sábado, 22 de septiembre de 2018

¿Qué me dice Jesús?

Me enfado y él me dice: ¡perdona!
Tengo miedo y él me dice: ¡sé valiente!
Tengo dudas y él me dice: ¡confía!
Me he asustado y él me dice: ¡permanece tranquilo!
Quiero estar sólo y él me dice: ¡ven y sígueme!
Hago proyectos y él me dice: ¡abandónalos!
Procuro tener propiedades y él me dice: ¡déjalas!
Quiero seguridad y él me dice: ¡no te la prometo!
Quiero vivir y él me dice: ¡entrega la vida!
Creo que soy bueno y él me dice: ¡no es suficiente!
Quiero jugar a ser el que manda y él me dice: ¡intenta servir!
Quiero dar órdenes y él me dice: ¡Obedece!
Quiero entender y él me dice: ¡Cree!
Busco claridad y él habla en parábolas.
Quiero la poesía y él habla muy en concreto.
Quiero mi tranquilidad y él quiere que permanezca inquieto.
Quiero el poder y él me habla de paz.
Agarro la espada y él me dice: ¡guárdala!
Quisiera venganza y él me dice: ¡pon la otra mejilla!
Hablo de paz y él me dice que vino a traer la espada.
Quiero poner en orden las cosas
y él me dice que vino a traer fuego a la tierra.
Quiero ser más grande y él me dice que sea como un niño.
Me quiero esconder y él me dice:
muestra tu luz, visible, en el candelero.
Quiero el primer lugar y él me dice que vaya al último.
Quiero ser visto y él me dice que rece en lo oculto.
¡No, no entiendo a Jesús! Me provoca.
Como muchos de sus discípulos
también tengo ganas de buscarme otro Mesías.
Que fuera más claro y exigiera menos.
Pero me va como a Pedro: No conozco a ninguno
que, como Él, tenga palabras de vida eterna.
Y entonces, me quedo con Él.

Un nudo en la sábana…

En una junta de padres de familia de cierta escuela, la Directora resaltaba el apoyo que los padres deben darle a los hijos. También pedía que se hicieran presentes el máximo de tiempo posible.
Ella entendía que, aunque la mayoría de los padres de la comunidad fueran trabajadores, deberían encontrar un poco de tiempo para dedicar y hablar con los niños.
Sin embargo, la directora se sorprendió cuando uno de los padres se levantó y explicó, de forma humilde, que él no tenía tiempo de hablar con su hijo durante la semana. Cuando salía para trabajar era muy temprano y su hijo todavía estaba durmiendo. Cuando regresaba del trabajo era muy tarde y el niño ya no estaba despierto. Tenía que trabajar de esa forma para proveer el sustento de la familia.
Dijo también que el no tener tiempo para su hijo lo angustiaba mucho e intentaba compensarlo dándole un beso todas las noches cuando llegaba a su casa y, para que su hijo supiera de su presencia, él hacía un nudo en la punta de la sábana.
Eso sucedía puntualmente todas las noches cuando iba a besarlo.
Cuando el hijo despertaba y veía el nudo, sabía, a través de él, que su papá había estado allí y lo había besado. El nudo era el medio de comunicación entre ellos.
La directora se emocionó con aquella singular historia y se sorprendió aún más cuando constató que el hijo de ese padre, era uno de los mejores alumnos de la escuela.

El hecho nos hace reflexionar sobre las muchas formas en que las personas pueden hacerse presentes y comunicarse con otros.
Aquél padre encontró su forma, que era simple, pero eficiente. Y lo más importante es que su hijo percibía, a través del nudo afectivo, lo que su papá le estaba diciendo.
Algunas veces nos preocupamos tanto con la forma de decir las cosas que olvidamos lo principal que es la comunicación a través de los sentimientos.
Simples detalles como un beso y un nudo en la punta de una sábana, significaban, para aquél hijo, muchísimo más que regalos o disculpas vacías.
Es válido que nos preocupemos por las personas pero es más importante que ellas lo sepan, que puedan sentirlo.

