sábado, 12 de octubre de 2024

Himno a la Virgen del Pilar

                Florencio Jardiel Dobato

"Virgen Santa, Madre mía, luz hermosa, claro día
que la tierra aragonesa te dignaste visitar.
Este pueblo que te adora, de tu amor favor implora
y te aclama y te bendice abrazado a tu Pilar.
Abrazado a tu Pilar,
abrazado a tu Pilar.
Pilar sagrado, faro esplendente,
rico presente de caridad.
Pilar bendito, trono de gloria,
tú a la victoria nos llevarás.
Tú a la victoria nos llevarás.
Cantad, cantad himnos de honor y de alabanza.
Cantad, cantad a la Virgen del Pilar.
Cantad, cantad a la Virgen del Pilar. "




Los zapatos incómodos

            "Regálame la salud de un cuento" José Carlos Bermejo

Un hombre entró en una zapatería, y un amable vendedor se le acercó:
-¿En qué puedo servirle, señor?
- Quisiera un par de zapatos negros como los del escaparate.
-¡Cómo no, señor! Veamos: el número que busca debe de ser... el cuarenta y uno, ¿verdad?
-No. Quiero un treinta y nueve, por favor.
-Disculpe, señor. Hace veinte años que trabajo en esto, y su número debe de ser un cuarenta y uno. Quizás un cuarenta, pero un no un treinta y nueve.
-Un treinta y nueve, por favor.
-Disculpe, ¿me permite que le mida el pie?
-Mida lo que quiera, pero yo quiero un par de zapatos del treinta y nueve.
El vendedor saca del cajón ese extraño aparato que usan los vendedores de zapatos para medir pies y, con satisfacción, proclama:
-¿Lo ve? lo que yo decía: ¡un cuarenta y uno!
-Dígame: ¿quien va a pagar los zapatos, usted o yo?
-Usted.
-Pues bien, entonces, ¿quiere traerme un treinta y nueve?
El vendedor, entre resignado y sorprendido, va a buscar un par de zapatos del número treinta y nueve. Por el camino se da cuenta de lo que ocurre. Los zapatos no son para el hombre, sino que seguramente son para hacer un regalo.
-Señor, aquí los tiene: del treinta y nueve, y negros.
-¿Me da un calzador?
-¿Se los va a poner?
-Sí claro.
-¿son para usted?
-¡Si! ¿Me trae un calzador?
Después de varios intentos y de ridículas posturas, el cliente consigue meter todo el pie dentro del zapato.
Entre “ayes” y gruñidos, camina algunos pasos sobre la alfombra con creciente dificultad.
-Está bien. Me los llevo.
-¿Se los envuelvo?
-No gracias, me los llevo puestos.
El cliente sale de la tienda y camina, como puede, las tres manzanas que le separan de su trabajo. Trabaja como cajero en un banco.
A las cuatro de la tarde, después de haber pasado más de seis horas de pie con esos zapatos, su cara está desencajada, tiene los ojos enrojecidos, y las lágrimas caen de sus ojos.
Su compañero de la caja de al lado lo ha estado observando toda la tarde y está preocupado por él.
-¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?
-No, son los zapatos.
-¿Qué les pasa a los zapatos?
-Me aprietan.
-¿Qué les ha pasado, se han mojado?
-No son dos números más pequeños que mi pie.
-¿De quien son?
-Míos.
-No lo entiendo. ¿No te duelen los pies?
-Me están matando los pies.
-¿Y entonces...?
-Te explico, yo no vivo una vida de grandes satisfacciones, en realidad en los últimos tiempos tengo muy pocos momentos agradables.
-¿Y...?
-Me estoy matando con estos zapatos, sufro terriblemente, es cierto... pero, dentro de unas horas, cuando llegue a mi casa y me los quite, ¿imagínate el placer que sentiré? ¡Qué placer! ¡Me muero de ganas de experimentar esa gozada de librar a mis pies de las apreturas de estos zapatos!

jueves, 10 de octubre de 2024

"Quédate conmigo Señor" (2ª parte)

