viernes, 28 de febrero de 2020

Vuélvete a Dios

Hoy Dios te convoca. Hoy Dios sale a tu paso.
Hoy Dios te sugiere, con susurro de invitación:
Vuélvete a mí. Te estoy esperando.
Rasga tu corazón y purifícalo de todo lo que le aparta de mí.
Pregúntate: ¿Quién es tu dios? ¿A quién o a qué adoras?
Hoy Dios te dice: Este es el tiempo oportuno.
Esta es una nueva oportunidad. Este es un día de salvación.
En nombre de Dios: “Déjate reconciliar con Dios”.
Hoy Dios te dice: No vivas de apariencias.
Trabaja en secreto tu corazón hasta hacerlo semejante a Dios.
Entra en el secreto de tu vida. Atrévete.
Dios está en lo escondido, en tu adentro más íntimo.
Entra allí, en tu adentro. Atraviesa la superficialidad que te rodea.
Entra en tu adentro y ora. Dios escucha tu secreta oración.
Dios tiene ganas de intimar contigo. Dios te está esperando.
Hoy Dios espera hacerte nuevo y alegrar tu vida.

La gallina y los hijos patos


Una pata muy maternal y paciente puso una docena de huevos. Soñaba con su nueva familia.
El amor la llenó de fiebre y comenzó a pasar largas jornadas, con sus días y sus noches, empollando paciente su esperanza. En uno de sus breves descansos, corrió hasta la cercana laguna, para refrescarse con un rápido baño. Y fue tan mala su suerte, que fue descubierta por un zorro que acechaba hambriento. Y el zorro se la comió.
Una gallina muy maternal, culeca y desposeída de sus huevos, se sintió dolida ante la desgracia. Y decidió hacerse cargo del nido, donde doce huerfanitos dormían todavía en sus cascarones.
Y cubrió con su calor de madre el nido abandonado.
Pasaron los días, y entre sus plumas comenzó a moverse la vida. Doce patitos, hijos adoptivos de mamá gallina, comenzaron a caminar por el campo. A veces como una cinta amarillenta detrás de la madre adoptiva y, otras, como un remolino de hojas secas, llevadas por el viento.
En una jornada de intenso calor, mamá gallina sintió sed. Y se encaminó con su familia hacia la cercana laguna, para beber.
Pero, ¡qué mal rato pasó! ¡Qué susto terrible! ¡Qué disgusto! Porque en cuanto los doce huerfanitos descubrieron el agua, se arrojaron a ella, ¡felices! Flotaban como copos de algodón amarillento.
Mamá gallina olvidó su sed. Abrió las alas. Cacareó desesperadamente. Los llamó con insistente cloqueo. Pero, ¡nada! los doce patitos se internaban aguas adentro, como una flota de barquitos de juguete, llevada por el viento. ¡Seguros! ¡Felices! Mamá gallina siguió en su desesperado cloqueo. Volvió a cacarear con toda su fuerza.
Ante lo inútil de todas sus llamadas intentó arrojarse al agua, para salvar a sus hijos adoptivos. ¡Imposible! Sintió que las aguas amenazaban su vida. Retrocedió y sacudió sus plumas en la orilla.
Esto la convenció más hondamente del peligro que corrían sus hijos en las aguas. Y cacareó una vez más, desesperadamente.
Y llegó corriendo el gallo.
- ¿Qué sucede?, preguntó, asumiendo su responsabilidad de jefe.
- ¿No ves?, respondió mamá gallina, mirando absorta la flota lejana.
El gallo miró detenidamente a los felices patitos flotar sobre el agua tranquila. Después dijo resignadamente, para sí y a mamá gallina:
- Estos no parecen hijos nuestros.

jueves, 27 de febrero de 2020

Oración en el tiempo de Cuaresma

Gracias, Padre, porque la Cuaresma llama a nuestra puerta,
y nos ofrece una nueva oportunidad:
un tiempo para ir acogiendo el misterio de la Pascua,
la explosión de tu amor en nuestro mundo.
Nos ponemos en tus manos porque queremos revisar nuestra vida,
descubrir lo que tenemos que cambiar,
afianzar lo que anda bien, y sorprendernos con tu novedad.
Nos tienta la seguridad y el saberlo todo.
Nos tienta el hacer muchas cosas, a veces sin sentido.
Nos tienta la preocupación de dar buena imagen, nada más.
Nos tienta la falta de sensibilidad ante el que lo pasa mal.
Que ayunemos de la falta de compromiso.
¡Hay tantos que lo pasan mal, Padre!
Que ayunemos de separar fe y vida.
Que aprendamos a mirar la realidad como tú.
Que ayunemos del desaliento y la falta de utopía,
cuando a veces se pone tan difícil la vida.
Padre, ayúdanos a hacer silencio y a escuchar tu voz.
Danos luz para reconocer tu presencia en la realidad.
Despójanos de lo que nos ata y sacude nuestras certezas,
para empezar de nuevo, más humildes, desde tu verdad

