sábado, 19 de junio de 2021

María, un corazón joven y agradecido

Eras joven, María, cuando revolucionaste la Historia;
eras joven cuando Dios, de puntillas, llamó a tu puerta;
eras joven cuando dijiste “sí” a su proyecto de vida;
eras joven cuando diste decidida, a su plan, respuesta.
Eras joven y te abriste a Dios como la flor al sol;
eras joven y dejaste a Dios que entrara libre en tu tienda;
eras joven y tus alas alzaron el vuelo hasta la cumbre;
eras joven y en tu vida, con Dios, entró el ritmo de la fiesta.
Tu corazón joven dijo: ¿Cómo podrá ser eso? ¿Cómo?
Tu corazón joven dijo: He aquí la esclava; he aquí.
Tu corazón joven dijo: Mi alma glorifica al Señor, mi alma.
Tu corazón joven dijo: Hágase en mí según tu Palabra;
Tu corazón joven dijo: Tus caminos son mis caminos.
Tu corazón joven dijo: ¿qué quieres, Señor, que yo haga?
Tu corazón joven dijo: Tu proyecto es mi proyecto.
Tu corazón joven dijo: Me alegro en el Dios que me salva.
Gracias, María, por tu corazón bueno y disponible.
Gracias, María, por tu corazón de ojos limpios y puros.
Gracias, María, por tu corazón sincero y transparente.
Gracias, María, por tu corazón claro y luminoso.
Gracias, María, por tu corazón sencillo y humilde.
Gracias, María, por tu corazón lleno de luz y de amor.
Gracias, María, por tu corazón abierto al infinito.
Gracias, María, por tu corazón joven, sencillamente, joven.

¿Buena suerte o mala suerte?

Había una vez un hombre que vivía con su hijo en una casita del campo. Se dedicaba a trabajar la tierra y tenía un caballo para la labranza y para cargar los productos de la cosecha, era su bien más preciado. Un día el caballo se escapó saltando por encima de las bardas que hacían de cuadra. El vecino que se percató de este hecho corrió a la puerta de nuestro hombre diciéndole:
- Tu caballo se ha escapado, ¿qué harás ahora para trabajar el campo sin él? Se te avecina un invierno muy duro, ¡qué mala suerte has tenido!
El hombre lo miró y le dijo:
- ¿Buena suerte o mala suerte? Quién sabe.
Pasó algún tiempo y el caballo volvió a su redil con diez caballos salvajes con los que se había unido. El vecino al observar esto, otra vez llamó al hombre y le dijo:
- No solo has recuperado tu caballo, sino que ahora tienes diez caballos más, podrás vender y criar. ¡Qué buena suerte has tenido!
El hombre lo miró y le dijo:
- ¿Buena suerte o mala suerte? Quién sabe.
Más adelante el hijo de nuestro hombre montaba uno de los caballos salvajes para domarlo y cayó al suelo partiéndose una pierna. Otra vez el vecino fue a decirle:
- ¡Qué mala suerte has tenido! Tu hijo se accidentó y no podrá ayudarte, tú eres ya viejo y sin su ayuda tendrás muchos problemas para realizar todos los trabajos.
El hombre, otra vez lo miró y dijo:
- ¿Buena suerte o mala suerte? Quién sabe.
Pasó el tiempo y en ese país estalló la guerra con el país vecino de manera que el ejército iba por los campos reclutando a los jóvenes para llevarlos al campo de batalla. Al hijo del vecino se lo llevaron por estar sano. Cuando se disponían a alistar al hijo del campesino se fijaron en que este cojeaba de una pierna:
– ¿Qué te pasa en la pierna? –preguntó el jefe de los guerreros.
– Me caí de una yegua mientras intentaba domarla. Nunca más podré caminar derecho o correr -contestó el hijo del campesino.
– Así no nos sirves. Necesitamos hombres fuertes para combatir, harás mejor en quedarte con tu padre y tu mujer –decidió el jefe.
El campesino dijo:
– ¿Lo entiendes ahora, hijo mío? Los hechos no son ni buenos ni malos en sí mismos, lo que nos hace sufrir son las opiniones que tenemos de ellos. Hay que esperar a ver cómo afectan a nuestro devenir. Un día maldijiste tu pierna y ahora es ella la que te ha salvado de una muerte cierta.

