sábado, 14 de julio de 2018

Oración de San Anselmo

Señor, si no estás aquí,
¿dónde te buscaré estando ausente?
Si estás por doquier,
¿cómo no descubro tu presencia?
Cierto es que habitas
en una claridad inaccesible.
Pero ¿dónde se halla
esa inaccesible claridad?
¿Quién me conducirá hasta allí
para verte en ella?
Y luego, ¿con qué señales,
bajo qué rasgos te buscaré?
Nunca jamás te vi, Señor,
Dios mío; no conozco tu rostro...
Enséñame a buscarte
y muéstrate a quien te busca,
porque no puedo ir en tu busca,
a menos que Tú me enseñes,
y no puedo encontrarte si Tú no te manifiestas.
Deseando te buscaré, te desearé buscando,
amando te hallaré, y encontrándote te amaré.

Lo más importante que he hecho en la vida

En cierta ocasión durante una charla que di ante un grupo de abogados, me hicieron esta pregunta: “¿qué es lo más importante que ha hecho en su vida?”
La respuesta surgió de lo más recóndito de mis recuerdos.
¨Lo más importante que he hecho en la vida tuvo lugar el 8 de octubre de 1990. Mi madre cumplía 65 años, y yo había viajado a casa de mis padres para celebrarlo con la familia.
Comencé el día jugando con un amigo mío al que no había visto en mucho tiempo. Entre jugada y jugada conversamos acerca de lo que estaba pasando en la vida de cada cual. Me contó que su esposa y él acababan de tener un bebé, y que el pequeño los mantenía en vela todas las noches.
Mientras jugábamos, un coche se acercó a toda velocidad tocando el claxon con insistencia. Era el padre de mi amigo, que consternado, le dijo que su bebé había dejado de respirar y lo habían llevado de urgencia al hospital. En un instante mi amigo subió al coche y se marchó, dejando tras de si una nube de polvo.
Por un momento me quedé donde estaba, sin acertar a moverme, pero luego traté de pensar qué debía hacer: ¿seguir a mi amigo al hospital? Mi presencia allí, me dije, no iba a servir de nada, pues la criatura seguramente estaría al cuidado de médicos y enfermeras, y nada de lo que yo hiciera o dijera iba a cambiar las cosas. ¿Brindarle mi apoyo moral? Bueno, quizá, pero tanto él como su esposa tenían familias numerosas y sin duda estarían rodeados de parientes que les ofrecerían consuelo y el apoyo necesarios pasara lo que pasara. Lo único que haría sería estorbar.
Además había planeado dedicar todo mi tiempo a mi familia, que estaba aguardando mi regreso. Así que, decidí reunirme con ellos e ir más tarde a ver a mi amigo.
Al poner en marcha el coche, me di cuenta que mi amigo había dejado su camioneta, con las llaves puestas, estacionada junto a las canchas. Me vi entonces ante otro dilema: no podía dejar así el vehículo, pero si lo cerraba y me llevaba las llaves, “¿qué iba a hacer con ellas?”.
Podía pasar a su casa a dejarlas, pero cómo podría avisarle lo que había hecho. Decidí pues ir al hospital y entregarle las llaves. Cuando llegué, me indicaron en qué sala estaban mi amigo y su esposa, como supuse, el recinto estaba lleno de familiares que trataban de consolarlos.
Entré sin hacer ruido y me quede junto a la puerta, tratando de decidir qué hacer. No tardó en presentarse un médico, que se acercó a la pareja y, en voz baja les comunicó que su bebé había fallecido, víctima del síndrome conocido como muerte en la cuna. Los dos se abrazaron llorando mientras todos los demás los rodeamos en medio del silencio y el dolor.
Cuando se recuperaron un poco, el médico les preguntó si deseaban estar unos momentos con su hijo. Mi amigo y su esposa se pusieron de pie, caminaron resignadamente hacia la puerta. Al verme allí, en un rincón, la madre se acercó, me abrazó y comenzó a llorar. También mi amigo se refugió en mis brazos. “Gracias por estar aquí” me dijo. Durante el resto de la mañana permanecí sentado en la sala de urgencias del hospital, viendo a mi amigo y a su esposa sostener en brazos a su bebé y despedirse de él.
Eso es lo más importante que he hecho en mi vida. Aquella experiencia me dejó tres enseñanzas:
Primera: lo más importante que he hecho en la vida ocurrió cuando no había nada que yo pudiera hacer. Nada de lo que aprendí en la universidad, ni en los seis años que llevaba ejerciendo mi profesión, me sirvió en tales circunstancias. A dos personas a las que yo estimaba les sobrevino una desgracia, y yo era impotente para remediarla. Lo único que pude hacer fue acompañarlos y esperar el desenlace. Pero estar allí en esos momentos en que alguien me necesitaba era lo principal.
Segunda: estoy convencido que lo más importante que he hecho en mi vida estuvo a punto de no ocurrir debido a las cosas que aprendí en la universidad y en mi vida profesional. En la escuela de Derecho me enseñaron a tomar los datos, analizarlos y organizarlos y después evaluar esa información sin apasionamientos. Esa habilidad es vital en los abogados.
Cuando la gente acude a nosotros en busca de ayuda, suele estar angustiada y necesita que su abogado piense con lógica. Pero, al aprender a pensar, casi me olvide de sentir. Hoy, no tengo duda alguna que debí haber subido al coche sin titubear y seguir a mi amigo al hospital.
Tercera: aprendí que la vida puede cambiar en un instante. Intelectualmente todos sabemos esto, pero creemos que las desdichas les pasan a otros. Así que hacemos planes y concebimos nuestro futuro como algo tan real que parece que ya ocurrió. Pero, al situarnos en el mañana dejamos de advertir todos los presentes que pasan junto a nosotros, y olvidamos que perder el empleo, sufrir una enfermedad grave, toparse con un conductor ebrio y miles de cosas más pueden cambiar ese futuro en un abrir y cerrar de ojos.
En ocasiones a uno le hace falta vivir una tragedia para volver a poner las cosas en perspectiva. Desde aquel día he buscado un equilibrio entre el trabajo y la vida; aprendí que ningún empleo, por gratificante que sea, compensa perderse unas vacaciones o pasar un día festivo lejos de la familia. Y aprendí que lo más importante en la vida no es ganar dinero, ni ascender en la escala social, ni recibir honores. Lo más importante en la vida es el tiempo que dedicamos a cultivar una amistad y a estar con las personas que queremos y nos quieren.