sábado, 30 de junio de 2018

Salmo de la mano de Dios

         José María Valverde

Tú sostienes las miles de flores no miradas,
los ríos, aves y árboles; las olas y los vientos.
¡Oh cómo te desvelas atizando la lumbre
de un insecto que pudo lo mismo no haber sido!
Acudes de uno en otro:
de la piedra ignorada en el fondo del agua
al gusano que roe su madera,
como si eso pudiera serle contado un día.
Pienso el viento en el mar,
clamando en soledad siglos y siglos
-para dejarlo todo lo mismo que al principio-
desde el día que hablaste hasta que calles.
¡Oh!, ¿cómo no te olvidas siquiera un solo instante,
pues que nadie te mira y nada ha de quedar?
Si toco una piedra,
tú me la has sostenido durante miles de años,
velando cada día para que hoy estuviese.
¡Y tantas, tantas cosas,
tantos ríos corriendo sin descanso,
sin pararse a tomar aliento nunca,
tantos bosques y pájaros sin cesar floreciendo
por si algún día un hombre los mirase al pasar!…

Corazón de cebolla

Había una vez un huerto lleno de hortalizas, árboles frutales y toda clase de plantas. Como todos los huertos, tenía mucha frescura y agrado. Por eso daba gusto sentarse a la sombra de cualquier árbol a contemplar todo aquel verdor y a escuchar el canto de los pájaros.
Pero de pronto, un buen día empezaron a nacer unas cebollas especiales. Cada una tenía un color diferente: rojo, amarillo, naranja, morado... El caso es que los colores eran deslumbradores, centelleantes, como el color de una sonrisa o el color de un bonito recuerdo.
Después de sesudas investigaciones sobre la causa de aquel misterioso resplandor, resultó que cada cebolla tenía dentro, en el mismo corazón, porque también las cebollas tienen su propio corazón, una piedra preciosa. Esta tenía un topacio, la otra una aguamarina, aquella un lapislázuli, la de más allá una esmeralda... ¡Una verdadera maravilla!
Pero, por una incomprensible razón, se empezó a decir que aquello era peligroso, intolerante, inadecuado y hasta vergonzoso. Total, que las bellísimas cebollas tuvieron que empezar a esconder su piedra preciosa e íntima con capas y más capas, cada vez más oscuras y feas, para disimular cómo eran por dentro. Hasta que empezaron a convertirse en unas cebollas de lo más vulgar.
Pasó entonces por allí un sabio, que gustaba sentarse a la sombra del huerto y sabía tanto que entendía el lenguaje de las cebollas, y empezó a preguntarles una por una:
- "¿Por qué no eres como eres por dentro?"
Y ellas le iban respondiendo:
- "Me obligaron a ser así... me fueron poniendo capas... incluso yo me puse algunas para que no me dijeran nada."
Algunas cebollas tenían hasta diez capas, y ya ni se acordaban de por qué se pusieron las primeras capas. Y al final el sabio se echó a llorar. Y cuando la gente lo vio llorando, pensó que llorar ante las cebollas era propio de personas muy inteligentes. Por eso todo el mundo sigue llorando cuando una cebolla nos abre su corazón. Y así será hasta el fin del mundo.

jueves, 28 de junio de 2018

Jesús

        Pedro Casaldáliga

¡Señor Jesús! 
Mi Fuerza y mi Fracaso eres Tú.
Mi Herencia y mi Pobreza.  Tú, mi Justicia, Jesús.
Mi Guerra y mi Paz. ¡Mi libre Libertad!
Mi Muerte y Vida,
Tú, Palabra de mis gritos, Silencio de mi espera,
Testigo de mis sueños.  ¡Cruz de mi cruz!
Causa de mi Amargura, Perdón de mi egoísmo,
Crimen de mi proceso, Juez de mi pobre llanto,
Razón de mi esperanza,
¡Tú! Mi Tierra Prometida eres Tú...
La Pascua de mi Pascua.
¡Nuestra Gloria por siempre Señor Jesús!

