sábado, 4 de febrero de 2023

Bienaventurados

       José María Rodríguez Olaizola sj

Dijeron felices los importantes,
los radiantes, los esbeltos,
los que exhiben abundancias,
los que llegaron primero
los opulentos, los fuertes,
los que nunca naufragaron,
los que manejan los hilos,
los que siempre caen de pie.
La vida era una carrera
hasta conquistar la dicha
reservada a unos pocos.
Al escucharlo pensé, soy un infeliz.
Dijiste felices los pobres de espíritu,
los frágiles, los que lloran, los rechazados,
los abatidos, los golpeados, los que se esfuerzan
aunque fracasen, los derrotados
que aún confían, los que aman.
Un dique se rompió.
Miré alrededor. Otros ojos brillaban.
El silencio fue sed, y empecé a beber de tus palabras.
Había esperanza para las sombras de dentro.

Estar en la iglesia

Un joven llega al cura y dice:
- Padre ya no volveré a ir a la Iglesia!
El sacerdote respondió: - Pero por qué?
- ¡Oh! -contestó el joven-. Veo que uno habla mal de otro; hay lectores que no leen bien; el grupo de canto desafinan cantando; hay personas que durante las Misas están mirando el móvil, otros no paran de hablar durante las celebraciones. Estas son algunas cosas malas que veo hacer en la iglesia.
- Bien -le dice el cura-. Pero antes quiero que me hagas un favor: toma un vaso lleno de agua y da tres vueltas por la iglesia sin derramar una gota de agua en el suelo. Después de eso, puedes irte de la iglesia.
El joven pensó: ¡eso es muy fácil!
Y dio las tres vueltas como le pidió el sacerdote. Cuando terminó dijo:
- Listo, padre, ya lo he hecho.
- Cuando estabas dando vueltas, -le respondió el sacerdote- ¿viste a alguno de los que estaban en la iglesia hablar mal de otro?
El joven: - No
- ¿Viste a la gente quejarse de los demás?
El joven: - No
- ¿Viste a alguien mirando su teléfono móvil?
El joven: - No
- ¿Sabes por qué?, estabas concentrado en el vaso para no derramar el agua. Lo mismo pasa en nuestra vida. Cuando nuestro foco sea nuestro Señor Jesucristo, no tendremos tiempo de ver los errores de la gente.

Quien se va de la iglesia por causa de la gente, ¡¡nunca estuvo en ella por causa de Jesús!!

viernes, 3 de febrero de 2023

Caminando en esperanza

No vamos solos.
Cristo nos une. Con él. Entre nosotros.
Y con tantos que viven, lloran, aman,
anhelan, crecen, luchan y esperan.
Cada vez más descalzos e inseguros.
Cada vez más cerca de la cruz
y lejos de los pedestales.
Cada vez más libres de modas e inercias.
Cada vez más capaces de reírnos
de nuestras pretensiones
y tomar en serio las suyas.
Unos, aún vacilantes, dando los primeros pasos,
otros exigidos por el ritmo de jornadas intensas,
y algunos, ya bien gastados,
vislumbrando la meta -que es abrazo-.
Juntos. Caminando en esperanza.
Hombres y mujeres de Dios,
consagrados a una misión, a un anhelo,
al proyecto de quien nos invitó a compartir su camino.

La persona más feliz

Un periódico en Inglaterra, una vez hizo esta pregunta a los lectores: ¿Quién es la persona más feliz de la tierra?
Las cuatro respuestas premiadas fueron:
■Un niño pequeño que hace castillos de arena.
■Un artista o un artesano que está silbando por un trabajo bien terminado.
■Una madre que baña a su pequeño después de un agitado día.
■Un doctor que terminó una cirugía difícil salvando una vida.
El editor del periódico se sorprendió de no encontrar prácticamente a nadie que propusiera a los reyes, los emperadores, los millonarios u otros ricos famosos como las personas más felices del planeta.
Y es que si uno observa a una persona realmente feliz la va a encontrar construyendo un barco, escribiendo una sinfonía, educando a su hijo, cultivando flores en el jardín. No va a buscar la felicidad como si fuera el cierre de un collar que se ha caído debajo del radiador. Ni va a estar esforzándose por conseguirla como si fuera una meta. Esa persona se dará cuenta de que es feliz en el transcurso de vivir la vida muy ocupada las 24 horas del día.
¿Qué puede ser más divertido que amar lo que uno hace y sentir que es importante?

miércoles, 1 de febrero de 2023

Himno de alabanza

Crece la luz bajo tu hermosa mano, Padre celeste, 
y suben los hombres matutinos
al encuentro de Cristo Primogénito.
Él hizo amanecer en tu presencia
y enalteció la aurora
cuando no estaba el hombre sobre el mundo
para poder cantarla.
Él es principio y fin del universo,
y el tiempo, en su caída,
se acoge al que es la fuerza de las cosas
y en él rejuvenece.
Él es la luz profunda, el soplo vivo
que hace posible el mundo
y anima, en nuestros labios jubilosos,
el himno que cantamos.
He aquí la nueva luz que asciende y busca
su cuerpo misterioso;
he aquí, en el ancho sol de la mañana,
el signo de su gloria.
Y tú que nos lo entregas cada día,
revélanos al Hijo,
potencia de tu diestra y Primogénito
de toda criatura. Amén.

