocado sobre cuatro gruesas patas, y está forrado de cuero con pelo para afuera.
Entonces fue el tercer sabio, y agarró el animal justo por la cola. Se colgó de ella y comenzó a hamacarse como hacen los chicos con una soga. Como esto le gustaba al animal, estuvo largo rato divirtiéndose en medio de la risa de todos. Cuando dejó el juego, también él habló:
- Yo sé muy bien lo que es un elefante. Es una cuerda fuerte y gruesa, que tiene un pincel en la punta. Sirve para hamacarse.
Resulta que cuando volvieron a casa y comenzaron a charlar entre ellos lo que habían descubierto sobre el elefante no se podían poner de acuerdo. Cada uno estaba plenamente seguro de lo que conocía. Y además tenía la certeza de que sólo había un elefante y de que los tres estaban hablando de lo mismo, pero lo que decían parecía imposible de concordar. Tanto charlaron y discutieron que casi se pelearon.
Pero al fin de cuentas, como eran los tres muy sabios, decidieron hacerse ayudar, y fueron a preguntar a otro sabio que había tenido la oportunidad de ver al elefante con sus propios ojos.
Y entonces descubrieron que cada uno de ellos tenía razón. Una parte de la razón. Pero que conocían del elefante solamente la parte que habían tocado. Y le creyeron al que lo había visto y les hablaba del elefante entero.

martes, 11 de febrero de 2020

A la Virgen de Lourdes

Oh María, que te apareciste a Bernardita
en la cavidad de la roca;
al frío y a las sombras del invierno
tú les trajiste el calor de tu presencia
y el resplandor de tu belleza.
Infunde la esperanza, renueva la confianza en el vacío de nuestras vidas,
tantas veces sumidas en la sombra, y en el vacío de nuestro mundo,
en el que el Mal hace valer su fuerza.
Tú, eres la Inmaculada Concepción, socórrenos, pues somos pecadores.
Danos humildad para la conversión y valor para la penitencia.
Enséñanos a rezar por todos los hombres.
Guíanos a la fuente de la verdadera vida.
Ayúdanos a caminar como peregrinos en el seno de la Iglesia.
Estimula en nosotros el hambre de la Eucaristía, el Pan de Vida.
Oh María, el Espíritu Santo hizo en ti maravillas:
Él, con su poder, te ha colocado junto al Padre,
en la gloria de tu Hijo, el Viviente.
Vuelve tu maternal mirada  a nuestras miserias del cuerpo y del espíritu.
Que tu presencia, como luz reconfortante,
brille a nuestro lado en el trance de la muerte.
Queremos rezarte, oh María, con sencillez de niños, como Bernardita.
Que entremos, como ella, en el espíritu de las Bienaventuranzas;
así podremos, ya aquí abajo, empezar a conocer las alegrías del Reino
y cantar contigo tu Magníficat.
¡Gloria a Ti, Virgen María, dichosa servidora del Señor,
Madre de Dios, morada del Espíritu Santo!

¿Quién merecía un puesto de honor?


Un hombre que pasaba frente a la casa de un amigo notó que la chimenea era recta y que una pila de leña había sido colocada cerca de la estufa.
- Es mejor que construyas otra chimenea con un codo –advirtió al dueño de casa– y retires esa leña; de otra manera puede provocarse un incendio.
Pero el dueño de casa no hizo caso del consejo. Tiempo después la casa se incendió; pero por fortuna los vecinos ayudaron a apagarla. Entonces la familia mató un buey y preparó vino para expresar su agradecimiento a los vecinos.
Aquellos que habían sufrido quemaduras fueron colocados en los puestos de honor; y el resto, de acuerdo a su mérito; pero no se mencionó al hombre que les había aconsejado construir una chimenea nueva.
- Si hubieras aceptado el consejo de aquel hombre –recordó alguien al dueño de la casa–, se habría ahorrado los gastos del buey y del vino y habría evitado el incendio. Ahora estás agasajando a tus vecinos para agradecerles lo que hicieron, pero, ¿es justo olvidar al hombre que te aconsejó reconstruir la chimenea y apartar la leña, mientras tratas a aquellos que sufrieron quemaduras como huéspedes de honor?
El anfitrión se dio cuenta de su error e invitó al hombre que le había aconsejado correctamente. (Es una historia de la dinastía HAN)

domingo, 9 de febrero de 2020

Sé Tú mi luz, Jesús, sé Tú mi sal

Cuando todo a mi alrededor parezca oscuro,
cuando me falten las ganas de brillar,
cuando sin guía ni faro pierda el rumbo,
sé Tú mi luz, Jesús, sé Tú mi sal…
Cuando los días, tristes, no tengan sabor,
cuando la gente ya no sepa disfrutar,
cuando nos falten el cariño y el amor,
sé Tú mi luz, Jesús, sé Tú mi sal…
Y sabré al final, Señor, que eres Tú
quien todo con su amor puede cambiar,
quien cambia la noche por el día con su luz,
quien da sabor y sentido a nuestra vida con su sal.

La iglesia de la montaña


Érase una iglesia construida en lo alto de una montaña de Suiza. La iglesia era muy hermosa y había sido edificada con mucho cuidado. Pero la iglesia no disponía de iluminación.
Los domingos, al atardecer, la gente de los alrededores contemplaba el mismo milagro. Las campanas sonaban y los feligreses subían lentamente la colina para la celebración dominical.
Entraban todos a la iglesia y ésta, de repente, se llenaba de luz y de un gran resplandor. Y es que los feligreses subían sus antorchas, las encendían y las colocaban en las paredes para que su luz llenara toda la iglesia. Si los fieles eran pocos la luz era muy tenue, pero si eran muchos la luz era mucho más intensa.
Terminada la celebración, los fieles regresaban a casa con sus antorchas encendidas y los que los veían bajar la colina contemplaban un gran río de luz que salía de la iglesia e iluminaba la montaña.
La iglesia de la montaña se convertía en verdadera iglesia cuando se llenaba de gente, en esos momentos era cuando todos los creyentes eran luz para los no creyentes y se hacía verdad la palabra de Jesús: “vosotros sois la luz del mundo”.