Amigos son los amigos

Un hombre, su caballo y su perro caminaban por una calle. Después de mucho andar, el hombre se dio cuenta que tanto él, como su caballo y su perro habían muerto en un accidente (a veces los muertos necesitan tiempo para comprender su nueva condición). La caminata era muy larga, montaña arriba; el sol era fuerte, y ellos estaban cansados, sudados y tenían mucha sed. Necesitaban desesperadamente agua. En una curva del camino vieron una puerta magnífica, toda de mármol, que conducía a una plazoleta con suelo de oro, en el centro de la cual había una fuente de la que manaba agua cristalina. El caminante se dirigió al guardián que, dentro de una ornamentada casilla, vigilaba la entrada.
- "Buenos días", le dijo.
- "Buenos días", respondió el guardián.
- "¿Qué lugar es este, tan lindo?" preguntó el hombre.
- "Este es el Cielo", fue la respuesta.
- "¡Qué suerte que hemos llegado al Cielo! Tenemos mucha sed", dijo el hombre.
- "Pues el señor puede entrar y beber agua a voluntad", contestó el guardián, indicándole la fuente.
- "Mi caballo y mi cachorro también están sedientos", comentó el hombre.
- "Lo lamento mucho", dijo el guardián, "pero aquí no se permite la entrada a los animales".
- "Pero ellos me han acompañado siempre", dijo el hombre.
El guardián se limitó a menear la cabeza negativamente.
El hombre quedó muy desilusionado, porque su sed era grande, pero decidió no beber si sus amigos no podían hacerlo. Así que prosiguió su camino.
Después de mucho caminar montaña arriba, con sed y cansancio multiplicados, llegaron a un sitio cuya entrada estaba marcada por una vieja puerta entreabierta. La puerta se abría hacia un amplio camino de tierra, con verdes árboles a ambos lados que brindaban buen cobijo del sol. A la sombra de uno de ellos había un anciano de blanca barba, apoyada sobre el tronco; parecía adormilado, con la cabeza cubierta por un sombrero. El caminante se aproximó.
- "Buenos días", le dijo.
- "Buenos días", respondió el anciano.
- "Tenemos mucha sed, mi caballo, mi perro y yo. ¿Hay algún lugar donde podamos encontrar agua?"
- "Detrás de aquellos matorrales hay un manantial", contestó el anciano, "pueden beber a voluntad".
El hombre, el caballo y el perro fueron hasta el manantial, y finalmente pudieron calmar la sed y refrescarse. Al volver hasta donde estaba el anciano, el hombre le agradeció.
- "Pueden volver cuando quieran", fue la respuesta.
- "A propósito", dijo el caminante, "¿cuál es el nombre de este lugar?"
- "Están en el cielo", contestó el anciano con una sonrisa.
- "¡Pero no es posible!" exclamó el hombre. "¡El guardián que estaba al pie de la montaña, junto al gran portal de mármol, nos dijo que el Cielo era aquel!"
- "No, aquello no es el cielo, es el infierno."
El caminante quedó perplejo.
- ¡Pero entonces, esa es una información falsa, y puede causar grandes confusiones!".
- "De ninguna manera", respondió el anciano, "la verdad es que ellos nos hacen un gran favor, porque allá se quedan aquellos que son capaces de abandonar a sus mejores amigos… "

miércoles, 27 de junio de 2018

Vida verdadera

              Florentino Ulibarri

Aquí estoy, Señor, con hambre y sed de vida.
Soñando que me lo monto bien,
creyendo que sé vivir, consumo sin parar ligeros placeres,
Y mi hambre y sed no desaparecen.
Aquí estoy, Señor, con hambre y sed de vida.
Demasiado educado para ser blasfemo.
Demasiado tradicional para ir más allá de lo legal.
Demasiado cauto para saborear triunfos.
Demasiado razonable para correr riesgos.
Demasiado acomodado para empezar de nuevo...
Y mi hambre y sed no desaparecen.
Aquí estoy, Señor, con hambre y sed de vida.
Mas sin pedirte mucho, para no desatar tu osadía;
amando sólo a sorbos, para no crear lazos;
rebajando tu evangelio, para hacerlo digerible;
soñando utopías sin realidades;
caminando tras tus huellas sin romper lazos anteriores...
Y mi hambre y sed no desaparecen.
Silba, Señor, tu canción de buen pastor, la que nos susurraste
en los atardeceres de aquella primavera galilea
tan llena de recuerdos y emociones;
que se oiga por lomas y colinas,
barrancos y praderas, pueblos, calles y fronteras...
Despiértanos de esta siesta.
Defiéndenos de tanta indolencia.
Condúcenos a los pastos de tu tierra.
Danos vida verdadera.

