viernes, 13 de diciembre de 2019

A la Virgen de Guadalupe (12 de diciembre)

¡Oh Virgen Inmaculada!
Escucha la oración que te dirigimos y preséntala a tu Hijo Jesús.
Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestro pueblo.
Queremos ser totalmente tuyos
y fieles siempre a Jesucristo en su Iglesia.
Virgen de Guadalupe, bendice a nuestras familias.
Compadécete de nosotros y guíanos siempre a Jesús.
Y así, libres de todo mal, podremos llevar a los demás
la alegría y la paz que sólo pueden venir de tu Hijo Jesucristo.
Santa María de Guadalupe, Mística Rosa,
intercede por la Iglesia, protege al Papa,
oye a todos los que te invocan en sus necesidades.
Así como pudiste aparecer en el Tepeyac y decirnos:
"Soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios",
alcánzanos de tu Divino Hijo la conservación de la Fe.
Tú eres nuestra dulce esperanza en las amarguras de esta vida.
Danos un amor ardiente y la gracia de la perseverancia final.

El buscador de justicia


Había una vez un hombre que estaba tan apasionado por la justicia que la quería encontrar a toda costa. Estudió todo lo que se refería a ella. Preguntó a los mejores juristas y se fue a buscar la justicia a los más lejanos lugares del planeta, porque en su país no aparecía por ninguna parte, ya que todo era maldad e injusticia.
Cuando ya estaba decepcionado de la búsqueda a través del mundo, se detuvo en un bosque, como perdido, sin saber qué dirección tomar. Pero vio, de pronto, que había una casa en ruinas y se dirigió hacia ella. Se acercó y miró a través de las polvorientas ventanas y se sorprendió al ver dentro una gran luz. Era una luz muy brillante. Empujó suavemente la puerta y entró. Se encontró en un lugar muy extraño, una habitación llena de luz. Dio vueltas y descubrió que había varias habitaciones llenas de luces. Había estantes sin fin desde el suelo hasta el techo; y en los estantes había diminutas lámparas de aceite. Eran innumerables y ardían, unas con rapidez furiosa, otras lentamente. Miró bien y vio que las mechas estaban metidas en unos recipientes. La mayoría de ellos eran de barro o estaño, aunque había otros hechos de lata, bronce y oro. Las mechas eran cortas, pequeñas, gruesas o delgadas. El aceite era espeso. En algunas lámparas había mucho aceite, en otras sólo unas pocas gotas. Estaba fascinado por la luz y el completo silencio. El lugar era mucho más grande de lo que habría podido imaginar desde el exterior.
Y, mientras examinaba atentamente las lámparas, se dio cuenta de que a su lado había una figura alta, blanca, silenciosa, vestida de blanco, con un manto largo y suelto. Sintió un poco de miedo, pero la figura le sonrió y tomó confianza. Le preguntó:
- ¿Qué es esto?
- Es la casa de las lámparas de aceite. Cada lámpara es el alma de un ser humano. Todos los seres humanos vivos están aquí representados. Como ves, unos son fuertes y les quedan muchos años de vida como a estas lámparas que tienen mucho aceite todavía. Otros mueren pronto, ya les queda poco aceite. Y algunos mueren, mientras estamos hablando, pues se acabó su aceite.
El buscador de la justicia estaba silencioso, pero pensó cuál sería su lámpara y, por eso, preguntó:
- ¿Cuál es mi lámpara?
El anciano lo llevó a otra habitación y le mostró una lámpara en una vasija de barro a la que sólo quedaban unas dos gotas de aceite; su mecha estaba ya inclinada y tenía dificultades para sostenerse, lo que indicaba que le quedaba muy poco tiempo de vida.
Entonces, nuestro hombre se asustó. ¿Le quedaban pocos días de vida? ¿Sólo unas horas? Estaba realmente asustado. Había pasado su vida, buscando la justicia sin encontrarla, y ahora ya no había más tiempo disponible.
Miraba su lámpara a punto de apagarse y se fijó de pronto, en una vasija de bronce, exactamente al lado de la suya, que tenía una mecha fuerte y gruesa, con una gran cantidad de aceite como para vivir cien años. Entonces, se dio cuenta de que el anciano había desaparecido y estaba él solo, completamente solo. No había nadie, miró la habitación de al lado y tampoco había nadie. El anciano se había ido. Pensó: Y si... No, no podía. Pero miró otra vez y vio tanto aceite en la lámpara vecina que se dijo: Un poquito de aceite no le quitará nada y a mí me dará un respiro para poder seguir trabajando y haciendo el bien en el mundo. Serán solo unas gotitas. Volvió a mirar y no había nadie. Entonces, se atrevió, se acercó a la lámpara de bronce, la agarró con sus dos manos y la inclinó sobre la suya; pero, de pronto, apareció el anciano y lo agarró con fuerza, diciéndole:
- ¿Es ésta la clase de justicia que estabas buscando?
Lo había agarrado con tanta fuerza, que le había hecho daño y el brazo le dolía. En ese momento, todo se desvaneció, las luces y las lámparas desaparecieron. Estaba solo en el bosque y se quedó inmóvil pensando: ¿Cuánto tiempo de vida me queda? ¿Qué voy a hacer ahora? Y se repetía a sí mismo: ¿Es ésta la clase de justicia que andabas buscando? ¿Por qué no comienzo por mí mismo siendo justo, sincero, leal, honesto y honrado?
Y concluyó: Aunque me falten dos días de vida, viviré de la mejor manera, como si me faltaran cien años. No quiero fallarme a mí mismo ni a Dios

