Había una vez un hombre que estaba tan apasionado por la justicia
que la quería encontrar a toda costa. Estudió todo lo que se refería a ella. Preguntó
a los mejores juristas y se fue a buscar la justicia a los más lejanos lugares
del planeta, porque en su país no aparecía por ninguna parte, ya que todo era maldad
e injusticia.
Cuando ya estaba decepcionado de la búsqueda a través del
mundo, se detuvo en un bosque, como perdido, sin saber qué dirección tomar. Pero
vio, de pronto, que había una casa en ruinas y se dirigió hacia ella. Se acercó
y miró a través de las polvorientas ventanas y se sorprendió al ver dentro una
gran luz. Era una luz muy brillante. Empujó suavemente la puerta y entró. Se encontró
en un lugar muy extraño, una habitación llena de luz. Dio vueltas y descubrió que
había varias habitaciones llenas de luces. Había estantes sin fin desde el suelo
hasta el techo; y en los estantes había diminutas lámparas de aceite. Eran innumerables
y ardían, unas con rapidez furiosa, otras lentamente. Miró bien y vio que las mechas
estaban metidas en unos recipientes. La mayoría de ellos eran de barro o estaño,
aunque había otros hechos de lata, bronce y oro. Las mechas eran cortas, pequeñas,
gruesas o delgadas. El aceite era espeso. En algunas lámparas había mucho aceite,
en otras sólo unas pocas gotas. Estaba fascinado por la luz y el completo silencio.
El lugar era mucho más grande de lo que habría podido imaginar desde el exterior.
Y, mientras examinaba atentamente las lámparas, se dio cuenta
de que a su lado había una figura alta, blanca, silenciosa, vestida de blanco, con
un manto largo y suelto. Sintió un poco de miedo, pero la figura le sonrió y tomó
confianza. Le preguntó:
- ¿Qué es esto?
- Es la casa de las lámparas de aceite. Cada lámpara es el
alma de un ser humano. Todos los seres humanos vivos están aquí representados.
Como ves, unos son fuertes y les quedan muchos años de vida como a estas lámparas
que tienen mucho aceite todavía. Otros mueren pronto, ya les queda poco aceite.
Y algunos mueren, mientras estamos hablando, pues se acabó su aceite.
El buscador de la justicia estaba silencioso, pero pensó cuál
sería su lámpara y, por eso, preguntó:
- ¿Cuál es mi lámpara?
El anciano lo llevó a otra habitación y le mostró una lámpara
en una vasija de barro a la que sólo quedaban unas dos gotas de aceite; su mecha
estaba ya inclinada y tenía dificultades para sostenerse, lo que indicaba que
le quedaba muy poco tiempo de vida.
Entonces, nuestro hombre se asustó. ¿Le quedaban pocos días
de vida? ¿Sólo unas horas? Estaba realmente asustado. Había pasado su vida, buscando
la justicia sin encontrarla, y ahora ya no había más tiempo disponible.
Miraba su lámpara a punto de apagarse y se fijó de pronto,
en una vasija de bronce, exactamente al lado de la suya, que tenía una mecha fuerte
y gruesa, con una gran cantidad de aceite como para vivir cien años. Entonces, se
dio cuenta de que el anciano había desaparecido y estaba él solo, completamente
solo. No había nadie, miró la habitación de al lado y tampoco había nadie. El
anciano se había ido. Pensó: Y si... No, no podía. Pero miró otra vez y vio tanto
aceite en la lámpara vecina que se dijo: Un poquito de aceite no le quitará nada
y a mí me dará un respiro para poder seguir trabajando y haciendo el bien en el
mundo. Serán solo unas gotitas. Volvió a mirar y no había nadie. Entonces, se atrevió,
se acercó a la lámpara de bronce, la agarró con sus dos manos y la inclinó sobre
la suya; pero, de pronto, apareció el anciano y lo agarró con fuerza, diciéndole:
- ¿Es ésta la clase de justicia que estabas buscando?
Lo había agarrado con tanta fuerza, que le había hecho daño
y el brazo le dolía. En ese momento, todo se desvaneció, las luces y las lámparas
desaparecieron. Estaba solo en el bosque y se quedó inmóvil pensando: ¿Cuánto
tiempo de vida me queda? ¿Qué voy a hacer ahora? Y se repetía a sí mismo: ¿Es
ésta la clase de justicia que andabas buscando? ¿Por qué no comienzo por mí mismo
siendo justo, sincero, leal, honesto y honrado?
Y concluyó: Aunque me falten dos días de vida, viviré de la
mejor manera, como si me faltaran cien años. No quiero fallarme a mí mismo ni a
Dios