viernes, 21 de septiembre de 2018

Perdonar

Señor Jesús, me coloco en Tu presencia en oración,
confiado en Tu Palabra te abro totalmente mi corazón.
Reconozco mis pecados y te pido perdón por cada uno.
Te presento toda mi vida,
desde el momento en que fui concebido hasta ahora.
En ella están todos mis errores, fracasos, angustias,
sufrimientos y toda mi ignorancia de Tu Palabra.
¡Señor Jesús, Hijo del Dios vivo, ten compasión de mí que soy pecador!
¡Sálvame, Jesús! Perdona mis pecados, conocidos y desconocidos.
Libérame, Jesús, de todo vicio y de todo dominio del mal en mi mente.
En Tu presencia, quiero perdonar a todas las personas que me ofendieron,
que me amargaron, que intentaron el mal contra mí.
Y así como estoy pidiendo tu perdón para mis pecados,
contando con tu gracia, yo las perdono y las entrego a Ti,
clamando sobre mí y sobre ellas tu infinita misericordia.
Y ahora, Jesús, te pido que vengas a mí;
yo te recibo como mi dueño y Señor.
Ven a vivir en mí, dame la gracia de vivir intensamente Tu Palabra
en todas las circunstancias de mí día a día.
Inúndame con Tu Espíritu.
Ven a vivir en mí, Jesús, y no permitas que yo me aleje de Ti.

Desayunar con mi esposa enferma de Alzheimer

Era una mañana movida, a las 8:30, cuando un señor mayor de unos 80 años, llegó al hospital para que le retiraran los puntos de su dedo pulgar. El señor dijo que estaba apurado y que tenía una cita a las 9:00. La enfermera le pidió que tomara asiento, sabiendo que quizás pasaría más de una hora. Viéndolo mirar continuamente su reloj, decidió examinar su herida.
Mientras lo curaba le preguntó si tenía una cita con otro médico esa mañana, ya que lo veía tan apurado. El señor le dijo que no, que necesitaba ir al geriátrico para desayunar con su esposa.
El doctor le preguntó sobre la salud de ella.
El le respondió que ella hacía tiempo que estaba allí ya que padecía de Alzheimer.
Le preguntó si ella se enfadaría si llegaba un poco tarde.
Le respondió que hacía tiempo que ella no sabía quién era él, que hacía cinco años que ella no podía ya reconocerlo.
El doctor, sorprendido, le preguntó:
- ‘¿Y usted sigue yendo cada mañana, aun cuando ella no sabe quién es usted?’
El sonrió y le dijo:
- “Ella no sabe quién soy, pero yo aún sé quién es ella y la quiero.”
Al doctor se le erizó la piel, y tuvo que contener las lágrimas. Mientras él señor se iba pensó, “Ese es el tipo de Amor que quiero en mi Vida.

El Amor Verdadero no es físico, ni romántico. El Amor Verdadero es la aceptación de todo lo que es, ha sido, será y no serás en la vida. La gente más feliz no necesariamente tiene lo mejor de todo; sólo hacen todo, lo mejor que pueden. En la vida no se trata de sobrevivir a una tempestad, se trata de saber ¡¡cómo bailar bajo la lluvia!!
Ahora nos quedan tres cosas: la FE, la ESPERANZA y el AMOR. Pero la más grande de TODAS es el AMOR” (1 Corintios 13:4-13).

jueves, 20 de septiembre de 2018

Oración Sacerdotal

                 Benedicto XVI

Señor, te damos gracias
porque has abierto tu corazón para nosotros;
porque en tu muerte y en tu resurrección
te has convertido en fuente de vida.
Haz que seamos personas vivientes, vivientes de tu fuente,
y danos el poder ser nosotros también fuentes,
capaces de dar a este nuestro tiempo agua de vida.
Te damos gracias por la gracia del ministerio sacerdotal.
Señor, bendícenos y bendice
a todos los hombres y mujeres de este tiempo
que están sedientos y en búsqueda. Amén.