jueves, 17 de junio de 2021

Oración para sonreír

             Madre Teresa de Calcuta

Señor, renueva mi espíritu y dibuja en mi rostro
sonrisas de gozo por la riqueza de tu bendición.
Que mis ojos sonrían diariamente
por el cuidado y compañerismo
de mi familia y de mi comunidad.
Que mi corazón sonría diariamente
por las alegrías y dolores que compartimos.
Que mi boca sonría diariamente
con la alegría y regocijo de tus trabajos.
Que mi rostro dé testimonio diariamente
de la alegría que tú me brindas.
Gracias por este regalo de mi sonrisa, Señor.

El caballero y el mundo real

Había una vez un heroico caballero, de los que triunfan en cuentos de todas las lenguas y lugares. Su valentía era tan grande, y su espada tan temida que, cansado de buscar dragones, ogros y monstruos de cuento en cuento, decidió abandonar los cuentos y venir a probar su valentía y su destreza al mundo real.
Pero cuando llegó aquí, no encontró temibles criaturas, ni malvados brujos, ni madrastras a la que atemorizar con su espada. Y era muy raro, porque lo único que vio fue gente preocupadísima, con la misma cara de susto de todos aquellos que alguna vez había salvado de un dragón o un ogro. Sin embargo, no parecía haber nadie que les atemorizara o les obligara a vivir con aquella angustia: todos iban de un lado a otro, con prisa y sin hablar con nadie, como si algo terrible fuera a ocurrir. Pero al acabar el día, nada malo había ocurrido. Y así un día, y otro, y otro...
El caballero pensó que aquella podría ser su aventura más heroica, y quiso encontrar el misterio de la angustia del mundo real. Buscó, indagó, subió, bajó, preguntó, pero no encontró nada. Dispuesto a no rendirse decidió regresar a su mundo de cuentos para hablar con el gran sabio.
– Dime, gran sabio ¿cuál es el gran enemigo invisible que atemoriza a las gentes del mundo real? Aún no he podido encontrarlo, pero no descansaré hasta vencerle y liberarlos a todos, como hice con tantas ciudades.
El gran sabio calló durante largo tiempo, y finalmente dijo:
– No tienes fuerza ni coraje suficientes para vencer esa batalla. El enemigo no existe, pero es poderoso, y tan numeroso como las estrellas del cielo.
– ¡Cómo! –protestó el caballero– ¿Es eso posible?
– En el mundo real, como no había dragones ni ogros, se inventaron los enemigos, y ahora los llevan dentro. Cada uno tiene un enemigo hecho a su medida, y está dentro de su corazón. Para unos se llama codicia, para otros envidia, para otros egoísmo, pesimismo o desesperanza. Han sembrado su interior de malos sentimientos, llevándolos consigo a todas partes, y no es nada fácil arrancarlos de allí.
– Yo lo haré -repuso el caballero- yo los libraré.
Y el caballero regresó al mundo real llevando consigo todas sus armas. Y uno tras otro, se fue ofreciendo a cuantos encontraba para liberarles de su mal interior. Pero nadie le hizo caso, sólo encontró indiferencia y caras de extrañeza.
Finalmente, agotado y confundido, arrojó sus armas al suelo y se dirigió hacia una piedra del camino para descansar. Pero al hacerlo, tropezó con la espada y fue a parar al suelo, dándose de cabeza contra un pollo que cacareaba por allí. Al verlo, un hombrecillo triste que pasaba por el lugar, comenzó a reír a carcajadas, tanto que casi no podía mantenerse en pie.
El caballero se enfadó, pero al mirar al hombrecillo, observó en sus ojos el brillo alegre que, hasta entonces, no había encontrado en el mundo real…
Y así fue como el caballero encontró por fin la solución al mal de los habitantes del mundo; sólo necesitaban una sonrisa, una pequeña ayuda para desterrar sus malos sentimientos y disfrutar de la vida…. Y desde aquel día, el caballero, armado con una gran sonrisa, se dedicó a formar un ejército de libertadores, un numeroso grupo de gente capaz de recordar a cualquiera la alegría de vivir. Y vaya si ganó la batalla, tan brillantemente como siempre había hecho.