Bajo la chimenea


A los jóvenes que venían a su escuela por primera vez, Rabí Bunam les contaba la historia de Rabí Ezequías, hijo de Rabí Jekel de Cracovia.
Después de pasar años y años en medio de la pobreza y la miseria que, nunca le hicieron perder la confianza en Dios, un día recibió en sueños la orden de ir a Praga para buscar un tesoro bajo el puente que conduce al palacio real.
Al principio no hizo caso, pero cuando el sueño se repitió por tercera vez, Ezequías se puso en camino y llegó a pie a Praga. Pero el puente estaba vigilado día y noche por centinelas que hacían guardia y él no se atrevió a ponerse a excavar en el sitio indicado. No obstante, volvía al puente todas las mañanas, dando vueltas a su alrededor hasta la noche. Por fin un día, el capitán de la guardia real, que había notado su continuo ir y venir en torno al puente, se le acercó y le preguntó si había perdido algo o esperaba a alguien. Ezequías le contó el sueño que lo había llevado hasta allí desde su lejano país.
El Capitán estalló en carcajadas:
- Pero infeliz, ¿por hacer caso de un sueño has venido andando desde tan lejos y estás aquí perdiendo el tiempo? ¡¡Lo tienes claro si te fías de los sueños!! Entonces también yo debería haberme puesto en camino y llegar hasta Cracovia, a casa de un judío, un tal Ezequías, hijo de Jekel, para buscar un tesoro que tiene bajo su chimenea... Ya ves, me vería dando vueltas por toda Cracovia, llamando a todas las puertas y poniendo patas arriba todas las casas en una ciudad donde la mitad de los judíos se llaman Ezequías y la otra mitad Jekel.
Y se echó a reír de nuevo.
Ezequías se despidió muy cortésmente y volvió a su casa lo más rápido que pudo... buscó bajo la chimenea y encontró el Tesoro, lo desenterró y con él construyó la sinagoga del pueblo...

miércoles, 26 de febrero de 2020

Miércoles de Ceniza

    Es hora de volver a casa,
    desde este país donde ya no hay alimento
    que pueda saciar mi hambre.
Miércoles de ceniza:
    Hora de hacer una hoguera con todo mi egoísmo y estupidez.
    Hora de reducir a cenizas mi absurda torre de Babel
    y bajarme a la tierra y comenzar a dar manos.
    Hora de quitar estorbos de mis oídos,
    y hacer silencio para volver a escucharte y a escucharme.
Miércoles de ceniza:
    Hora de entrar en el horno de tu Espíritu
    y dejarme transformar en la vasija que tú quieras.
    Aunque mi ‘sí’ quedó hecho cenizas,
    sé que puedo renovarlo. Y quiero hacerlo, con tu ayuda.
Miércoles de ceniza:
    Cuarenta días para dejarme encontrar por Ti,
    para darme cuenta de que me esperas a la puerta de casa.
    Cuarenta días para pedirte perdón
    y ayunar de tantas cosas que me sobran y otros necesitan.
    Cuarenta días para escuchar más atento tu Palabra,
    y dejar que sea tu Pan quien me sacie
    y tu perdón quien me restaure.
Un poco de ceniza en el rostro
me puede poner en camino de verdad:
No hay camino fuera de Dios.
Y hoy mismo comienzo el camino de retorno a Tu casa, Señor.

Parábola judía


Cuenta una antigua alegoría judía, que una vez un hombre muy rico fue a pedirle un consejo a un sabio rabino, pues, aún con sus riquezas, no conseguía el aprecio de la gente de su ciudad.
El rabino tomó su mano, lo acercó a la ventana y le dijo
- Mira.
El rico miró por la ventana a la calle. El rabino le preguntó:
- ¿Qué ves?
El hombre le respondió:
- Veo gente.
El rabino volvió a tomarlo de la mano y lo llevó ante un espejo y le dijo:
- ¿Qué ves ahora?
El rico le respondió:
- Ahora me veo yo.
- ¿Entiendes? En la ventana hay cristal y en el espejo hay cristal. Pero el cristal del espejo tiene un poco de plata. Y cuando hay un poco de plata (dinero) uno deja de ver gente y comienza a verse solo a sí mismo.

