sábado, 9 de noviembre de 2019

Misioneros de la vida

Hoy, Señor, me presento ante ti con todo lo que soy y lo que tengo.
Acudo a ti como persona sedienta, necesitada...
porque sé que en ti encontraré respuesta.
Siento que no puedo vivir con la duda todo el tiempo
y que se acerca el momento de tomar una decisión.
Deseo ponerme ante ti con un corazón abierto como el de María,
con los ojos fijos en ti, esperando que me dirijas tu Palabra.
Deseo ponerme ante ti como Abraham,
con el corazón lleno de tu esperanza, poniendo mi vida en tus manos.
Deseo ponerme ante ti como Samuel,
con los oídos y el corazón dispuestos a escuchar tu voluntad.
Aquí me tienes, Señor, con un deseo profundo de conocer tus designios.
Quiero entrar dentro de mí mismo y encontrar la fuerza suficiente
para darte una respuesta sin excusas, sin pretextos.
Quiero perder tantos miedos que me impiden ver claro
el proyecto de vida que puedas tener sobre mí.
¿Qué quieres de mí, Señor? ¡Respóndeme!
Señor, ¿qué esperas de mí? ¿por qué yo y no otro?
Si me llamas a ser testigo tuyo de una forma más radical
cuenta conmigo, Señor dirige tu Palabra a mis oídos y a mi corazón.

La lámpara y la vela

Había una vez una lámpara líder que organizó una fiesta para todas las lámparas de la región. Fueron todas vestidas con sus respectivas pantallas retocadas y adornadas como todas las lámparas.
En un momento determinado una pobre vela entró tímidamente en la sala y hubo una súbita amenaza de cortocircuito que afectó a algunas lámparas que empezaron a brillar un poco menos. Poco a poco la lámpara líder fue aceptando la presencia de la velita en el inmenso salón de fiestas. Decidió hacer poco caso de ella y llamó a sus compañeras para que se acercaran a fin de que pudieran oír lo que la velita, sin pantalla, sebácea, tenía que decir.
- ¿Quien es usted?, preguntó la lámpara líder.
- Una vela, como usted ve..., respondió la pobre velita.
- Eso lo sabemos. Pero, ¿que hace usted aquí?
- Yo tengo luz independiente, que, sin embargo, también la recibo de otra fuente. Soy símbolo de fe; a pesar de que ustedes son mas fuertes que yo, no llevo pantalla, porque sé que mi vida es efímera, mi luz nace de dentro de mi, oscila y mi patrón vuelve a encenderme sin necesitar mucha ayuda, soy tan peligrosa como usted, pero no origino tantas catástrofes; una criatura puede usarme pero me respeta más que a usted; voy disminuyendo mientras ilumino. Valgo mucho a los ojos de los hombres que, cuando no consiguen encender lámparas, recurren a mi.
Las lámparas no lograban contener la risa histérica frente a aquel espectáculo de inferioridad. Súbitamente hubo una avería eléctrica en todas y se fueron apagando, gritando y pidiendo socorro, hasta que la sala quedó totalmente oscura. Sólo quedó la velita que acompañó al electricista para que pudiera reparar la avería.
Cuando las lámparas volvieron en sí y se reunieron para pedir disculpas a la velita, ésta ya no era más que un puñadito de cera dando el último suspiro.
La vela que parecía ser insignificante había dado la vida.

viernes, 8 de noviembre de 2019

Rompiste mis cadenas

                 San Agustín. Confesiones VIII, 1,1; VII, 18, 34

Dios mío, haz que yo evoque el tiempo pasado de mi vida
para darte gracias y reconozca tus misericordias para conmigo.
Que mis huesos rebosen de tu amor
y digan: Señor, ¿quién semejante a ti?
Tú rompiste mis cadenas,
y yo te ofreceré un sacrificio de alabanza.
Por Cristo Jesús, hombre,
mediador entre Dios y los hombres,
que es sobre todas las cosas,
Dios bendito por los siglos.