miércoles, 16 de junio de 2021

Mirarme en ti, Señor

       Javier Montes, sj

Nos empeñamos en apropiarnos de todo
y nos quedamos solo con la frustración.
Queremos programar cada instante,
pero la vida se nos escapa de las manos.
Nos gustaría conocerlo todo
y nos descubrimos los más ignorantes.
Soñamos con triunfar en cada proyecto
pero el fracaso nos devuelve a nuestro sitio.
Lo tuyo es dar, darte, sin calcular.
Lo nuestro es recibir, acoger, sin preguntar.
Sólo me conozco al mirarme en Ti.
Eres el manantial del que todo brota,
donde veo la primera luz y empiezo a correr.
Eres el mar, donde todo acaba
hacia allá me dirijo, en Ti quiero descansar.

¿Muro o puente?

Había una vez dos hermanos, Tomás y Javier. Vivían uno enfrente del otro en dos casas en una hermosa campiña.
Por pequeños problemas, que se fueron acumulando sin resolverse y se fueron haciendo grandes con el tiempo, los hermanos dejaron de hablarse. Incluso evitaban cruzarse en el camino.
Cierto día llegó a casa de Tomás un carpintero y le preguntó si tendría trabajo para él. Tomás le contestó:
— ¿Ve usted esa madera que está cerca de aquel riachuelo? Pues la he cortado ayer. Mi hermano Javier vive en frente y, a causa de nuestra enemistad, desvió ese arroyo para separarnos definitivamente. Así que yo no quiero ver más su casa. Le dejo el encargo de hacerme una valla muy alta que me evite ver la casa de mi hermano.
Tomás se fue al pueblo y no regresó sino hasta bien entrada la noche.
Cuál no sería su sorpresa al llegar a su casa, cuando, en vez de una valla, se encontró que el carpintero había construido un hermoso puente que unía las dos partes de la campiña.
Sin poder hablar, de pronto vio en frente suyo a su hermano, que en ese momento estaba atravesando el puente con una sonrisa:
— Tomás, hermano mío, no puedo creer que hayas construido este puente, habiendo sido yo el que te ofendió. Vengo a pedirte perdón.
Los dos hermanos se abrazaron.
Cuando Tomás se dio cuenta de que el carpintero se alejaba, le dijo:
— Buen hombre, ¿cuánto te debo? ¿Por qué no te quedas?
— No, gracias -contestó el carpintero-. ¡Tengo muchos puentes que construir!

martes, 15 de junio de 2021

Empieza a ser cristiano

                 Florentino Ulibarri

Elige amar en vez de odiar, crear en vez de destruir,
perseverar en vez de claudicar, alabar en vez de criticar,
curar en vez de herir, reconciliar en vez de pelear,
enseñar en vez de esconder, compartir en vez de robar,
actuar en vez de aplazar, crecer en vez de conservar,
comprender en vez de juzgar, unir en vez de separar,
alumbrar en vez de esconder, bendecir en vez de blasfemar,
compartir en vez de almacenar, sembrar en vez de cosechar...
y en vez de morir vivirás.
Y sabrás por qué mi palabra es palabra de vida
y mi evangelio buena noticia;
por qué de nada sirve, aunque se estile, echar a vestido viejo
remiendo de paño nuevo y vino nuevo en odres viejos.
Deja ya de soñar en rebajas, en normas y en trampas legales,
y no intentes comprar el reino de mi Padre.
No te arrastres bajo el peso de la ley;
corre libremente impulsado por el amor.
Y, en vez de morir, ¡vive!
¡Empieza a ser cristiano!

