Cayó en mis manos una estampa del Hijo pródigo y el Padre bueno. Le di la vuelta y leí:
“Padre, cada mañana sales al balcón
y oteas el horizonte para ver si vuelvo a tus brazos.
Cada mañana bajas saltando las escaleras
y echas a correr por el campo cuando me adivinas a lo lejos.
Cada mañana me cortas el discurso que llevo ensayado
y me rodeas, con un abrazo redondo, el cuerpo entero.
Cada vez que me arrepiento de lo que he hecho mal y te pido perdón,
organizas una fiesta para mí, la fiesta del perdón.
Cada mañana me dices al oído con voz de primavera:
Hoy puedes empezar de nuevo.
lunes, 10 de abril de 2017
La prueba del Maestro
- Soy pobre y débil, dijo un día un maestro a
sus discípulos, pero vosotros sois jóvenes, y yo os enseño: es deber vuestro,
por lo tanto, conseguir el dinero que vuestro viejo maestro necesita para
vivir.
- ¿Cómo podemos hacer eso? -preguntaron los discípulos-.Las
gentes de esta ciudad son tan poco generosas que sería inútil pedirles ayuda.
- Hijos míos -contestó el maestro-, existe un
modo de conseguir dinero, no pidiéndolo, sino cogiéndolo. No sería pecado para
nosotros robar, pues merecemos más que otros el dinero. Pero, ¡ay!, yo soy
demasiado viejo y débil para hacerlo.
- Nosotros somos jóvenes -dijeron los
discípulos- y podemos hacerlo. No hay nada que no hiciéramos por vos, querido
maestro. Decidnos sólo cómo hacerlo y nosotros obedeceremos.
- Sois jóvenes -dijo el maestro- y es poca
cosa para vosotros el apoderaros de la bolsa de algún hombre rico. Así es cómo
debéis hacerlo: escoged algún lugar tranquilo donde nadie os vea, y luego
agarrad a un transeúnte y coged su dinero, pero no lo lastiméis ni le hagáis
ningún daño.
- Vamos inmediatamente, dijeron los
discípulos,
Solo uno, que había callado, y estaba con la
mirada baja no se movió. El maestro miró a ese joven discípulo y dijo:
- Mis otros discípulos son valientes y están
deseosos de ayudarme, pero a ti poco te preocupa el sufrimiento de tu maestro.
- Perdonadme, maestro -contestó-, pero el
plan que nos habéis explicado me parece irrealizable; éste es el motivo de mi
silencio.
- ¿Por qué es irrealizable? -preguntó el
maestro.
- Porque no existe lugar alguno en el que no
haya nadie que nos vea -contestó el discípulo-; incluso cuando estoy solo mi
conciencia me observa. Antes cogería una escudilla e iría a mendigar que
permitir que mi Yo me vea robar.
A estas palabras, el rostro del maestro se iluminó
de gozo. Estrechó al joven discípulo entre sus brazos y le dijo:
- Me doy por dichoso si uno solo de mis
discípulos ha comprendido mis palabras.
Sus otros discípulos, viendo que su maestro
había querido ponerlos a prueba, bajaron la cabeza avergonzados. Y desde aquel
día, siempre que un pensamiento indigno les venía a la mente, recordaban las
palabras de su compañero: "Mi conciencia me ve."
Y así se convirtieron en grandes hombres, y
todos ellos vivieron felices por siempre jamás.
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