              Padre Pío de Pietrelcina

Quédate conmigo, Jesús, porque se hace tarde y el día declina…
es decir, la vida pasa, la muerte, el juicio y la eternidad se acercan
y necesito reponer fuerzas para no detenerme en el camino,
y para eso te necesito a Ti.
Se hace tarde y la muerte se acerca.
Temo la oscuridad, las tentaciones, las sequías, las cruces, las penas
y cuánto te necesito, Jesús mío, en esta noche de destierro.
Quédate conmigo, Jesús, porque en esta noche de vida y de peligro,
te necesito. Que en la fracción del pan te reconozca como discípulo tuyo,
que la Comunión Eucarística sea la Luz que disipe las tinieblas,
la Fuerza que me sostenga y la única Alegría de mi corazón.
Quédate conmigo, Señor, porque en la hora de mi muerte,
quiero permanecer unido a Ti,
si no por la Comunión, al menos por la Gracia y el Amor.
Quédate conmigo, Jesús, no te pido consuelos divinos
porque no los merezco, pero el don de tu presencia, oh sí, te lo pido.
Quédate conmigo, Señor, sólo a Ti busco,
a tu Amor, a tu Gracia, a tu Voluntad, a tu Corazón, a tu Espíritu,
porque Te amo y no pido otra recompensa que amarte más.
Con un amor firme y práctico, amarte, de todo corazón,
en la tierra, para seguir amándote perfectamente por toda la eternidad.
Que así sea».

Amigos de verdad

Un muchacho le dijo a su padre:
— Papá, hoy es mi cumpleaños, pero me tengo que ir a trabajar. ¿Puedes llamar a todos mis amigos y decirles que vengan esta tarde a casa para celebrarlo?
El padre abrazó a su hijo y le respondió:
— ¡Claro que sí, yo me encargo!
Pasó la mañana y cuando el muchacho llegó a casa, únicamente vio a dos de sus amigos.
— Pero, ¿por qué tan poca gente? Papá, ¿no te dije que llamaras a todos mis amigos? Tengo más de cien y solo han venido dos.
Entonces el padre contestó:
— Esta mañana telefoneé a todos tus amigos y les dije que tenías un problema y que necesitábamos su ayuda. Solamente estos dos son los que han respondido. Así que aquí tienes a tus verdaderos amigos, los demás eran otra cosa...

domingo, 6 de octubre de 2024

"Quédate conmigo Señor"

         San Padre Pío de Pietrelcina

Quédate conmigo, Señor,
porque necesito tenerte presente para no olvidarte.
Tú sabes con qué facilidad te abandono.
Quédate conmigo, porque soy débil
y necesito tu fuerza para no caer tan a menudo.
Quédate conmigo, Señor, porque tú eres mi vida, y sin ti estoy ‘muerto’.
Quédate conmigo, Señor, porque tú eres mi luz y sin ti estoy a oscuras.
Quédate conmigo, Señor, para mostrarme tu voluntad.
Quédate conmigo, Señor, para que oiga tu voz y te siga.
Quédate conmigo, Señor, porque quiero amarte mucho
y estar siempre en tu compañía.
Quédate conmigo, Señor, si quieres que te sea fiel.
Quédate conmigo, Señor, porque por pobre que sea mi alma,
desea ser para Ti un lugar de consuelo, un nido de amor.

El divorcio

Joaquín y Rebeca llevaban ya 10 años de casados y no tenían hijos. La convivencia se había vuelto monótona y aburrida. Joaquín decidió divorciarse y fue a ver al rabino para hacer los trámites del divorcio.
El rabino le dijo:
— Joaquín recuerda que celebramos una gran fiesta el día de tu boda, es justo que también celebremos otra gran fiesta para tu divorcio.
Durante la fiesta y siguiendo los consejos del rabino, Rebeca ofreció a su esposo el mejor vino. Y éste mientras bebía le dijo:
— Amor mío, puedes coger lo que más te guste de la casa y llevártelo a la casa de tu padre. Y, como estaba bebido, se quedó dormido.
Rebeca lo acostó en la cama y con la ayuda de los invitados lo llevaron en su cama a casa del padre de Rebeca.
Cuando se despertó al día siguiente, preguntó: — ¿qué estoy haciendo aquí?
Y Rebeca le contestó: — sólo he cumplido tus deseos. Traje a casa de mi padre lo que más me gusta y eso eres tú.
Joaquín la abrazó y se olvidó del divorcio. Semanas más tarde Rebeca quedó embarazada.