sábado, 6 de enero de 2024

Bendición para el día de la Epifanía

        Florentino Ulibarri

Que vuestros anhelos y proyectos
tomen forma y se hagan realidad
en todos los caminos y puntos de encuentro
que recorráis siguiendo su estrella.
Que el diálogo sea herramienta de fraternidad
que os clarifique, serene y traiga la sabiduría;
que sepáis escuchar a sabios e ignorantes,
para no caer en las redes de los nuevos Herodes.
Que disfrutéis de la sinfonía de la creación entera,
de la música de las plantas y de toda la naturaleza,
del canto de las aves, insectos y demás animales,
y de la furia y el murmullo del mar y del viento.
Que la palabra de Dios irrumpa en vuestra vida
como buena noticia, alegre y gratuita,
para que podáis escuchar, ver, percibir,
oler y gustar todo lo bueno que os rodea.
Y que el Dios que se ha manifestado
como Palabra, Voz, Silencio y Mensaje,
Prosa y Poesía, Canto, Música y Entrega,
os proteja y cuide hoy, y cada día.

Historias de los Reyes Magos

Una historia Mágica      Javier Pérez-Nievas
Los tres reyes magos llegaron a casa muy, muy tarde, casi de día.
La noche había sido muy larga y sus pies estaban doloridos. Se quitaron sus lujosas vestimentas y tras, lavarse los dientes, se pusieron los pijamas rápidamente para que no les cogiera el frío.
Los tres Magos dormían juntos en una habitación muy especial de tres camas. Melchor fue el primero que se metió en la cama, después fue Gaspar, con su pijama de rayas, y por último Baltasar.
Melchor apagó la luz y, en la oscuridad de la noche y con voz muy seria y grave, les susurró a sus hermanos:
- Recordad: aunque oigáis ruidos, no se os ocurra levantaros…
Cuando el sol de la mañana les despertó, Baltasar pegó un salto de su cama y corrió a despertar a los otros dos Magos. La habitación estaba llena de sonrisas de agradecimiento de todos los niños del mundo envueltas en papel de colores.
Los tres Magos se pasaron el día abriendo cada una de las sonrisas y dando gracias por ser tan afortunados. Ellos sabían que el mejor regalo nunca se compra con dinero.

¿Cuántos son los Reyes Magos?
Una vez vi a los Reyes Magos. No eran tres, eran dos y eran los mejores magos que he visto en mi vida. Se las arreglaban para que siempre hubiera algo en los zapatos, lo mínimo, lo que fuere. Al tercero nunca lo vi, pero seguro que lo dejaban cuidando de los camellos. Nunca, nunca olvidaré a los dos reyes magos que vi. Seguro que vosotros también los habéis visto y sabéis quiénes son y que son más magos que reyes. Si dejaron de creer, si esta noche no ponen los zapatos, ni la hierba, ni el agua, acércate a tus reyes, dales un beso en la frente (ya sabes que los tienes cerca) y los que no están ya contigo, has de saber que desde un cielo hermoso siguen viajando para seguir entregando ilusiones y sonrisas.
Agradéceles la herencia porque ahora muchos de vosotros os habéis convertido en reyes y en magos. Y lo mejor que puedes dejarles a tus hijos es esa magia que los convertirá en reyes y en magos también a ellos. Y tal vez, dentro de unos años, recibirás el beso en la frente y así será hasta el fin de los tiempos, para los reyes de hoy, para los de ayer y los reyes del futuro, porque no hay mejor reino que el mágico, ni mejores reyes que vosotros. ¡Feliz Día de Reyes!

viernes, 5 de enero de 2024

Himno de la Epifanía del Señor

Reyes que venís por ellas, no busquéis estrellas ya,
porque donde el sol está no tienen luz las estrellas.
Mirando sus luces bellas, no sigáis la vuestra ya,
porque donde el sol está no tienen luz las estrellas.
Aquí parad, que aquí está quien luz a los cielos da:
Dios es el puerto más cierto, y si habéis hallado puerto
no busquéis estrellas ya.
No busquéis la estrella ahora: que su luz ha oscurecido
este Sol recién nacido en esta Virgen Aurora.
Ya no hallaréis luz en ellas, el Niño os alumbra ya,
porque donde el sol está no tienen luz las estrellas.
Aunque eclipsarse pretende, no reparéis en su llanto,
porque nunca llueve tanto como cuando el sol se enciende.
Aquellas lágrimas bellas la estrella oscurecen ya,
porque donde el sol está no tienen luz las estrellas. Amén.