martes, 10 de diciembre de 2019

Carta de Dios al hombre y la mujer en Adviento

Querido hombre y mujer:
He escuchado tu grito de Adviento. Está delante de mí.
Tu grito, golpea continuamente a mi puerta.
Hoy quisiera hablar contigo para que repienses tu llamada.
Hoy te quiero decir: ¿Por qué Dios preguntas? ¿A qué Dios esperas?
¿Qué has salido a buscar y a ver en el desierto?
Escucha a tu Dios, mujer y hombre de Adviento:
"No llames a la puerta de un dios que no existe, de un dios que tú te imaginas...
Si esperas... ábrete a la sorpresa del Dios que viene y no del dios que tú te haces...
Tú, hombre y mujer, todos, tenéis siempre la misma tentación:
hacer un dios a vuestra imagen.
Yo os digo, yo Dios de vivos, soy un Dios más allá de vuestras invenciones.
Vosotros salís a ver dónde está Dios... Os dicen: "aquí está” pero no lo veis,
y os sentís desanimados porque Dios no está donde os han dicho...
Y Dios está vivo. Pero vosotros no tenéis mentalidad de Reino:
no descubrís a Dios en lo sencillo.
Os parece que lo sencillo es demasiado poco para que allí esté Dios.
Sabedlo: Yo, el Señor Dios, estoy en lo sencillo y pequeño...
Hombre y mujer de hoy y de siempre:
deja espacio a tu Dios dentro de tu corazón.
Sólo puedo nacer y crecer donde mi palabra es acogida.
Qué tranquilo te quedas, haciendo -lo que hay que hacer-
porque -haciendo las cosas de siempre- evitas la novedad del Evangelio.
Pero yo te digo que tu corazón queda cerrado,
y tus ojos incapaces de ver el camino por donde yo llego.
No te defiendas como haces siempre. No te escondas bajo ritos vacíos.
Hombre y mujer, si me esperas, deja de hacerme tú el camino
y ponte en el camino que yo te señalo por boca de los profetas.
Abre el corazón a mi Palabra. Yo, tu Dios, te hablo

