sábado, 9 de agosto de 2025

Oración al Espíritu Santo

Compuesta por Santa Edith Stein

¿Quién eres tú, dulce luz, que me llena
e ilumina la oscuridad de mi corazón?
Me conduces como una mano maternal
y si consintieras irte de mí
no sabría como dar un paso más.
Tú eres el espacio
que abraza mi existencia y la sepulta en Ti
lejos de Ti se hunde en el abismo de la nada,
desde donde la elevaste a la luz
Tú, más cerca de mí que yo a mí mismo
y más íntimo que mi más profundo interior
todavía implacable e intangible
y más allá de todo nombre:
¡Espíritu Santo amor eterno!
¿No eres acaso el dulce maná
que del corazón del Hijo
se desborda hacia mi corazón,
el alimento de los ángeles y los santos?
Él, que se elevó a sí mismo de la muerte a la vida,
Él también me ha despertado a una nueva vida
del sueño de muerte.
Y me da una nueva vida día a día
y a veces, su plenitud fluye a través mío
vida de tu vida realmente, Tú mismo:
¡Espíritu Santo, vida eterna!

¿Dónde vive Dios?

Del libro CIELO Y LIBERTAD. César Gopar Wachako

Sucedió durante una clase de una escuela primaria, en la que el maestro trataba de persuadir a los alumnos acerca de la no existencia de Dios.
El debate favorecía a este, porque en realidad nadie objetaba el argumento del profesor. La pregunta era sencilla, pero su respuesta sí que hacía mover no solo a la clase sino todo el entorno de aquel lugar.
- ¿Dónde vive Dios?
Esa sí que era la pregunta del millón.
- Tienen cinco minutos antes de que me lean sus respuestas, dijo con todo el educador.
Pasados cinco minutos comenzó la lectura de respuestas. Eso sí que fue algo digno de presenciarse. Y mientras los alumnos leían, el maestro cada vez se alzaba más orgulloso y soberbio, evidenciando un gozo y celebración por las respuestas incongruentes y sin fundamento por parte del alumnado.
¡En mi corazón, decían muchos! ¡En su santo templo!, decían otros. En el tercer cielo expresaban otros, en Jerusalén, en las montañas, en los desiertos, en el aire, en las nubes, en una nave espacial, dijo la más despistada.
- ¿Dónde vive Dios?
Volvió a tronar la pregunta. Y cuando ya el silencio reinaba en la clase, se oyó una voz dulce y agradable, pero firme, con la mano levantada y mirando con seguridad al profesor dijo:
- ¡Yo sé dónde vive, profesor!
- ¡Dónde! -casi gritó el profe.
Ella, la dulce niña, sin titubear, contestó con la más absoluta seguridad.
- ¡En mi casa, profesor! Mi padre lleva años sin consumir alcohol, ya trabaja, nos lleva alimentos y ropa y hasta una lavadora compró a mamá, pero lo más importante es que ya no golpea a mi madre, ni nos corre bajo la lluvia de casa, no nos insulta, ni se escucha la música grotesca a altas horas de la noche y eso ocurría con mucha frecuencia. Mamá ya nos sonríe y hasta ha venido a la escuela a dejarme, pues, no salía porque siempre amanecía golpeada y herida. Mi hermana y mi hermano mayores ya se habían escapado de casa y vivían en la calle como indigentes, hoy nos sentamos todos juntos en nuestra humilde mesa, para disfrutar de nuestros alimentos, ya no se siente el abandono, la miseria, el llanto y el dolor. Ha pasado tiempo sin un grito en mi casa, sin que tengamos que ir a refugiarnos con los vecinos. Hoy mi padre me abraza y me dice que me ama y hasta me ha comprado algún que otro detallito. Mi padre nos ha pedido perdón, no solo a nosotros como familia, sino también a otras personas, y los domingos se levanta muy temprano y lo he visto de rodillas llorando, luego nos lleva a todos a la iglesia.
Le pregunté un día que como había ocurrido ese milagro. Él solo me contestó que le había abierto la puerta de nuestra casa a Dios. Y es por eso que yo afirmo contundentemente qué Dios vive en mi casa y todos los días le pido que jamás se marche de nosotros.

