viernes, 13 de marzo de 2020

Son tus caminos, Señor Jesús

Tengo rabia y Tú me dices que tengo que perdonar. 
Tengo miedo y me dices que debo arriesgarme. 
Tengo dudas y me dices que debo creer. 
Estoy angustiado y me dices que me tranquilice. 
Siento pereza y me dices que debo continuar. 
Tengo proyectos y me dices que acepte los tuyos. 
Tengo propiedades y me dices que sea mendigo. 
Tengo seguridad y me dices que nada prometes. 
Quiero ser bueno y me dices que no es suficiente. 
Quiero mandar y me dices que debo obedecer. 
Quiero ser jefe y me dices que debo servir. 
Quiero claridad y me hablas con parábolas. 
Quiero símbolos y vas directamente al asunto. 
Quiero violencia y me dices que sólo sabes dar paz. 
Me preparo para protestar y me dices que debo ofrecer la otra mejilla. 
Quiero paz y me dices que viniste a traer la espada. 
Trato de enfriar las cosas y me dices que vienes a traer fuego a la tierra. 
Quiero ser el más grande y me dices que debo ser el más pequeño. 
Quiero permanecer anónimo y me dices que mi luz debe alumbrar a los de casa. 
Muchas veces no los entiendo, pero son tus caminos, Señor Jesús. 

El valor del anillo

- Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro sin mirarlo, le dijo:
- Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después… Y haciendo una pausa agregó: si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este problema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
- E…encantado, maestro -titubeó el joven- pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas. 
- Bien, asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño y dándoselo al muchacho, agregó: Toma el caballo que está allá afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y solo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.
En el afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta. Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado, más de cien personas, abatido por su fracaso montó su caballo y regresó.
¡Cuánto hubiera deseado el joven tener esa moneda de oro! Podría entonces habérsela entregado él mismo al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda. Entró en la habitación.
- Maestro -dijo- lo siento, no se puede conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera obtener dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
- Qué importante lo que has dicho, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo. El joven volvió a cabalgar.
El joyero examinó el anillo a la luz del candil con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
- ¡58 monedas! -exclamó el joven.
- Sí, -replicó el joyero- yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… si la venta es urgente…
El joven corrió emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido.
- Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo- Tú eres como este anillo: Una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor? 
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño. 
– Todos somos como esta joya, valiosos y únicos y andamos por los mercados de la vida pretendiendo que gente inexperta nos valore.
Siempre recuerda lo mucho que tú vales, aunque quizás, algunas personas a tu alrededor no te lo demuestren.

martes, 10 de marzo de 2020

Salmo para caminar

                       A partir del Salmo 26

Señor Jesús, eres luz para mi camino,
eres el Salvador que yo espero.
¿Por qué esos miedos ocultos? ¿A quién temo, Señor?
Creo en ti, Señor Jesús.
Tú eres la defensa de mi vida. ¿Quién me hará temblar?
Aunque la mentira y la violencia acampen contra mí,
aunque el dinero y el placer me rodee como un ejército,
mi corazón, Señor Jesús, no tiembla.
Una cosa te pido, Señor, y es lo que busco:
vivir unido a ti, tenerte como amigo
y alegrarme de tu amistad sincera para conmigo.
En la tentación me guarecerás, como el paraguas protege de la lluvia;
en la tentación me esconderás en un rincón de tu tienda,
y así me sentiré seguro como sobre roca firme.
Señor Jesús, escúchame, que te llamo.
Ten piedad. Respóndeme, que busco tu rostro.
Mi corazón me dice que tú me quieres y que estás presente en mí,
que te preocupas de mis problemas como un amigo verdadero.
Busco tu rostro: no me escondas tu rostro.
No me abandones, pues tú eres mi Salvador.
Dame la certeza de saber que,
aunque mi padre y mi madre me abandonaran,
tú siempre estarás fiel a mi lado.
Señor, enséñame tu camino, guíame por la senda llana.
Yo espero gozar siempre de tu compañía.
Yo quiero gozar siempre de tu Vida en mi vida.
Espero en ti, Señor Jesús:
dame un corazón valiente y animoso para seguirte.
Tú que eres luz para mi camino y el Salvador en quien yo confío.

El pigmeo y el gigante


Cuentan de un gigante que se disponía a atravesar un río profundo y se encontró en la orilla con un pigmeo que no sabía nadar y no podía atravesar el río por su profundidad. El gigante lo cargó sobre sus hombros y se metió en el agua.
Hacia la mitad de la travesía, el pigmeo, que sobresalía casi medio metro por encima de la cabeza del gigante, alcanzó a ver, sigilosamente apostados tras la vegetación de la otra orilla, a los indios de una tribu que esperaban con sus arcos a que se acercase el gigante.
El pigmeo avisó al gigante, éste se detuvo, dio media vuelta y comenzó a deshacer la travesía. En aquel momento, una flecha disparada desde la otra orilla se hundió en el agua cerca del gigante, pero sin haber podido llegar hasta él. Así ocurrió con otras sucesivas flechas, mientras ambos -gigante y pigmeo- llegaban la orilla de salida sanos y salvos.
El gigante dio las gracias al pigmeo, pero éste le replicó:
- Si no me hubiese apoyado en ti, no habría podido ver más lejos que tú.

domingo, 8 de marzo de 2020

¡Quiero verte, Señor!

                    F. Ulibarri

Quiero cerrar los ojos y mirar hacia dentro para verte, Señor.
Quiero también abrirlos y contemplar lo creado para verte, Señor.
Quiero subir al monte siguiendo tus huellas y camino para verte, Señor.
Quiero permanecer aquí y salir de mí mismo para verte, Señor.
Quiero silencio y paz y entrar en el misterio para verte; Señor.
Quiero oír esa voz que hoy rasga el cielo y me habla de ti, Señor.
Quiero vivir este momento con los ojos fijos en ti para verte, Señor.
Quiero bajar del monte y hacer tu querer para verte, Señor.
Quiero recorrer los caminos y detenerme junto al que sufre, para verte, Señor.
Quiero escuchar y ver, gozar de este instante,
y decirte quién eres para mí, Señor.

San Juan de Dios


Cuando Juan pasaba por la calle, muchos lo señalaban diciendo: Mira el loco. Él llamaba también la atención por su extraña manera de ser santo…
Un día, las iglesias de Granada comenzaron a tocar las campanas desesperadamente, pues, alguna calamidad había ocurrido. El hospital se estaba incendiando. Vino gente de todas partes con cubos de agua, pero nadie tenía el valor de entrar al hospital para sacar a los enfermos. Ya el fuego estaba bloqueando las puertas y sofocando a los pacientes.
Entonces, apareció repentinamente un hombre que se abrió paso en medio de la multitud.
- ¡Es el loco! Sujétenlo. Se quiere tirar al fuego.
Antes de que nadie pudiera detenerlo, atravesó la puerta del hospital, poniendo en riesgo su vida, y empezó a sacar rápidamente a los enfermos. Los menos graves bajaban por las ventanas. A los otros, él los cargaba en sus espaldas. Su ropa, sus cabellos, sus cejas, todo él estaba chamuscado por el fuego. Solamente abandonó el edificio cuando ya no quedaba nadie más que salvar. Completamente exhausto y medio asfixiado, Juan atravesó la multitud que estaba atónita ante tanto heroísmo. Quería escapar, pero cientos y cientos de manos lo aclamaban:
- ¡Mira el santo!…
San Juan de Dios es uno de los santos más desconcertantes de la historia.