sábado, 2 de diciembre de 2023

María mujer de esperanza.

María mujer de esperanza. ¡Quédate con nosotros!
Enséñanos a esperar porque escasea el pan de la fraternidad,
porque nos hiere y golpean los males de este mundo.
Nos falta el vino de la alegría, la alegría de los niños y jóvenes,
el bullicio de calles y plazas.
Nos han robado el abrazo y el encuentro familiar.
María ven con nosotras, ven a nuestras casas,
a las casas de los más pobres, necesitados, enfermos.
Contigo recreamos la esperanza,
soñamos el nuevo amanecer, de un mundo más humano.
Contigo seguimos alumbrando el proyecto nuevo de Jesús.
Contigo seguimos tejiendo una humanidad fraterna y solidaria
y más comprometida con el evangelio de tu Hijo Jesús.
Contigo esperamos un nuevo amanecer.
¡Madre, no nos abandones!
Míranos con compasión, no nos dejes ¡Madre mía!

Un yogui junto al camino

Era un yogui errante que había obtenido un gran progreso interior. Se sentó a la orilla de un camino y, de manera natural, entró en éxtasis. Estaba en tan elevado estado que se encontraba ausente de todo lo que le rodeaba.
Poco después pasó por el lugar un ladrón y, al verlo, se dijo: "Este hombre, no me cabe duda, debe ser un ladrón que, tras haber pasado toda la noche robando, ahora se ha quedado dormido. Voy a irme a toda velocidad no vaya a ser que venga un policía a detenerle a él y también me coja a mí". Y huyó corriendo.
No mucho después, fue un borracho el que pasó por el lugar. Iba dando tumbos y apenas podía tenerse en pie. Miró al hombre sentado al borde del camino y pensó: "Éste está realmente como una cuba. Ha bebido tanto que no puede ni moverse". Y, tambaleándose, se alejó.
Por último, pasó un probado buscador espiritual y, al contemplar al yogui, se sentó a su lado, se inclinó y besó sus pies.

Moraleja: Así como cada uno proyecta lo que lleva dentro, así el sabio reconoce al sabio.

viernes, 1 de diciembre de 2023

Perseverancia

         J. M@ Rodriguez Olaizola SJ

Cuando falten las fuerzas, tú serás el sustento.
Cuando olvide el por qué, tú serás la memoria.
Cuando pierda las ganas, tú serás el aliento.
Cuando vacile la fe, tú serás la respuesta.
Cuando añore la alegría, tú serás el horizonte.
Cuando necesite valor tú serás el escudo.
Cuando tema el rechazo tú serás el abrazo.
Cuando confunda el camino, tú serás la guía.
Cuando quiera rendirme, tú serás el freno.
Cuando me aturda el ruido tú serás el silencio.
Cuando ignore el amor tú serás la pasión.
Cuando derroche los motivos tú serás la última reserva.
Y, siendo tú mi todo,
nada más hará falta para seguir adelante.

El examen

Tres estudiantes no se presentaron a un examen porque no estudiaron. Hicieron un plan: se untaron con grasa, aceite y gasolina y fueron al profesor:
-- Señora maestra, lo sentimos mucho, pero no pudimos ir al examen porque estábamos en una boda y en el camino de vuelta el coche se averió, así que estamos tan sucios como usted puede ver.
La maestra fue comprensiva y lo entendió. Así que les dio tres días para prepararse. Pasados los tres días, fueron al examen muy bien preparados porque habían estudiado.
La profesora los puso en salas separadas y les puso el examen que tenía solo 4 preguntas:
1. ¿Quién se casó con quién?
2. A qué hora se averió el coche
3. ¿Dónde exactamente se averió el coche?
4. Cuál es la marca del coche
A continuación añadió una nota: Si las respuestas coinciden, seréis aprobados. ¡Buena suerte!

Ser honesto significa elegir no mentir, no robar, no engañar de ninguna manera. 
La honestidad no es para pocos sino para todos. Porque cuando somos honestos, desarrollamos fuerza de carácter. 