Naga, el pequeño sabio


El pequeño Naga quería llegar a ser un samurai, un valiente guerrero. En su aldea vivía un famoso pintor y decidió pedirle consejo.
- Maestro -le preguntó-, ¿qué debo hacer para ser un buen samurai?
El artista lo miró en silencio y respondió:
- Un buen samurai debe apreciar la belleza. No basta con saber pelear. ¡Abre tus ojos a la belleza, joven Naga!
- ¿Y dónde se encuentra la belleza, maestro?
- En todas partes, hijo mío, sólo hay que saber verla. Toma este pelo y guárdalo. Quizás te ayude.
Naga salió al campo y encontró un pequeño ratón.
- ¡No huyas ratoncito! ¿Hay algo que pueda aprender de ti?
- La prudencia es mi mayor virtud -y arrancándose un pelo del bigote, le dijo que lo guardase.
El pequeño Naga caminó y caminó hasta encontrarse con una tortuga. A la tortuga le preguntó qué podía aprender de ella. Y arrancándose una escama, ésta le contestó que la paciencia era su mayor virtud.
Después fue a buscar al dragón al que le pidió su fuerza de voluntad y recibió el aliento de fuego.
Naga volvió a encontrarse con la tortuga y la anciana le dijo, que sin la dignidad de nada le sirve todo lo demás. Le aconsejó que fuese en busca del águila que habitaba en las cumbres más altas. Cuando se encontró con el ave rapaz ésta le explicó que la dignidad es el orgullo sin soberbia.
- Yo vuelo más alto que nadie, sin embargo no desprecio al ratón que me sirve de alimento. Toma una pluma mía y guárdala.
Naga lo iba recogiendo todo. El siguiente animal que encontró fue un gato, quien le enseñó que la discreción, el saber estar en todas partes sin que parezca que estés, sin molestar, era su mejor virtud, y dándole un pelo de su bigote, se marchó.
Después se encontró con un poderoso guerrero que le aconsejó que para ser un buen samurai debería vencer el miedo y dándole un pelo de su bigote para que lo ayudase, se marchó.
Más adelante se encontró con un zorro del que aprendió la astucia y, al igual que los otros animales, le dio un pelo de su bigote para que lo guardara.
Naga continuó viajando y llamó su atención los chillidos de una bandada de monos de los cuales se llevó un pelo de la cola y se fijó en su agilidad.
Entonces oyó como el viento silbaba entre los bambúes, Naga reparó en su flexibilidad, recogió una hoja y la guardó.
Al cabo de un rato oyó un melodioso trino, vio un ruiseñor. De él aprendió a sentir la ternura, recogió una pluma y se marchó.
Llegó a un pueblo en el que habitaba el sabio Hideki San. Naga le pidió su consejo. El sabio quiso saber lo que llevaba en la bolsa. Naga le contó todo lo que había recogido en su largo viaje. El sabio le escuchó con mucha atención y le dijo:
- Muchos y buenos amigos has hecho en tu camino, pero te falta la virtud más importante: la humildad. El pequeño Naga preguntó dónde estaba la humildad y el gran sabio le respondió:
- La estás pisando. Coge una brizna de hierba y guárdala en tu bolsa. Nada hay más humilde que la hierba y, sin embargo, sin ella la vida no sería posible sobre la tierra.
El sabio le dio un consejo: sé generoso y no guardes todo ese tesoro para ti. Enseña todas esas virtudes a tus semejantes, yo te enseñaré las letras, y cuando domines el arte de la escritura, podrás transmitir tus conocimientos a los demás. Entonces serás un escritor, un poeta, un maestro y te aseguro que harás de tu vida algo mucho más útil y hermoso que luchar simplemente por el Emperador.
Y así lo hizo el joven Naga. Y con el tiempo llegó a ser un gran sabio, amado y respetado por todos.

jueves, 7 de noviembre de 2019

Buen pastor misericordioso

Jesús, Buen Pastor, queremos seguir tus pasos.
Danos tu Espíritu, para aprender a vivir en la misericordia.
Ayúdanos a descubrir la gratuidad de tu amor,
entrega generosa, don de vida que se regala.
Queremos compartir tu sueño de construir un mundo justo,
donde exista igualdad y una fraternidad real, donde haya pan para todos
y la libertad sea una luz que ilumine a todas las personas.
Danos tu Espíritu, Jesús, Buen Pastor,
para perseverar en nuestra búsqueda,
para seguir en camino,
para animarnos a la esperanza activa de hacer
un Reino de paz y de bondad para todos