La estrellita de los Reyes Magos

Hace mucho, mucho tiempo, unos sabios muy mayores que, en su país eran considerados como Reyes Magos, recibieron una noticia que les hizo partir de viaje.
En Belén, en un pesebre, había nacido el niño Jesús entre el calor de una mula y un buey. Muchos eran los pastores que le visitaba para darle su bienvenida al mundo.
Melchor, Gaspar y Baltasar, que así era como se llamaban, decidieron ir a visitar al pequeño. De él se decía que era el Rey de los judíos y sentían la necesidad de conocerle, pero ir con las manos vacías no les parecía bien y, si había nacido en un pesebre, necesitaría algo para poder vivir y seguir adelante.
Así es que los tres decidieron que cada uno le llevaría un regalo. Melchor, le llevaría algo de oro para que pudieran cambiarlo por lo que necesitara a lo largo de su vida; Gaspar, incienso para que su perfume le acompañase siempre y Baltasar le llevó mirra.
Los tres prepararon lo necesario para el viaje y montaron en sus camellos, rumbo al lugar donde el pequeño había nacido.
El viaje sería muy largo y el trayecto muy duro, pues tenían que recorrer muchos kilómetros por el desierto que, con su arena amarilla, parecía un gran mar de oro.
Todo iba según lo previsto, de cuando en cuando, paraban para comer y beber agua de sus cantimploras. De noche, usando su magia hacían una hoguera para calentarse y dormir junto a sus camellos de descansar y coger fuerzas hasta el día siguiente para seguir con su viaje.
Cuando apenas les quedaba un día para llegar a su destino, el camello de Melchor tropezó en una de las dunas y al caer salió todo por los aires, con tan mala suerte que, el cofre en el que había metido el oro para llevárselo al niño, quedó completamente vacío.
Al verlo caer, enseguida Gaspar y Baltasar ayudaron a su compañero a levantarse y buscar donde podía estar el oro perdido. Pero no era fácil, pues como la arena y el oro eran del mismo color amarillo, era casi imposible diferenciarlo. Además, con el viento moviendo la arena de un lado a otro, todavía era más difícil encontrarlo.
Buscando, buscando se les hizo de noche y tuvieron que parar a descansar y afrontar con fuerza los últimos kilómetros hasta llegar donde estaba el recién nacido.
Melchor estaba abatido, ¿Cómo iba a aparecer ante el niño sin nada que ofrecerle?
Gaspar y Baltasar intentaban consolarle, pero no había forma de convencerle que conseguirían la forma de encontrar algo que llevarle, al fin y al cabo, no dejaba de ser un niño y no le importaría mucho. Pero Melchor seguía tan preocupado que no se dio cuenta de que, cerca de donde estaban, había caído algo brillante.
Cuando los tres vieron lo sucedido fueron al lugar donde se veían los destellos brillantes que acababan de caer del cielo.
Una vez se acercaron, vieron que era una estrella fugaz. Con el viento se había desorientado y había caído, sin saber ahora donde se encontraba.
Los Reyes, con mucho cuidado, la cogieron entre sus manos y se la llevaron a donde iban a pasar la noche. Los tres siguieron con sus cosas, intentando buscar una solución al problema de Melchor, ya que había perdido el regalo.
De pronto oyeron una voz muy débil, casi como un susurro.
- ¿Qué regalo? ¿Quiénes sois? -preguntó la pequeña estrella.
– Pero, ¿puedes hablar? Preguntaron los tres Reyes a la vez.
– Claro, mi nombre es Estrellita e iba de camino a visitar a un pequeño niño que ha nacido en Belén, cuando el viento me arrastró y fui a caer donde me encontrasteis. Y, vosotros ¿Quiénes sois?
– Somos Melchor, Gaspar y Baltasar -se presentaron los tres sabios- y también vamos al mismo lugar. Solo que tuvimos un accidente y a Melchor se le cayó el regalo que llevaba para ofrecer al niño y no sabemos qué hacer para encontrarlo.
– ¿Qué era el regalo para que os tenga tan preocupados? –les preguntó Estrellita.
– Era un cofre de oro para que sus padres lo cambiasen por lo necesario para que al niño no le falte de nada –le respondió Melchor con tristeza.
– Por favor, llevadme con vosotros y tal vez os pueda ayudar –les pidió la pequeña estrella
– ¿Cómo podrías ayudarme? –preguntó Melchor con curiosidad.
– Creo que será más fácil de lo que piensas. Solo necesitarás llenar el cofre con un poco de arena del desierto y al llegar, cuando yo te lo diga, ábrelo.
Con mi brillo, la arena será de un color tan dorado que parecerá oro, y tu magia hará el resto. Así, tendrás un regalo para el pequeño Jesús.
Con la esperanza de que saliera bien lo que había pensado Estrellita, tanto el Rey Melchor como Gaspar y Baltasar, se fueron a dormir junto a sus camellos hasta que amaneció y prosiguieron el viaje.
Ya había anochecido cuando llegaron al portal. Por fin, después de tan largo viaje, Estrellita, en lo alto del cielo, y los Reyes Magos de Oriente, conocerían al pequeño por el que habían recorrido tantos kilómetros atravesando el desierto.
El pequeño Jesús, era un bebé que miraba con curiosidad todo lo que tenía a su alrededor.
Melchor, Gaspar y Baltasar se acercaron a ver al niño, abriendo los dos últimos sus cofres para mostrarle sus regalos. Mientras, el niño les miraba con una sonrisa en su pequeño rostro.
Al aviso de la pequeña Estrellita que miraba al niño desde el cielo, Melchor abrió su cofre y, tal y como le había dicho ella la noche anterior, su brillo se reflejó en la arena.
El interior del cofre parecía que estuviese cubierto de oro ante el destello que de él provenía. Fue entonces cuando, Melchor susurro unas palabras y, como por arte de magia, la arena que hasta entonces llenaba el cofre se convirtió en el oro que días antes, había perdido en el desierto.
Al ver la cara de asombro del niño, Melchor no dejaba de sonreír al mismo tiempo que Gaspar y Baltasar le miraban con un gesto de felicidad. Gracias a Estrellita, Melchor le pudo llevar su regalo al pequeño Rey. “
-Y colorín, colorado…- termina su madre.
– Este cuento se ha acabado. –acaba la frase Belén con una sonrisa.- Que bonito, mami. Me ha gustado mucho.
– Ahora a dormir, que ya se ha hecho tarde y tienes que descansar.-le dice su madre arropándola con cariño.
Belén se duerme enseguida, esperando soñar con esa pequeña estrella que salvó la navidad.