Navidad 2023




Hoy, día en que celebramos el misterio de la Navidad, podríamos acercarnos al pesebre para escuchar el llanto de un niño y, al mismo tiempo, escuchar el llanto de Dios que nos sigue interpelando desde la humildad del pesebre.


UNA NOCHE DIFERENTE 23 diciembre 2010 · J. A. PAGOLA (Extractos de “Homilías”)
https://admaioremdeigloriam.wordpress.com/
La Navidad encierra un secreto profundo que, desgraciadamente, se les escapa a muchos de los que hoy celebrarán «algo», sin saber exactamente qué. Muchos no pueden ni siquiera sospechar que la Navidad nos ofrece la clave para descifrar el misterio último de nuestra existencia.
Generación tras generación, los hombres han gritado angustiados sus preguntas más hondas. ¿Por qué tenemos que sufrir, si desde lo más íntimo de nuestro ser todo nos llama a la felicidad? ¿Por qué tanta humillación? ¿Por qué la muerte si hemos nacido para la vida? Los hombres preguntaban. Y preguntaban a Dios porque, de alguna manera, cuando estamos buscando el sentido último de nuestro ser, estamos apuntando hacia él. Pero Dios parecía guardar un silencio impenetrable.
Ahora, en la Navidad, Dios ha hablado. Tenemos ya su respuesta. Pero Dios no nos ha hablado para decirnos palabras hermosas acerca del sufrimiento, ni para ofrecernos disquisiciones profundas sobre nuestra
existencia. Dios no nos ofrece palabras. No. «La Palabra de Dios se ha hecho carne». Es decir, Dios más que darnos explicaciones, ha querido sufrir en nuestra propia carne nuestros interrogantes, sufrimientos e impotencia.
Dios no da explicaciones sobre el sufrimiento, sino que sufre con nosotros. No responde al porqué de tanto dolor y humillación, sino que él mismo se humilla. Dios no responde con palabras al misterio de nuestra existencia, sino que nace para vivir él mismo nuestra aventura humana.
Ya no estamos perdidos en nuestra inmensa soledad. Ya no estamos sumergidos en pura tiniebla. Él está con nosotros. Hay una luz. «Ya no estamos solitarios, sino solidarios». Dios comparte nuestra existencia.
Ahora todo cambia. Dios mismo ha entrado en nuestra vida. La creación está salvada. Es posible vivir con esperanza. Merece la pena ser hombre. Dios mismo comparte nuestra vida y con él podemos caminar hacia la plenitud. Por eso, la Navidad es siempre para los creyentes una llamada a renacer. Una invitación a reavivar la alegría, la esperanza, la solidaridad, la fraternidad y la confianza total en el Padre.
Recordemos esta mañana de Navidad las palabras del poeta Angelus Silesus: «Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en tu corazón, estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano.»
Celebrar la Navidad es, ante todo, creer, agradecer y disfrutar de la cercanía de Dios. Estas fiestas sólo puede gustarla en su verdad más honda quien se atreve a creer que Dios es más cercano, más comprensivo y más amigo de lo que nosotros podemos imaginar.
Ese Niño nacido en Belén es el punto de la creación donde la verdad, la bondad y la cercanía cariñosa de Dios hacia sus criaturas aparece de manera más tierna y bella.
Sé muy bien cómo les cuesta hoy a muchas personas encontrarse con Dios. Quisieran creer de verdad en El, pero no saben cómo. Desearían poder rezarle, pero ya no les sale nada de su interior. La Navidad puede ser precisamente la fiesta de los que se sienten lejos de Dios.
En el corazón de estas fiestas en que celebramos al Dios hecho hombre, hay una llamada que todos, absolutamente todos, podemos escuchar:
«Cuando no tengas ya a nadie que te pueda ayudar, cuando no veas ninguna salida, cuando creas que todo está perdido, confía en Dios. El está siempre junto a ti. El te entiende y te apoya. El es tu salvación».
Siempre hay salida. Lo más importante de nuestro ser, lo más decisivo de nuestra existencia, está siempre en manos de un Dios que nos ama sin fin. Y esta confianza en Dios Salvador ha de abrirse paso en nuestro corazón, incluso cuando nuestra conciencia nos acuse haciéndonos perder la paz.
La fidelidad y la bondad de Dios están por encima de todo, incluso de toda fatalidad y todo pecado. Todo puede ser nuevo si nos abrimos confiadamente a su perdón. En ese Niño nacido en Belén, Dios nos regala un comienzo nuevo. Para Dios nadie está definitivamente perdido.
Sé que las fiestas de Navidad no son unas fiestas fáciles. El que está solo, siente estos días con más crudeza su soledad. Los padres que sufren el alejamiento del hijo querido, lo añoran estas fechas más que nunca. La pareja en que se va apagando el amor, siente aún más su impotencia para reavivar aquel cariño que un día iluminó sus vidas.
Sé también que estos días es fácil sentir dentro del alma la nostalgia de un mundo más humano y feliz que los hombres no somos capaces de construir. En el fondo, todos sabemos que, al margen de otras muchas cosas, no somos más felices porque no somos más buenos.
Pues bien, la Navidad nos recuerda que, a pesar de nuestra aterradora superficialidad y, sobre todo, de nuestro inconfesable egoísmo, siempre hay en nosotros un rincón secreto en el que todavía se puede escuchar una llamada a ser mejores y más felices porque contamos con la comprensión de Dios.
Si los hombres huimos de Dios, en el fondo es para huir de nosotros mismos y de nuestra superficialidad. No es de la bondad de Dios de la que queremos escapar, sino de nuestro vacío y nuestra mediocridad.
Felices los que, en medio del bullicio y aturdimiento de estas fiestas sepan rezar a un Dios cercano y acogerlo con corazón creyente y agradecido. Para ellos habrá sido Navidad.