Enseñando con el ejemplo


                       Del libro “El Silencio del Alma”
Mi madre siempre me regañaba por tirar las cosas al suelo.
 “Échalo a la basura, no lo tires al suelo”, me decía.
Yo no hacía caso, o no me daba cuenta hasta que veía su mirada recriminatoria. 
Un día, paseaba con mis padres comiendo patatas fritas. Cuando acabé el paquete lo tiré al suelo sin que me vieran mis padres. Detrás de mí, una viejecita con cachaba y encorvada, se agachó como pudo, recogió la bolsa vacía y me la dio con una sonrisa mientras decía: “perdona chaval, se te ha caído”.
Desde aquél día, no volví a tirar nada al suelo. No soportaría el cargo de conciencia de recordar a aquella anciana agachándose de malas maneras para darme una lección.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Ahora, Señor

                            F. Ulibarri

Ahora que he aprendido a vivir sin acaparar, sin fantasear,
sin quejarme, sin apropiarme, sin erudición, sin claridades,
sin imágenes, sin mochilas, sin miedos, sin pesos...
Ahora que no estoy enganchado a nada: ni a emociones, ni a las ideas,
ni al trabajo, ni al dinero, ni a la casa, ni a la información,
ni al consumo, ni al descanso, ni a la familia, ni a la iglesia...
Ahora que no deseo nada: ni ganar, ni adquirir,
ni poseer, ni dominar, ni captar, ni tener,
ni lograr, ni obtener, ni alcanzar, ni triunfar...
Ahora que mi equipaje es ligero
para las noches oscuras, para los días largos,
para los lunes pesados, para los martes monótonos,
para los miércoles de siempre, para los jueves de confidencias,
para los viernes amargos, para los sábados de soledades,
para las semanas santas, para los Vía crucis de cada día...
Ahora, quizá sea caminante, peregrino, romero
aventurero, receptor, sabedor, 
creyente y testigo de tu Pascua y resurrección.

Felicidad


Estaba yo una noche de verano, estrellada y silenciosa, medio adormilado en la tumbona de mi terraza, cuando me pareció oír a lo lejos una dulce voz que decía:
- Mi nombre es Felicidad y estoy casada ¿sabes? Mi esposo se llama Tiempo. Juntos, el tiempo y yo, tuvimos tres hijos: Amistad, Sabiduría y Amor.
La Amistad es la hija mayor: una muchacha linda, sincera, alegre. La del medio es la Sabiduría: culta, íntegra. El menor es el Amor: ¡Ah, cuánto trabajo me da!: es terco y me cuesta que venza su egoísmo y se reparta entre todos; quiere crecer sin disciplina y sin esfuerzo.
Tú, amigo o amiga, ama mucho a mi esposo e hijas: aprovecha el tiempo, vive la amistad, busca la sabiduría, practica el amor… y un día, con toda seguridad, yo -la Felicidad- llamaré a tu puerta.

martes, 5 de noviembre de 2019

Hambre y sed de Ti

Señor, tenemos hambre y sed...
de amor, de esperanza, de alegría, de entrega,
y Tú nos dices: Venid, comed pan sin pagar, bebed vino y leche de balde.
La oración en un banquete, la Eucaristía es un banquete,
la solidaridad es un banquete.
Pero ponemos excusas:
somos demasiado jóvenes o demasiado viejos,
tenemos mucho que estudiar o mucho que divertirnos,
el trabajo ocupa todo nuestro tiempo,
hoy no puedo, tengo prisa, quizá mañana.
¿Qué nos pasa, Señor?
Tenemos sed y no bebemos el agua más fresca.
Tenemos hambre y no comemos el pan más tierno.
Tenemos frío y no nos acercamos al fuego que no se apaga.
Nos sentimos solos y no nos dejamos acompañar por Ti.
Señor, te pido que, al menos hoy, no te ponga excusas
y me acerque a Ti, sin miedos, sin reservas, sin prisas.
Que al menos hoy acepte el pan de tu amor y el vino de tu alegría.
Que al menos hoy sepa servir a quien me necesite.
Que al menos hoy sepa compartir la alegría de ser tu hijo.