miércoles, 6 de agosto de 2025

Fiesta de la Transfiguración del Señor

Transfigúrame, Señor, transfigúrame.
Quiero ser tu vidriera,
tu alta vidriera azul, morada y amarilla.
Quiero ser mi figura, sí, mi historia,
pero de ti en tu gloria traspasado.
Transfigúrame, Señor, transfigúrame.
Mas no a mí solo, purifica también
a todos los hijos de tu Padre
que te rezan conmigo o te rezaron,
o que acaso ni una madre tuvieron
que les guiara a balbucir el Padrenuestro.
Transfigúranos, Señor, transfigúranos.
Si acaso no te saben, o te dudan
o te blasfeman, límpiales el rostro
como a ti la Verónica;
descórreles las densas cataratas de sus ojos,
que te vean, Señor, como te veo.
Transfigúralos, Señor, transfigúralos.
Que todos puedan, en la misma nube
que a ti te envuelve,
despojarse del mal y revestirse
de su figura vieja y en ti transfigurada.
Y a mí, con todos ellos, transfigúrame.
Transfigúranos, Señor, transfigúranos.

El viejo relojero

        Susana Rangel

Cada mañana, a la misma hora, un hombre mayor abría su pequeña relojería. Tenía manos temblorosas por los años, pero seguía siendo el mejor arreglando relojes en todo el barrio.
No solo componía piezas: parecía que, al arreglar un reloj, también reparaba algo más profundo. Como si al ajustar engranes… también ajustara almas. Una tarde lluviosa, entró un hombre joven, con traje caro y cara de estrés. Dejó caer su reloj sobre el mostrador.
— Necesito que lo arregle. Se retrasa dos minutos a la semana. Y tengo reuniones importantes. ¿Puede tenerlo para mañana?
El viejo miró el reloj. Luego, al joven.
— Los relojes, como las personas, se desajustan cuando viven corriendo.
— Solo quiero que funcione, dijo el joven, -mirando su teléfono móvil-. Le pago el doble si me lo entrega mañana.
— Tardará tres días, respondió sin alterarse. Y mientras, puedes usar este.
Le dio un viejo reloj de bolsillo. El joven lo aceptó con cara de pocos amigos.
Durante esos tres días, algo cambió. Notó que el tiempo no se sentía igual. En reuniones aburridas, las agujas casi no se movían. Pero cuando almorzaba con su hija, el reloj parecía ir volando. Las horas ya no eran iguales. Eran distintas según lo que vivía… Volvió al tercer día, desconcertado.
— Este reloj va mal. A veces corre, a veces se detiene.
El viejo sonrió.
— No está mal. Está en sintonía contigo. No marca los segundos… marca los momentos.
Le devolvió su reloj de lujo y dijo:
— Puedo dejarlo perfecto, pero si tú sigues perdiendo tiempo en lo que no importa, volverá a fallar.
— Entonces… ¿qué hago?
— Recuerda que hay dos formas de vivir el tiempo: la que se mide… y la que se siente. Y los mejores relojes no están en la muñeca. Están en el corazón.
El joven se quedó pensativo. Preguntó cuánto debía.
— Por el arreglo, lo que tú creas justo. Por la lección… esa se paga viviendo distinto.
Semanas después, regresó. Traía en la mano el reloj de bolsillo.
— ¿Se descompuso?
— No, respondió con una sonrisa. Quiero quedármelo. Renuncié a mi trabajo. Abriré algo pequeño aquí. Quiero poder recoger a mi hija del colegio cada día.
El viejo le dijo:
— Ese reloj no se vende. Se hereda. Guárdalo. Algún día vas a entender que el tiempo más valioso es … el que estás presente cuando más te necesitan.
Ese invierno, el relojero falleció. En su testamento dejó su taller al joven, con una nota: “Para quien entendió que no se trata de arreglar relojes… sino de reparar la vida.”
Hoy, si pasas por esa tienda, verás un letrero que dice: “Aquí no vendemos tiempo. Solo te recordamos cómo vivirlo.”

Moraleja: A veces, lo que necesitamos no es que un reloj marque la hora perfecta… sino que nuestro corazón vuelva a marcar lo importante.