lunes, 1 de enero de 2024

Bendición para el Nuevo Año

  Florentino Ulibarri

Que tu mirada gane en hondura y detalle
para que puedas ver más claramente
tu propio viaje con toda la humanidad
como un viaje de paz, unidad y esperanza.
Que seas consciente de todos los lugares
por los que caminas y vas a caminar en el nuevo año,
y que conozcas, por experiencia, qué bellos son los pies
del mensajero que anuncia la paz y la buena noticia.
Que no tengas miedo a las preguntas
que oprimen tu corazón y tu mente;
que las acojas serenamente y aprendas a vivir con ellas.
Que des la bienvenida con una sonrisa
a todos los que estrechan tu mano.
Que sea tuyo el regalo de todas las cosas creadas;
que sepas disfrutarlas a todas las horas del día;
y que te enfrentes, con valentía y entusiasmo,
a la responsabilidad de cuidar la tierra entera.
Que el manantial de la ternura y la compasión
mane sin parar dentro de ti, noche y día,
hasta que puedas probar los gozos y las lágrimas
de quienes caminan junto a ti, tus hermanos.
Que despiertes cada mañana sereno y con brío,
con la acción de gracias en tus labios y en tu corazón,
y que tus palabras y tus hechos, pequeños o grandes,
proclamen que todo es gracia, que todo es don.
Que tu espíritu esté abierto y alerta
para descubrir el querer de Dios en todo momento;
y que tu oración sea encuentro de vida, de sabiduría
y de entendimiento de los caminos de Dios para ti.
Que tu vida este año, cual levadura evangélica,
se mezcle sin miedo con la masa
y haga fermentar la Iglesia y el mundo en que vivimos,
para que sean realmente nuevos y tiernos.
Y que la bendición del Dios que sale a tu encuentro,
que es tu roca, tu refugio, tu fuerza, tu consuelo
y tu apoyo en todo momento, lo invoques o no,
descienda sobre ti y te guarde de todo mal.