Las preguntas importantes


Una estudiante cuenta lo que le ocurrió en un examen.
Durante mi segundo mes en la escuela de enfermería el profesor nos hizo un test. Yo que era buena estudiante contesté a las preguntas con rapidez hasta que llegué a la última pregunta: "¿Cuál es el nombre de la señora que limpia la escuela?"
Me parecía una broma. Yo la había visto, era alta, de pelo oscuro y de unos 50 años, pero ¿cómo podía saber su nombre? Dejé la pregunta sin contestar.
Antes de terminar la clase, alguien preguntó si esa pregunta también contaba para la nota.
- Por supuesto, dijo el profesor. A lo largo de sus vidas encontrarán muchas personas. Todas son importantes. Todas merecen su atención, incluso si sólo les dicen hola o les sonríen.
Nunca olvidé esa lección y también aprendí el nombre de la señora, se llamaba Natividad.

lunes, 4 de noviembre de 2019

Tú amor es siempre gratuito

Señor, Tú amor es siempre gratuito.
Invitas a tu mesa a todas las personas, sanas y enfermas,
cultas e incultas, ricos y pobres, buenas y malas.
Me has invitado a mí, sin ningún mérito,
gratuitamente, sin buscar nada a cambio;
pues nada mío puede enriquecerte.
Nos abres de par en par las puertas de tu casa,
nos ofreces el regalo de tu amistad,
en tu Palabra, nos has revelado tus secretos,
compartes con nosotros tu Espíritu,
nos reservas un puesto en tu mesa
alimentas con tu amor nuestras hambres
y nos brindas una alegría nueva y eterna.
Sólo por amor. Todo por amor. Gracias, Señor.
Ayúdanos a ser gratuitos en nuestras relaciones,
a ir más allá de los sentimientos y del propio interés;
a abrir nuestro corazón y nuestra mesa
a los amigos y a la familia, por supuesto,
pero también a los que no podrán pagarnos,
a los pequeños, a los pobres, a los que están solos,
a los más necesitados, aunque no siempre lo merezcan.
Purifícanos y haznos parecidos a ti, Señor,
ayúdanos a amar gratuitamente, como Tú,
para entrar de lleno en el camino del Evangelio,
para gozar de la felicidad más grande. Amén.

Ventanas y espejos


- Un hombre tenía una casa con grandes ventanas a través de cuyos cristales transparentes veía a los niños jugar en el jardín, al anciano sentado en un banco tomando el sol, a la joven madre empujando el cochecito de su hijo, a la pareja de novios cogidos de la mano. A través de los cristales transparentes participaba en la vida de los demás, se conmovía su corazón, se comunicaba con las personas, y al fin llegaba a Dios.
Pero un día comenzó a cambiar los cristales transparentes por espejos y al poco se vio aislado de todos y de todo. Dejó de ver a las personas y dejó de ver a Dios. Sólo se veía a sí mismo reflejado en cientos de espejos. Siempre veía su rostro, cada vez más sombrío, más aislado, más triste. Encerrado en vida en una tumba de espejos.

domingo, 3 de noviembre de 2019

Zaqueo se subió al árbol

Yo, para seguirte, Señor, para mantener fuerte mi relación contigo,
tengo que buscar una postura especial, tengo que elegir una actitud distinta,
tengo que salir de la normalidad y retirarme contigo a un lugar tranquilo.
Porque cuando me aparto de lo cotidiano, para encontrarme a solas contigo,
silenciando los ruidos exteriores y hasta las músicas interiores,
es cuando consigo escuchar tu llamada,
es cuando te oigo nombrarme por mi nombre,
es cuando siento que quieres visitarme,
tienes muchas cosas que decirme y un plan de vida especial que proponerme.
A veces, Señor, me engaño creyendo que me basta encontrarte en el ruido,
pero la verdad es que para hablarme al corazón necesitas que te escuche del todo,
apartándome de lo que me distrae, escondiéndome un poco de la actividad,
olvidando mi cabeza que te intelectualiza, huyendo de los ocios que me entretienen,
y eligiéndote a ti, sobre todas las cosas, como el alimento más importante,
el lujo más exquisito y el amante más especial.
Entonces, sólo entonces, es cuando disfruto de la oración,
de nuestro encuentro y de la fuerza de tu Espíritu como impulso vital.

Una piedra en el camino


Érase una vez un rey que mandó colocar una gran piedra en medio del camino. El rey observaba a sus súbditos para ver si alguno la quitaba.
Los ricos comerciantes y los cortesanos, al verla, simplemente daban un gran rodeo y seguían su camino. Algunos criticaban al rey por no tener limpios los caminos.
Un día un campesino llegó con su carga al hombro, la dejó en el suelo y después de muchos intentos logró echar la piedra fuera del camino. Cuando volvió a coger su carga vio una bolsa donde había estado la piedra. La bolsa contenía muchas monedas de oro y una carta del rey que decía que las monedas de oro eran para el que quitara la gran piedra. Y aprendió, aquel día, que cada obstáculo en el camino de la vida es una oportunidad para mejorar nuestra situación.