jueves, 1 de noviembre de 2018

En la fiesta de Todos los Santos

                      Mari Patxi Ayerra

¡Felicidades hoy es tu santo!
Porque todos somos santos para Dios.
Santo es el que ama,
santo es el que gasta su tiempo en los demás,
santo es el alegre y divertido, por cariño,
santo es el que pone sus preocupaciones en Dios,
santo es el que vive atento al hermano,
santo es el que llora con quien sufre,
santo es el que regala los detalles,
santo es el que facilita una tarea,
santo es el que libera de una culpa,
santo es el que cura un resentimiento,
santo es el que alivia el peso al compañero,
santo es el que regala su ternura y dice el amor,
santo es el que no tiene nada suyo,
santo es el que actúa ecológicamente,
santo es el que exprime la vida con pasión,
santo es el que no se deja abatir por los problemas,
santo es el que rezuma misericordia,
santo es el que trabaja por conseguir justicia,
santo es el que acoge al que está caído,
santo es el que acompaña al desvalido,
santo es el que festeja la vida de la gente,
santo es el que adivina lo que necesita el otro,
santo es el que descansa al preocupado,
santo es el que acaricia la vida del hermano,
santo es el que tiene una casa abierta y la mesa puesta,
santo es el que sabe vivir en amistad,
santo es el que disculpa a todo el mundo,
santo es el que libera de todo resentimiento,
santo es el que te hace encontrar a Dios,
santo es el que todo esto lo vive en compañía de Dios.

¡Tú eres santo! Felicidades porque regalarás felicidad.

Cada uno con su destino

              (Cuento zen sobre la búsqueda de la felicidad)

Un samurai, conocido por todos por su nobleza y honestidad, fue a visitar a un monje zen en busca de consejos. En cuanto entró en el templo donde el maestro rezaba, se sintió inferior, y cayó en la cuenta que a pesar de haber pasado toda su vida luchando por la justicia y la paz, ni tan siquiera se había acercado al estado de gracia del hombre que tenía frente a él. 
- ¿Por qué me siento tan inferior? –le preguntó, después de que el monje acabó de rezar-. Me enfrenté muchas veces con la muerte, defendí a los más débiles, sé que no tengo nada de qué avergonzarme. Sin embargo, al verlo meditando, he sentido que mi vida no tenía la menor importancia. 
- Espera. En cuanto haya atendido a todos los que me han buscado hoy, te daré la respuesta.
Durante todo el día el samurai se quedó sentado en el jardín del templo, viendo como las personas entraban y salían en busca de consejos. Vio como el monje atendía a todos con la misma paciencia y la misma sonrisa luminosa en su rostro. Pero su estado de ánimo iba de mal en peor, pues había nacido para actuar, no para esperar. Por la noche, cuando ya todos habían partido, insistió:
- ¿Ahora podrá usted enseñarme? 
El maestro lo invitó a entrar y lo llevó hasta su habitación. La luna llena brillaba en el cielo y todo el ambiente respiraba una profunda tranquilidad. 
- ¿Ves esta luna, qué bonita es? Ella cruzará todo el firmamento y mañana el sol volverá a brillar. Solo que la luz del sol es mucho más fuerte y consigue mostrar los detalles del paisaje que tenemos a enfrente: árboles, montañas, nubes. He contemplado a los dos durante años, y nunca escuché a la luna decir “¿Por qué no tengo el mismo brillo que el sol? ¿es que quizás soy inferior a él?” 
-Claro que no, -respondió el samurai,- la luna y el sol son dos cosas diferentes, y cada uno tiene su propia belleza. No podemos comparar a los dos. 
-Entonces, ya sabes la respuesta. Somos dos personas diferentes, cada cual luchando a su manera por aquello que cree, y haciendo lo posible para hacer este mundo mejor; lo demás son solo apariencias.

martes, 30 de octubre de 2018

Porque anochece ya

Porque es tarde, Dios mío,
porque anochece ya, y se nubla el camino.
Porque temo perder las huellas que he seguido,
no me dejes tan solo y quédate conmigo.
Porque he sido rebelde y he buscado el peligro
e investigué, curioso, las cumbres y el abismo,
perdóname, Señor, y quédate conmigo.
Porque ardo en sed de ti, y en hambre de tu trigo,
ven, siéntate a mi mesa, dígnate ser mi amigo.
¡Qué rápido cae la tarde...! ¡Quédate conmigo!

