sábado, 19 de octubre de 2024

Himno

Te está cantando el martillo,
y rueda en tu honor la rueda.
Puede que la luz no pueda
librar del humo su brillo.
¡Qué sudoroso y sencillo
te pones a mediodía,
Dios de esta dura porfía
de estar sin pausa creando,
y verte necesitando
del hombre más cada día!
Quien diga que Dios ha muerto
que salga a la luz y vea
si el mundo es o no tarea
de un Dios que sigue despierto.
Ya no es su sitio el desierto
ni en la montaña se esconde;
decid, si preguntan dónde,
que Dios está -sin mortaja-
en donde un hombre trabaja
y un corazón le responde. Amén

A las puertas del cielo.

Dicen que el primer animalillo que se presentó a las puertas del cielo fue el caracol. San Pedro se inclinó y lo acarició con la punta del bastón y le preguntó: ¿Qué vienes a buscar tú en el Cielo, pequeño caracol?
El animalito, levantando la cabeza con un orgullo que jamás se hubiera imaginado en él, respondió:
- Vengo a buscar la inmortalidad.
Ahora San Pedro se echó a reír aunque con ternura. Y preguntó:
‑ ¿La inmortalidad? ¿Y qué harás tú con la inmortalidad?
‑ No te rías ‑dijo ahora airado el caracol‑. ¿Acaso no soy yo también una criatura de Dios, como los hombres, como los ángeles, como los arcángeles? ¡Sí, eso soy, el arcángel caracol!
Ahora la risa de San Pedro se volvió un poco más irónica:
- ¿Un arcángel eres tú? Los arcángeles llevan alas de oro, escudo de plata, espada de fuego, sandalias rojas. ¿Dónde están tus alas, tu escudo, tu espada y tus sandalias?
- El caracol volvió a levantar su cabeza con orgullo y respondió:
‑ Están dentro de mi caparazón. Duermen. Esperan.
‑ ¿Y qué esperan, si puede saberse,? arguyó San Pedro
‑ Esperan el gran momento... respondió el molusco.
El portero del cielo, pensando que nuestro caracol se había vuelto loco de repente, insistió:
- ¿Qué gran momento? Este... respondió el caracol, y al decirlo dio un gran salto y cruzó el dintel de la puerta del paraíso, del cual ya nunca pudieron echarle.

jueves, 17 de octubre de 2024

Oración para proteger a los hijos.

Acudo a Ti Virgen Santísima poniendo toda mi fe y mi confianza
en que como Madre de Jesús y Madre nuestra
y habiendo padecido el inmenso dolor de ver a Tu Hijo amado
sin poder ayudarlo cuando lo maltrataron
entiendes mis preocupaciones como padre terrenal.
A Ti que estás en los Cielos y nos miras con bondad y amor de Madre
te entrego el amparo y protección de mis hijos
porque sé que bajo Tu mano nada puede dañarlos.
Ilumina sus caminos para que solo vean el camino del bien,
los conduzcas a la verdadera felicidad, paz y alegría.
Virgen bondadosa aléjalos de toda mala amistad,
sea hombre o mujer que les cause dolor y sufrimiento.
Abogada nuestra te pido intercedas ante el Padre
para que encuentren el sendero correcto en la vida.
Madre bendita derrama tus bendiciones sobre ello,
que sus vidas sean agradables a Dios,
que vean sus vidas plenas y felices para que sus cuerpos y sus mentes
sean sanos, fuertes y puras y sus corazones bondadosos.
Aleja toda maldad terrenal y sobrenatural a mis hijos.
Aléjalos de todo accidente, infortunio, catástrofe o dolor.
Virgen Santa María ruega por nuestros hijos. Amén.

El cuento del Ratoncito Pérez

Había una vez, una familia de ratones que vivía dentro de un agujero en un edificio muy grande.
Un buen día, el ratoncito empezó a visitar el consultorio del dentista día tras día. Poco a poco empezó a aprender cada una de las cosas que el dentista hacía para curar los dientes; aprendió sobre anestesias para aliviar dolores, sobre encías inflamadas, y hasta sobre extracciones.
Poco tiempo después el ratoncito se había hecho tan conocido entre los ratones que no solo atendía los dientes de sus familiares, sino que también venían de otros lugares lejanos para que los examinara el ratoncito.
Poco tiempo después, visitó un anciano ratón al joven ratoncito.
– Ya no puedo comer nada, ratón Pérez -dijo el anciano- mis dientes se han caído -terminó de decir con tristeza.
Fue, en ese preciso momento, que el ratoncito Pérez comprendió que, si podía conseguir los dientes que los humanos desechaban, quizás le servirían para implantarlos en los ratones ancianos y así ellos podrían volver a comer. Pero cuando estaba pensando esto, se dio cuenta que el tamaño de los dientes de los humanos eran muy grandes para los ratones.
En ese instante el ratoncito comprendió que, si él lograba conseguir los dientes de leche de los niños, entonces podría ayudar a los ratones ancianos a comer de nuevo.
Cuando el ratón llegó finalmente al cuarto del niño, buscó por todas partes el diente de leche, pero el niño se había dormido mirando su diente guardado debajo de su almohada.
Como el ratoncito sabía que no podría llevarse algo que no le pertenecía, decidió comprarle su diente al niño y, cuidadosamente sacó el diente de debajo de la almohada, dejando en su lugar algo de dinero.
Por la mañana, al despertar el niño, notó que su diente ya no estaba, pero había dinero en su lugar.
El niño llegó a la escuela y les contó todos los niños lo que había sucedido con su diente…
¡Y así nace la gran historia del ratón Pérez! ¡Si tienes niños en casa cuéntasela a tus hijos!

lunes, 14 de octubre de 2024

Himno De Laudes

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu,
salimos de la noche y estrenamos la aurora;
saludamos el gozo de la luz que nos llega
resucitada y resucitadora.
Tu mano acerca el fuego a la tierra sombría,
y el rostro de las cosas se alegra en tu presencia;
silabeas el alba igual que una palabra;
tú pronuncias el mar como sentencia.
Regresa, desde el sueño, el hombre a su memoria,
acude a su trabajo, madruga a sus dolores;
le confías la tierra, y a la tarde la encuentras
rica de pan y amarga de sudores.
Y tú te regocijas, oh Dios, y tú prolongas
en sus pequeñas manos tus manos poderosas;
y estáis de cuerpo entero los dos así creando,
los dos así velando por las cosas.
¡Bendita la mañana que trae la noticia
de tu presencia joven, en gloria y poderío,
la serena certeza con que el día proclama
que el sepulcro de Cristo está vacío! Amén.

Los dientes del rey

Un Rey soñó que había perdido todos los dientes. Cuando se despertó mandó llamar a un sabio para que interpretase su sueño.
– ¡Qué desgracia, mi señor! –exclamó el sabio– cada diente caído representa la pérdida de un pariente de vuestra majestad.
– ¡Qué insolencia! –gritó el Rey enfurecido– ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!
Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos. Más tarde ordenó que le trajesen a otro sabio y le contó lo que había soñado. Este, después de escuchar al Rey con atención, le dijo:
– ¡Excelso señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobrevivirás a todos vuestros parientes.
Se iluminó el semblante del Rey con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro.
Cuando el sabio salía del palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:
– ¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer sabio. No entiendo por qué al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro.
– Recuerda buen amigo –respondió el segundo sabio– que todo depende de la forma en la que digas las cosas, de eso puede depender tu triunfo, o tu fracaso.