La tienda de semillas

Anoche tuve un sueño raro. En la plaza mayor de la ciudad habían abierto una nueva tienda. El rótulo decía: “Regalos de Dios”. Entré. Un ángel atendía a los compradores.
- ¿Qué es lo que vendes?, pregunté.
- Vendo cualquier don de Dios.
-¿Cobras muy caro?
- No, los dones de Dios son siempre gratis.
Miré las estanterías. Estaban llenas de ánforas de amor, frascos de fe, macutos llenos de esperanza… Yo necesitaba un poco de todo.
Le pedí al ángel que me diera una ración de amor, dos de perdón, tres de esperanza, unos gramos de fe y el gran paquete de la salvación.
Cuando el ángel me entregó mi pedido quedé totalmente sorprendido.
- ¿Cómo puede estar todo lo que he pedido en un paquete tan diminuto?, le pregunté al ángel.
- Mira, amigo, Dios nunca da los frutos maduros. Dios sólo da pequeñas semillas que cada uno tiene que cultivar y hacer crecer.

martes, 26 de junio de 2018

El Dios enteramente bueno

          Pedro Trigo sj

Tú no te contentas con las alabanzas de tus fieles.
Tu voluntad es que todos nos hagamos hermanos
para que puedas ser el Padre común de todos.
Por eso no aceptas que la violencia y la guerra
sean el horizonte irremediable.
Tú proclamas paz en medio de la guerra,
y por eso prefieres que tu Hijo muera antes que entrar a matar.
Por eso cuando cometíamos el Crimen tú nos perdonabas;
tú acogías las palabras de perdón de Jesús.
Así él se consumaba como Hijo.
Y en el abandono que sintió, se reveló
que tú eras nuestro Padre, y que era la obediencia de Jesús,
su hermandad consumada, la que nos hacía hijos tuyos.
Y así se reveló que tú eres Enteramente Bueno,
y que por eso no tomas venganza, ni devuelves mal por mal.
Tú no tienes poder para quitarnos la vida; ese poder no es divino.
Tu único poder es tu amor, que es capaz de sufrir hasta el fondo
la muerte de tus hijos y de sacar vida aun de la misma muerte.
Esto es lo que has revelado en la resurrección de Jesús.:
el incontrastable poder de la Vida que nace del Amor.

El mundo, un mar de fueguitos

                     Eduardo Galeano

Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó.
Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
- El mundo es eso -reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales.
Hay fuegos grandes y fuegos pequeños y fuegos de todos los colores.
Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas.
Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.

domingo, 24 de junio de 2018

Letanía a San Juan Bautista

San Juan Bautista, ruega por nosotros.
San Juan Bautista, precursor de Cristo, ruega por nos…
San Juan Bautista, precursor glorioso del Sol de Justicia, ruega por nosotros.
San Juan Bautista, ministro del bautismo de Jesús, ruega por nosotros
San Juan Bautista, lámpara que ardía y alumbraba el mundo, ruega por nosotros.
San Juan Bautista, ángel de pureza antes de tu nacimiento, ruega por nosotros.
San Juan Bautista, amigo especial y favorito de Cristo, ruega por nosotros.
San Juan Bautista, alma de oración y contemplación, ruega por nosotros.
San Juan Bautista, intrépido predicador de la verdad, ruega por nosotros.
San Juan Bautista, voz que clama en el desierto, ruega por nosotros.
San Juan Bautista, ejemplo de mortificación y penitencia, ruega por nosotros.
San Juan Bautista, modelo de profunda humildad, ruega por nosotros.
San Juan Bautista, mártir glorioso por la santa ley de Dios, ruega por nosotros.
San Juan Bautista, que cumpliste fielmente tu misión, ruega por nosotros.
San Juan Bautista, Protector amadísimo de nuestra Familia, ruega por nosotros.

El ingenio de la hormiga

Hace un tiempo me puse a observar detenidamente la vida de las hormigas, y confieso que quedé asombrado al verlas trabajar con tanto orden y empeño.
Pero una hormiga en particular atrajo mi atención. Negra y de tamaño mediano, la hormiga llevaba como carga una pajita que era seis veces más larga que ella misma.
Después de avanzar casi un metro con semejante carga, llegó a una especie de grieta, estrecha pero profunda, formada entre dos grandes piedras. Probó cruzar de una manera y de otra, pero todo su esfuerzo fue en vano. Hasta que por fin la hormiguita hizo lo insólito.
Con toda habilidad apoyó los extremos de la pajita en un borde y otro de la grieta, y así se construyó su propio puente, sobre el cual pudo atravesar el abismo. Al llegar al otro lado, tomó nuevamente su carga y continuó su esforzado viaje sin inconvenientes.
La hormiga supo convertir su carga en un puente, y así pudo continuar su viaje. De no haber tenido esa carga, que bien pesada era para ella, no habría podido avanzar en su camino…

¿Cuántos de los problemas, cargas y pruebas que tienes que soportar podrían convertirse en puentes y peldaños que te ayuden a triunfar?