Los fantasmas de tu mente


El campesino de este cuento era muy supersticioso. Creía en demonios, en fantasmas y brujerías. Ese año, sus cosechas habían ido bien y un vecino, envidioso porque no había tenido tan buenos resultados, le echó una maldición.
- Ten cuidado, porque el fantasma de mi abuelo se te va a aparecer cada noche, y tiene un genio atroz, le advirtió.
Tal como se lo había advertido, el campesino comenzó a ver, noche tras noche, un espectro en su habitación. Creyó enloquecer, y decidió ir al monasterio a ver al lama para contarle lo que le sucedía. El lama, después de escucharle, sacó de un arcón una fotografía ajada, con la imagen de un anciano.
- Mira bien esta fotografía. Es de mi abuelo. Era el hombre más feroz que puedas imaginarte, y su fantasma también lo es. Voy a hacer un encantamiento para que el fantasma de mi abuelo te proteja cada noche. Así que si ves que viene a molestarte el fantasma del abuelo de tu vecino, tú le echas el fantasma de mi abuelo para que te proteja. Seguro que lo destrozará.
Esa noche apareció el fantasma que atormentaba al campesino. Tal como le había dicho el lama, le lanzó el fantasma de su abuelo. Hubo una lucha encarnizada en la oscuridad de la habitación. Ganó el fantasma del abuelo del lama, y el otro fantasma juró que nunca más volvería a molestar. El campesino, agradecido, le llevó unos obsequios al lama.
El lama le pidió que durante los próximos meses se dedicara a la meditación para pacificar su alma, y que volviera seis meses después.
El campesino meditó todos los días. Llegó a tener una mente tranquila y sosegada, y su vida discurrió con cierta felicidad. Al término de los seis meses, regresó a ver al lama, ya mucho más tranquilo y sosegado.
- Ahora que has encontrado la paz interior -dijo el lama-,es tiempo de que te diga la verdad: nunca conocí a mi abuelo. De hecho, la foto que te mostré estaba en ese baúl cuando llegué a este monasterio.
- ¿Y por qué me has contado esa historia?
- Porque cuando viniste a mí, sólo podías vencer a tu fantasma imaginario con otro fantasma. En ese momento, lo único que podía hacer era darte un fantasma imaginario. Pero ahora, gracias a la meditación, puedo ver que ya has madurado, y puedo decirte la verdad acerca del fantasma. No dejes de meditar ni un solo día si no quieres que regresen los fantasmas que habitaban en tu mente.

domingo, 8 de diciembre de 2019

A la Inmaculada Concepción

                    Isidro Lozano

Señor, en esta fiesta de la Inmaculada,
rezamos desde el fondo del corazón y de la historia.
Gracias, Padre, gracias de todo corazón,
gracias por santa María, la madre de Jesús
y madre nuestra en la fe, en el amor y en la esperanza.
Gracias porque la quisiste tanto
que la rodeaste con tu cariño y tu poder,
haciendo a nuestra Madre capaz de una obediencia decidida
a tu palabra, a tus propuestas, siempre, hasta la muerte.
Gracias, Padre, por todo lo que amó María:
por lo mucho que a ti te quiso y te sirvió,
por lo mucho que quiso a Jesús y a José,
por lo mucho que nos quiere a todos y cada uno de nosotros.
Gracias, en María, por todos los que viven su matrimonio sirviéndote
y colaborando en tu pueblo y en tu comunidad;
Gracias, en María, por los religiosos
que han especializado su amor
en la entrega y el servicio a los más necesitados.
Gracias, en María, por los jóvenes,
capaces del amor y de la entrega más generosa.
Gracias de todo corazón, Padre,
por santa María, por cada uno de nosotros,
por todos los que queremos vivir como hijos de María,
nuestra madre Inmaculada.

Preguntas imposibles


Érase una vez un monje que se acercó a Buda y le preguntó:
- ¿Las almas de los justos viven después de la muerte?
Buda no le contestó. El monje siguió insistiendo día tras día y Buda callaba.
El monje amenazó con dejar el monasterio, pues de qué servía sacrificarlo todo si las almas morían igual que los cuerpos.
Entonces Buda sintió compasión y habló:
- Eres como un hombre que está muriendo de una flecha envenenada. Su familia lo llevó al hospital pero el moribundo se negó a que le sacaran la flecha si no le contestaban antes a tres preguntas: El hombre que le disparó ¿era blanco o negro?, ¿era alto o bajo?, ¿era de una casta alta o era de una clase social baja?