La tacita del príncipe Juan

Cuenta la leyenda que había un rey obsesionado con el arte y la belleza. Encargaba que le trajeran de todos los rincones del mundo las piezas más extraordinarias. Con el tiempo, su colección se convirtió en una de las maravillas del mundo.
De entre todos los objetos que atesoraba, su favorito era un cuenco de porcelana en el que bebía siempre. Lo había creado un artesano de China que había dedicado la vida entera a descubrir el secreto de los esmaltes.
La pieza era fina y suave como la seda, los colores que adornaban su filo eran brillantes como un día de sol y tenía unos adornos de oro que hacían las veces de asas. El rey cuidaba aquel objeto como su mayor tesoro.
Cuando nació el príncipe Juan el rey decidió que, en cuanto su hijo dejase de mamar, el pequeño sólo comería y bebería en ese recipiente. Y el día que el pequeño cumplió su primer año, el rey se dispuso a disfrutar de verle comer en su cuenco por primera vez.
Estaba casi acabando la comida cuando, en un descuido, el pequeño le dio un manotazo al cuenco que estalló contra el suelo. Se había roto en unos cuantos pedazos. El pequeño no se asustó, pero el rey no podía controlar su disgusto y se puso a chillar desaforadamente. El príncipe, que no entendía nada, se reía a carcajadas mientras su padre mandaba recoger con cuidado todas las piezas y buscar al hombre que lo había fabricado para que lo arreglase.
El día que sus emisarios regresaron del largo viaje y el rey sacó el cuenco de su estuche, su decepción fue enorme. El artesano había pegado los trozos de porcelana con una resina mezclada con oro. Se veía perfectamente por dónde se había roto. Aquellas venas doradas que lo recorrían le iban a recordar siempre el día en que el príncipe Juan lo rompió.
El rey mandó que fueran de nuevo en busca del ceramista. Necesitaba que le explicase por qué había hecho aquello en vez de arreglar la porcelana sin que quedase ninguna huella del desperfecto, como le había encargado.
Al volver, sus emisarios traían el cuenco exactamente igual, con aquella reparación dorada, y una carta para el rey:
“Majestad –empezaba la misiva–, lamento profundamente que no haya sabido valorar la belleza del Kintsugui, que es como se llama el arte de la reparación que conserva la magia de la rotura. En la vida, hasta las cosas que suceden y no nos gustan, se pueden utilizar para mejorar. Todo tiene su propia belleza. Un objeto sólo se puede romper del mismo modo una sola vez. Esa rotura es un momento irrepetible. Como también es único el hecho de ver comer a un hijo por primera vez o el instante en que da sus primeros pasos. Debería valorar la rotura de la taza y mi reparación como una fortuna. Fabriqué diez tacitas exactamente iguales a la suya, que están repartidas por el mundo.
Todas están en manos de los hombres más poderosos y son obras de arte. Pero la suya, Majestad, es la única en la que ha comido el príncipe Juan. Y, ahora, ese pequeño objeto no podrá confundirse con ningún otro. Es distinto a cualquiera que yo pueda fabricar. Espero que aprenda a valorarlo”.
El rey comprendió las palabras del artesano y por primera vez miró la taza con otros ojos.
Seguía siendo muy bonita, tal vez más, con esos brillos de oro.
Ahora sí que era la tacita del príncipe Juan, ¡y era un objeto único!