𝑳as Mil y una noches de Sherezade

Cuando el sultán Schahriar descubrió que su mujer le era infiel con uno de sus sirvientes ordenó degollarla a ella y a todos sus esclavos.
Acto seguido por despecho, ordenó a su visir que cada noche se le entregara una joven virgen, la cual sería degollada a la mañana siguiente por orden suya. Los hombres del reino intentaron huir con las hijas que aún les quedaban.
Una tarde como ya era costumbre, el sultán ordenó al visir que le trajera otra joven. Pero el visir por más que buscó no encontró ninguna.
Regresó a su casa afligido temiendo ser él, el degollado si no cumplía las órdenes del sultán. Así que la hija mayor del visir, Sherezade, al ver a su padre tan preocupado se ofreció para que su padre la llevara ante el sultán.
La bella Sherezade había leído todos los libros, leyendas y poesías que había en el reino. Tenía el don de encandilar con su voz y sus gestos, pero también contaba con un plan para salvarse y salvar a las demás jóvenes del reino.
Y así la noche que Sherezade estuvo frente al sultán, ésta le pidió como último deseó narrarle un cuento a su hermana Dunyazad, quien se encontraba muy triste por ser la última noche que pasaría con ella. Sherezade comenzó a contar la historia al sultán y a su hermana, pero antes del alba interrumpió el relato y le pidió al sultán continuar con la narración la noche siguiente, pues se encontraba ya muy cansada. El sultán accedió, ya que le había fascinado tanto el relato de Sherezade, que deseaba oír el final de la historia, por lo que le concedió una noche más.
Con esta argucia, Sherezade logró alargar una noche de su vida por un cuento nuevo; así hasta completar mil y una noches.
De este modo pasaron mil y una noches de relatos, donde nacieron historias como: "Aladino," "Simbad el Marino," "Alí Babá y los cuarenta ladrones," o "El ladrón de Bagdad," entre otras tantas historias.
Cuando llegó la noche mil una, Sherezade le pidió al sultán que le perdonara la vida. Y cuentan que el sultán lo hizo, ya que en aquellas mil y una noches había quedado prendado de los encantos y la elocuencia de Sherezade, y también se dice que el sultán Shahriar se casó con Sherezade y que vivio con ella hasta el final de sus días.
Y es desde entonces la tradición nos habla de que Sherezade es la narradora principal de los relatos árabes titulados: "Cuentos de las mil y una noches."

domingo, 29 de enero de 2023

Himno dominical de Alabanza

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu,
salimos de la noche y estrenamos la aurora;
saludamos el gozo de la luz que nos llega
resucitada y resucitadora.
Tu mano acerca el fuego a la tierra sombría,
y el rostro de las cosas se alegra en tu presencia;
silabeas el alba igual que una palabra;
tu pronuncias el mar como sentencia.
Regresa, desde el sueño, el hombre a su memoria,
acude a su trabajo, madruga a sus dolores;
le confías la tierra, y a la tarde la encuentras
rica de pan y amarga de sudores.
Y tú te regocijas, oh Dios, y tu prolongas
en sus pequeñas manos tus manos poderosas;
y estáis de cuerpo entero los dos así creando,
los dos así velando por las cosas.
¡Bendita la mañana que trae la noticia
de tu presencia joven, en gloria y poderío,
la serena certeza con que el día proclama
que el sepulcro de Cristo está vacío! Amén.

El buscador

        Jorge Bucay

Un explorador se propuso visitar la ciudad de Kammir. Un poco antes de llegar al pueblo, le llamó mucho la atención una colina a la derecha del sendero. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores. La rodeaba por completo una especie de pequeña valla de madera lustrada.
Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto, se olvidó del pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar un momento en aquel lugar.
El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de aquel paraíso multicolor. Sus ojos eran los de un buscador, y quizá por eso descubrió aquella inscripción sobre una de las piedras:
Abdul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días.
Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que aquella piedra no era simplemente una piedra: era una lápida. Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en aquel lugar.
Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla. Decía:
Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas.
El buscador se sintió terriblemente conmocionado. Aquel hermoso lugar era un cementerio, y cada piedra era una tumba.
Una por una, empezó a leer las lápidas. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto.
Pero lo que lo conectó con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los once años…
Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba por allí y se acercó. Lo miró llorar durante un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
— No, por ningún familiar -dijo el buscador-.
— ¿Qué pasa en este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué hay tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que les ha obligado a construir un cementerio de niños?
El anciano sonrió y dijo:
— Puede usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré…:
“Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta como esta que tengo aquí, para que se la cuelgue al cuello. Es tradición entre nosotros que, a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella:
A la izquierda, qué fue lo disfrutado. A la derecha, cuánto tiempo duró el gozo.
Conoció a su novia y se enamoró de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana? ¿Dos? ¿Tres semanas y media…?
Y después, la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso… ¿Cuánto duró? ¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana? ¿Y el embarazo y el nacimiento del primer hijo…? ¿Y la boda de los amigos? ¿Y el viaje más deseado? ¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano?
¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones? ¿Horas? ¿Días?
Así, vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos… Cada momento.
Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es para nosotros el único y verdadero tiempo vivido”.