Los verdaderos milagros

Tres personas iban caminando por una vereda de un bosque: un sabio con fama de hacer milagros, un poderoso terrateniente del lugar y, un poco atrás de ellos y escuchando la conversación, iba un joven estudiante, alumno del sabio.
Terrateniente: "me han dicho en el pueblo que eres una persona muy poderosa que, incluso, puedes hacer milagros".
Sabio: "soy una persona vieja y cansada... ¿cómo crees que yo podría hacer milagros?"
Terrateniente: "pero me han dicho que sanas a los enfermos, haces ver a los ciegos y vuelves cuerdos a los locos... esos milagros sólo los puede hacer alguien muy poderoso".
Sabio: "¿te referías a eso?, tú lo has dicho, esos milagros sólo los puede hacer alguien muy poderoso... no un viejo como yo; esos milagros los hace Dios, yo sólo pido se conceda un favor para el enfermo, o para el ciego, todo el que tenga la fe suficiente en Dios puede hacer lo mismo".
Terrateniente: "yo quiero tener la misma fe para poder realizar los milagros que tú haces... muéstrame un milagro para poder creer en tu Dios".
Sabio: "esta mañana ¿volvió a salir el sol?"
Terrateniente: "¡¡sí, claro que sí!!"
Sabio: "pues ahí tienes un milagro... el milagro de la luz".
Terrateniente: "No, yo quiero ver un verdadero milagro, oculta el sol, saca agua de una piedra... mira hay un conejo herido junto a la vereda, tócalo y sana sus heridas".
Sabio: "¿quieres un verdadero milagro?, ¿no es verdad que tu esposa acaba de dar a luz hace algunos días?"
Terrateniente: "sí, fue varón y es mi primogénito".
Sabio: "ahí tienes el segundo milagro... el milagro de la vida".
Terrateniente: "sabio, tú no me entiendes, quiero ver un verdadero milagro..."
Sabio: "¿acaso no estamos en época de cosecha?, ¿no hay trigo y cebada donde hace unos meses sólo había tierra?"
Terrateniente: "sí, igual que todos los años".
Sabio: "pues ahí tienes el tercer milagro..."
Terrateniente: "creo que no me he explicado, lo que yo quiero..." (el sabio lo interrumpe).
Sabio: "te has explicado bien, yo ya hice todo lo que podía hacer por ti... si lo que encontraste no es lo que buscabas, lamento desilusionarte, yo he hecho todo lo que podía hacer".
Dicho esto, el poderoso terrateniente se retiró muy desilusionado por no haber encontrado lo que buscaba. El sabio y su alumno se quedaron parados en la vereda; cuando el terrateniente iba muy lejos como para ver lo que hacían, el sabio se dirigió a la orilla de la vereda, tomó al conejo, sopló sobre él y sus heridas quedaron curadas. El joven alumno estaba algo desconcertado.
Joven: "maestro: te he visto hacer milagros como éste casi todos los días, ¿por qué te negaste a mostrarle uno al caballero?, ¿por qué lo haces ahora que él no puede verlo?".
Sabio: "lo que él buscaba no era un milagro, era un espectáculo. Le mostré tres milagros y no pudo verlos... para ser rey primero hay que ser príncipe, para ser maestro primero hay que ser alumno... no puedes pedir grandes milagros si no has aprendido a valorar los pequeños milagros que se te muestran día a día. El día que aprendas a reconocer a Dios en todas las pequeñas cosas que ocurren en tu vida, ese día comprenderás que no necesitas más milagros que los que Dios te da todos los días sin que tú se los hayas pedido".

domingo, 28 de octubre de 2018

Ojos nuevos

             Florentino Ulibarri

Hoy más que nunca, Señor, necesito unos ojos nuevos
para ver la vida tal cual Tú la ves
y no perderme entre sus luces y oscuridades.
Quiero unos ojos vivos y profundos,
limpios y despiertos como los tuyos,
nobles y tiernos, alegres y llorosos
porque los míos están doloridos y secos.
Quiero unos ojos serenos y grandes para otear el horizonte,
y pequeños, vivos y luminosos para dar claridad a todos los rincones.
Quiero unos ojos que sepan mirar de frente,
y vean de día y de noche tus preocupaciones;
unos ojos que no engañen a nadie y que sean trampolín de emociones.
Quiero unos ojos que reflejen lo que soy y tengo interiormente,
que enamoren y se den gratis y que sepan enamorarse.
¿Quién me dará unos ojos así, en estos tiempos pobres y de crisis,
si no eres Tú, que sabes y quieres
y tienes un taller esperando mis necesidades?

La camisa del hombre feliz

Había una vez un rey cuya riqueza y poder eran tan inmensos, como lo eran su tristeza y desazón.
- Daré la mitad de mi reino a quien consiga ayudarme a sanar las angustias de mis tristes noches -dijo un día.
Quizás más interesados en el dinero que podían conseguir que en la salud del Rey, los consejeros de la corte decidieron ponerse en campaña y no detenerse hasta encontrar el remedio para el sufrimiento real. Desde los confines de la tierra mandaron traer a los sabios más prestigiosos y a los magos más poderosos de entonces, para encontrar el remedio buscado. Pero todo fue en vano, nadie sabía cómo curar al monarca.
Una tarde, finalmente, apareció un viejo sabio que les dijo:
- Si encontráis en el reino un hombre completamente feliz, podréis curar al rey. Tiene que ser alguien que se sienta completamente satisfecho, que nada le falte y que tenga todo lo que necesita. Cuando lo halléis -siguió el anciano- pedidle su camisa y traedla a palacio. Decidle al rey que duerma una noche entera vestido solo con esa prenda. Os aseguro que a la mañana siguiente despertará curado.
Los consejeros se dedicaron por completo a la búsqueda de un hombre feliz, sabiendo que la tarea no resultaría fácil.
En efecto, el hombre que era rico, estaba enfermo; el que gozaba de buena salud, era pobre. Aquel, rico y sano, se quejaba de su mujer y ésta, de sus hijos.
Todos los entrevistados coincidían en que algo les faltaba para ser completamente felices aunque nunca se ponían de acuerdo en aquello que les faltaba.
Finalmente, una noche, muy tarde, un mensajero llegó al palacio. Habían encontrado al hombre tan intensamente buscado. Se trataba de un humilde campesino que vivía al norte en la zona más árida del reino. Cuando el monarca fue informado del hallazgo se llenó de alegría e inmediatamente mandó que le trajeran la camisa de aquel hombre, a cambio de la cual deberían darle al campesino cualquier cosa que pidiera.
Los enviados se presentaron a toda prisa en la casa de aquel hombre para comprarle la camisa y, si era necesario -se decían- se la quitarían por la fuerza...
El rey tardó mucho en sanar de su tristeza. De hecho su mal se agravó bastante cuando el hombre más feliz de su reino, quizás el único completamente feliz, era tan pobre, tan pobre... que no tenía ni siquiera una camisa.