El duencedillo del bosque de Navidad
Había una vez un pequeño duendecillo llamado Fundi. Aunque era pequeño, Fundi tenía un trabajo muy importante, el de cuidar de los gigantescos árboles que habitaban en el vasto bosque. Tenía una apariencia encantadora, con orejas tan largas que casi se confundían con hojas de la hierba, y poseía unos ojos tan misteriosamente encantadores que incluso la luna a veces se sentía tímida para brillar a su lado.
Fundi siempre llevaba un sombrero verde, tan verde como las copas de los árboles que cuidaba y siempre cargaba consigo una mágica lámpara que iluminaba todos los senderos oscuros del bosque que nunca había terminado de explorar en su totalidad.
Vivía alegremente en una casita escondida dentro de un viejo árbol que parecía tan antiguo como el propio bosque. Y cada mañana, al despertarse con los primeros rayos del sol, Fundi se ponía su sombrero verde, tomaba sus herramientas y comenzaba su día, revisando cada árbol del bosque, hablando con ellos, escuchando sus necesidades y asegurándose que estuvieran sanos y fuertes.
Fundi amaba su trabajo y lo hacía con gran felicidad en su corazón. Pero había algo más que él amaba aún más: ¡La Navidad! Le encantaban las primeras nevadas, cuando los copos de nieve cubrían las ramas de los árboles y lo convertían todo en un mágico paisaje blanco.
Navidad era una época especial para el pequeño duendecillo. Cuando llegaba, Fundi pasaba horas recolectando las más bonitas bellotas, hojas doradas y pequeñas bayas rojas. Con la ayuda de los pájaros, los colgaba en las ramas del mayor y más hermoso árbol del bosque, su árbol de Navidad.
Esa noche, Fundi invitaba a todas las criaturas del bosque para que ayudaran a encender su árbol. Todos venían, desde el más diminuto ratón hasta el más majestuoso ciervo. Luego, todos juntos, encendían las luces, y el bosque entero se iluminaba con un destello de luz brillante y cálida.
Pero no todo era diversión y juegos para Fundi durante la Navidad. También sabía que el invierno sería duro para sus amigos del bosque y trabajaba doble para asegurarse de que todos estuvieran a salvo y cómodos.
Fundi adoraba las Navidades, pero después de la celebración, siempre estaba listo para volver a su trabajo. Cuidar del bosque era su mayor alegría y tenía la determinación y el coraje de un gigante dentro de su pequeño cuerpo de duende.
Y así, año tras año, Fundi dedicaba sus días a cuidar de su amado hogar en el bosque y a todos sus amigos que vivían en él, esperando siempre con alegría y emoción la llegada de la próxima Navidad.
Si algún día te encuentras en un bosque la noche de Navidad, busca el árbol más alto y hermoso; tal vez puedas ver una figura pequeña con un sombrero verde y una lámpara brillante, y entonces sabrás que Fundi está allí, trabajando como siempre, feliz y satisfecho en su mundo mágico.