domingo, 31 de diciembre de 2023

Acción de gracias

No se nos puede olvidar, aprovechar este último día del año para dar gracias a Dios por todo lo que nos ha dado:
Gracias Padre, que nos amaste tanto que nos diste a tu Hijo.
Señor, te damos gracias.
Gracias Jesús por haberte hecho niño para salvarnos.
Señor, te damos gracias.
Gracias Jesús, por haber traído al mundo el amor de Dios.
Señor, te damos gracias.
Señor Jesús, Tú viniste a decirnos que Dios nos ama y que nosotros debemos amar a los demás.
Señor, te damos gracias.
Señor Jesús, Tú viniste a decirnos que da más alegría el dar que el recibir,
Señor, te damos gracias.
Señor Jesús, Tú viniste a decirnos que lo que hacemos a los demás te lo hacemos a Ti.
Señor, te damos gracias.
Gracias María, por haber aceptado ser la Madre de Jesús.
María, te damos gracias.
Gracias San José, por cuidar de Jesús y María.
San José, te damos gracias.
Gracias Padre por esta Noche de Paz, Noche de Amor, que Tú nos has regalado al darnos a tu Hijo, te pedimos que nos bendigas, que bendigas a nuestras familias y a todas las personas que forman parte de mi vida. Amén.

Cuento de Navidad

Frei Betto, A Comunidad de fe. Catecismo popular, Sao Paulo

Era la noche de Navidad. Un ángel se apareció a una familia rica y le dijo a la dueña de la casa:
- Te traigo una buena noticia: esta noche el Señor Jesús vendrá a visitarte a tu casa.
La señora quedó entusiasmada: Nunca había creído posible que en su casa sucediese este milagro. Trató de preparar una cena excelente para recibir a Jesús. Encargó pollos, conservas y vino de lo mejor.
De repente sonó el timbre. Era una mujer mal vestida, de rostro sufrido, con el vientre hinchado por un embarazo muy adelantado.
- Señora, ¿no tendría algún trabajo para darme? Estoy embarazada y tengo mucha necesidad del trabajo.
- Pero ¿esta es hora de molestar? Vuelva otro día, respondió la dueña de la casa. Ahora estoy ocupada con la cena para una importante visita.
Poco después, un hombre, sucio de grasa, llamó a la puerta.
- Señora, mi camión se ha averiado aquí en la esquina. ¿Por casualidad no tendría usted una caja de herramientas que me pueda prestar?
La señora, ocupada como estaba limpiando los vasos de cristal y los platos de porcelana, se irritó mucho:
- ¿Usted piensa que mi casa es un taller mecánico? ¿Dónde se ha visto importunar a la gente así? Por favor, no ensucie mi entrada con esos pies inmundos.
La señora siguió preparando la cena: abrió latas de caviar, puso champán en el refrigerador, escogió de la bodega los mejores vinos, preparó unos coctelitos.
Mientras tanto alguien afuera batió las palmas. Será que ahora llega Jesús, pensó ella emocionada y con el corazón acelerado fue a abrir la puerta. Pero no era Jesús. Era un niño harapiento de la calle.
- Señora, deme un plato de comida.
- ¿Cómo te voy a dar comida si todavía no hemos cenado? Vuelve mañana, porque esta noche estoy muy atareada.
Al final, la cena estaba ya lista. Toda la familia emocionada esperaba la ilustre visita. Sin embargo, pasaban las horas y Jesús no aparecía. Cansados de esperar empezaron a tomar los coctelitos, que comenzaron a hacer efecto en los estómagos vacíos y el sueño hizo olvidar los pollos y los platos preparados.
A la mañana siguiente, al despertar, la señora se encontró, con gran susto, frente a un ángel.
- ¿Un ángel puede mentir? gritó ella. Lo preparé todo con esmero, aguardé toda la noche y Jesús no apareció. ¿Por qué me hizo esta broma?
- No fui yo quien mentí, fue usted la que no tuvo ojos para ver, dijo ángel. Jesús estuvo aquí tres veces, en la persona de la mujer embarazada, en la persona del camionero y en el niño hambriento. Pero usted no fue capaz de reconocerlo y de acogerlo.