El convicto liberado

Cada año, con motivo de las fiestas de aniversario de su coronación, el rey de un pequeño condado liberaba a un prisionero. Cuando cumplió 25 años como monarca, él mismo quiso ir a la prisión acompañado de su Primer Ministro y toda la corte para decidir qué prisionero iba a liberar.
- Majestad, dijo el primero, yo soy inocente pues un enemigo me acusó falsamente y por eso estoy en la cárcel.
- A mí, añadió otro, me confundieron con un asesino pero yo jamás he matado a nadie.
- El juez me condenó injustamente, dijo un tercero.
Y así, todos y cada uno manifestaba al rey por qué razones merecían precisamente la gracia de ser liberados.
Había un hombre en un rincón que no se acercaba y que por el contrario permanecía callado y algo distraído. Entonces, el rey le preguntó:
- Tu, ¿porque estás aquí?
-  Porque maté a un hombre majestad, yo soy un asesino, contestó el hombre.
- ¿Y por qué lo mataste?, inquirió el monarca.
- Porque estaba muy violento en esos momentos, contestó el recluso.
- ¿Y porque te violentaste?, continuó el rey.
- Porque no tengo dominio sobre mi cuando me enfado.
Pasó un momento de silencio mientras el rey decidía a quien liberaría. Entonces tomó el cetro y dijo al asesino que acaba de interrogar:
- Tú sales de la cárcel.
- Pero majestad, replicó el Primer Ministro, ¿acaso no parecen más justos cualquiera de los otros?
- Precisamente por eso -respondió el rey- saco a este malvado de la cárcel para que no eche a perder a todos los demás que parecen tan buenos y son tan inocentes.
El único pecado que no puede ser perdonado es el que no reconocemos. Es necesario confesar que somos pecadores y no tan buenos como muchas veces tratamos de aparentar.

martes, 18 de septiembre de 2018

Me ofrezco...

Para denunciar toda injusticia,
para combatir toda opresión,
para borrar toda frontera,
para superar cuanto divide a los hombres,
para propiciar el desarme,
para ofrecer un perdón sin condiciones,
para cantar al hombre nuevo,
para acercar a los que están lejos,
para enseñar a compartir,
para enseñar a hablar en una misma lengua,
para aprender a rezar juntos,
para ser testigo del amor,
para perdonar todas las deudas y los intereses.
Señor, aquí me tienes, me ofrezco a Ti,
haz de mí un instrumento de tu paz y de tu amor.

El país sin punta

                     Gianni Rodari, Cuentos por teléfono

Juanito Pierdedía era un gran viajero. Viaja que te viaja, llegó una vez a un pueblo en que las esquinas de las casas eran redondas y los techos no terminaban en punta, sino en una suave curva. A lo largo de la calle corría un seto de rosas, y a Juanito se le ocurrió ponerse una en el ojal. Mientras cortaba la rosa estaba muy atento para no pincharse con las espinas, pero en seguida se dio cuenta de que las espinas no pinchaban; no tenían punta y parecían de goma, y hacían cosquillas en la mano.
- Vaya, vaya -dijo Juanito en voz alta.
De detrás del seto apareció sonriente un guardia municipal.
- ¿No sabe que está prohibido cortar rosas?
- Lo siento, no había pensado en ello.
- Entonces pagará sólo media multa, dijo el guardia, que con aquella sonrisa bien habría podido ser el hombrecillo de mantequilla que condujo a Pinocho al País de los Tontos.
Juanito observó que el guardia escribía la multa con un lápiz sin punta, y le dijo sin querer:
- Disculpe, ¿me deja ver su espada?
- ¡Cómo no! -dijo el guardia.
Y, naturalmente, tampoco la espada tenía punta.
- Pero ¿qué clase de país es éste? -preguntó Juanito.
- Es el País sin punta, respondió el guardia, con tanta amabilidad que sus palabras deberían escribirse todas en letra mayúscula.
- ¿Y cómo hacen los clavos?
- Los suprimimos hace tiempo; sólo utilizamos goma de pegar. Y ahora, por favor, déme dos bofetadas. Juanito abrió la boca asombrado, como si hubiera tenido que tragarse un pastel entero.
- Por favor, no quiero terminar en la cárcel por ultraje a la autoridad. Si acaso, las dos bofetadas tendría que recibirlas yo, no darlas.
- Pero aquí se hace de esta manera -le explicó amablemente el guardia-. Por una multa entera, cuatro bofetadas, por media multa, sólo dos.
- ¿Al guardia?
- Al guardia.
- Pero esto no es justo; es terrible.
- Claro que no es justo, claro que es terrible -dijo el guardia-. Es algo tan odioso que la gente, para no verse obligada a abofetear a unos pobrecillos inocentes, se mira muy mucho antes de hacer algo contra la ley. Vamos, déme las dos bofetadas, y otra vez vaya con más cuidado.
- Pero yo no le quiero dar ni siquiera un soplido en la mejilla; en lugar de las bofetadas le haré una caricia. -Siendo así -concluyó el guardia-, tendré que acompañarle hasta la frontera.
Y Juanito, humilladísimo fue obligado a abandonar el País sin punta. Pero todavía hoy sueña con poder regresar allí algún día, para vivir del modo más cortés, en una bonita casa con un tejado sin punta.