El sueño de María
José, dice María a su esposo, anoche tuve un sueño muy extraño, como una pesadilla. La verdad es que no lo entiendo. Se trataba de una fiesta de cumpleaños de nuestro Hijo.
La familia se había estado preparando por semanas decorando su casa. Se apresuraban de tienda en tienda comprando toda clase de regalos. Parece que toda la ciudad estaba en en lo mismo porque todas las tiendas estaban abarrotadas. Pero algo me extrañó mucho: ninguno de los regalos era para nuestro Hijo.
Envolvieron los regalos en papeles lindísimos y les pusieron cintas y lazos muy bellos. Entonces los pusieron bajo un árbol.
Sí, un árbol, José, ahí mismo dentro de su casa. También decoraron el árbol; las ramas estaban llenas de bolas de colores y ornamentos brillantes. Había una figura en el tope del árbol. Parecía un angelito. Estaba precioso.
Por fin, el día del cumpleaños de nuestro Hijo llegó. Todos reían y parecían estar muy felices con los regalos que daban y recibían. Pero fíjate José, no le dieron nada a nuestro Hijo. Yo creo que ni siquiera lo conocían. En ningún momento mencionaron su nombre.
¿No te parece raro, José, que la gente pase tanto trabajo para celebrar el cumpleaños de alguien que ni siquiera conocen? Me parecía que Jesús se habría sentido como un intruso si hubiera asistido a su propia fiesta de cumpleaños.
Todo estaba precioso, José y todo el mundo estaba tan feliz, pero todo se quedó en las apariencias, en el gusto de los regalos.
Me daban ganas de llorar porque esa familia no conocía a Jesús.
¡Qué tristeza tan grande para Jesús – no ser invitado a Su propia fiesta!
Estoy tan contenta de que todo era un sueño, José. ¡Qué terrible si ese sueño fuera realidad!
REFLEXIÓN: Todos los años, cuando se acerca la Navidad, pensamos en los regalos que vamos a hacer a nuestros seres queridos, en qué ricas comidas vamos a preparar y con quiénes compartiremos la mesa de NocheBuena, y todo termina transformándose sólo en eso: un intercambio de regalos y comidas y bebidas en abundancia.



Ojalá que nos acordemos del Sueño de María y en esta Navidad tengamos presente lo más importante: invitar a Jesús a nuestra mesa y compartir con El este momento.
Letanías de la espera por Sor Josephine Garret, CSFN
Mientras aguardamos y fomentamos la esperanza, puedes rezar las «letanías de la espera»

