viernes, 27 de marzo de 2020

Salmo para el camino

Indícame tus caminos, Señor; enséñame tus sendas.
Que en mi vida se abran caminos de paz y bien, caminos de justicia y libertad.
Que en mi vida se abran sendas de esperanza, sendas de igualdad y de servicio.
Encamíname fielmente, Señor.
Enséñame que tú eres mi Dios y Salvador.
Recuerda, Señor, que tu ternura y tu lealtad nunca se acaban;
no te acuerdes de mis pecados.
Acuérdate de mí con fidelidad, por tu bondad, Señor.
Tú eres bueno y recto, y enseñas el camino a los desorientados.
Encamina a los humildes por la rectitud, enseña a los humildes su camino.
Tus sendas son la lealtad y la fidelidad, 
para los que guardan tu alianza y tus mandatos.
Porque eres bueno, perdona mi culpa.
Cuando te soy fiel, Señor, tú me enseñas un camino cierto.
Tengo mis ojos puestos en ti, que me libras de mis ataduras.
Vuélvete hacia mí y ten piedad, pues estoy solo y afligido.
Ensancha mi corazón encogido y sácame de mis angustias.
Mira mis trabajos y mis penas, y perdona todos mis pecados.
Señor, guarda mi vida y líbrame de mí mismo.
Señor, que salga de mi caparazón y vaya hacia ti,
y que no quede defraudado de haber confiado en ti.
Indícame tus caminos, Señor, tú que eres el Camino.
Hazme andar por el sendero de la verdad, tú que eres la Verdad del ser humano.
Despierta en mí el manantial de la vida, tú que eres la Vida de cuanto existe.

La casa de las ventanas doradas

Esta es la historia de un joven que vivía en el extremo remoto de un hermoso valle. Todas las mañanas, al salir el sol, veía al otro lado del valle una casa de hermosas ventanas doradas. Al verse los rayos reflejados del sol, desde el lado opuesto del valle, el joven los contemplaba con admiración y embeleso. Pensaba cuán hermoso sería vivir en un lugar de tanta elegancia y esplendor. Luego miraba las ventanas empañadas de su humilde habitación, y sentía la abrumadora carga del desánimo.
Día tras día, al ponerse el sol y pensar en la desventaja de sus circunstancias, más y más aumentaba su disconformidad.
Por último, llegó a ser tan fuerte su anhelo de vivir al otro lado del valle, que no pudo resistir su empuje. Decidió abandonar la casa donde había nacido y buscar una vida nueva en el extremo contrario del valle en la bella casa de ventanas doradas.
Emprendió el viaje al día siguiente muy temprano, y todo el día se esforzó por seguir adelante. Al acercarse al otro lado del valle, empezó a buscar su bella casa, ¡pero qué chasco tan grande se llevó al no poder hallarla en ninguna parte! Como si hubiese intervenido algún poder mágico, la casa de las ventanas de oro había desaparecido.
El sol estaba a punto de ponerse y pronto oscurecería; se hallaba lejos de casa, estaba cansado y solo, tenía hambre y temor. Decidió sentarse para descansar y decidir que habría de hacer. Al hacerlo, volvió la cara y miró hacia el lado opuesto del valle y el largo camino que había recorrido. Apenas podía creer lo que vieron sus ojos. ¡Allá, bañada por la luz del sol poniente se reflejaba una hermosa luz dorada! Y he aquí, lleno de sorpresa, descubrió que su propia habitación era la casa de las ventanas de oro.

Esta historia nos lleva a pensar en cómo vivimos la realidad de nuestra vida, cuánto agradecemos a Dios. Si miramos a nuestro alrededor, nos daremos cuenta de cuan bendecidos somos y cuantas cosas tenemos. Que seamos agradecidos en todo, que esto es lo que agrada a Dios.
“Quien no se siente agradecido por las cosas buenas que tiene, tampoco se sentirá satisfecho con las cosas que desearía tener. El que no aprende el idioma de la gratitud no podrá dialogar con la felicidad.”

jueves, 26 de marzo de 2020

A tiempo y a destiempo

                               José Mª Rodríguez Olaizola, sj

A tiempo y a destiempo, en cualquier lugar, a cualquier hora,
con el viento de espalda o un huracán a la contra;
alegre o afligido, sereno o exaltado, descansado o exhausto,
lleva el Amor por bandera.
No cejes en el intento de compartir la justicia.
No acomodes la Palabra en nombre de la prudencia,
no adulteres la esperanza, proclama la Vida plena
de quien con su voz nos llama y con su historia nos llena.
No niegues que eres apóstol, no olvides que eres profeta,
portador de una noticia que ha de atravesar la guerra,
que ha de romper las paredes y ha de fecundar la tierra.

Limpiar los cristales


Una pareja de recién casados, se mudó para vivir en un barrio muy tranquilo. 
La primera mañana que estaban en la casa, mientras tomaba café, la mujer reparó a través de la ventana, que una vecina colgaba sábanas en el tendedero.
- ¡Que sábanas tan sucias cuelga la vecina en el tendedero! Quizás necesita un jabón nuevo… ¡Me agradaría ayudarla a lavar las sábanas!
El marido miró y se quedó callado.
Y así, cada dos o tres días, la mujer repetía su discurso, mientras la vecina tendía sus ropas al sol y el viento.
Al mes, la mujer se sorprendió al ver a la vecina tendiendo las sábanas limpiecitas, y dijo al marido:
- ¡Mira, por fin nuestra vecina aprendió a lavar la ropa! ¿Le habrá enseñado otra vecina?
El marido le respondió:
- ¡No, hoy me he levantado temprano para limpiar los cristales de nuestra ventana!