El verdadero tiempo vivido

                    Jorge Bucay

Un hombre iba andando por un camino cuando divisó un pueblo que se encontraba en el horizonte. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del camino le llamó la atención.
Estaba tapizada de hierba de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras. La rodeaba una especie de valla pequeña de madera lustrada… Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba su camino y sucumbió ante la tentación de descansar un momento en ese lugar.
El hombre traspaso el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos las recorrieran y descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción… “Abdul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”. Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida, sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar… Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado, también tenía una inscripción, se acercó a leerla decía: “Kalib Lamar, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas”.
El hombre se sintió terriblemente conmocionado. Este hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo que le impactó con espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años. Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar.
El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó, lo vio en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
– No, por ningún familiar –dijo el hombre-. ¿Qué pasa en este pueblo?, ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué hay tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente que lo ha obligado a construir un cementerio de chicos?
El anciano sonrió y dijo:
- Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré: cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como ésta que tengo aquí colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda qué fue lo disfrutado…, a la derecha, cuánto tiempo duró ese gozo.
¿Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?… ¿Una semana?, ¿dos?, ¿tres semanas y media?… Y después… la emoción del primer beso, ¿cuánto duró?… ¿y el embarazo o el nacimiento del primer hijo?, ¿y el casamiento de los amigos?…, ¿y el viaje más deseado?…, ¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano?… ¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?… ¿horas? ¿días?…
Así vamos anotando en la libreta cada momento, cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba…”
Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.

domingo, 13 de junio de 2021

Semillas del Reino

                   Florentino Ulibarri

No tengáis miedo a tormentas ni sequías,
a pisadas ni espinos.
Bebed de los pobres y empapaos de mi rocío.
Fecundaos, reventad, no os quedéis enterradas.
Floreced y dad fruto.
Dejaos mecer por el viento.
Que todo viajero que ande por sendas y caminos,
buscando o perdido, al veros,
sienta un vuelco y pueda amaros.
¡Sois semillas de mi Reino!
¡Somos semillas de tu Reino!

Las semillas

                    Pedro Pablo Sacristán

Hubo una vez 4 semillas amigas que llevadas por el viento fueron a parar a un pequeño claro de la selva. Allí quedaron ocultas en el suelo, esperando la mejor ocasión para desarrollarse y convertirse en un precioso árbol.
Pero cuando la primera de aquellas semillas comenzó a germinar, descubrieron que no sería tarea fácil. Precisamente en aquel pequeño claro vivía un grupo de monos, y los más pequeños se divertían arrojando plátanos a cualquier planta que vieran crecer. De esa forma se divertían, aprendían a lanzar plátanos, y mantenían el claro libre de vegetación.
Aquella primera semilla se llevó un platanazo de tal calibre, que quedó casi partida por la mitad. Y cuando contó a las demás amigas su desgracia, todas estuvieron de acuerdo en que lo mejor sería esperar sin crecer a que aquel grupo de monos cambiara su residencia.
Todas, menos una, que pensaba que al menos debía intentarlo. Y cuando lo intentó, recibió su platanazo, que la dejó doblada por la mitad. Las demás semillas se unieron para pedirle que dejara de intentarlo, pero aquella semillita estaba completamente decidida a convertirse en un árbol, y una y otra vez volvía a intentar crecer. Con cada nueva ocasión, los pequeños monos pudieron ajustar un poco más su puntería gracias a nuestra pequeña plantita, que volvía a quedar doblada.
Pero la semillita no se rindió. Con cada nuevo platanazo lo intentaba con más fuerza, a pesar de que sus compañeras le suplicaban que dejase de hacerlo y esperase a que no hubiera peligro. Y así, durante días, semanas y meses, la plantita sufrió el ataque de los monos que trataban de parar su crecimiento, doblándola siempre por la mitad. Sólo algunos días conseguía evitar todos los plátanos, pero al día siguiente, algún otro mono acertaba, y todo volvía a empezar.
Hasta que un día no se dobló. Recibió un platanazo, y luego otro, y luego otro más, y con ninguno de ellos llegó a doblarse la joven planta. Y es que había recibido tantos golpes, y se había doblado tantas veces, que estaba llena de duros nudos y cicatrices que la hacían crecer y desarrollarse más fuertemente que el resto de semillas. Así, su fino tronco se fue haciendo más grueso y resistente, hasta superar el impacto de un plátano. Y para entonces, era ya tan fuerte, que los pequeños monos no pudieron tampoco arrancar la plantita con las manos. Y allí continuó, creciendo, creciendo y creciendo.
Y, gracias a la extraordinaria fuerza de su tronco, pudo seguir superando todas las dificultades, hasta convertirse en el más majestuoso árbol de la selva. Mientras, sus compañeras seguían ocultas en el suelo. Y seguían como siempre, esperando que aquellos monos abandonaran el lugar, sin saber que precisamente esos monos eran los únicos capaces de fortalecer sus troncos a base de platanazos, para prepararlos para todas las dificultades que encontrarían durante su crecimiento.