Señor, ten piedad. Cristo, ten piedad. Señor, ten piedad.
Del miedo a esperar, líbrame, Jesús.
Del miedo a la incertidumbre…
Del miedo al fracaso…
Del miedo al cambio…
Del miedo a que tus promesas no se cumplan…
Del miedo a que mi sufrimiento no tenga sentido…
Del miedo a que mi sufrimiento no dé fruto…
Del miedo a mis debilidades…
Del miedo a que tu gracia no sea suficiente…
Del miedo a que tu voluntad no sea para mi bien…
Del temor de que tus planes no cumplan los deseos de mi corazón, líbrame, Jesús.
De la creencia de que espero solo, líbrame, Jesús.
De la creencia de que espero porque he hecho algo malo…
De la creencia de que esperaré para siempre sin resolución…
De la creencia de que espero porque nunca responderás…
De la creencia de que me has abandonado en mi espera…
De la burla de la tentación y el desánimo que me susurran cuando estoy esperando, líbrame, Jesús.
Cuando sea difícil esperar con alegría, Jesús, esperaré contigo.
Cuando mis oraciones parezcan sin respuesta…
Cuando mis luchas sean abrumadoras…
En mis alegrías…
En mis penas…
En los acontecimientos ordinarios de la vida diaria…
En los momentos de celebración…
Cuando me siento estancado…
En el discernimiento de las grandes decisiones…
Cuando estoy cansado…
Cuando estoy enfermo…
Cuando estoy inseguro…
Cuando nadie espera conmigo…
A lo largo de la peregrinación de mi vida, Jesús, esperaré contigo.
Hijo de Dios, Emmanuel, Tú eres mi esperanza. En toda circunstancia, ayúdame a esperar contigo, en ti y por ti. Amén.




Han desalojado a Jesús      Chiara Lubich

Se acerca la Navidad y las calles de la ciudad se cubren de luces.
Una fila interminable de comercios, una riqueza refinada, pero exorbitante. A la izquierda de nuestro coche una fila de escaparates llama nuestra atención. Al otro lado del cristal nieva suavemente: ilusión óptica. Después, niños y niñas montados en trineos tirados por remos y animalitos "waltdisneyanos". Y más trineos y Papá Nöel y cervatillos, cerditos, liebres,
ranas, títeres y enanos rojos. Todo se mueve con garbo.
¡Ah! Ahí están los angelitos... ¡qué desilusión! Son pequeñas hadas inventadas
recientemente como adornos del paisaje blanco.
Un niño con sus padres se pone de puntillas y observa absorto.
Pero, en mi corazón brota la incredulidad y, después, casi la rebelión. ¡Este
mundo rico se ha adueñado de la Navidad y de todo su entorno y han desalojado a Jesús!
De la Navidad ama la poesía, el ambiente, la amistad que suscita, 
los regalos que sugiere, las luces, las estrellas, los cantos. 
Piensa en Navidad para sacar la mejor ganancia del año. 
Pero no piensa en Jesús.
"¡Vino entre los suyos y no le recibieron...!
"No había sitio para El en la posada"... ni siquiera en Navidad.
Esta noche no he podido dormir. Este pensamiento me ha tenido en vela. 
Si volviese a nacer haría muchas cosas. Si no hubiese fundado la Obra de María, fundaría 
una que sirviese a las Navidades de los hombres en la tierra. Imprimiría las postales
más bonitas del mundo. Crearía estatuas y figurillas con el arte más preciado.
Grabaría poesías, canciones antiguas y actuales, ilustraría libros para niños y adultos
sobre este "misterio de amor", escribiría guiones para representaciones o películas.
No sé lo que haría...
Hoy estoy agradecida a la Iglesia por haber salvado las imágenes.
Cuando estuve, hace veinticinco años en un país dominado por el ateísmo, un sacerdote esculpía estatuas de ángeles para recordarle el cielo a la gente.
Hoy lo comprendo mejor. Es una exigencia que se siente ante el ateísmo práctico que invade el mundo por todas partes. Realmente este quedarse con la Navidad y excluir al Recién Nacido es algo que apena.
Que por lo menos, en todas nuestras casas se grite Quién ha nacido, haciéndose una fiesta como nunca.