martes, 25 de febrero de 2020

Invocación al Padre

Ayúdanos, Padre bueno,
a comprender que nuestro cuerpo es templo tuyo,
y que el Espíritu habita en nosotros.
Que ya no somos nuestros propios dueños,
pues fuiste Tú quien pagó nuestro rescate,
y por tanto, te hemos de glorificar con nuestro cuerpo.
Haz que tengamos un mismo sentir,
que vivamos en paz, para que Tú, Dios del amor y de la paz,
estés con nosotros, y tu amor,
y la comunicación del Espíritu Santo estén en todos nosotros.
Te pedimos, Padre, que derrames sobre nosotros los tesoros de tu bondad;
que tu Espíritu nos llene de fuerza y de energía hasta lo más íntimo de nuestro ser;
que Cristo habite, por medio de la fe, en el centro de nuestra vida;
que el amor nos sirva de cimiento y de raíz.
Tu amor, Padre, un amor que desborda toda ciencia humana 
y nos colma de la plenitud misma de tu ser.
Padre, tú has derramado en nuestros corazones tu amor,
manifestado en Jesucristo, por medio de tu Espíritu Santo;
y nosotros, en comunión con tu Espíritu, con Jesús, nuestro hermano,
te llamamos con el corazón gozoso: ¡Abba, Padre!

Juegos zen


               Fernando Mosteiro  

Los discípulos traviesos colocaron un cubo con agua en precario equilibrio sobre la puerta medio abierta, para que cayera sobre el primero que la empujase y, así, se rieran todos. Broma clásica.
Llega el primer visitante, bien alerta a todo el entorno como buen estudiante de Zen, pasa con cuidado por la puerta sin empujarla, y el cubo no cae.
"Buen Zen."
Llega el segundo, abre la puerta y simultáneamente recoge el cubo en sus manos alzadas antes de que se derrame el agua.
"Mejor Zen."
Llega ahora el Maestro. Entra sin más, empuja la puerta, se remoja de arriba abajo y se ríe a carcajadas de buena gana.
"Perfecto Zen."
Bueno, si algún día os cae un cubo de agua de una puerta, o, simplemente, las cosas no salen todo lo bien que hubiésemos deseado...ya sabéis una buena carcajada y: "Perfectas Personas"

domingo, 23 de febrero de 2020

Perdono, pero no olvido

                 Mari Patxi Ayerra
Tú sabes cómo funciona mi memoria,
y la cuenta que lleva de los fallos que me hacen...
Regálame, Señor, una memoria sana.
Ayúdame a olvidar y no permitas que mi rencor
me deje llevar cuenta de nada.
Líbrame, Tú, de la vanidad exigente,
que me hace regañarme y no aceptarme.
Susúrrame que los fallos son oportunidades para crecer.
Me exijo, y exijo demasiado a los demás.
Dame, Señor, un corazón tolerante para mí y para los otros.
Enséñame a perdonar a tu manera: sin límite.
Jesús, pongo ante Ti los nombres
de todos aquellos que me hicieron algún daño.
Quiero perdonarlos contigo,
y quedarme con el corazón limpio de memorias dolientes.
Vacía mi mente, Señor, de todos los rencores,
que no me quede ni un detalle de dolor,
que acepte todo lo que me dolió como parte de mi historia,
como semilla de lo que hoy soy,
de lo que Tú y la vida habéis hecho conmigo.
Siento, Señor, que eres perdón y que me envuelves.

Los dos lobos


Un viejo jefe de una tribu india estaba hablando con sus nietos acerca de la vida. Él les dijo:
- Una gran pelea está ocurriendo dentro de mí… es entre dos lobos. Uno de los lobos es la maldad, el temor, la ira, la envidia, el rencor, la avaricia, la arrogancia, la culpa, el resentimiento, la mentira, el orgullo, el egoísmo y el creerme superior. El otro es la bondad, la alegría, la paz, el amor, la esperanza, la serenidad, la humildad, la dulzura, la generosidad, la bondad, la amistad, la verdad, la compasión y la fe. Esta misma pelea está ocurriendo dentro de cada uno de vosotros y dentro de todos los seres de la Tierra.
Los niños pensaron unos instantes y uno de ellos le preguntó:
- ¿Y cuál de los lobos crees que ganará?
El viejo jefe respondió simplemente…
- Aquel al que tú alimentes…