lunes, 17 de septiembre de 2018

Mi realidad más bella...

            Víctor Manuel Fernández

Ven Espíritu Santo a disponer mi corazón
para que puedas regalarme tu vida y tu paz,
para que puedas obrar en mi existencia.
No dejes que me auto-engañe con creer que no necesito amor.
Sé que nunca lograré el verdadero amor que necesito
vendiéndome a los demás, tratando de hacer
todo lo que esperan de mí para sentirme querido,
violentándome por dentro y tratando de ser lo que no soy
y que los demás solo amen esa apariencia que fabriqué.
¡No dejes que sea injusto conmigo mismo, ni contigo!
Enséñame a ser lo que tengo que ser,
con mi verdadero ser, el que Tú creaste.
Dame la gracia de aprender y dejarme amar
por ti, Espíritu Santo.
Cualquier amor verdadero solo es un reflejo tuyo,
que eres el amor sin límites,
un amor que me quiere así, tal cual soy.
Ven a tocarme por dentro para embellecerme,
y que yo aprenda a respetar esa identidad mía.
¡Ven! Espíritu Santo y rompe con todas mis máscaras
haciendo brillar mi realidad más bella... Amén.

El llanto del desierto

               Paulo Coelho

En cuanto llegó a Marrakech, el misionero decidió que todas las mañanas daría un paseo por el desierto que comenzaba tras los límites de la ciudad.
En su primera caminata, vio a un hombre estirado sobre la arena, con la mano acariciando el suelo y el oído pegado a tierra.
"Es un loco", pensó.
Pero la escena se repitió todos los días, por lo que, pasado un mes, intrigado por aquella conducta extraña, resolvió dirigirse a él. Con mucha dificultad, ya que aún no hablaba árabe con fluidez, se arrodilló a su lado y le preguntó:
- ¿Qué es lo que usted está haciendo?
- Hago compañía al desierto, y lo consuelo por su soledad y sus lágrimas.
- No sabía que el desierto fuese capaz de llorar.
- Llora todos los días, porque sueña con volverse útil para el hombre y transformarse en un inmenso jardín, donde se puedan cultivar las flores y toda clase de plantas y cereales.
- Pues dígale al desierto que él cumple bien su misión -comentó el misionero. - Cada vez que camino por aquí, comprendo mejor la verdadera dimensión del ser humano, pues su espacio abierto me permite ver lo pequeños que somos ante Dios.
Cuando contemplo sus arenas, imagino a las millones de personas en el mundo que fueron criadas iguales, aunque no siempre el mundo sea justo con todas. Sus montañas me ayudan a meditar. Al ver el Sol naciendo en el horizonte, mi alma se llena de alegría, y me aproxima al Creador.
El misionero dejó al hombre y volvió a sus quehaceres diarios. Cual no fue su sorpresa al encontrarlo a la mañana siguiente en el mismo lugar y en la misma posición.
- ¿Ya transmitió al desierto todo lo que le dije?- preguntó.
El hombre asintió con un movimiento de cabeza.
- ¿Y aún así continúa llorando?
- Puedo escuchar cada uno de sus sollozos. Ahora él llora porque pasó miles de años pensando que era completamente inútil, desperdició todo ese tiempo blasfemando contra Dios y su destino.
- Pues explíquele que, a pesar de que el ser humano tiene una vida mucho más corta, también pasa muchos de sus días pensando que es inútil. Rara vez descubre la razón de su destino, y casi siempre considera que Dios ha sido injusto con él. Cuando llega el momento en que, finalmente, algún acontecimiento le demuestra por qué y para qué ha nacido, considera que es demasiado tarde para cambiar de vida, y continúa sufriendo. Y, al igual que el desierto, se culpa por el tiempo que perdió.
- No sé si el desierto me escuchará -dijo el hombre- él ya está acostumbrado al dolor, y no consigue ver las cosas de otra manera.
- Entonces vamos a hacer lo que yo siempre hago cuando siento que las personas han perdido la esperanza. Vamos a rezar.
Ambos se arrodillaron y rezaron; uno se giró en dirección a la Meca porque era musulmán, el otro juntó las manos en plegaria porque era católico. Cada uno rezó a su Dios, que siempre fue el mismo Dios, aunque las personas insistieran en llamarlo con nombres diferentes.
Al día siguiente, cuando el misionero retornó de su caminata matinal, el hombre ya no estaba allí En el lugar donde acostumbraba a abrazar la arena, el suelo parecía mojado, ya que había nacido una pequeña fuente. En los meses siguientes, esta fuente creció y los habitantes de la ciudad construyeron un pozo en torno a ella.
Los beduinos llaman al lugar "Pozo de las Lágrimas del Desierto". Dicen que todo aquel que beba su agua conseguirá transformar el motivo de su sufrimiento en la razón de su alegría, y terminará encontrando su verdadero destino.