Han desalojado a Jesús: 



La leyenda de Navidad ‘La flor de Pascua’
Cuenta una hermosa leyenda mexicana que hace mucho, pero que mucho tiempo, los habitantes de un pequeño pueblo de México, se reunían en una iglesia cada año para dejar un regalo al niño Jesús.
Al pequeño Pablo le gustaba mucho esa tradición, porque durante ese día, veía muchísima gente llegar desde bien lejos con regalos muy vistosos y coloridos. Algunos traían el mejor pan, frutas, incluso lana o preciosos objetos tallados en madera. Todas estas personas, subían la colina que llevaba hasta la iglesia y depositaban allí sus presentes.
Pasaban los años y la tradición se mantenía. Pero Pablo cada vez estaba más triste. A él le gustaría poder llevar un regalo, como todas esas personas, pero su familia era tan pobre que no tenían ni zapatos para su hijo.
Un año, Pablo acompañó a todas las personas hasta la iglesia y, una vez allí, se escondió en un rincón para admirar todos los regalos. Eran hermosos, muy hermosos. Se puso tan triste al entender que él nunca podría llevar un regalo al niño Jesús, que comenzó a llorar.
Fue entonces cuando sucedió algo maravilloso: de las lágrimas que caían al suelo, comenzó a crecer una planta. Era una hermosa flor con enormes pétalos rojos.
Pablo entonces comprendió que esa flor era un regalo de Dios para que se la llevara al niño Jesús. ¡No podía haber encontrado un regalo mejor! Y Pablo llevó, descalzo, su preciosa flor roja hasta el lugar en donde se depositaban los regalos al niño Dios.
Las demás personas se sorprendieron mucho. Al ver esa flor, que jamás antes habían visto, pensaron que era un milagro, y una señal. Decidieron llamar a esa planta Flor de Pascua o Flor de Nochebuena. La cuidaron y consiguieron muchas más idénticas.
A partir de entonces, todos ponían en sus casas, en un lugar visible, una preciosa Flor de Pascua, para indicar que comenzaba la Navidad y recordar el regalo que Pablo hizo al niño Jesús.


La tienda del cielo (Una historia que nos enseña cuanto nos ama Dios)
Con motivo de la Navidad fui de compras buscando cuales serían los regalos que necesitaba adquirir para mis seres queridos. Buscaba algo diferente este año.
Un regalo que al recibirlo les causara alegría, satisfacción y que pudieran utilizar por toda su vida. Finalmente, después de varios días de estar buscando vi un letrero que decía "La tienda del cielo", me fui acercando y la puerta se fue abriendo. Cuando me di cuenta ya estaba adentro.
Me recibió un Angel dándome una canasta y me dijo "compra con cuidado", todo lo que un cristiano necesita, estaba en aquella tienda.
Y agregó el Angel: "lo que no puedas llevar ahora, lo podrás llevar después". Primero compré paciencia, también el amor, estaba en la última estantería, más abajo estaba el gozo, para estar siempre alegre.
Compre dos cajas de paz para mantenerme tranquilo y dos bolsas repletas de fe para los retos de próximo año. Recordé que necesitaba mostrar benignidad, bondad y mansedumbre con mis semejantes; así mismo, no podía olvidarme la templanza necesaria para controlar mi temperamento en todo momento de modo que compre una de cada una.
Llegué por fin a la salida y le pregunté al Angel: "¿Cuánto le debo?". Él me sonrió y me respondió: "Hijo Mío, ¡JESÚS pagó tu deuda hace mucho tiempo!"
Hijo, tu eres la tienda y puedes abrirla todos los días, el Angel soy Yo, el Espíritu Divino que mora dentro de ti, y los regalos son el fruto del Espíritu. Antes que despiertes de tu sueño quiero compartirte el verdadero sentido de la Navidad.
Escucha con cuidado. Estos regalos son especiales para esta ocasión, pero si los abres durante todo el año, te producirán gran gozo a tí y a los que se los compartas.
Más importante aún. Te has dado cuenta que tu hijo (a) hace más caso de lo que le enseñas con el ejemplo de que lo que le dices que haga. Bueno, si tu empiezas abrir estos regalos durante todo el año, él (ella) te va empezar a imitar y así sus hijos y los hijos de sus hijos. Cuando despiertes, ¡comparte este sueño con todas las personas que puedas!

miércoles, 29 de noviembre de 2023

Diario de buenas noticias

        Seve Lázaro, SJ.