Y la vida es así. Todo depende de la limpieza de la ventana, a través de la cual observamos los hechos. Antes de criticar, quizás sería conveniente comprobar si hemos limpiado el corazón para poder ver más claro.
Entonces podremos ver claramente la limpieza del corazón de los demás…
“El ojo misericordioso será bendito”. Proverbios 22, 9

miércoles, 25 de marzo de 2020

Santa María de la Anunciación

Santa María de la Anunciación, Mujer del Sí.
Puerta abierta al proyecto del Padre, enséñanos a decir que sí.
A saber que nosotros también tenemos “anunciaciones”
y que tú nos pides que digamos “hágase”.
Que sepamos, Madre, que nuestra misión también es única e irrepetible.
Que nadie puede decir Sí por mí.
Que nadie puede amar con mi corazón.
Que nadie puede sonreír con mis labios.
Que nadie se puede entregar por mí.
Nuestra Señora de la Anunciación,
que como Tú, también nosotros digamos:
hágase siempre lo que quiera el Padre,
para ser en esta tierra constructores de un mundo nuevo.
Nuestra Señora del sí, ayúdanos a descubrir
a los que malviven en la miseria,
a los que viven solos y desesperanzados.
Es en ellos donde se nos anuncia la venida del Hijo de Dios,
es allí donde el Padre nos llama a hacer realidad
su Voluntad de amor y paz. Amén

Ser feliz


Se cuenta una fábula acerca de un niño huérfano que no tenía familia ni nadie que lo amase. Sintiéndose triste y solitario, caminaba un día por un prado cuando vio una pequeña mariposa atrapada en un arbusto espinoso.
Cuanto más se esforzaba la mariposa por liberarse, más profundamente se le clavaban las espinas en su frágil cuerpo. El muchacho liberó con cuidado a la mariposa, pero ella, en lugar de irse volando, se transformó ante sus ojos en un ángel.
El muchacho se frotó los ojos sin poder creerlo mientras el ángel decía:
- Por tu maravillosa bondad, haré lo que me pidas.
El chiquillo pensó un momento y luego dijo:
- Quiero ser feliz.
- Muy bien, le respondió el ángel y luego se inclinó hacia él, le susurró algo al oído y desapareció.
Al crecer el pequeño, no hubo nadie en el país más feliz que él. Cuando la gente le pedía que les dijese el secreto de su felicidad, solamente sonreía y decía:
- “Escuché a un ángel cuando era niño”.
En su lecho de muerte, sus vecinos se reunieron a su alrededor y le pidieron que divulgase el secreto de su felicidad antes de morir. Finalmente, el anciano les dijo:
- “El ángel me dijo que cualquier persona, sin importar lo segura que pareciese, fuese joven o vieja, rica o pobre, me necesitaría”.
Con frecuencia amamos las cosas y usamos a las personas, cuando en realidad deberíamos usar las cosas y amar a las personas.

martes, 24 de marzo de 2020

Crucificadas

                José Mª Rodríguez Olaizola, sj

Crucificadas las esperanzas de quien se atrevió
a adentrarse en la entraña de la vida.
La verdad, crucificada en nombre de lo conveniente.
Crucificado el amor que no supimos entender.
Cruces, cruces en las veredas de la historia,
en los pozos del desconsuelo.
Cruces, y gritos que rasgan el cielo
sin encontrar más eco que el silencio.
No desesperemos, pese a todo, contra viento y marea,
contra pecado y orgullo, contra egoísmo y cerrazón,
Dios abraza la cruz para derribarla.
La callada no es su respuesta; y la vida espera, pujante,
para vaciar los sepulcros de una vez por todas.

La hoja y el viento


Había una vez un árbol muy antiguo y con muchos años de experiencia. El árbol había permanecido aburrido y sin hojas a lo largo de todo el frío invierno. Pero un día brillaron de pronto unos cálidos rayos de sol que anunciaban la llegada de la primavera y el árbol, despertando de su letargo, sintió que brotaba una hojita verde en sus ramas.
La hojita pronto fue creciendo, pues el corpulento y generoso árbol la alimentaba con su savia y le hacía brillar verde y hermosa. Llegó el mes de marzo acompañado por el viento y con él comenzó a agitarse por primera vez en su vida.
El viento, acariciándola le murmuró:
- ¿Qué haces ahí tan aburrida y solitaria, atrapada en esa rama? Si te vienes conmigo, te enseñaré a bailar y serás libre. El viento seguía insistiendo: Fíjate cómo vuelan esas hojas por el parque: viven libres y divertidas.
- Ten cuidado, es una tentación muy peligrosa. No le hagas caso, contestó el árbol.
La hoja no siguió el consejo del árbol que tantos cuidados tenía con ella y, desprendiéndose de su rama, se dejó llevar por el viento para unirse a la danza de sus nuevas amigas.
De pronto, vio aterrorizada que rodaban juntas por el suelo y se acercaban peligrosamente hacia un charco muy grande, donde reposaban atrapadas un montón de hojas secas y podridas.
Entonces volvió a escuchar la voz del tronco, que gritaba a lo lejos con voz poderosa:
- ¡Cuidado, vuelve, no te dejes atrapar!
La hojita, justó pudo escuchar su voz y...
¿Qué ha pasado?... Y de pronto despertó de su pesadilla. Todo había sido un sueño. Desde aquel día, la hojita decidió vivir más unida que nunca al tronco y al montón de hojas que iban brotando junto a ella. Todas juntas, cuando soplaba el viento, aprendieron a danzar y a cantar abrazadas a la rama del viejo tronco. Y aprendieron que habían nacido para alegrar el parque, dando sombra y cobijo a todos los que venían a descansar junto al viejo y robusto tronco”.