domingo, 16 de septiembre de 2018

Acompañarte con mi pequeña cruz

Me gustaría, Señor, que todo fuera más sencillo:
que los gobiernos decreten que viviremos en paz,
que los derechos humanos son de obligado cumplimiento
y que la única tarea de los políticos
será procurar el máximo bienestar para todos.
Me gustaría mandar sobre mí mismo
y expulsar de mi corazón el virus de la ira,
el demonio de la ambición, la carcoma de la lujuria y la envidia
y tantos otros malos espíritus que moran en mí.
Pero no es tan sencillo:
hay que librar un combate diario,
y a veces tengo la tentación de echarme atrás.
Por esto es tan importante
saber que tú has sido el primero en cargar tu cruz,
donde están clavados todos los pecados de la humanidad,
y que con mi pequeña cruz
no hago otra cosa que acompañarte
por el camino que conduce a la vida.

El cuento de la tortuga

                    Carreras, Ll.  Cómo educar en valores

Había una vez una tortuga que había perdido la memoria y no se acordaba del camino de regreso a su casa. Estaba perdida en el bosque y lloraba. Lloró tanto que el bosque empezó a llenarse de lágrimas.
Esto ocasionó problemas a los enanos del bosque, ya que entraba agua (lágrimas) en sus casas. Decididos a buscar el origen de tal inundación, salieron de sus casas para saber cuál era el problema. Pronto encontraron a la tortuga llorando desesperadamente y le preguntaron:
- “Tortuga, ¿Por qué lloras tanto?”
- “He perdido la memoria y no sé la forma de regresar a casa”, contestó.
Los enanos tuvieron una ocurrencia. Le colocaron unas hierbas mágicas dentro del caparazón y le dijeron:
- “Cada vez que quieras saber lo que debes hacer, pon la cabeza dentro del caparazón, hueles las hierbas mágicas y empiezas a pensar. ¡Verás qué bien funciona!”
La tortuga así lo hizo: Puso la cabeza dentro del caparazón, olió las hierbas mágicas y pensó: "¿Cuál es la forma de regresar a casa?". A continuación adoptó la postura del pensador y dijo: “¡Ah!, ya me acuerdo, he de subir este monte y bajar por la orilla del torrente”.
La tortuga salió del caparazón, dio las gracias a los enanos y se dirigió hacia su casa.
A partir de ese momento, la tortuga siempre supo lo que debía hacer: Cuando no se acordaba de algo, ponía la cabeza en el caparazón, "PENSABA" y "DECIDÍA".