Ser en la vida buena noticia,
ser gesto, palabra, imagen, silencio, canción.
Salir a la calle a diario, llegar hasta el último rincón.
Llevar sin tardar, para todos, bocados de aliento… de Dios.
Vivir de tal manera, que a algunos despierte curiosidad
nuestro vivir con menos, con otros, con riesgo, con gratuidad.
Dejar que los otros, los pobres, coman de nuestro tiempo,
hasta encontrar en ellos, nosotros, la extraviada identidad.
Y siempre, siempre, siempre, buscar el sitio entre la gente.
Pues toda ella es, sin dudarlo, la buena noticia de Dios.
Posar sus miedos, alzar sus sueños, andar sus pasos intermitentes,
hasta lograr que todos destapen el gran tesoro que son.

Los brazaletes de oro

Había una mujer que, a fuerza de una actitud recta y perseverante, había obtenido grandes logros espirituales. Aunque desposada, siempre hallaba tiempo para conectar con la Divinidad. Desde niña, había lucido en las muñecas brazaletes de cristal.
La vida se le iba consumiendo, como el rocío se derrite cuando brotan los primeros rayos del sol. Ya no era joven, y las arrugas dejaban sus huellas indelebles en su rostro.
Un día, su amado esposo fue tocado por la dama de la muerte y su cuerpo quedó tan frío como los cantos rodados del riachuelo en el que se refrescaba en la estación del calor. Cuando el cadáver fue incinerado, la mujer se despojó de los brazaletes de cristal y se colocó unos de oro.
La gente del pueblo no pudo por menos que sorprenderse. ¿A qué venía ahora ese cambio? ¿Por qué en tan dolorosos momentos abandonaba los brazaletes de cristal y se ponía los de oro?
Algunas personas fueron hasta su casa y le preguntaron la razón de ese proceder.
La mujer hizo pasar a los visitantes. Parsimoniosamente, con la paz propia de aquel que comprende y acepta el devenir de los acontecimientos, preparó un sabroso té especiado.
Mientras los invitados saboreaban el líquido humeante, la mujer dijo:
-- ¿Por qué os sorprendéis? Antes, mi marido era tan frágil como los brazaletes de cristal, pero ahora él es fuerte y permanente como estos brazaletes de oro.

domingo, 26 de noviembre de 2023

Padre nuestro del Reino

Señor, al final del tiempo ordinario,
nos enfrentas a las grandes preguntas de la vida.
Padre nuestro que estás y reinas en el cielo,
que estás también y quieres reinar en la tierra;
ayúdanos a ser y vivir como hermanos.
Que tu nombre sea bendito,
santificado, respetado; que todos te conozcan,
y que nosotros te demos a conocer en nuestra vida.
Que venga tu reino:
que construyamos la justicia, la solidaridad, la paz;
que nadie muera de hambre, ni de sed, ni de odio;
que a nadie excluyamos, ni marginemos, ni discriminemos.
Que te queramos a ti, Padre,
y descubramos a Jesús en el hermano
que pasa a nuestro lado y nos necesita.
Que venga tu reino, tu Espíritu,
y se adueñe de nuestros corazones
y empiece en ellos a reinar con fuerza,
para que nos empeñemos ya en hacer tu voluntad
en la tierra, como se hace en el cielo;
para que anticipemos ya en la Tierra
el reino de solidaridad que hay en el cielo. Amén.

Al final nos examinarán del amor

Se encontraba una familia pasando el día en la playa. Los niños estaban haciendo castillos de arena junto al agua cuando, a lo lejos, apareció una anciana, iba despeinada y sus vestidos estaban sucios y harapientos, que recogía cosas del suelo y las introducía en una bolsa, mientras se hablaba sola.
Los padres llamaron junto a sí a los niños y les dijeron que no se acercaran a la anciana. Cuando ésta pasó junto a ellos, inclinándose una y otra vez recogiendo cosas del suelo, dirigió una sonrisa a la familia. Pero no le devolvieron el saludo.
Unas semanas más tarde leyeron la noticia: aquella la anciana llevaba toda su vida limpiando la playa de cristales y objetos peligrosos para que los niños no se hirieran los pies.